Debido a muy diversas circunstancias de la vida,
son millones y millones las personas que viven solas en el mundo. Aunque
algunas de ellas lo hagan de manera voluntaria, la mayoría de estos ciudadanos
se ven obligados a organizar su propia soledad
muy en contra de su íntima voluntad. En el caso de España, se calcula que son
aproximadamente cinco millones los hombres y mujeres que no comparten su
domicilio con nadie más. De ese número, casi un 20 % superan los 80 años de
edad. A través de nuestro conocimiento relacional, se puede afirmar que muchos
de estos seres solitarios saben organizar relativamente bien su amplio tiempo
libre disponible. Pero, en general, nuestra percepción también nos dice que una
amplia mayoría no sabe cómo sobrellevar ese pesado lastre o trauma que el
destino les ha deparado. No siempre saben o pueden encontrar ese amigo, compañero o conocido, con
el que dialogar y compartir algunos minutos u horas en los días. La necesidad
de ese interlocutor es más que perentoria en estos hombres y mujeres solitarias
para comentar, discutir, intercambiar, entretener, aprender, dar y recibir. Y
esa dificultad tiene su origen en que no siempre aceptamos la particular o diferente
forma de ser de nuestra pareja, amigo o compañero, prevaleciendo los egos sobre
la comprensión y la generosidad. El yo se superpone, tozudamente, al tú.
La necesidad diaria de diálogo,
en estas personas que soportan la soledad, es profunda y psicológicamente
irrenunciable. Tratan de paliar esta íntima carencia arbitrando, con más o
menos éxito, una serie de imaginativos recursos con los que intentar paliar ese
patológico silencio, acústico y psíquico, que con tanto pesar sobrellevan. La
compañía de la radio y la televisión, también del ordenador, son instrumentos demandados
y utilizados para este fin. Hay que añadir a estos habituales recursos la magia
benefactora y empática del cine, el teatro o las notas musicales de un buen
concierto. De manera más cotidiana, también les resulta muy útil esos valiosos
minutos aplicados para el intercambio de las palabras, con el médico de
cabecera, con el confesor, el tendero, el peluquero, el vendedor, el operario
de la limpieza, el conductor del bús y el vecino del tercero. Es importante el
calor humano y la ayuda que encuentran en ese otro jubilado del parque o del asiduo
paseante, matinal o vespertino, por la plaza de la villa. Tampoco podemos
olvidarnos de ese peculiar “diálogo” que tantas veces mantenemos con el autor
bibliográfico quien, con su destreza narrativa, “habla” generosamente con el
interesado lector de sus textos.
El afectivo e inesperado reencuentro, entre dos
viejos amigos y compañeros de los claustros universitarios, se produjo en un
fin de semana de febrero. Era precisamente un día en que el cielo regalaba a la
ciudadanía una dulce y primaveral
climatología, propicia para disfrutar del paseo a través de los jardines
y calles de la ciudad. Marcos Valencia y Flavio
Bellacasa, se habían conocido en el campus de Teatinos, estudiando el
primero en la facultad de derecho, mientras que Flavio (su padre fue un gran
aficionado al conocimiento de la Historia Antigua) estaba matriculado en la
facultad de psicología. Aquella íntima amistad entre ambos, durante esa fase de
la formación universitaria, sufrió un progresivo distanciamiento o enfriamiento
a la finalización de sus respectivas licenciaturas, hecho que se produjo precisamente
el primer año de la actual centuria. El complejo proceso para la acomodación
laboral centró todos sus esfuerzos y, salvo alguna llamada o felicitación por Navidad,
los dos jóvenes apenas encontraron el tiempo y la oportunidad para continuar su
amistad en la edad adulta.
Tras saludarse efusivamente, Marcos sugirió la
posibilidad de compartir unos minutos alrededor de sendas tazas de café, oferta
que encontró una alegre receptividad en su antiguo amigo de estudios. Por sus
vidas habían pasado casi dos décadas del tiempo, por lo cual ambos estaban
ansiosos de conocer los detalles básicos acerca de cómo les había ido la vida,
en esos cuatro lustros en los que apenas habían tenido contactos.
Cuando finalizó su licenciatura, Marcos había
formado parte de un despacho de cuatro abogados jóvenes, todos ellos compañeros
de promoción. Sin embargo un día acudió a una entrevista de trabajo, convocada
por una importante cadena de grandes almacenes comerciales, con el objetivo de
formar parte de su gabinete jurídico. Tuvo méritos y suerte, pues allí continúa
prestando sus servicios, durante los últimos años vinculado preferentemente al
departamento de seguros e inversiones en esa poderosa entidad. Estuvo casado a
lo largo de seis años, al cabo de los cuales él y su mujer Delia decidieron
darle caminos independientes a su breve experiencia matrimonial, en la que no
hubo descendencia. Ha tenido algunas relaciones, temporales y superficiales en
el compromiso, pero en la actualidad sigue conviviendo con su madre, una
cariñosa señora viuda desde hace muchos años. “¿Y a ti cómo te va, Flavio? Desde
luego que te conservas como si no hubiera pasado el tiempo por tu anatomía”.
“Eres muy generoso, Marquitos, pero tú y yo hemos
entrado ya en esa inquietante cuarta década, en la que se va notando la llegada
de algunas “averías” que nos avisan del almanaque. Pero, desde luego, no nos
podemos quejar. También yo me casé. Te acordarás de aquella compañera llamada
Amanda, de dos cursos atrás en mi facultad. Aquella chica, con cara de
sabionda, pero muy simpática, que solía venir a nuestras fiestas. Tenemos dos crías,
en plena adolescencia. Te puedes imaginar la paciencia que hay que aplicar. Una
de ellas ya ha comenzado este año el bachillerato, en el Instituto. Ya sabes
como pienso, siempre educación pública. He trabajado en el departamento de
psicología laboral en un par de firmas muy contrastadas (una empresa de
confección textil y en una cadena hotelera de ámbito nacional). Pero desde hace
dos años presto mis servicios en una importante empresa de ayuda a la soledad.
Por cierto, muy bien compensado en lo económico y gratificado en la acción
social que desempeño. Si quieres te explico la naturaleza de esta empresa,
denominada EL FIEL ESPEJO DE LA PALABRA.
Formamos un amplio equipo de colaboradores, con
distintas especialidades en nuestra formación. Ofertamos nuestros servicios, de
manera prioritaria, a través de Internet. El perfil básico de nuestros clientes
son las personas que sufren, con más o menos intensidad, el drama humano de la
soledad. El objetivo de aquéllos que nos llaman por teléfono o contactan con
nosotros a través del ordenador, es compensar o paliar su necesidad de diálogo,
sugerencia o consejo que tan bien gratifica. Es decir, atendemos a las personas
que no tienen con quien hablar, ofreciéndoles nuestra atención y receptividad.
aportando para ello el aval de nuestra experiencia y titulación. Aunque entre
nuestro equipo hay colaboradores con muy distintas profesiones, prevalece en el
mismo aquellos miembros titulados o con experiencia en el campo de la
psicología , la sociología y la medicina. También hay un par de expertos en
aplicaciones tecnológicas. Los primeros dos minutos de contacto, vía teléfono o
Internet, son gratis para nuestros clientes. A partir de ahí, cada minuto de
diálogo se tarifa a 30 céntimos de euro. El cargo o coste de la conversación se
aplica en la tarjeta bancaria que el cliente previamente nos ha de facilitar.
Para aquellos que necesitan utilizar con frecuencia nuestros servicios, ofrecemos
la posibilidad de comprar unos bonos de tiempo (60, 120 y 180 minutos) que se
pueden ir gastando o “consumiendo” poco a poco, cuyo minuto de coste resulta
más rentable o económico para el usuario”.
Mientras apuraban ese aromático café que les habían
servido, en el feliz reencuentro para la amistad, Flavio proseguía con su
asombrosa locuacidad, explicándole a su viejo amigo en qué y cómo trabajaba y
disfrutaba. La gente seguía gozando de la placidez de la tarde, transitando en
su lento caminar por delante de estos dos mozos cuarentones, sentados en
primera fila de una afamada cafetería franquiciada instalada en la zona este
del amplio perímetro portuario. La permanente gesticulación mímica y manual con la que el psicólogo ilustraba su
explicación llamaba la atención de algunos paseantes, quiénes con el “rabillo”
del ojo observaban la teatralización que imprimía el joven de las sienes
encanecidas a su visiblemente interesado interlocutor.
“Sí, Marquitos. Algunos clientes piden simplemente
hablar. Hablar de lo que sea. Poder comunicar y expresar sus palabras, teniendo
a quien las atiende y responde. Sin
embargo hay personas que solicitan abordar temáticas especializadas. Materias
concretas que pueden ser de naturaleza política, deportiva, cinematográfica,
teatral, filosófica, médica, científica, familiar, educativa… etc. Incluso, la
jardinera y el bricolaje. Por supuesto los gastos de la llamada corren a cuenta
del cliente, tarjeta de por medio. En realidad este “producto” que vendemos no
está patentado. Hay otras empresas en el mercado de la comunicación que
utilizan el mismo o similar formato, poniendo un coste inferior al precio de
las llamadas. Pero cada una de estas empresas tienen ese “toque” personal, que les hace diferenciarse tan notoriamente una
de otra. En nuestro caso, aplicamos u ofrecemos nuestra experiencia,
disponibilidad y una formación cualificada de los locutores, profesionales que
tratamos de propiciar un clima anímico de proximidad. No, por supuesto, la
empresa no nos retribuye a todos los miembros del staff con el mismo sueldo
mensual. Por el contrario “premia” a los locutores que generen más minutos de
escucha o tengan una cartera clientelar más consolidada y fiel.
Fundamentalmente por su habilidad e imaginación para “dar oxígeno” afectivo y
mantener felices a esas personas que necesitan y reclaman tener a alguien con
quién hablar.”
El anaranjado sol de la tarde iba ya
languideciendo, mientras los minutos pasaban entre los dos antiguos amigos que
recuperaban esa amistad que el tiempo había aletargado por sus respectivas
vidas. El asombro de Marcos era manifiesto al comprobar lo entregado que Flavio
estaba en la encomiable y rentable labor que realizaba en esa empresa que
ayudaba a las personas solitarias. Aunque las manecillas del reloj continuaban
su imparable caminar, parecía que uno y otro interlocutor se esforzaban en
evitar poner el punto y final a esa fraternal y amistosa reunión. “Supongo,
Flavio, que algunos contactos telefónicos o informáticos, te habrán dejado
huellas profundas, tanto por las características del personaje, como por la
temática sobre la que habéis tenido que dialogar ¿Estoy en lo cierto?”
“Efectivamente, la profesión de psicólogo me hace
llegar a muchas intimidades complejas, que confirman la indefinible variedad de
caracteres que encierran nuestras vidas. Pero es en este ámbito de la soledad
cuando los pacientes se quedan más “desnudos” a causa de esa necesidad de
comunicación que tanto perjuicio y daño les provoca. Te podría contar o narrar
acerca de centenares de casos, guardando lógicamente el debido respeto hacia la
privacidad de estas personas.
“En cierta ocasión, mi interlocutor telefónico fue un antiguo actor de teatro, que nunca pasó de
interpretar roles o papeles secundarios, en las obras en que le permitían, a
veces con míseras migajas, poder participar. Alcanzaba ya una avanzada edad y
soportaba con dolida desesperación ese trauma de la soledad. Confesó que había
estado unido, en los momentos más vitales de su existencia, a tres mujeres que,
en épocas de vacas flacas, le fueron abandonando sin más. Sus no muchos amigos
habían ya viajado al reino infinito de los desconocido. Vivía en una modesta
habitación realquilada, piso integrado en un vetusto caserón de una zona degradada
en lo urbano. Recibía una muy humilde pensión asistencial que apenas le daba para alimentarse. En sus
momentos de actividad laboral, nadie de los que le contrataban se preocupó o
quiso cotizar por él. En ocasiones, una señora mayor le subía un plato de
alimento caliente, procedente de ese sobrante que siempre queda en la olla y
acaba tirado en el recipiente de los residuos. Él pensaba que había tenido sus
momentos de “gloria” pero ahora prácticamente casi nadie le prestaba el menor
caso. Ese anonimato era lo que más le dolía. Se sentía innecesario, sustituible,
un molesto estorbo en la amnesia colectiva. Aquella noche sólo quería hablar
con alguien. Merecer y gozar de un poquito de atención y respuesta. La
dirección de la empresa decidió no cargarle el coste de los 15 o 20 minutos que
estuvimos hablando”.
“Otro día, ya en plena madrugada (es cuando el
índice de clientela se “dispara”) un nervioso interlocutor, de 51 años, me
confesó “de buenas a primera” que era un enfermo de
pederastia. En repetidas ocasiones de la charla, manifestó que se
arrepentía de los daños que había causado a esos seres indefensos, niños y niñas,
con los que había tratado. Pero que la soledad, provocada por la falta de
amistad en que se sentía sumido, potenciaba esa querencia insana hacia los
seres más jóvenes. Tenía pánico a que su cuerpo acabara dentro de los barrotes
de una prisión. Posiblemente, en aquella noche de valiente confesión, me veía
como a ese sacerdote que tiene poder para comprender y perdonar. Él mismo había
sido víctima, en los años de su infancia, de los mismos delitos que ahora
seguía perpetrando. Deshonestas acciones que fueron perpetradas por un amante
secreto de su propia madre. Un verdadero drama”.
Flavio seguía con su manifiesta locuacidad, ante su
amigo Marcos. Pero uno y otro comprendieron que ese par de cafés, con los que
renovaban una vieja amistad largo años interrumpida, habían dado para casi un
par de horas, en las que el diligente psicólogo había llevado un indisimulado
protagonismo. Las cortinas celestes del firmamento se habían teñido de un azul
oscuro que indicaba la llegada nocturna. El psicólogo tenía que entrar ese día
en El Espejo de la Palabra a las 22 horas, a fin de cubrir el turno de noche,
junto a otros tres compañeros. Marcos aceptó finalmente la sutil travesura de
ir junto a su amigo a compartir sendas pizzas, en un Dominó cercano. Previamente
había telefoneado a su madre para tranquilizarla y avisarle de que no iría a
cenar esa noche, pues volvería algo tarde a casa. Su amigo lo había también
invitado a que estuviera un buen rato en la oficina de atención a las llamadas,
para que pudiera conocer in situ cómo funcionaba ese proceso del tiempo
comprado para hablar, por parte de esas almas que no tienen con quién
intercambiar las palabras.
Quedó gratamente impresionado al comprobar la
destreza profesional de su amigo, que mantuvo una conversación telefónica de
treinta y cinco minutos, con una señora mayor, que se identificó por Amaia, que padecía un insomnio consolidado. La buena
mujer comentaba que sufría procesos de pánico a la llegada de las noches
cuando, viviendo sola en casa, no tenía a nadie con quien hablar o comunicar.
Para compensar la soledad que tanto le aturdía, solía acudir a la cocina para
tomar lo que fuera, habiendo entrado en un estado bulímico compulsivo, que le
había hecho incrementar su peso, por término medio, un kilogramo cada mes. Se
despidió de Flavio prometiéndole que cada noche, a eso de las once, trataría de
contactar con el programa, para mantener un ratito de conversación con él. Para
ella sería la mejor medicina con la que corregir sus miedos y esas ansias por
“engullir” todo lo que entrara por la boca, comportamiento que tan poco bien
hacía a su ya obeso organismo.
En la despedida,
los dos amigos prometieron tener al menos un encuentro mensual. Cuando Marcos
volvía a su domicilio, se cruzó con ese anciano, que cada una de las noches
dormía bajo el soportal de la galería financiera. Esa noche le dio las buenas
noches al mendigo. Lo hizo en un arranque interior del que luego se alegró. “Buen hombre ¿Le apetece a Vd. que compartamos una
infusión o un vaso de leche caliente?” La noche había entrado en una intensa
humedad. Los suelos parecían como mojados por el rocío. Marcos sentía un poco
de frío en el cuerpo, pero una agradable templanza en el alma.-
EL FIEL ESPEJO DE LA
PALABRA,
CONTRA EL VACÍO DE
LA SOLEDAD
José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la
Victoria. Málaga
7 Febrero 2020
Did you hear there's a 12 word sentence you can communicate to your partner... that will induce deep feelings of love and impulsive attractiveness for you buried within his heart?
ResponderEliminarThat's because hidden in these 12 words is a "secret signal" that fuels a man's instinct to love, adore and look after you with his entire heart...
12 Words Will Fuel A Man's Desire Instinct
This instinct is so hardwired into a man's mind that it will make him work harder than before to build your relationship stronger.
In fact, triggering this powerful instinct is so mandatory to achieving the best ever relationship with your man that once you send your man a "Secret Signal"...
...You will instantly notice him open his soul and mind for you in a way he's never expressed before and he will perceive you as the only woman in the galaxy who has ever truly interested him.