Entre los numerosos y positivos objetivos a
conseguir, en el proceso educativo diseñado
para la formación de los niños, los adolescentes y los estudiante
universitarios, se encuentra uno que es especialmente valorado por todos los
agentes implicados en tan encomiable, trascendente y enriquecedora acción
social. Dicho objetivo no es otro que la integración personal de habilidades y destrezas, que puedan ser utilizadas
por los escolares en su diaria o futura vida relacional. Entre todas esas ricas
capacidades, es preciso destacar y priorizar el desarrollo de la potencialidad
imaginativa y el valor de la creatividad, tanto en los juegos para el ocio,
como en la futura actividad profesional que más o menos libremente hayan
elegido sus protagonistas.
Creatividad e imaginación son
dos excelsos valores que la inmensa mayoría de los ciudadanos anhelaría
disponer y bien aplicar en sus heterogéneas y personales vivencias. De manera
infortunada, no todos los humanos poseemos niveles avanzados de esas dos muy cualificadas
capacidades, principalmente porque la naturaleza es harto caprichosa en
repartirlas entre los hombres y las mujeres que pueblan nuestro planeta. Sin
embargo, por más que en nuestras estructuras genéticas
exista un mayor o menor nivel de tan apreciados valores, también es cierto que
estas capacidades pueden mejorarse, adiestrarse o potenciarse, con un
innegociable esfuerzo y una tenaz constancia individual. Y todo ello sin contar
con el entorno social donde el destino nos ha ubicado.
Dicho entorno “motivador”
está constituido por nuestras familias, amigos, compañeros y vecinos. También
por la influencia mediática que recibimos en el día a día, a través del cine,
la televisión, la radio y la prensa escrita. Tampoco habría que olvidar o
minusvalorar (sino todo lo contrario) la acción persuasiva, más o menos activa
o subliminal, de los diversos grupos de presión ideológicos (los partidos
políticos, los sindicatos, las organizaciones empresariales, el poder de la
banca y para las conciencias el efecto misionero de las sociedades religiosas).
Final y principalmente, en los tiempos que nos ha tocado vivir, destacar ese
tecnológico ente revolucionario, a modo de nueva y moderna “divinidad”, como es
la electrónica digital, nucleada en el santuario, onírico pero real, que rige
los destinos del mundo: el Olimpo on line de Internet. Todos estos heterogéneos
y poderosos núcleos formativos van modelando y cambiando, qué duda cabe,
nuestra individualidad, nuestra mentalidad y las respuestas (también en
creatividad y valores imaginativos) que ofrecemos en el entorno social en que
estamos insertos.
Si echamos la mirada hacia
atrás en la memoria, recordando ese tiempo en la distancia que ya no
volverá a nuestras vidas, caemos en la cuenta de que aquellos niños que hoy
peinan canas sabían trabajar “mejor”, de una manera sencilla y fácil, esa
imaginación que fomenta la creatividad más admirable. Resulta curioso y
significativo que fuesen las carencias y la falta de medios lo que precisamente
estimulaba la capacidad imaginativa en los niños de los años 40, 50 y 60 de la
anterior centuria. En aquellas ya muy lejanas décadas, la mayoría de las
familias no tenían televisión en casa. Por supuesto, tampoco ordenador personal
o periféricos digitales, para el trabajo, el divertimento o cualquier tipo de
gestión. En Málaga, los primeros y míticos aparatos de televisión
en blanco y negro apenas llegaron, como “unidades contadas” a comienzos de los
60. Eran pesados y voluminosos monitores que sólo algunas familias pudientes y
establecimientos de restauración, como bares y cafeterías, se animaron a
comprar. En los domicilios actuales, los niños y sus familias pueden
contabilizar más de un aparato de televisión, tanto en el salón de estar como
en dormitorios e incluso cocinas. De igual forma tuvo que transcurrir un par de
décadas, para que los hogares familiares en nuestra ciudad pudiesen acceder a
una segunda cadena, vinculada a la única televisión que entonces funcionaba.
Hoy en día, la mayoría de los monitores pueden sintonizar centenares de
canales, empresas mediáticas pertenecientes a los países más insospechados.
En cuanto a la revolución digital, hubo que esperar
más tiempo. Los primeros ordenadores personales
no se difundieron hasta la década de los ochenta. La transformación de la
comunicación con los distintos niveles de telefonía, la diversidad de los
periféricos y, por supuesto, Internet, es un
fenómeno de finales de siglo, cambios que tuvieron como característica más
destacada la progresiva rapidez en las operaciones informáticas y las
percepción, cada vez más cierta, de su asombrosa infinitud y versatilidad.
En las décadas centrales del siglo, los niños
carecíamos de juguetes electrónicos. Su
“energía” provenía de las vueltas que había que darle a la llave que muchos de
esos mecanismos lúdicos traían. La famosa “cuerda” cuya potencialidad temporal
duraba sólo un tiempo limitado: difícilmente superaba el minuto. Lo normal es
que el juguete funcionara, con autonomía, sólo unos pocos segundos. La
capacidad económica de la mayoría de las familias no les permitía dedicar
grandes sumas de dinero para la compra de juguetes. Sólo se hacía ese esfuerzo
en fechas determinadas, como la fiesta de Reyes, los cumpleaños y los santos.
El regalo para el día de Navidad fue una costumbre algo posterior. Sin embargo,
aquellos niños y niñas de los cincuenta y los sesenta, sin los medios actuales
(cada vez más, en el reino de la sofisticación) sabían agudizar su infantil
imaginación y convertían cualquier objeto. Inservible o desechado, en un nuevo
y sorprendente universo lúdico, que ellos creaban con admirable y sagaz
creatividad.
No me estoy refiriendo a juguetes “consolidados”.
Recordamos con nostalgia el trompo de madera,
con más o menos colores, que giraba con la ayuda de una modesta cuerda;
aquellos “fuertes” con empalizadas de madera,
donde intervenían los indios y los soldados con sus espectaculares batallas;
los tirachinas y los canutos
de caña, para mil y una travesuras; los juegos
reunidos Jeyper o el “maravilloso” Cinenic,
con sus películas dibujadas en papel continuo encerado; la tecnología sumamente
instructiva del Mecano, en la que las maderas
habían sido sustituidas por piezas pintadas de metal, taladradas para su mayor
operatividad. Y así un largo etc. Aunque a estos juguetes se les podía aplicar
la imaginación a raudales, había otros cuya materia prima tenía un origen bien
distinto y desde luego mucho más barato, en función de la escasa disponibilidad
económica de muchas familias humildes. Veamos algunos simpáticos ejemplos anclados
en nuestro recuerdo.
Una pequeña chapa de latón,
de las que se utilizan para cerrar los botellines de cerveza u otras bebidas,
se transformaba por arte de “magia” en las mentes infantiles de otras épocas en
un muy utilizado “balón de reglamento” para jugar al fútbol con los amigos del
barrio. Además de las chapas, podían adaptarse otros elementos para el mismo
fin, tales como un pequeño trozo de madera,
restos de ladrillo o una simple piedra que no
tuviese mucho volumen a fin de facilitar su desplazamiento a través del suelo.
Nuestro preciado balón no era de piel de badana o de goma, salvo en
circunstancias muy concretas, sino un modesto trocito de lata, recogido en el
suelo de bares y cafeterías. Había que correr, driblar y tirar con potencia a
la portería contraria para conseguir marcar ese gol que a todos nos alegraba.
El cancerbero que guardaba dicha portería deportiva estaba en realidad delante
de la puerta de una vivienda (para enfado y enojo de sus inquilinos) o un local
comercial. En realidad todo consistía en disfrutar con el juego, aplicando la
imaginación a los precarios “recursos disponibles”.
También provocaban una muy saludable distracción
aquellas hojas de recortables, en las que
estaban dibujadas diversos trajes o prendas de vestir, con sus colores, formas
y complementos o abalorios. Todo ello se convertía en una rico vestuario de
papel, con el que vestir a las figuras base, fuesen masculinas o femeninas, que
podían cambiar su atuendo en función de diversas circunstancias o actividades:
ir a la playa, participar en un deporte, trabajar en la oficina o asistir a una
fiesta o cualquier otro tipo de celebración.
Muchas niñas y niños dibujaban sus propias figuras en las hojas de las
libretas o calcaban las originales para, después de recortarlas, tener más materiales con los que jugar en sus
amplios ratos de ocio. Así esa figura de hombre o mujer podía convertirse en
soldado, médico, deportista, policía, bombero o enfermera. Todo era cuestión de
aplicar paciencia y creatividad a los dibujos y sus colores, sin descuidar la habilidad en el manejo de la
tijera.
Cuando los Reyes Magos o las familias no podían
facilitar un determinado juguete, la imaginación podía sustituir tal carencia.
Por ejemplo, no se tenía un tren eléctrico o de
cuerda en casa. Entonces juntarse una
serie de cajitas de cerillas vacías, enlazadas por un pequeño cordel, que en el
juego desempeñarían la función de los vagones en un tren. Los viajeros que se
montaban y sentaban en tan peculiares aposentos podían simularse con pequeñas
piedras de la playa o unidades de cereales o leguminosas que las madres
facilitaban, fueran granos de cebada, arroz, garbanzos o simples lentejas.
Obviamente un parque de automóviles podía
simularse de la misma forma, en incluso colorear esas cajitas con diferentes
colores de las acuarelas o usando los muy conocidos lápices Alpino.
Los pequeños solían tener su propio cofre de los tesoros, preciado “patrimonio” que
guardaban y revisaban con todo el cuidado y esmero del mundo. En el interior de
esa caja de zapatos o envase de algún utensilio comprado para la casa podían
encontrarse los objetos más insólitos, materiales que en la imaginación
infantil adquirían un extraordinario valor sentimental o “económico” por su
posibilidad de intercambio con objetos de pertenecientes a los amigos de la
vecindad o del barrio. Estos “tesoros” se habían conseguido a través de mil y
una aventuras, oportunidades, intercambios, regalos u otras divertidas o
“peligrosas” experiencias. El contenido del valioso cofre era en sumo
heterogéneo: las cuentas sueltas de un viejo collar; ese mágico imán que atraía
o se pegaba a las piezas de metal; corales y otras cromáticas piedras recogidas
en la arena de la playa; las muy valoradas estampas de futbolistas y artistas
famosos; botones de color y forma variada; restos de juguetes rotos; frascos
vacíos de algún perfume familiar; pelotas de tenis encontradas en los aledaños
de algún centro deportivo; etiquetas de algún producto, cuya acumulación daría
opción a un determinado regalo…
Las cáscaras de las nueces o almendras se
convertían en pequeñas embarcaciones que
navegaban por ese mar en calma que era el lavabo, la bañera, una palangana o un
cubo de plástico, elementos que llenos de agua permitían transportar viajeros o
entablar batallas náuticas en los “océanos embravecidos” por unas manos
oportunas que agitaban el agua, provocando impetuosos oleajes. Cuando no estaba
presente el vecino o amigo oportuno, el niño o niña de la casa ejercía los
roles de los “buenos” (que ganaban las batallas)
y de los “malos” (que, obviamente, sufrían una
dolorosa pero justa derrota).
Fanio y Solio
(Epifanio y Salomón) son dos buenos amigos residentes en barrio popular,
caminando ambos hacia los 11 años de vida. Son hijos únicos de dos humildes y
desestructuradas familias. La madre de
Fanio, Lala, “echa horas” en la limpieza de
portales y escaleras de casas particulares y en algunos comercios del barrio
donde reside, mientras la de Solio, Beli se
gana la vida haciendo tortas de aceite, exquisito producto que reparte en
cafeterías, tiendas de ultramarinos y en la confitería del Sr. Tomás. Esta
joven mujer, madre soltera, adquirió esta suculenta destreza gracias a las
enseñanzas recibidas de un tío carnal, que trabajo muchos años en un obrador de
confitería.
Es verano, a comienzos de los años sesenta. Los dos compañeros de escuela tienen
muchas horas libres para disfrutar de los juegos. Sentados en un poyete de la
corrala en la que vive Fanio, éste comenta a su amigo ¿A qué podríamos jugar
esta tarde? Solio, pensativo, le responde “¿Qué te
parece si nos hacemos una patineta con ruedas de cojinete, como la que tiene el
Rafa? Su
padre es carpintero, pero yo tengo claro cómo se construye barato esta
locomoción. Nos vamos a distraer y pasear una enormidad, “chorrándonos” por la
cuesta del San Andrés, esa que da a la plazuela y por la que no pasan carros ni
coches”.
Acudieron, sin dejar pasar más tiempo, a la
carpintería de don Anselmo, a quien pidieron si
tenía un trozo de tablón cuadrado o rectangular, que no le sirviera. El
veterano artesano de la madera, hombre de buen corazón, les respondió: “¡Vaya con los pillines! Bueno, estoy arreglando un viejo
armario, sustituyendo una de las puertas que han roto en una pelea familiar de
los Frascuelos. Del tablón que voy a sustituir puedo cortaros un trozo, de 60 x
40) a cambio de que me echéis una ayuda. Tengo que llevar en el motocarro estas
seis sillas, que he arreglado para el
Casino de los señores. Mientras yo las entrego uno de vosotros se queda en el
motocarro vigilando, y el otro me ayuda a ir subiendo las sillas a una primera
planta que carece de ascensor. Y yo tengo muchos años y muchos kilos de peso”.
Así lo hicieron. Ayudaron con formalidad al
carpintero y éste , en agradecimiento se prestó a a cortarles ese trozo de
madera que necesitaban para su “vehículo”. Incluso se lo lijó y pulimentó en
sus cuatro bordes, a fin de evitar que pudieran hacerse daño con un inadecuado
manejo de la tabla.
Posteriormente se dirigieron a la ferretería de don Mariano, para ver cuánto costaban cuatro ruedas
metálicas con cojinetes. El precio de “tres reales” por rueda, más los
tornillos, era inasumible para su pobre capital. Entonces idearon aplicar otra
hábil estrategia, a fin de conseguir los fondos necesarios para la compra de la
imprescindible rodadura. Dedicaron el resto de la tarde a recorrer una serie de
comercios, despachos y consultas médicas. Casi siempre, con el protagonismo de
Solio, pedían si les podían entregar periódicos ya revistas ya pasados de
fecha, material que iban echando a un
saco que habían encontrado perdido en el mercado de abastos. También
recabaron, al siguiente día, restos de pan duro, en cafeterías y restaurantes.
El objetivo de esta acumulación de materiales era poder venderlos posteriormente
en la carbonería de Plácido y sacar unos fondos con que sufragar las compras
que tenían en mente. El kilo de periódicos se pagaba a 0,75 céntimos, mientras
que por el kilo de pan daban “dos reales”. Después de dos días, entregados al
trabajo, pudieron obtener dos pesetas con ochenta y cinco céntimos. Las
protestas de ambas madres sonaron fuertes, viendo como sus hijos acumulaban
papeles viejos y bolsas de pan duro en sus cuartos, para sacar un dinerillo que
necesitaban para la patineta de juegos. “Y no me pidas nada, hijo mío, pues
tengo que hacer milagros para que no nos falte la comida de cada día. Para
jugar hay otras formas que resultan más baratas”.
Finalmente, después de tres días de trabajo, don
Mariano les vendió el tren de rodadura, con los tornillos y tuercas necesarios,
elementos que Don Anselmo se prestó a atornillarles en ese tablón que bien les
había preparado en su carpintería, pues incluso le dio una pequeña capa de
barniz.
La satisfacción de los dos chicos, Fanio y Solio,
era inmensa. Con esfuerzo, imaginación y paciencia podían compartir un
divertido y hermoso juguete, muy popular en el uso callejero para los niños de
la época. El deslizamiento en cuesta, desde el alto de San Andrés, les dio
algún que otro sustos al principio de usar el tablón de rodadura. Además de los
“cardenales” y el algodón con mercurocromo, se podía soportar con buen talante
los previsibles castigos de Lala y Beli,
por haber puesto en riesgo sus cuerpos a pesar de las advertencias
recibidas. Una vez que tomaron destreza en el funcionamiento de su “vehículo”
disfrutaron de tardes y mañanas deliciosas, en aquel inolvidable verano de los
sesenta.
Así eran los juegos y la
fértil imaginación de los niños en otras épocas, ya distanciadas, en las
que la creatividad no era digital ni televisiva. La fuerza inmensa de una mente
inmaculada por la edad, generaba réditos lúdicos para muchos niños callejeros,
con escasos medios pero con una gran alegría para distraerse,
jugar y vivir.-
JUEGOS DEL AYER,
COMO ELEMENTO DINAMIZADOR DE LA IMAGINACIÓN
José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la
Victoria. Málaga
17 ENERO 2020
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