Todos los sentidos y capacidades de la naturaleza
humana son importantes y necesarios, para desarrollar una mejor calidad de
vida. El sentido conceptual de esta frase supone una obviedad, sin embargo es
necesario repetirla y aplicarla para no “olvidarla”. Y esta última palabra nos
trae a la mente la imprescindible, por decisiva, facultad que nos proporciona la memoria. La persona que perdiera totalmente esta
insustituible capacidad quedaría penosa y peligrosamente “huérfana”,
desorientada y sin fundamentos, a fin de poder moverse y subsistir en este
abigarrado mar social en el que nos hallamos insertos. En más de alguna ocasión
el profesor explicaba a sus alumnos el siguiente aserto: una persona que
careciera del menor dato o conocimiento histórico sería como un ser amnésico,
sin ese recurso innegociable para la existencia como es la memoria.
La capacidad de recordar es una cualidad o
facultad, hay que repetirlo, absolutamente imprescindible para la vida. Cierto
es que no todos poseemos los mismos niveles de memoria. Ese mismo profesor del
que hablamos reflexionaba acerca de ese o esos alumnos que tiene en el aula y
que no trabajan lo suficiente, realidad que observaba en el trato diario de las
clases, confirmada por la manifestación que hacían los padres acerca del tiempo
que su hijo dedicaba al estudio en casa. Pero, por extraño que parezca, esos
escolares escasamente trabajadores aprobaban bien sus ejercicios y exámenes.
Incluso lo hacían con buenas calificaciones. A pesar de estar contratado el
escaso tiempo que aplicaban a los libros y a los apuntes. Y ¿cuál era y es la
causa de esta curiosa paradoja? En la mayoría de los casos (aunque no siempre)
la explicación del éxito en estos escolares “vagos” hay que encontrarlo en esa
potencialidad para la memoria (y el ejercicio de la misma) con que la
naturaleza les ha dotado.
Como ocurre con cualquier otro componente de
nuestro organismo, físico o mental, también nuestra memoria necesita el adiestramiento y el ejercicio continuo
para su imprescindible vitalización. En caso contrario, va perdiendo eficacia y
capacidad de respuesta para nuestro servicio. Una persona que apenas camina, va
reduciendo progresivamente la masa muscular en sus piernas. Si no hacemos
esfuerzos de potencia y peso, la correspondiente masa muscular de nuestros
brazos va perdiéndose, limitándose progresivamente aquella fuerza que en algún
momento necesitamos aplicar. Si nunca subimos escaleras o avanzamos por las
laderas de una montaña o colina, nos “ahogaremos” con una manifiesta falta de
oxígeno, cuando algún día tengamos que subir los peldaños o tramos de alguna
escalera. Pues igual ocurre con nuestra mente. Si no la ejercitamos, se
adocenará, día tras día, hasta quedar “bastante plana” como para resolver
cuestiones de mínima o mayor envergadura. Si no entrenamos la memoria, esta
facultad perderá vitalidad y eficacia para la respuesta. Con la inquietante
realidad de que podemos llegar a perderla, de manera penosamente irremediable.
Hace ocho años ya, desde que unos infortunados
acontecimientos produjeron un profundo cambio en la estable vida de Akia. Hasta entonces (tenía 47 años) organizaba su
tiempo de una manera muy aburguesada y ociosa. En aquel momento sumaba
exactamente dos décadas de un normalizado matrimonio con Nerio, unión que sin embargo no había tenido el
regalo de “la cigüeña” pues, aunque visitaron diversas clínicas especializadas
a lo largo de este tiempo, su infertilidad genética carecía de una factible
solución médica. Aunque había estudiado la licenciatura de Biología, nunca
llegó a ejercerla, tanto en la investigación como en la docencia. Su marido era
un importante ejecutivo, muy buen retribuido, vinculado a una poderosa
institución financiera multinacional, por lo que no tenían necesidad alguna de una
entrada supletoria de capital en la familia. La vocación docente no era lo suyo
y para la actividad investigativa nunca se sintió realmente animada y cualificada.
Por todo ello se entregó al cuidado y organización de su hogar, al trato con
las amigas, especialmente en la profundidad social de las tardes, completando el
tiempo de la distracción con la práctica de la lectura y las visitas al cine, evitando
perderse alguno de los principales estrenos en la multipantallas de su
cosmopolita ciudad. En ocasiones acompañaba a Nerio en sus frecuentes viajes de
negocios, tanto en el marco territorial nacional, como también por diversos
países extranjeros.
Pero aquella noche de otoño, todo cambió para ella,
de la manera más inesperada y cruel en su normalizado y supuesto equilibrio. Su
marido, con la frialdad del hielo y la fuerza de la sinceridad, le confesó
después de la cena que iba a ser padre. Su
secretaria personal, Carol, una diplomada
experta en marketing empresarial y con la que mantenía una secreta relación
sentimental desde hacía casi dos años, iba a tener una niña, paternidad que él nunca negó. Aunque superaba a la chica en
veintitrés años, se sentía feliz con la ilícita relación que ambos mantenían y
estaba completamente decidido a emprender una nueva vida al lado de la futura
madre.
Pero con la muy importante compensación o
indemnización económica que recibió de su ex marido, tras la negociación llevada
a cabo por expertos abogados matrimonialistas, además del lujoso piso que hasta
el momento ambos habían cohabitado, se dispuso también ella a reiniciar una
existencia lastrada por el fracaso afectivo, superando con gran entereza y
equilibrio la drástica infidelidad conyugal de la que había sido objeto. Su
amiga de siempre, Maica fue la primera que le
puso voz y proyecto a una antigua ilusión que Akia siempre había mantenido,
como divertida experiencia para su nueva vida. ¿Y
por qué no te embarcas, ahora que tienes todo el tiempo del mundo, en ese constante
proyecto del que, en los momentos de mayor sinceridad y deseo, me confiabas? Es
una aventura desde luego, pero siempre me pareció un precioso reto el intentar
montar una elegante y al tiempo espectacular tienda de flores. No hay comercio
más noble, virtuoso y vinculado con ese entorno natural que tanto amas, como el
emplear tu tiempo en satisfacer la demanda de muchas almas sensibles y
especiales, que valoran más comprar, tener o regalar una flor, sobre cualquier
otro producto, por lujoso u ostentoso que éste sea o parezca”.
En apenas cuatro meses esa bien montada
floristería, denominada JARDINIA, abría
gozosamente sus puertas al público. Ocupaba un céntrico local, a no mucha
distancia del gran monumento catedralicio de la ciudad, espacio cuyos 60 metros
cuadrados de superficie útil se veía acompañado e inteligentemente ampliado por
un coqueto patio interior. Desde ese lugar dotado de luz natural, el sol
entraba en la zona comercial del negocio durante algunas horas del día. Además
en ese patio habían instalado una pequeña fuente, que transmitía el chapoteo
acústico del agua y daba frescor a los numerosos recipientes que contenían los
racimos de flores, precioso material que posteriormente iba a ser expuesto en
las bancadas comerciales del elegante y vegetal establecimiento.
Akia quiso desde el primer momento que Maica le
acompañara en esta delicada, pero siempre ilusionada, aventura comercial,
firmándole administrativamente un
contrato laboral para que entre ambas llevaran el negocio de la venta de
flores. Su amiga no lo dudó un instante, abandonando el trabajo de
representación que en ese tiempo desarrollaba y que no era otro que la venta
domiciliaria de productos cosméticos.
Poco a poco, pero con la tensión voluntariosa que
para su sorpresa iba descubriendo en sí misma, Akia fue recuperando la
estabilidad y la alegría de vivir una nueva modalidad de existencia. El negocio
floral iba bastante bien (con ventas “oxigenantes” en fechas de onomásticas
generalizadas, así como en Navidad, San Valentín, fiestas de final de curso y
veraniegas, natalicios, bautizos, bodas, cumpleaños, también sepelios,
romerías, Semana Santa, etc). Para su suerte Maica era una excelente
colaboradora y amiga, pues sabía aplicar su natural “don de gentes” a la
cuidada pero al tiempo variada clientela que sostenía un negocio que hacía
homenaje a la sensibilidad humana. Incluso la relación con Nerio, su ex, se
adornaba con el más civilizado trato relacional de dos personas que habían
convivido durante más de cuatro lustros juntas. Pero el destino tiene sus leyes
caprichosas, cuya comprensión y lógica escapa, en la mayoría de las ocasiones,
a toda racionalidad o previsión. Y esas nubes de color gris que opacan la
claridad solar no actuaban sólo en la continuada convivencia de Nerio y Carol,
cuya notable diferencia de edades iba produciendo “desajustes” en el
comportamiento conyugal, una vez desaparecidos los incentivos de los encuentros
furtivos y traviesos que habían mantenido durante su ilícita relación afectiva.
La preocupación había llegado también a la vida de Akia.
La propietaria de la floristería era aún una mujer
relativamente joven, pues sus 56 años eran muy bien llevados, por un organismo
corporal sin mayores problemas de funcionamiento. Con fortuna no estaba
sometida a la debilidad del tabaco. Sus ingestas diarias reflejaban una
alimentación normalizada (tal vez, con alguna simpática debilidad en los
postres) y, aunque no practicaba el deporte de manera constante, algunos fines
de semana solía caminar por entornos naturales, acompañada tanto por Maica como
también por otras antiguas amigas, compañeras del colegio religioso en donde
habían estudiado durante su niñez y adolescencia. ¿Cuál era entonces la naturaleza de esos problemas que comenzaron a
enturbiar la serena vida de esta buena mujer?
Todo comenzó con los típicos olvidos que afectan a
casi todas las personas, a medida que se van cayendo las hojas temporales del
calendario. “¿Dónde he puesto las llaves, el reloj, las gafas o la tarjeta de
crédito?” Más tarde, llegaron problemas con la memorización de los números de
teléfonos y con el propio carnet de identidad. Dificultad para concretar las
palabras con las que nombran a los alimentos usuales. Ese “lo tengo en la punta
de la lengua, pero no me sale” se le hacía “demasiado” habitual. También se
“borraban” en su mente los nombres de personas con las que había tratado, los
títulos de las películas famosas, las fechas y las horas de las citas médicas,
los cumpleaños y las onomásticas de sus familiares y amigos cercanos. Se
mezclaban en ella recuerdos clarividentes de la infancia y olvidos totales de
acontecimientos o hechos importantes insertos en su biografía. Cuando al fin
aceptó que Makia la llevara al neurólogo, los primeros análisis reflejaron
importantes “vacíos” en señalar, por ejemplo, la comida que había tomado “ayer
noche” o en concretar/equivocar el día de la semana que señalaba en ese momento
el almanaque. Los fallos en la orientación comenzaron también a surgir: el ubicar
con acierto los barrios de la periferia o no reconocer con exactitud dónde se
encontraba, de manera especial durante las horas nocturnas. Ya fue más doloroso
cuando confundía a determinados familiares, aunque tuviese con ellos un trato
no habitual o espaciado.
El especialista médico, tras las entrevistas y la
comprobación de las diversas pruebas aportadas, como resonancias magnéticas y
ecografías craneales, le prescribió un progresivo tratamiento farmacológico, a
fin de “alimentar” esa la circulación
intracraneal que favoreciera la permanencia, en lo posible, de la memoria
próxima. Informado de estos hechos por Maica, Nerio se prestó sin dudarlo para
acompañar a su antigua compañera en las visitas médicas, consultas a las que
Akia era un tanto reticente, pues no aceptaba esa situación orgánica que, aún con
lentitud, le iba afectando.
Akia, junto a su amiga y colaboradora, continuaba
atendiendo a su tienda de flores. Sin embargo había momentos del día en que la
asistencia de clientes era muy reducida o prácticamente nula, tiempos en los
que Maica sacaba de un armario algún material preparado para ayudar a la activación de la memoria. Eran ejercicios
mentales que su íntima amiga aceptaba realizar como entretenimiento y saludable
terapia. Entre esos ejercicios, los había simples y otros más complicados, pero
todos ellos facilitaban ese ejercicio neural que si no se practica puede
desvitalizar nuestro cerebro, al igual que ocurre con la masa muscular de
nuestro organismo cuando no se practica ejercicio físico alguno. ¿Y cuáles eran algunos de esos ejercicios?
Por ejemplo, la lectura de textos y frases al revés
(al igual cuando vemos el reverso de un cristal, en cuyo anverso está escrita
una frase más o menos larga). Ejercicios simples (o más avanzados en la
dificultad) de cálculo aritmético. Los bien conocidos sudokus, sopas de letras
y crucigramas. La conformación correcta de las diversas piezas que contienen
los puzles, con diversos grados de complejidad. El resumen de textos escritos o
argumentos de películas visionadas, con los nombres de ficción de los más
significados intérpretes. La expresión de recorridos callejeros, con los
nombres de las vías, ayudándose de simples planos urbanos. La narración de
pequeñas historias, aplicando el sugerente ejercicio de la escritura. La
ordenación del contenido de las cajoneras, en los armarios de los dormitorios, en
los muebles de cocina y en los aparadores de la sala de estar u oficina. La
visita a museos de los más variados estilos artísticos, leyendo los textos
explicativos de muchas de las obras expuestas y haciendo interpretaciones
personales de algunos cuadros o composiciones escultóricas, sin estar mirando
las obras en ese momento. Y así, un largo etc.
El tiempo cronológico continuaba impasible su
progresivo caminar en el calendario. Y en ese recorrido iba jalonando de
cambios, novedades y experiencias, la vida de todos nuestros protagonistas. Nerio se encuentra actualmente prejubilado, con una
cuantiosa indemnización o compensación recibida, tras la integración de su
entidad bancaria en una corporación financiera de ámbito mundial, con centro en
la asiática Tokio. Preside la Asociación de antiguos miembros del banco en el
que estuvo trabajando durante casi cuatro décadas. Viaja mucho, siempre
acompañado por nuevas conquistas afectivas, que bien recrean su activo equilibrio
lastrado por la edad. Por su parte Carol,
siempre abierta al trato con personas maduras (actitud derivada de su constante
y no resuelta inmadurez) mantiene una ardiente relación sentimental con un
magnate del petróleo, Iraquí de nacionalidad, con mucho dinero en sus bolsillos
y más años a sus espaldas. Maica ya no trabaja
en Jardinia. El frustrado proceso de su atracción por Akia, en ningún momento
correspondido por su amiga y dueña del establecimiento, le aconsejó
experimentar nuevos aires en el quehacer diario. En la actualidad es directora
de casting en una compañía que rueda spots cinematográficos para empresas de
publicidad.
Jardinia sigue atendiendo las demandas florales de
una muy contrastada clientela. Su directa gestión diaria es llevada por una
joven gerente, llamada Abigail, cualificada
persona que la aún propietaria del establecimiento conoció en una sesión de
rehabilitación, cuando la vital chica acompañaba a su madre. En cuanto a Akia … tiene sus días mejores u otros más nublados, aunque
su deterioro mental se ha ralentizado de manera muy esperanzadora. Su dinámico
neurólogo ha encontrado un poderoso e inesperado aliado para el tratamiento de la memoria. Los
colores de la naturaleza y las fragancias en el aroma de las flores, ejercen sorprendentes
y positivos resultados, para enriquecer y mantener el acerbo relacional de su
paciente, plenamente ilusionada con el cuidado de las flores, ese don
maravilloso a modo de maná bíblico, que la naturaleza no regala en cada uno de
los días.-
EL COLOR Y EL AROMA
INOLVIDABLE
DE LAS FLORES
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la
Victoria. Málaga
21 Febrero 2020
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