viernes, 7 de febrero de 2020

EL FIEL ESPEJO DE LA PALABRA, CONTRA EL VACÍO DE LA SOLEDAD.


Debido a muy diversas circunstancias de la vida, son millones y millones las personas que viven solas en el mundo. Aunque algunas de ellas lo hagan de manera voluntaria, la mayoría de estos ciudadanos se ven obligados a organizar su propia soledad muy en contra de su íntima voluntad. En el caso de España, se calcula que son aproximadamente cinco millones los hombres y mujeres que no comparten su domicilio con nadie más. De ese número, casi un 20 % superan los 80 años de edad. A través de nuestro conocimiento relacional, se puede afirmar que muchos de estos seres solitarios saben organizar relativamente bien su amplio tiempo libre disponible. Pero, en general, nuestra percepción también nos dice que una amplia mayoría no sabe cómo sobrellevar ese pesado lastre o trauma que el destino les ha deparado. No siempre saben o pueden  encontrar ese amigo, compañero o conocido, con el que dialogar y compartir algunos minutos u horas en los días. La necesidad de ese interlocutor es más que perentoria en estos hombres y mujeres solitarias para comentar, discutir, intercambiar, entretener, aprender, dar y recibir. Y esa dificultad tiene su origen en que no siempre aceptamos la particular o diferente forma de ser de nuestra pareja, amigo o compañero, prevaleciendo los egos sobre la comprensión y la generosidad. El yo se superpone, tozudamente, al tú.

La necesidad diaria de diálogo, en estas personas que soportan la soledad, es profunda y psicológicamente irrenunciable. Tratan de paliar esta íntima carencia arbitrando, con más o menos éxito, una serie de imaginativos recursos con los que intentar paliar ese patológico silencio, acústico y psíquico, que con tanto pesar sobrellevan. La compañía de la radio y la televisión, también del ordenador, son instrumentos demandados y utilizados para este fin. Hay que añadir a estos habituales recursos la magia benefactora y empática del cine, el teatro o las notas musicales de un buen concierto. De manera más cotidiana, también les resulta muy útil esos valiosos minutos aplicados para el intercambio de las palabras, con el médico de cabecera, con el confesor, el tendero, el peluquero, el vendedor, el operario de la limpieza, el conductor del bús y el vecino del tercero. Es importante el calor humano y la ayuda que encuentran en ese otro jubilado del parque o del asiduo paseante, matinal o vespertino, por la plaza de la villa. Tampoco podemos olvidarnos de ese peculiar “diálogo” que tantas veces mantenemos con el autor bibliográfico quien, con su destreza narrativa, “habla” generosamente con el interesado lector de sus textos.

El afectivo e inesperado reencuentro, entre dos viejos amigos y compañeros de los claustros universitarios, se produjo en un fin de semana de febrero. Era precisamente un día en que el cielo regalaba a la ciudadanía una dulce y primaveral  climatología, propicia para disfrutar del paseo a través de los jardines y calles de la ciudad.  Marcos Valencia y Flavio Bellacasa, se habían conocido en el campus de Teatinos, estudiando el primero en la facultad de derecho, mientras que Flavio (su padre fue un gran aficionado al conocimiento de la Historia Antigua) estaba matriculado en la facultad de psicología. Aquella íntima amistad entre ambos, durante esa fase de la formación universitaria, sufrió un progresivo distanciamiento o enfriamiento a la finalización de sus respectivas licenciaturas, hecho que se produjo precisamente el primer año de la actual centuria. El complejo proceso para la acomodación laboral centró todos sus esfuerzos y, salvo alguna llamada o felicitación por Navidad, los dos jóvenes apenas encontraron el tiempo y la oportunidad para continuar su amistad en la edad adulta.

Tras saludarse efusivamente, Marcos sugirió la posibilidad de compartir unos minutos alrededor de sendas tazas de café, oferta que encontró una alegre receptividad en su antiguo amigo de estudios. Por sus vidas habían pasado casi dos décadas del tiempo, por lo cual ambos estaban ansiosos de conocer los detalles básicos acerca de cómo les había ido la vida, en esos cuatro lustros en los que apenas habían tenido contactos.

Cuando finalizó su licenciatura, Marcos había formado parte de un despacho de cuatro abogados jóvenes, todos ellos compañeros de promoción. Sin embargo un día acudió a una entrevista de trabajo, convocada por una importante cadena de grandes almacenes comerciales, con el objetivo de formar parte de su gabinete jurídico. Tuvo méritos y suerte, pues allí continúa prestando sus servicios, durante los últimos años vinculado preferentemente al departamento de seguros e inversiones en esa poderosa entidad. Estuvo casado a lo largo de seis años, al cabo de los cuales él y su mujer Delia decidieron darle caminos independientes a su breve experiencia matrimonial, en la que no hubo descendencia. Ha tenido algunas relaciones, temporales y superficiales en el compromiso, pero en la actualidad sigue conviviendo con su madre, una cariñosa señora viuda desde hace muchos años. “¿Y a ti cómo te va, Flavio? Desde luego que te conservas como si no hubiera pasado el tiempo por tu anatomía”.

“Eres muy generoso, Marquitos, pero tú y yo hemos entrado ya en esa inquietante cuarta década, en la que se va notando la llegada de algunas “averías” que nos avisan del almanaque. Pero, desde luego, no nos podemos quejar. También yo me casé. Te acordarás de aquella compañera llamada Amanda, de dos cursos atrás en mi facultad. Aquella chica, con cara de sabionda, pero muy simpática, que solía venir a nuestras fiestas. Tenemos dos crías, en plena adolescencia. Te puedes imaginar la paciencia que hay que aplicar. Una de ellas ya ha comenzado este año el bachillerato, en el Instituto. Ya sabes como pienso, siempre educación pública. He trabajado en el departamento de psicología laboral en un par de firmas muy contrastadas (una empresa de confección textil y en una cadena hotelera de ámbito nacional). Pero desde hace dos años presto mis servicios en una importante empresa de ayuda a la soledad. Por cierto, muy bien compensado en lo económico y gratificado en la acción social que desempeño. Si quieres te explico la naturaleza de esta empresa, denominada EL FIEL ESPEJO DE LA PALABRA.

Formamos un amplio equipo de colaboradores, con distintas especialidades en nuestra formación. Ofertamos nuestros servicios, de manera prioritaria, a través de Internet. El perfil básico de nuestros clientes son las personas que sufren, con más o menos intensidad, el drama humano de la soledad. El objetivo de aquéllos que nos llaman por teléfono o contactan con nosotros a través del ordenador, es compensar o paliar su necesidad de diálogo, sugerencia o consejo que tan bien gratifica. Es decir, atendemos a las personas que no tienen con quien hablar, ofreciéndoles nuestra atención y receptividad. aportando para ello el aval de nuestra experiencia y titulación. Aunque entre nuestro equipo hay colaboradores con muy distintas profesiones, prevalece en el mismo aquellos miembros titulados o con experiencia en el campo de la psicología , la sociología y la medicina. También hay un par de expertos en aplicaciones tecnológicas. Los primeros dos minutos de contacto, vía teléfono o Internet, son gratis para nuestros clientes. A partir de ahí, cada minuto de diálogo se tarifa a 30 céntimos de euro. El cargo o coste de la conversación se aplica en la tarjeta bancaria que el cliente previamente nos ha de facilitar. Para aquellos que necesitan utilizar con frecuencia nuestros servicios, ofrecemos la posibilidad de comprar unos bonos de tiempo (60, 120 y 180 minutos) que se pueden ir gastando o “consumiendo” poco a poco, cuyo minuto de coste resulta más rentable o económico para el usuario”.

Mientras apuraban ese aromático café que les habían servido, en el feliz reencuentro para la amistad, Flavio proseguía con su asombrosa locuacidad, explicándole a su viejo amigo en qué y cómo trabajaba y disfrutaba. La gente seguía gozando de la placidez de la tarde, transitando en su lento caminar por delante de estos dos mozos cuarentones, sentados en primera fila de una afamada cafetería franquiciada instalada en la zona este del amplio perímetro portuario. La permanente gesticulación mímica  y manual con la que el psicólogo ilustraba su explicación llamaba la atención de algunos paseantes, quiénes con el “rabillo” del ojo observaban la teatralización que imprimía el joven de las sienes encanecidas a su visiblemente interesado interlocutor.

“Sí, Marquitos. Algunos clientes piden simplemente hablar. Hablar de lo que sea. Poder comunicar y expresar sus palabras, teniendo a quien las atiende y responde.  Sin embargo hay personas que solicitan abordar temáticas especializadas. Materias concretas que pueden ser de naturaleza política, deportiva, cinematográfica, teatral, filosófica, médica, científica, familiar, educativa… etc. Incluso, la jardinera y el bricolaje. Por supuesto los gastos de la llamada corren a cuenta del cliente, tarjeta de por medio. En realidad este “producto” que vendemos no está patentado. Hay otras empresas en el mercado de la comunicación que utilizan el mismo o similar formato, poniendo un coste inferior al precio de las llamadas. Pero cada una de estas empresas tienen ese “toque” personal,  que les hace diferenciarse tan notoriamente una de otra. En nuestro caso, aplicamos u ofrecemos nuestra experiencia, disponibilidad y una formación cualificada de los locutores, profesionales que tratamos de propiciar un clima anímico de proximidad. No, por supuesto, la empresa no nos retribuye a todos los miembros del staff con el mismo sueldo mensual. Por el contrario “premia” a los locutores que generen más minutos de escucha o tengan una cartera clientelar más consolidada y fiel. Fundamentalmente por su habilidad e imaginación para “dar oxígeno” afectivo y mantener felices a esas personas que necesitan y reclaman tener a alguien con quién hablar.”

El anaranjado sol de la tarde iba ya languideciendo, mientras los minutos pasaban entre los dos antiguos amigos que recuperaban esa amistad que el tiempo había aletargado por sus respectivas vidas. El asombro de Marcos era manifiesto al comprobar lo entregado que Flavio estaba en la encomiable y rentable labor que realizaba en esa empresa que ayudaba a las personas solitarias. Aunque las manecillas del reloj continuaban su imparable caminar, parecía que uno y otro interlocutor se esforzaban en evitar poner el punto y final a esa fraternal y amistosa reunión. “Supongo, Flavio, que algunos contactos telefónicos o informáticos, te habrán dejado huellas profundas, tanto por las características del personaje, como por la temática sobre la que habéis tenido que dialogar ¿Estoy en lo cierto?”

“Efectivamente, la profesión de psicólogo me hace llegar a muchas intimidades complejas, que confirman la indefinible variedad de caracteres que encierran nuestras vidas. Pero es en este ámbito de la soledad cuando los pacientes se quedan más “desnudos” a causa de esa necesidad de comunicación que tanto perjuicio y daño les provoca. Te podría contar o narrar acerca de centenares de casos, guardando lógicamente el debido respeto hacia la privacidad de estas personas.

“En cierta ocasión, mi interlocutor telefónico fue un antiguo actor de teatro, que nunca pasó de interpretar roles o papeles secundarios, en las obras en que le permitían, a veces con míseras migajas, poder participar. Alcanzaba ya una avanzada edad y soportaba con dolida desesperación ese trauma de la soledad. Confesó que había estado unido, en los momentos más vitales de su existencia, a tres mujeres que, en épocas de vacas flacas, le fueron abandonando sin más. Sus no muchos amigos habían ya viajado al reino infinito de los desconocido. Vivía en una modesta habitación realquilada, piso integrado en un vetusto caserón de una zona degradada en lo urbano. Recibía una muy humilde pensión asistencial  que apenas le daba para alimentarse. En sus momentos de actividad laboral, nadie de los que le contrataban se preocupó o quiso cotizar por él. En ocasiones, una señora mayor le subía un plato de alimento caliente, procedente de ese sobrante que siempre queda en la olla y acaba tirado en el recipiente de los residuos. Él pensaba que había tenido sus momentos de “gloria” pero ahora prácticamente casi nadie le prestaba el menor caso. Ese anonimato era lo que más le dolía. Se sentía innecesario, sustituible, un molesto estorbo en la amnesia colectiva. Aquella noche sólo quería hablar con alguien. Merecer y gozar de un poquito de atención y respuesta. La dirección de la empresa decidió no cargarle el coste de los 15 o 20 minutos que estuvimos hablando”.

“Otro día, ya en plena madrugada (es cuando el índice de clientela se “dispara”) un nervioso interlocutor, de 51 años, me confesó “de buenas a primera” que era un enfermo de pederastia. En repetidas ocasiones de la charla, manifestó que se arrepentía de los daños que había causado a esos seres indefensos, niños y niñas, con los que había tratado. Pero que la soledad, provocada por la falta de amistad en que se sentía sumido, potenciaba esa querencia insana hacia los seres más jóvenes. Tenía pánico a que su cuerpo acabara dentro de los barrotes de una prisión. Posiblemente, en aquella noche de valiente confesión, me veía como a ese sacerdote que tiene poder para comprender y perdonar. Él mismo había sido víctima, en los años de su infancia, de los mismos delitos que ahora seguía perpetrando. Deshonestas acciones que fueron perpetradas por un amante secreto de su propia madre. Un verdadero drama”.

Flavio seguía con su manifiesta locuacidad, ante su amigo Marcos. Pero uno y otro comprendieron que ese par de cafés, con los que renovaban una vieja amistad largo años interrumpida, habían dado para casi un par de horas, en las que el diligente psicólogo había llevado un indisimulado protagonismo. Las cortinas celestes del firmamento se habían teñido de un azul oscuro que indicaba la llegada nocturna. El psicólogo tenía que entrar ese día en El Espejo de la Palabra a las 22 horas, a fin de cubrir el turno de noche, junto a otros tres compañeros. Marcos aceptó finalmente la sutil travesura de ir junto a su amigo a compartir sendas pizzas, en un Dominó cercano. Previamente había telefoneado a su madre para tranquilizarla y avisarle de que no iría a cenar esa noche, pues volvería algo tarde a casa. Su amigo lo había también invitado a que estuviera un buen rato en la oficina de atención a las llamadas, para que pudiera conocer in situ cómo funcionaba ese proceso del tiempo comprado para hablar, por parte de esas almas que no tienen con quién intercambiar las palabras.

Quedó gratamente impresionado al comprobar la destreza profesional de su amigo, que mantuvo una conversación telefónica de treinta y cinco minutos, con una señora mayor, que se identificó por Amaia, que padecía un insomnio consolidado. La buena mujer comentaba que sufría procesos de pánico a la llegada de las noches cuando, viviendo sola en casa, no tenía a nadie con quien hablar o comunicar. Para compensar la soledad que tanto le aturdía, solía acudir a la cocina para tomar lo que fuera, habiendo entrado en un estado bulímico compulsivo, que le había hecho incrementar su peso, por término medio, un kilogramo cada mes. Se despidió de Flavio prometiéndole que cada noche, a eso de las once, trataría de contactar con el programa, para mantener un ratito de conversación con él. Para ella sería la mejor medicina con la que corregir sus miedos y esas ansias por “engullir” todo lo que entrara por la boca, comportamiento que tan poco bien hacía a su ya obeso organismo.

En la despedida, los dos amigos prometieron tener al menos un encuentro mensual. Cuando Marcos volvía a su domicilio, se cruzó con ese anciano, que cada una de las noches dormía bajo el soportal de la galería financiera. Esa noche le dio las buenas noches al mendigo. Lo hizo en un arranque interior del que luego se alegró. “Buen hombre ¿Le apetece a Vd. que compartamos una infusión o un vaso de leche caliente?” La noche había entrado en una intensa humedad. Los suelos parecían como mojados por el rocío. Marcos sentía un poco de frío en el cuerpo, pero una agradable templanza en el alma.- 


EL FIEL ESPEJO DE LA PALABRA,
CONTRA EL VACÍO DE LA SOLEDAD



José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
7 Febrero 2020
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           




1 comentario:

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