Así sucede en cada uno de los días, durante las
mañanas y las tardes. En ocasiones, también lo hace restándole horas a la noche.
La eficacia de su trabajo exige conocer perfectamente la hora de llegada de
aquellos vuelos “interesantes”, con aviones repletos de pasajeros, o también de
esos trenes del AVE, en horas punta muy propicias para la anhelada y densa
clientela. A ello añade esos recorridos sin destino, a través del laberinto o malla urbana, esperando la
señal oportuna para un nuevo servicio al que atender con rapidez y
profesionalidad. Sin embargo prefiere jugar en esa “tómbola” del viajero sin
previsión, que puede depararle muchos kilómetros de recorrido que engrosarán
las cifras digitales de un taxímetro siempre presto para avanzar y sumar.
Mario Dariana ha elegido, para la tarde de este viernes
pre-veraniego, el punto de espera del aeropuerto malacitano. A esa hora
emblemática comprendida entre las cinco y las seis, cuando el sol inicia su
declive, concurren en la terminal aérea la llegada de varios vuelos procedentes
de distintos orígenes internacionales, pero también otros originados en la
geografía hispana. No sólo él, sino otros muchos compañeros de profesión han
elegido también este cosmopolita lugar, convencidos de que van a tener al menos
un servicio seguro, trayecto que esperan sea beneficioso para cubrir los gastos
del día con una buena “carrera” a desarrollar. Pero esa tarde, por tener que
atender un servicio previo a una cercana localidad costera, Mario llegó algo
tarde a su previsión inicial, por lo que
tuvo que ocupar un lugar muy postergado en la amplia densidad de vehículos de
servicio público que aguardaban a los clientes antes que él. Había que aplicar
paciencia en la espera, actitud bien asumida por estos profesionales del taxi.
Pero la tarde tampoco colaboraba con sus deseos y
los de otros compañeros al volante. Muchos viajeros ya tenían servicios
contratados en origen, a través de Internet y de los propios establecimientos
hoteleros. Otros elegían medios de transporte más económicos, como el cómodo tren
de la Renfe hasta Fuengirola y el bus municipal hasta el mismo centro de la
ciudad o incluso optaban por los incentivos de los vehículos Uber y Cabify, con
mejores precios para determinados trayectos. Así que en esa espera prolongada
observó a una señora de mediana edad, que parecía algo desorientada acerca de
cual serie la decisión más oportuna a tomar.
Con su experiencia acrisolada en el oficio, se acercó a esa pasajera y
le preguntó si deseaba un vehículo para el traslado. La mujer estuvo observándolo
durante unos segundos. Tras el paso de los mismos mostró su firmeza en aceptar
el ofrecimiento del profesional que tenía ante sí.
“Verá, hace un rato que mi avión ha
tomado tierra. He venido a Málaga por uno de esos impulsos o nostalgias que a
veces tenemos los humanos. Veo que está Vd dispuesto a ayudarme. Tengo que
confesarle que necesito esa ayuda. Pues no tengo, aunque parezca extraño, reserva
de plaza en ningún establecimiento. Solo he venido para estar en esta ciudad y “recuperarla”
durante unos días ¿Podría aconsejarme y trasladarme a algún hotel u hostal en
donde pudiera encontrar plaza, aunque carezca de reserva previa? Bueno, perdone,
mi nombre es Eunice Ramal y procedo de Cambados, en Pontevedra
”.
El taxista estaba habituado a experimentar muy
contrastadas experiencia. Pero de inmediato percibió que tras la imagen
personal que tenía ante sí, subyacían una serie de complejos elementos que le
eran en sumo extraños y desconocidos. A pesar de todo se dispuso, con
generosidad y diligencia, a prestar ayuda a la desorientada señora de la camisa
celeste.
“No se preocupe, señora. Ha dado Vd. con el
profesional apropiado. Conozco un hostal, muy seguro, que está a dos pasos de
la zona centro de la capital. Es propiedad de un familiar. Aunque no es muy
grande, seguro que le pueden hacer algún hueco. Ahora mismo llamo a mi cuñado y
salimos de dudas. En caso contrario, buscaremos alguna alternativa para que no
se encuentre “tirada” en la calle.
Las dotes de convicción de Mario dieron pronto su
fruto. Una cancelación de última hora, permitía ofrecer a la peculiar turista
una habitación individual, durante siete noches, por un excelente precio. Durante
el trayecto hasta el Hostal La Flor de Mar,
Eunice le hizo al diligente taxista una atractiva oferta.
“Hace casi cuatro décadas, cuando
tenía dieciocho años, estuve por primera vez en esta bella ciudad mediterránea,
en un viaje de estudios con mis compañeras de clase. En numerosas ocasiones he
querido volver a estas tierras pero, por una u otras razones, sólo he llegado a
pasar por el aeropuerto. Ahora quiero recuperar aquellos recuerdos de una
lejana adolescencia, disfrutando unos días de vacaciones para redescubrir la
ciudad y su entorno. Si Vd. se encuentra dispuesto, me agradaría contratar sus
servicios, para que me llevara a los lugares más emblemáticos, aquéllos que más
me puedan agradar. Fijamos un precio que sea justo, por las horas aplicadas,
sean de mañana o tarde. Seguro que llegamos a un acuerdo”.
A Mario le pareció muy atractiva la oferta que
recibía de una persona en sumo agradable y necesitada de ayuda. Acordaron
dedicar tardes o mañanas a ese semanal recorrido turístico, aunque también
habría días que por las características de los desplazamientos serían jornadas
completas. Aunque sospechaba que Eunice era persona con una cierta capacidad
económica, le planteó un precio global que no era excesivamente gravoso por una
interesante actividad que no era la primera vez que desempeñaba: taxista y “guía” turístico.
En días sucesivos y a lo largo de los trayectos
recorridos, con las explicaciones básicas ante determinados entornos
monumentales e incluso durante las comidas que compartían, Eunice fue abriendo
o liberando interesantes elementos de su identidad personal. Esa positiva actitud
que encontraba en su interlocutora hizo que Mario se sintiera motivado a corresponder
con franqueza, llaneza y amistad.
La viajera gallega se identificaba como una mujer de cincuenta y seis
años, ilustradora gráfica de publicaciones editoriales, que en el lejano 1982,
año en el que cumplía su mayoría de edad, había realizado un divertido viaje de
estudios por diversas ciudades andaluzas. Quedó en su memoria la muy grata
experiencia de su estancia en Málaga, por lo que siempre quiso volver, aunque
no se decidió definitivamente a llevarlo a cabo hasta estos momentos, por
cierto infortunados para su vida sentimental. Su marido, persona vinculada al
espectáculo teatral, mantenía una secreta relación afectiva con una compañera del
elenco escénico al que ambos pertenecían, a la que superaba en casi una
generación. Explicaba Eunice que este hecho familiar le había afectado
profundamente, de tal forma que había necesitado ayuda médica y la ingesta de
fármacos antidepresivos. En la terapia psicológica de recuperación, le habían
aconsejado la realización de un viaje, hacía un punto geográfico que le trajera
buenos recuerdos en el acerbo ilusionado de su memoria. Por eso eligió
recuperar una grata etapa de su pasado, volviendo a una ciudad con encanto que
no había vuelto a pisar en casi cuatro décadas.
Por su parte Mario,
siete años más joven que su clienta, confesó a ésta que su trabajo, en el
sector del transporte de viajeros sobrevino después de estar vinculado
laboralmente, durante muchos años, con una empresa de suministros y
complementos para el automóvil. Esa empresa había quedado severamente
descapitalizada, por la acción desleal de los dos hermanos propietarios de la
misma, lo que llevó inevitablemente a la suspensión de pagos, la quiebra
económica e incluso a la denuncia penal. Superadas las fases judiciales, un
fondo de garantías se había hecho cargo de la indemnización que recibieron los
ocho operarios que trabajaban en el negocio. El capital que legalmente recibió
lo invirtió en parte para la compra de un vehículo, dedicado al servicio de
taxi y el resto de la compensación para el “traspaso” de una licencia
municipal, puesta a la venta por un veterano taxista que accedía a la
jubilación. La compra de esta licencia le había supuesto un desembolso incluso
mayor que el propio coste del vehículo adquirido.
En la actualidad llevaba ocho años ya en el sector
del taxi, con la eficacia y pericia de no haber sufrido accidente o siniestro
alguno que fuera reseñable. Compartía con Eunice también una profunda afección
sentimental, pues esos complicados momento del cambio profesional se vieron
gravemente turbados con la actitud que adoptó su ahora ex mujer Lenia, que prefirió continuar su ruta vital con una
nueva pareja, que le gratificaba y vitalizaba profundamente. Para asombro de
muchos y de él mismo, una agradable compañera en un conocido despacho de
gestoría administrativa, al que todavía sigue perteneciendo laboralmente.
Había que planificar bien la semana, a fin de rentabilizar el tiempo para las visitas.
Y en esta faceta Mario era una persona habilidosa, prudente y sumamente
creativa. No se le ocultaba que Eunice era una persona de cultura y formación,
en función de la forma cómo se expresaba, los modales que aplicaba en sus
gestos y ese aval de ser ilustradora de libros, lo que le tenía que facilitar
estar cercana al mundo de las letras y de la imaginación literaria. Así que
taxista y clienta se sentaban en el taxi, a horas tempranas de la mañana, para
dirigirse hacia aquellos espacios que Mario había elegido y en donde pasaban
los minutos necesarios para satisfacer la curiosidad y el interés de la señora procedente
de las rías gallegas.
Hubo tiempo para visitar museos (Picasso, Pompidou,
Tyssen, Ruso, Málaga, Arte Contemporáneo, Cristal y Automóvil). Lugares
emblemáticos y bellos monumentos, como el Parador de Gibralfaro y el Castillo
(con las mejores vistas de una parte de
la ciudad) Puerto marítimo, Parque central, Alcazaba, Barrio del Soho, Playas
de Pedregalejo y el Palo, Catedral, zona universitaria de Teatinos y el Jardín Botánico de la Concepción. Hubo tres “escapadas”
con encanto, hacia Ronda, Antequera y Mijas. Y gracias a determinadas amistades
que Mario había labrado en su profesión,
se pudo visitar la fábrica de cerveza Mau-San Miguel, con todo el proceso de
producción y una simpática degustación. Inolvidable el delicioso ratito de café
y merienda junto al actor Antonio Banderas, con sus fotos “espectaculares” para
el recuerdo. Había coincidido oportunamente esa semana con un Concierto de la Orquesta Filarmónica de
Málaga, en el Teatro Miguel de Cervantes. Eunice pudo valorar y gozar la
sonoridad y maestría de las notas musicales que llegaban a la tercera planta
del gran teatro municipal, el gran secreto de la ubicación para los entendidos
en la pureza acústica del pentagrama. Inolvidable fue también el lento y
enriquecedor paseo en barco por la bahía, a fin de gozar desde el mar con la
visión de una Málaga que se cubre de naranja y oro, cuando simula atardecer en
una noche que en realidad amanece.
Denso y vitalista programa cultural que hizo las
delicias de dos personas aliadas en un maravilloso proyecto: por una parte el
profesional del taxi, quien amaba intensamente a su ciudad y de otra parte la
ilusionada ilustradora de libros, que deseaba cubrir una asignatura pendiente
iniciada en tiempos de su ya lejana adolescencia. No todo sería cultura,
monumentos o comprensión de la realidad. También se había generado entre ellos ese valor, transparente y sublime, de la proximidad. En tiempos de afectos ausentes, generaron
la complicidad mágica y lúdica de la necesidad y la amistad.
En la noche previa a la despedida, quisieron volver a la colina de Gibralfaro, para
disfrutar la visión de una Málaga encendida de incentivos secretos, bajo
“miles” de pequeños focos cromáticos emanados de las estrellas, vestidos de un
blanco iluminado solo visionado por espíritus sensibles a la imaginación y a la
belleza poética. En el final de una cena, enriquecida de platos muy malagueños
(pescaíto, salmorejo, tarta malagueña) llegaron esas palabras que cultivan la sensible
intimidad. En su final, hubo un simpático intercambio
de regalos: un llavero de plata, con el relieve simbólico de la Catedral
compostelana; una bien elaborada guía de Málaga, para cimentar los recuerdos en
los anaqueles infinitos de la memoria.
En una
separación, mezclada de una indefinible alegre/tristeza, se dijeron adiós,
hasta mañana y esas gracias, pronunciadas con el mímico lenguaje afectivo de
las miradas. “Has de volver” “Pronto, muy pronto, te escribiré”. Había sido una
inesperada y muy agradable experiencia, para dos personas convalecientes en sus
vidas de sentimientos y afectos equívocos. Tanto uno como el otro tenían la
certeza que las buenas semillas siempre germinan en el suelo fértil y generoso
de la amistad.
No había pasado aún una semana, desde estos gratos
siete días de vivencias compartidas, cuando una noche Mario recibió en el buzón
de su correo electrónico un extraño e inesperado
e-mail. El mensaje procedía de una productora cinematográfica y en el
mismo se le convocaba a una reunión que tendría lugar en Madrid. Se le ofrecía
la oportunidad de participar en una película que estaba en fase de pre-producción.
Los avales del casting estaban ya superados y en cuanto a las condiciones y
características de la colaboración serían discutidos y analizados en esa
entrevista, que había sido fijada con una antelación de diez días. Se
adjuntaban dos archivos en el correo: un billete ida/vuelta en avión, junto a
la estancia de una semana en Madrid, en un céntrico hotel con un régimen de
pensión completa. También se le solicitaba una cuenta bancaria en donde hacer
una transferencia, a fijar, por los días en que no podría realizar su trabajo ordinario
en el taxi. El correo venía firmado por Eunice Ramal, directora y guionista de
cine e ilustradora gráfica.-
EL TAXISTA Y LA ILUSIONADA VIAJERA,
ILUSTRADORA DE LIBROS
José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la
Victoria. Málaga
19 Junio 2020
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