viernes, 14 de febrero de 2020

HABITACIÓN COMPARTIDA, EN DOS NOVEDOSAS NOCHES DE HOTEL.


La realidad de la oferta hotelera, en la actualidad, se define por una mayoritaria disponibilidad de habitaciones dobles para los posibles clientes. En los establecimientos turísticos apenas es posible encontrar hoy habitaciones pequeñas, individuales, para los usuarios que viajan solos. A petición de estos viajeros, la gerencia acepta en ocasiones el uso individual de una habitación con dos camas, aunque para ello gravan con una cantidad suplementaria  el coste de la factura por cada noche de estancia. Pero, en general, los hoteles quieren “vender“ sólo o preferentemente estancias en habitaciones dobles compartidas.

Cuando son grupos turísticos, los que utilizan los servicios de un hotel, los clientes que viajan sin pareja han de aceptar a un compañero para compartir la habitación o, en su caso, abonar un sobrecoste (que, en ocasiones, resulta bastante gravoso) si quieren utilizar la habitación doble como uso individual. En ocasiones son los mismos grupos o asociaciones los que “emparejan” a los viajeros solitarios, buscando determinadas afinidades para que la unión resulte más llevadera o agradable. Pero aún así las sorpresas pueden resultar inesperadamente ingratas, pues no se conoce suficientemente bien a ese compañero de asociación, hasta que no transcurre esas horas de unión continua en el reducido espacio de una habitación de hotel.  El comportamiento de esa pareja “que te ha correspondido” puede hacerte incómodas o sufrientes esas horas en las que necesariamente has de estar con ella en la habitación, de forma especial durante el tiempo para el descanso nocturno. Habrá que “negociar” el uso del baño, las opciones para la sintonización y volumen de la televisión, las características del sueño de cada uno, especialmente con los molestos ronquidos o la necesidad de ir a los lavabos, los hábitos compulsivos para el habla o la comunicación en algunos o los silencios prolongados en otros, sin olvidar el uso de aparatos electrónicos propios, especialmente telefónicos e informáticos, máquinas cuyo funcionamiento pueden resultar en sumo molestas en manos de compañeros ineducados o profundamente egocéntricos.

El destino, la suerte o el azar, quiso unir a los dos protagonistas de nuestra historia, en ese contexto introductorio ya explicitado a inicios del relato. Tanto Facundo como Heraclio estaban asociados a una peña recreativa y cultural, de titularidad privada, denominada con el castizo y popular apelativo de EL BOTIJO. Esta asociación realizaba numerosas y variadas actividades, para disfrute de todos los socios a ella vinculados. Disponía de un amplio local social, habilitado para celebraciones de fiestas, bailes, talleres de teatro, pintura, confección, bricolaje y abundante cine, para la distracción y sociabilidad de los asistentes. También programaban excursiones y viajes, además de prácticas senderistas por los alrededores suburbanos y localidades rurales, tanto de la provincia como en el territorio regional. Sociológicamente la mayoría de los asociados pertenecían al grupo de la 3ª edad, personas que ya habían alcanzado la etapa vital de la merecida jubilación. Porcentualmente eran mayoritarias las parejas familiares sobre los miembros individuales vinculados a esta peña, cuya sede estaba ubicada en uno de los barrios con mayor tradición malacitana: el barrio de la Trinidad.

Facundo Leónidas del Horno continuaba manteniendo su consolidada soltería, aunque privadamente tenía una sexual afición u obsesión por contactar con todas las mujeres que se le pusieran “a tiro” jactándose entre sus amigos, en esas noches de copas y verborrea de ser un gran “putero” palabra gruesa y soez que provocaba las risas y asombros de quiénes le escuchaban. Hasta los 52 años estuvo en activo, ejerciendo como miembro del ejército de tierra, no pasando de sargento en el escalafón castrense. Por la naturaleza de su profesión y el fuerte carácter de su atlética naturaleza, mostraba relacionalmente un temperamento autoritario y bastante egocéntrico en su autoestima. A partir de su media centuria, pasó a la reserva activa en la profesión militar. Sin embargo no era hombre para quedarse encerrado en casa, por lo que fue contratado como agente vigilante en una compañía privada de seguridad. Allí ha permanecido trabajando hasta cumplir los 65 años, cuando legalmente le llegó la hora de la “bendita” y anhelada jubilación. Ahora, con 74 años cumplidos, sigue residiendo sin compañía alguna en una acogedora y pequeña buhardilla reformada, propiedad que compró hace muchos años. Esa vivienda está inserta en un antiguo edificio situado en plena Plaza de Montaño, por las estribaciones del altozano o colina de El Ejido, poblada desde hace muchos años con edificaciones escolares y lúdico culturales. Es hombre de muy heterogéneas aficiones, entre las que destacan la práctica de la defensa personal, el seguimiento de la meditación hindú, el coleccionismo de armas de muy distintas épocas y últimamente la radiotelefonía, destreza desarrollada a partir de unos muy efusivos contactos mantenidos con una señora “rica” en años y en capital, dos veces viuda (el segundo cónyuge tenía instalado en su chalet una poderosa y bien dotada estación de radiodifusión).

¿Y cómo llegó este visceral personaje a la Peña El Botijo? Fue a causa de una sobrina, llamada Iris, quién haciendo un trabajo para sus estudios de sociología contactó con la afamada peña recreativa (más de 600 afiliados). Conociendo el mecanismo de su funcionamiento y el tipo medio de asociado, pensó de inmediato en el tío Facundo, a quien le vendría muy bien su inscripción por las relaciones sociales subsiguientes que podría llegar a tener. A la joven le preocupaba la permanente soltería y la desaconsejable soledad de su familiar directo, todo ello agudizado porque “el tito” ya no era un chiquillo, sino que avanzaba hacía su plena madurez en esas edades tan complicadas de la ancianidad. Ella misma le apuntó a la popular peña, venciendo las iniciales reticencias de tan testarudo solterón, quien pronto se sintió a gusto en tan castizo y alegre ambiente grupal. 

En el caso de Heraclio Trasiega Laria, nos encontramos a una persona de naturaleza tranquila, sumisa y adaptable a las circunstancias que a todos nos llegan con más o menos previsión. Sobre todo destacaba en una cualidad que definía su especial carácter: sabía respetar, sin mayor polémica, la peculiar forma de ser de las personas que le rodeaban. Había ejercido, durante su amplia vida laboral, como tendero dependiente en una céntrica tienda malagueña de ultramarinos. En este suculento comercio, enfundado en su recio babero de tela color crema, despachaba tras el mostrador, durante ocho horas diarias, las compras que los clientes que iban al colmado solicitaban, mayoritariamente alimentos de variada naturaleza, aunque también bebidas de elevado calibre alcohólico. Casado con Eufrasia, mujer siempre dedicada a las tareas del hogar, tuvieron una hija, Faila Mª quien siendo muy joven y con sólo estudios de bachillerato, se enamoró “alocadamente” en una fiesta veraniega de un chico de nacionalidad italiana, llamado Plinio, pizzero de profesión, con el que continúa actualmente unida, residiendo ambos en la ciudad siciliana de Palermo. Durante los veranos suele venir unos días a España, a fin de que sus padres conozcan y disfruten con sus tres nietos italianos.

El apacible tendero de la Plaza del Mercado se jubiló a los 63 años (ahora alcanza los 69) debido a unos problemas circulatorios y articulares que padecía en sus extremidades inferiores. Heraclio es una persona absolutamente corriente, sin mayores expectativas o ambiciones, con unas modestas aficiones que se nuclean en torno al fútbol, deporte que sigue por la radio y por los partidos televisados en directo, además de la lectura diaria del Marca o del As. Los domingos él y su mujer suelen salir a comer, acudiendo a algún ventorrillo de los Montes o en el entorno de la Venta del Túnel. En general Eufrasia es una mujer que prefiere y disfruta la vida hogareña, practicando sus esmeradas labores de croché (es muy habilidosa en esa labor artesanal), viendo cada día los programas de Jorge Javier en la Cinco o disfrutando del parloteo ocasional con las expresivas vecinas. El matrimonio forma una familia modesta y tranquila, sin grandes exigencias ni complicaciones.

Sin embargo Heraclio se aburría al no tener nada especial que hacer durante los siete días de la semana. Alguien le habló de la Peña El Botijo, muy malagueña y promotora de fiestas y excursiones “baratas” por los pueblos de la provincia y ciudades hermanas de Andalucía. Otro incentivo peñista consistía en tener la oportunidad de acudir por las mañanas o las tardes a la sede social, a fin de leer la prensa deportiva de manera gratuita. También podría hacer alguna amistad … Por todas estas razones se animó a darse de alta en la asociación, junto con su mujer, pagando por el dúo familiar treinta euros al año.

Además de ir a leer los periódicos, el antiguo tendero de los Ultramarinos Quintanilla solía participar, junto a su mujer, en esas frecuentes excursiones de una jornada, para visitar localidades de la provincia o de otras ciudades cercanas. Además de darse un buen paseo y recibir explicaciones acerca de los monumentos más destacados, el lúdico viaje se completaba con el disfrute de un almuerzo grupal celebrado en algún restaurante típico, todo ello a un precio bastante módico (la asociación subvencionaba en parte esta agradable y cultural actividad de muchos fines de semana). Aunque Heraclio nunca se había apuntado para participar en viajes más largos, en los que se tuviera que hacer noche (con el sobrecoste correspondiente al pago del hotel) aconsejado por su mujer se sintió motivado para participar en un desplazamiento que la peña había programado para los primeros días del marzo, previo a la celebración de la Semana Santa.

El objetivo de esta excursión de tres días (dos noches de hotel) tenía por destino visitar distintas localidades de las tierras extremeñas, teniendo como base residencial la monumental ciudad de Mérida. Aunque el precio de la excursión era mucho más gravoso, con respecto a las excursiones de un solo día, al fin Heraclio Trasiega dio un paso al frente. Llevaba algún tiempo deprimido a causa de esas nimiedades que al juntarse se convierten en problemas mayores, a causa de nuestro descontrol mental. A las molestias y dolores articulares, consolidados en su organismo debido al trabajo que había realizado siempre de pie durante casi cuatro décadas, se sumaron a los “disgustos” que le estaba dando su “equipo del alma” al haber perdido y empatado en casa los tres últimos partidos de la liga de fútbol. Los “blancos” una vez perdido el liderato, pasando a ocupar un quinto puesto en la clasificación, fuera de los lugares que permitían acceder a participar en la gran competición europea. Entre las visitas al traumatólogo y la “depre” por los resultados del fútbol, se encontraba muy bajo de ánimo, por lo que Eufrasia casi “le empujó” a irse con la peña a visitar Extremadura. Ella no le podría acompañar, pues en esos dias tenía que atender a una hermana mayor que había sido intervenida de la vista.

El incentivo de la distracción viajera, para equilibrar su bajo ánimo, era más que evidente. Pero ya le advirtieron, en la agencia de viajes que se encargaba de llevar a cabo la actividad, que se vería obligado a compartir la habitación con algún otro peñista que, al igual que él, viajara sin acompañamiento. El hotel emeritense no tenía disponibles habitaciones individuales. El “travieso” destino provocó que en el bus de peñistas sólo hubiera un participante que también iba solo a la excursión: ese socio individual no era otro que Facundo Leónidas.

Antes de la experiencia hotelera, Heraclio no había intercambiado palabra alguna con el asociado Facundo. Este reciente miembro de la peña solía acudir a sede de la asociación, generalmente por las tardes, con el fin de jugar unas timbas de cartas y tomarse su vaso de tinto, con esa tapa de aceitunas rellenas de anchoa que tanto le agradaban. El antiguo militar (era su forma de ser) nunca invitaba, ni aceptaba ser invitado. Cuando le iban bien las partidas de naipes, empezaba a entonar la canción legionaria del Novio de la Muerte, ciertamente con manifiesto desentono, ante la paciencia y el inevitable cachondeo de los compañeros de juego. A eso de las ocho, fuera como le fuera en el juego de las cartas, ponía fin a su participación en la partida, con esa frase típica de “por mi, basta por hoy, que las obligaciones esperan”. Dado su fuerte carácter, nadie se atrevía a preguntar por esas obligaciones pendientes, que no eran otras que la última conquista de turno (la “agraciada” con sus cálidos favores parece ser que era una señora, Emelina, con muchos calendarios en su memoria, pero aún de buen ver, quien de joven había formado parte del mítico Teatro Chino ambulante de Manolita Chen).

Compañeros de asiento en el repleto autobús de peñistas, Heraclio soportó estoicamente la ufana verborrea del asociado con el que habría de compartir habitación durante las dos noches de hotel. El “brabucón” Facundo no descansó en hacer alardes de sus interminables aventuras, castrenses y de otra índole, aplicando ese estilo cuartelero en el que tantas anécdotas e historias, más o menos verídicas o  maquilladas por la imaginación, pueden tener lugar. Para suerte del pusilánime ex tendero, durante los almuerzos y cenas, el antiguo militar hizo buenas migas con uno de sus habituales compañeros en las timbas de cartas, sentándose con n durante las horas nocturnas. itacirzos y cenas, el antiguo militar hiciera buenas migas con uno de sus habituales compañeros eél en la mesa. Pero quedaba la dura realidad de tener que compartir la habitación, con tan peculiar “compañero” durante las horas nocturnas. 

Al finalizar la cena, en la primera de las noches, Heraclio subió con su maleta de viaje y esperó a que hiciera lo propio su compañero de habitación. A los pocos minutos hizo su entrada  la recia humanidad de Facundo, moviéndose a grandes zancadas. No hubo problemas para el reparto del pequeño armario instalado en un hueco junto a la entrada del cuarto, en donde guardaron algunas de las prendas sacadas de las maletas. De inmediato el fornido compañero colocó, sobre la estrecha mesa que había debajo del televisor colgado en la pared, un aparato electrónico (disco duro reproductor) que venía cargado de marchas e himnos militares. Desde las 22:30 hasta poco menos de la medianoche, no dejaron de sonar esas músicas castrenses, soportadas pacientemente por el bueno de Heraclio, quien se puso a ojear un periódico deportivo, pasado de fecha, que había cogido en recepción. Con la luz apagada, llegaron los acústicos ronquidos o bramidos de Facundo, interrumpidos sólo cuando, cada hora y media aproximadamente, tenía que acudir al lavabo para equilibrar sus evidentes problemas de próstata con repetidas y abundantes micciones de orina.

Serían poco más o menos las seis horas, en el amanecer. Cuando Heraclio se despertó sobresaltado, una vez más en la noche, al escuchar en la penumbra de la habitación unos cánticos, a  modo de oraciones. Esas jaculatorias o letanías eran emitidos por su extraño compañero quien, sentado en el suelo, sobre una de las mantas que estaban en el altillo del armario, movía los brazos y las piernas, haciendo unos ejercicios parecidos el yoga. Mirando sonriente la cara de sorpresa del sobresaltado Heraclio, le explicó que cada una de las mañanas iniciaba la jornada haciendo 45 minutos de meditación india y rezos, con los movimiento y contorsiones subsiguientes. Cuando volvieron del desayuno, observó que su “vital” compa se había subido del restaurante una bolsa con varias lonchas de chorizo y pan “con las que mato el hambre de la media mañana” alimentos que impregnaron de un fuerte aroma cocinero la atmósfera de la no muy extensa habitación.

En la segunda y última de las noches, las marchas militares fueron sustituidas por un programa de artes marciales, emitido vía satélite por una cadena asiática que Facundo había previamente sintonizado. Pero la sorpresa más inesperada vino cuando sobre las once y media, el militar expresó una “atrevida” y sugerente oferta a su paciente compañero:

“¡Heraclito, mi amigo! prepárate  que nos vamos a ir para hacer y disfrutar de la noche. Ya he negociado con Rabaneda el recepcionista, un fulano muy “apañao”,  para que nos prepare un buen desahogo para el cuerpo, en un afamado local de alterne llamado “La Esmeralda”. Me ha asegurado que se trata de un tugurio de buena y limpia calidad, en el mejor sector de los placeres. El taxi que nos ha de llevar está contratado para recogernos a las doce. Con la tarjeta verde del hotel, pagamos sólo medio servicio y nos dan “el completo” para el cuerpo ¡No te vas a negar a este regalo, sin precedentes, que he puesto en tu ridícula y p… vida! (tronaban las agudas carcajadas por parte de ese “amasijo” de carne, grasa mal repartida y unos  afilados huesos que le punzaban con descaro).

Cuando al día siguiente Heraclio volvía a la rutina de su domicilio, Eufrasia continuaba entreteniéndose con sus habilidosas labores del croché. Ya en casa, de inmediato esa primera pregunta para la cordialidad ¿Cómo te lo has pasado?  ¿Ha estado bien ese paseo por Extremadura? Su marido apenas respondió, con una extraña sonrisa y algún perdido monosílabo, a la curiosidad de su mujer. Se fue directamente a la ducha y mientras el agua caliente arrastraba el jabón de su ya ajada epidermis, continuaba pensando (de manera obsesiva) acerca de la profunda y excitante experiencia vivida con el compañero Facundo. Aquella noche se despertó varias veces, pues creía soñar con marchas militares, prácticas de meditación, acústicos ronquidos, aroma a chorizos picantes y esos cíclicos sonidos de la cisterna, que le habían acompañado en las dos últimas madrugadas. Pero, sobre todo, recordaba los cien euros que había tenido que pagar en La Esmeralda, por una hora larga de nuevas experiencias con las que distraer y satisfacer su ejemplar, aburrida y opaca memoria existencial.-


HABITACIÓN COMPARTIDA, EN DOS NOVEDOSAS NOCHES DE HOTEL


José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
14 Febrero 2020

Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           


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