La realidad de la oferta hotelera, en la actualidad,
se define por una mayoritaria disponibilidad de habitaciones dobles para los
posibles clientes. En los establecimientos turísticos apenas es posible
encontrar hoy habitaciones pequeñas, individuales, para los usuarios que viajan
solos. A petición de estos viajeros, la gerencia acepta en ocasiones el uso
individual de una habitación con dos camas, aunque para ello gravan con una
cantidad suplementaria el coste de la
factura por cada noche de estancia. Pero, en general, los hoteles quieren
“vender“ sólo o preferentemente estancias en habitaciones dobles compartidas.
Cuando son grupos turísticos, los que utilizan los
servicios de un hotel, los clientes que viajan sin
pareja han de aceptar a un compañero para compartir la habitación o, en
su caso, abonar un sobrecoste (que, en ocasiones, resulta bastante gravoso) si
quieren utilizar la habitación doble como uso individual. En ocasiones son los
mismos grupos o asociaciones los que “emparejan” a los viajeros solitarios,
buscando determinadas afinidades para que la unión resulte más llevadera o
agradable. Pero aún así las sorpresas pueden resultar inesperadamente ingratas,
pues no se conoce suficientemente bien a ese compañero de asociación, hasta que
no transcurre esas horas de unión continua en el reducido espacio de una
habitación de hotel. El comportamiento
de esa pareja “que te ha correspondido” puede hacerte incómodas o sufrientes
esas horas en las que necesariamente has de estar con ella en la habitación, de
forma especial durante el tiempo para el descanso nocturno. Habrá que
“negociar” el uso del baño, las opciones para la sintonización y volumen de la
televisión, las características del sueño de cada uno, especialmente con los
molestos ronquidos o la necesidad de ir a los lavabos, los hábitos compulsivos
para el habla o la comunicación en algunos o los silencios prolongados en
otros, sin olvidar el uso de aparatos electrónicos propios, especialmente
telefónicos e informáticos, máquinas cuyo funcionamiento pueden resultar en
sumo molestas en manos de compañeros ineducados o profundamente egocéntricos.
El destino, la suerte o el azar, quiso unir a los
dos protagonistas de nuestra historia, en ese contexto introductorio ya explicitado
a inicios del relato. Tanto Facundo como Heraclio estaban asociados a una peña recreativa y
cultural, de titularidad privada, denominada con el castizo y popular apelativo
de EL BOTIJO. Esta asociación realizaba
numerosas y variadas actividades, para disfrute de todos los socios a ella
vinculados. Disponía de un amplio local social, habilitado para celebraciones
de fiestas, bailes, talleres de teatro, pintura, confección, bricolaje y
abundante cine, para la distracción y sociabilidad de los asistentes. También
programaban excursiones y viajes, además de prácticas senderistas por los
alrededores suburbanos y localidades rurales, tanto de la provincia como en el
territorio regional. Sociológicamente la mayoría de los asociados pertenecían
al grupo de la 3ª edad, personas que ya habían alcanzado la etapa vital de la
merecida jubilación. Porcentualmente eran mayoritarias las parejas familiares sobre
los miembros individuales vinculados a esta peña, cuya sede estaba ubicada en
uno de los barrios con mayor tradición malacitana: el barrio de la Trinidad.
Facundo Leónidas del Horno
continuaba manteniendo su consolidada soltería, aunque privadamente tenía una
sexual afición u obsesión por contactar con todas las mujeres que se le
pusieran “a tiro” jactándose entre sus amigos, en esas noches de copas y verborrea
de ser un gran “putero” palabra gruesa y soez que provocaba las risas y
asombros de quiénes le escuchaban. Hasta los 52 años estuvo en activo,
ejerciendo como miembro del ejército de tierra, no pasando de sargento en el
escalafón castrense. Por la naturaleza de su profesión y el fuerte carácter de
su atlética naturaleza, mostraba relacionalmente un temperamento autoritario y
bastante egocéntrico en su autoestima. A partir de su media centuria, pasó a la
reserva activa en la profesión militar. Sin embargo no era hombre para quedarse
encerrado en casa, por lo que fue contratado como agente vigilante en una
compañía privada de seguridad. Allí ha permanecido trabajando hasta cumplir los
65 años, cuando legalmente le llegó la hora de la “bendita” y anhelada
jubilación. Ahora, con 74 años cumplidos, sigue residiendo sin compañía alguna
en una acogedora y pequeña buhardilla reformada, propiedad que compró hace
muchos años. Esa vivienda está inserta en un antiguo edificio situado en plena
Plaza de Montaño, por las estribaciones del altozano o colina de El Ejido,
poblada desde hace muchos años con edificaciones escolares y lúdico culturales.
Es hombre de muy heterogéneas aficiones, entre las que destacan la práctica de
la defensa personal, el seguimiento de la meditación hindú, el coleccionismo de
armas de muy distintas épocas y últimamente la radiotelefonía, destreza
desarrollada a partir de unos muy efusivos contactos mantenidos con una señora
“rica” en años y en capital, dos veces viuda (el segundo cónyuge tenía
instalado en su chalet una poderosa y bien dotada estación de radiodifusión).
¿Y cómo llegó este visceral personaje a la Peña El
Botijo? Fue a causa de una sobrina, llamada Iris,
quién haciendo un trabajo para sus estudios de sociología contactó con la afamada
peña recreativa (más de 600 afiliados). Conociendo el mecanismo de su funcionamiento
y el tipo medio de asociado, pensó de inmediato en el tío Facundo, a quien le vendría
muy bien su inscripción por las relaciones sociales subsiguientes que podría
llegar a tener. A la joven le preocupaba la permanente soltería y la desaconsejable
soledad de su familiar directo, todo ello agudizado porque “el tito” ya no era
un chiquillo, sino que avanzaba hacía su plena madurez en esas edades tan
complicadas de la ancianidad. Ella misma le apuntó a la popular peña, venciendo
las iniciales reticencias de tan testarudo solterón, quien pronto se sintió a
gusto en tan castizo y alegre ambiente grupal.
En el caso de Heraclio Trasiega Laria, nos encontramos a una
persona de naturaleza tranquila, sumisa y adaptable a las circunstancias que a
todos nos llegan con más o menos previsión. Sobre todo destacaba en una
cualidad que definía su especial carácter: sabía respetar, sin mayor polémica,
la peculiar forma de ser de las personas que le rodeaban. Había ejercido,
durante su amplia vida laboral, como tendero dependiente en una céntrica tienda
malagueña de ultramarinos. En este suculento comercio, enfundado en su recio
babero de tela color crema, despachaba tras el mostrador, durante ocho horas
diarias, las compras que los clientes que iban al colmado solicitaban,
mayoritariamente alimentos de variada naturaleza, aunque también bebidas de
elevado calibre alcohólico. Casado con Eufrasia,
mujer siempre dedicada a las tareas del hogar, tuvieron una hija, Faila Mª
quien siendo muy joven y con sólo estudios de bachillerato, se enamoró “alocadamente”
en una fiesta veraniega de un chico de nacionalidad italiana, llamado Plinio, pizzero
de profesión, con el que continúa actualmente unida, residiendo ambos en la
ciudad siciliana de Palermo. Durante los veranos suele venir unos días a
España, a fin de que sus padres conozcan y disfruten con sus tres nietos
italianos.
El apacible tendero de la Plaza del Mercado se
jubiló a los 63 años (ahora alcanza los 69) debido a unos problemas
circulatorios y articulares que padecía en sus extremidades inferiores. Heraclio
es una persona absolutamente corriente, sin mayores expectativas o ambiciones,
con unas modestas aficiones que se nuclean en torno al fútbol, deporte que
sigue por la radio y por los partidos televisados en directo, además de la
lectura diaria del Marca o del As. Los domingos él y su mujer suelen salir a
comer, acudiendo a algún ventorrillo de los Montes o en el entorno de la Venta
del Túnel. En general Eufrasia es una mujer que prefiere y disfruta la vida
hogareña, practicando sus esmeradas labores de croché (es muy habilidosa en esa
labor artesanal), viendo cada día los programas de Jorge Javier en la Cinco o
disfrutando del parloteo ocasional con las expresivas vecinas. El matrimonio
forma una familia modesta y tranquila, sin grandes exigencias ni
complicaciones.
Sin embargo Heraclio se aburría al no tener nada
especial que hacer durante los siete días de la semana. Alguien le habló de la
Peña El Botijo, muy malagueña y promotora de fiestas y excursiones “baratas”
por los pueblos de la provincia y ciudades hermanas de Andalucía. Otro incentivo
peñista consistía en tener la oportunidad de acudir por las mañanas o las
tardes a la sede social, a fin de leer la prensa deportiva de manera gratuita.
También podría hacer alguna amistad … Por todas estas razones se animó a darse
de alta en la asociación, junto con su mujer, pagando por el dúo familiar
treinta euros al año.
Además de ir a leer los periódicos, el antiguo
tendero de los Ultramarinos Quintanilla solía participar, junto a su mujer, en
esas frecuentes excursiones de una jornada, para visitar localidades de la
provincia o de otras ciudades cercanas. Además de darse un buen paseo y recibir
explicaciones acerca de los monumentos más destacados, el lúdico viaje se
completaba con el disfrute de un almuerzo grupal celebrado en algún restaurante
típico, todo ello a un precio bastante módico (la asociación subvencionaba en
parte esta agradable y cultural actividad de muchos fines de semana). Aunque
Heraclio nunca se había apuntado para participar en viajes más largos, en los
que se tuviera que hacer noche (con el sobrecoste correspondiente al pago del
hotel) aconsejado por su mujer se sintió motivado para participar en un
desplazamiento que la peña había programado para los primeros días del marzo,
previo a la celebración de la Semana Santa.
El objetivo de esta excursión de tres días (dos
noches de hotel) tenía por destino visitar distintas localidades de las tierras
extremeñas, teniendo como base residencial la monumental ciudad de Mérida. Aunque el precio de la excursión era mucho más
gravoso, con respecto a las excursiones de un solo día, al fin Heraclio
Trasiega dio un paso al frente. Llevaba algún tiempo deprimido a causa de esas
nimiedades que al juntarse se convierten en problemas mayores, a causa de
nuestro descontrol mental. A las molestias y dolores articulares, consolidados
en su organismo debido al trabajo que había realizado siempre de pie durante
casi cuatro décadas, se sumaron a los “disgustos” que le estaba dando su
“equipo del alma” al haber perdido y empatado en casa los tres últimos partidos
de la liga de fútbol. Los “blancos” una vez perdido el liderato, pasando a
ocupar un quinto puesto en la clasificación, fuera de los lugares que permitían
acceder a participar en la gran competición europea. Entre las visitas al
traumatólogo y la “depre” por los resultados del fútbol, se encontraba muy bajo
de ánimo, por lo que Eufrasia casi “le empujó” a irse con la peña a visitar
Extremadura. Ella no le podría acompañar, pues en esos dias tenía que atender a
una hermana mayor que había sido intervenida de la vista.
El incentivo de la distracción viajera, para
equilibrar su bajo ánimo, era más que evidente. Pero ya le advirtieron, en la
agencia de viajes que se encargaba de llevar a cabo la actividad, que se vería
obligado a compartir la habitación con algún otro peñista que, al igual que él,
viajara sin acompañamiento. El hotel emeritense no tenía disponibles
habitaciones individuales. El “travieso” destino provocó que en el bus de
peñistas sólo hubiera un participante que también iba solo a la excursión: ese
socio individual no era otro que Facundo Leónidas.
Antes de la experiencia hotelera, Heraclio no había
intercambiado palabra alguna con el asociado Facundo. Este reciente miembro de
la peña solía acudir a sede de la asociación, generalmente por las tardes, con
el fin de jugar unas timbas de cartas y tomarse su vaso de tinto, con esa tapa
de aceitunas rellenas de anchoa que tanto le agradaban. El antiguo militar (era
su forma de ser) nunca invitaba, ni aceptaba ser invitado. Cuando le iban bien
las partidas de naipes, empezaba a entonar la canción legionaria del Novio de la Muerte, ciertamente con manifiesto
desentono, ante la paciencia y el inevitable cachondeo de los compañeros de
juego. A eso de las ocho, fuera como le fuera en el juego de las cartas, ponía
fin a su participación en la partida, con esa frase típica de “por mi, basta
por hoy, que las obligaciones esperan”. Dado su fuerte carácter, nadie se
atrevía a preguntar por esas obligaciones pendientes, que no eran otras que la
última conquista de turno (la “agraciada” con sus cálidos favores parece ser que
era una señora, Emelina, con muchos calendarios en su memoria, pero aún de buen
ver, quien de joven había formado parte del mítico Teatro
Chino ambulante de Manolita Chen).
Compañeros de asiento en el repleto autobús de
peñistas, Heraclio soportó estoicamente la ufana verborrea del asociado con el
que habría de compartir habitación durante las dos noches de hotel. El
“brabucón” Facundo no descansó en hacer alardes de sus interminables aventuras,
castrenses y de otra índole, aplicando ese estilo cuartelero en el que tantas
anécdotas e historias, más o menos verídicas o
maquilladas por la imaginación, pueden tener lugar. Para suerte del
pusilánime ex tendero, durante los almuerzos y cenas, el antiguo militar hizo
buenas migas con uno de sus habituales compañeros en las timbas de cartas,
sentándose con él en la mesa. Pero quedaba la dura realidad
de tener que compartir la habitación, con tan peculiar “compañero” durante las
horas nocturnas.
Al finalizar la cena, en la primera de las noches,
Heraclio subió con su maleta de viaje y esperó a que hiciera lo propio su compañero
de habitación. A los pocos minutos hizo su entrada la recia humanidad de Facundo, moviéndose a
grandes zancadas. No hubo problemas para el reparto del pequeño armario
instalado en un hueco junto a la entrada del cuarto, en donde guardaron algunas
de las prendas sacadas de las maletas. De inmediato el fornido compañero colocó,
sobre la estrecha mesa que había debajo del televisor colgado en la pared, un
aparato electrónico (disco duro reproductor) que venía cargado de marchas e
himnos militares. Desde las 22:30 hasta poco menos de la medianoche, no dejaron
de sonar esas músicas castrenses, soportadas pacientemente por el bueno de
Heraclio, quien se puso a ojear un periódico deportivo, pasado de fecha, que
había cogido en recepción. Con la luz apagada, llegaron los acústicos ronquidos
o bramidos de Facundo, interrumpidos sólo cuando, cada hora y media
aproximadamente, tenía que acudir al lavabo para equilibrar sus evidentes
problemas de próstata con repetidas y abundantes micciones de orina.
Serían poco más o menos las seis horas, en el
amanecer. Cuando Heraclio se despertó sobresaltado, una vez más en la noche, al
escuchar en la penumbra de la habitación unos cánticos, a modo de oraciones. Esas jaculatorias o
letanías eran emitidos por su extraño compañero quien, sentado en el suelo, sobre
una de las mantas que estaban en el altillo del armario, movía los brazos y las
piernas, haciendo unos ejercicios parecidos el yoga. Mirando sonriente la cara
de sorpresa del sobresaltado Heraclio, le explicó que cada una de las mañanas
iniciaba la jornada haciendo 45 minutos de meditación india y rezos, con los
movimiento y contorsiones subsiguientes. Cuando volvieron del desayuno, observó
que su “vital” compa se había subido del restaurante una bolsa con varias lonchas
de chorizo y pan “con las que mato el hambre de la media mañana” alimentos que
impregnaron de un fuerte aroma cocinero la atmósfera de la no muy extensa
habitación.
En la segunda y última de las noches, las marchas
militares fueron sustituidas por un programa de artes marciales, emitido vía
satélite por una cadena asiática que Facundo había previamente sintonizado.
Pero la sorpresa más inesperada vino cuando sobre las once y media, el militar expresó
una “atrevida” y sugerente oferta a su paciente compañero:
“¡Heraclito, mi amigo! prepárate que nos vamos a ir para hacer y disfrutar de
la noche. Ya he negociado con Rabaneda el recepcionista, un fulano muy “apañao”,
para que nos prepare un buen desahogo
para el cuerpo, en un afamado local de alterne llamado “La
Esmeralda”. Me ha asegurado que se trata de un tugurio de buena y limpia
calidad, en el mejor sector de los placeres. El taxi que nos ha de llevar está contratado
para recogernos a las doce. Con la tarjeta verde del hotel, pagamos sólo medio
servicio y nos dan “el completo” para el cuerpo ¡No te vas a negar a este
regalo, sin precedentes, que he puesto en tu ridícula y p… vida! (tronaban las agudas
carcajadas por parte de ese “amasijo” de carne, grasa mal repartida y unos afilados huesos que le punzaban con descaro).
Cuando al día siguiente Heraclio volvía a la rutina
de su domicilio, Eufrasia continuaba entreteniéndose con sus habilidosas
labores del croché. Ya en casa, de inmediato esa primera pregunta para la
cordialidad ¿Cómo te lo has pasado? ¿Ha estado bien ese paseo por Extremadura? Su
marido apenas respondió, con una extraña sonrisa y algún perdido monosílabo, a la
curiosidad de su mujer. Se fue directamente a la ducha y mientras el agua
caliente arrastraba el jabón de su ya ajada epidermis, continuaba pensando (de
manera obsesiva) acerca de la profunda y excitante experiencia vivida con el
compañero Facundo. Aquella noche se despertó varias veces, pues creía soñar con
marchas militares, prácticas de meditación, acústicos ronquidos, aroma a
chorizos picantes y esos cíclicos sonidos de la cisterna, que le habían
acompañado en las dos últimas madrugadas. Pero, sobre todo, recordaba los cien
euros que había tenido que pagar en La Esmeralda, por una hora larga de nuevas
experiencias con las que distraer y satisfacer su ejemplar, aburrida y opaca
memoria existencial.-
HABITACIÓN
COMPARTIDA, EN DOS NOVEDOSAS NOCHES DE HOTEL
José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la
Victoria. Málaga
14 Febrero 2020
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