Resulta perfectamente comprensible que nos sintamos más o
menos bien o incómodos cuando estamos junto a unas u otras personas. Al igual
que también ocurre con los espacios, los tiempos y las situaciones. En muchas casos
no sabemos exactamente el por qué suceden esos contrastes de “felicidad” o de
incomodidad anímica. Sin embargo, a poco que nos detengamos a reflexionar,
descubrimos “pistas” fehacientes o clarificadoras que nos explican esos
sentimientos cambiantes, con respecto a la persona, el lugar físico o el
“climax” ambiental en el que nos hallamos inmersos. En realidad, las razones o
influencias de estas variadas percepciones son fácilmente comprensibles. Su
explicación proviene desde las propias
personas o espacios que nos rodean o desde nuestra propia disponibilidad
psicológica en un determinado momento.
Desde sus pocos años infantiles Lidia Nebrasca Cordobán había sido una niña de
difícil carácter, complicada forma de ser que se fue agudizando en la
adolescencia y en los años inmediatos de la edad adulta. Era persona que
potenciaba en exceso su autoestima, mostrado en el trato un exceso de
egocentrismo y sumamente polémica en sus posicionamientos y discusiones,
actitudes todas ellas de las que parecía disfrutar con una aviesa “maldad”. Por
decirlo de una forma simplificada y coloquial, gustaba de llevar la contraria a
la mayoría de las personas con las que se relacionaba, ya fuesen éstos sus
profesores, familiares, amigos, compañeros, vecinos o conocidos. Era tozuda en la
permanencia de querer llevar siempre la razón, ante cualquier cuestión en la
que interviniera, por más discutibles que fuercen sus planteamientos: fuera en
temas políticos, religiosos, económicos, culturales, en el mundo de la moda
o el trato familiar. Y así un largo etc.
de temáticas abiertas a su “intolerante” o excluyente visión interpretativa.
Cuando finalizó sus estudios de la educación
secundaria, no tuvo dudas en firmar su matriculación en un centro universitario
muy apropiado para su peculiar forma de ser: la facultad de Derecho. En ese
ambiente vitalista y multicolor de la Universidad, conoció al compañero que se
convertiría en su pareja. Atilio Rada Alegre
cursaba el grado de arquitectura y tenía un carácter bastante diferente al de
Lidia, pero en los destinos del amor no existen leyes exactas para regular
nuestros actos. El primer encuentro entre ambos jóvenes ocurrió en una fiesta
final de curso, a la que asistieron estudiantes de todas las facultades
universitarias. Fue una desenfada oportunidad en la que la ingesta de etílico
fue notable en muchos de esos jóvenes que deseaban celebrar bien “su noche”,
tras semanas y meses de estudio, esfuerzo, tensión y concentración. Lo cierto
es que la paciencia de este joven “soportó” con increíble receptividad y
simpatía la testarudez siempre protagonista en Lidia, por lo que desde aquella
noche festiva se sucedieron los intercambios de mensajes, las llamadas
telefónicas y las citas, convirtiéndose dichos vínculos en una singular pareja
afectiva. La relación entre estos enamorados continuó durante algún tiempo,
debido sin duda a la paciencia de carácter de un joven que pensaba que, al paso
del tiempo y con la madurez subsiguiente, la “quisquillosa” forma de ser de
quien era su pareja cambiaría hacia la moderación y la cesión racional para la
buena armonía.
¿Cuáles eran esas desafortunadas oportunidades
que generaban las
sucesivas discordias? Las propias
entre dos jóvenes veintiañeros: yo no quiero ir a la playa sino al campo; esas
película no, mejor esta otra; nada de restaurante chino, hoy prefiero cenar en
una pizzería; hacemos el viaje en tren porque no soporto el avión; este año
vamos de vacaciones a Grecia, pues a Portugal ya iremos alguna otra vez; si a
ti te gusta el pelo corto, a mi me va mejor la melena hasta la media espalda;
Por más que te esfuerces, no me vas a convencer. En la vida se me ocurriría
votar a semejante partido político; no me gusta la camiseta que te has puesto.
Debías haber venido con un look más elegante; ya veo que te gustan los colores
“fríos”, yo prefiero los “cálidos”; no tienes ni idea acerca de la
interpretación que haces de la película. Si quieres te explico la intención
concreta del director. Y así podrían seguir añadiéndose otras muchas
situaciones, más o menos trascendentes, oportunidades aprovechadas por tan
singular carácter para ser el centro discrepante de la discusión. Desde luego
resultaba admirable la paciencia del futuro arquitecto, para sobrellevar las
enconadas posturas de su querida novia. Parecía que estas diferencias le hacían
gracia o complementaba su amplia tranquilidad y sosegada manera de ser.
Cuando finalizaron sus estudios de licenciatura,
Lidia se propuso preparar oposiciones a notaría. Pero la voluntad para el
sacrificio no era la cualidad que mejor prevalecía en esta joven, por lo que
pronto desistió de continuar por este objetivo laboral, donde el esfuerzo, la
inteligencia y la memoria representan valores innegociables. Tuvo desde luego
suerte al ser contratada para el departamento de Acción
Social del Ayuntamiento de su ciudad, donde más pronto que tarde fue
reconocida por su especial y difícil carácter. Llegó un momento en que hasta el
propio Atilio, cansando ya de aguantar tan incómodos desencuentros, tomó la
decisión de buscar el afecto y la tranquilidad en otra compañera menos
complicada en su forma de ser, tras casi dos años de noviazgo. Una muy agradable
diseñadora de interiores, Claudia, que conmocionó por su simpatía y capacidad a
los asistentes de un congreso de arquitectura, fue la elegida para ese
cambio de pareja que el joven venía barruntando desde hacía meses.
Los compañeros de trabajo, en la Concejalía de Igualdad, fueron “marcando las
distancias” con respecto a la persona de Lidia pues, a poco de conocerla,
detectaron su afición a entrar en la senda de las polémicas y la contradicción
permanente. Le fueron haciendo el significativo vacío,
de manera paulatina, pues no estaban dispuestos a soportar a una “sabionda y
testaruda compañera de trabajo. Hubo ejemplos notorios de este aislamiento a
que se vio sometida, por su especial manera de ser: llegaron reuniones festivas
para celebrar onomásticas y cumpleaños, pero ella no iba recibiendo las
correspondientes invitaciones.
De manera curiosa, el
mejor consejo para cambiar su proverbial estilo relacional no provino de
alguna autoridad médica, psicológica o religiosa, madre o padre o íntimo
familiar, sino de alguien inesperado que con la mejor voluntad decidió
ayudarla. Cierta mañana Lidia llegó temprano a la delegación municipal, cuando
aún se procedía a la limpieza de las diversas dependencias que integraban el
complejo administrativo. Dicha tarea de aseo era realizada por un grupo de
señoras, vinculadas a una empresa privada de limpieza. Como aún no era la hora
fijada para la entrada del público y parte del
pavimento se encontraba aún mojado, una veterana operaria de este
servicio, llamada Tecla, rogó a Lidia que
esperara unos minutos antes de pisar el suelo que estaba limpiando con una
fregona de mango azul. La reacción de la joven administrativa contratada, muy
propia de su altanero y desagradable carácter, fue la siguiente: “Pues haber comenzado antes a fregar, señora, porque
tengo que resolver un asunto administrativo urgente y no voy a perder tiempo en
la espera. Todo es cuestión de madrugar un poco más, si no quiere que le pisen
el suelo”. Esta desagradable respuesta encontró una muy adecuada, larga
e instructiva réplica en la generosa actitud de la paciente operaria, que ya
bien conocía a quien tenía por delante.
“Mira, chiquilla. Tengo muchos más
años que tú. He vivido “lo que no está escrito” y todo ello me ha enseñando
abundantes lecciones para sentirme un poco más feliz en esta vida. Si no te has
dado aún cuenta, con tu raro e injusto carácter vas apartando a la gente de tu
lado y ello es porque las personas no se sienten bien contigo. Cada día que
pasa, tu falta de amabilidad, empatía y sencillez hace que se te rechace. Así
te vas viendo cada vez más sola y aislada de los demás, agriándote el carácter.
De esta manera… no vas a ninguna parte. Te estás equivocando en tu manera c
continua de tratar a las personas que te rodean y que desde luego
necesitas.
Te voy a dar un consejo de madre, persona
que desde luego te debería haber educado algo mejor. Y este consejo no dudes
que te puede ayudar a sentirte menos infeliz de lo que en realidad eres y
padeces. ¿Por qué no
pruebas a darle y decirle a cada uno aquello que realmente quiere escuchar, aunque sin “pasarse? Así se sentirían
más felices y contentos de tenerte cerca. No les lleves “la contraria” a todo
el mundo por sistema. Evita descalificar sus palabras y sus actos. No te
opongas con tanto enojo a lo que piensan o estén realizando. La intolerancia no
nos aporta nada bueno, por el contrario hace que las personas se sientan
infelices y desgraciadas. Y el que la practica te aseguro acabará mucho peor
que aquellos a quienes se les provoca sufrimiento. Hacer daño nos entristece y
degrada como personas. Ahora, si te apetece … pues pisa el suelo mojado. Yo no
me sentiría feliz con ese gesto, pero tú aún estarías peor que yo.”
Tras esta prolongada, racional y educativa
respuesta, Lidia no se atrevió a estropear la labor que realizaba la esforzada y
humilde señora de la limpieza. Esperó hasta que el pavimento estuvo bien seco.
Pasó gran parte del día cavilando acerca de las sensatas palabras que Tecla le
había dirigido. Y esa noche, ya en casa, rompió su aparente equilibrio en un
caudal de amargas lágrimas. Lo arisco de su carácter la estaba sumiendo en una
soledad que por mucho que fuera su autoestima la degradaba profundamente. No
era en absoluto agradable percibir y sufrir el rechazo de aquellos con quienes
convivía.
Ese fin fin de semana fue especialmente positivo
para iniciar un cambio renovador en su comportamiento. El propósito de enmienda
comenzaban con esa puntual frase de la señora de la limpieza, palabras que se
le quedaron grabadas en su conciencia: “Dale a cada
uno aquello que quiere y necesita escuchar, para sentirse un poquito mejor y
más feliz.” El cambio no fue cosa
de horas o de días, sino que originó un proceso que, aplicado paso a paso, tuvo
también una reacción efectiva en la actitud de los demás. Por supuesto que esta
renovada actitud en Lidia exigió un cierto estilo
en su aplicación.
Respetar con la mejor comprensión y sonrisa los
planteamientos y opiniones de aquellos seres más cercanos.
Evitar llevar la contraria, por sistema, a las
argumentaciones de los demás.
Repetir con frecuencia: “tienes razón” en lo que
manifiestas o haces.
Frente a la permanente discusión, el posibilísimo
de la concordia.
Frente a los gritos, la dulzura de los susurros o
el silencio.
Frente a la avaricia, la inteligencia de la
generosidad.
Frente a la exacerbación de los egos, la sencillez
de la solidaridad.
Frente al yo, yo y después yo, dejar de hablar de
uno mismo y atender al protagonismo de nuestros interlocutores.
Adelantarse, en lo posible, para tratar de resolver
las necesidades ajenas.
Poco a poco, paso a paso, unos y otros fueron
percibiendo y gozando el nuevo y positivo recorrido en el carácter de Lidia. La
respuesta en el entorno de esta joven fue inmediato, con una apertura hacia una
persona hasta entonces considerada bastante detestable. Y todo ello porque
valoraban y reconocían el cambio de actitud que
observaban en su renovada compañera, ahora cada vez más amiga.
Parecía que todo comenzaba a ir ilusionadamente
mejor. Pero, entre las numerosas enseñanzas que la vida nos va mostrando, hay
comportamientos y actitudes que no deben salirse “radicalmente” del camino que
se recorre, con más o menor acierto. Los cambios
pendulares en las personas, sin la necesaria y prudente evolución en las
transformaciones, pueden provocar consecuencias inesperadas y desagradables.
Suelen resultar de “alto riesgo”. En el caso de Lidia, esa nueva actitud fue
demasiado brusca y opuesta a su comportamiento habitual, lo que en muchos
generó incredulidad y otro tipo de rechazo. Los ejemplos eran numerosos en el
quehacer de los días: antes, rechazaba de plano ceder la razón a quien
evidentemente la poseía. Ahora, a todos les cedía esa razón que tanto apetecían,
tuvieran derecho a esa postura o no. Del negar a los demás alguna educada
sonrisa, ahora eran todos sonrisas de diseño, mejor o peor disimuladas. En
definitiva que algunos de sus compañeros y amigos percibieron, en el
radicalizado cambio de la compañera Nebrasca, una peligrosa e incómoda falta de
verdad. El caso es que protagonizar un “teatro” que no se siente o asume
totalmente, genera desconfianza y recelo en el expectador. La figura social de
Lidia desde luego que había mejorado en la aceptación general, pero había
“pasado de un lado de la orilla al lado al
contrario demasiado rápido. La inteligente evolución, ágil por supuesto, no se
había producido en su caso.
Una tarde, cuando salía de las dependencias
municipales tras cumplir su horario de trabajo, quedó algo extrañada cuando vio
que en la puerta estaba la señora Tecla. Le
extrañó verla a esas horas del día, porque las operarias de la limpieza
trabajaban siempre por las mañanas. Además no llevaba puesto su uniforma
habitual, sino que su vestido particular realzaba la belleza que esta señora
había tenido, sin duda, en los años mozos de juventud, ahora “marchitados” por
la evolución de la cronología. Más extrañada se quedó Lidia, cuando su
compañera de la limpieza le manifest ó abiertamente, con una maternal sonrisa,
que había venido expresamente a hablar con ella. “¿Te parece que vayamos a
tomar alguna cosa, infusión o cerveza, y así podemos sentarnos con una mayor
comodidad?” Minutos después ambas mujeres, una en las puertas de su jubilación,
mientras que su interlocutora recorría una parte central y básica de su
existencia, se acomodaron en la terraza de un establecimiento de restauración cercano, denominado “El
Viejo Galeón”.
“Debo aclararte que yo nunca me casé. Y tuve
pretendientes ¡te lo aseguro! Pero el ser al que yo quería ser lo llevó una
“vampiresa” que bien lo engatusó. Por eso me ves actuar un poco de madre,
sentimiento y vivencia que siempre me ha faltado. Pero a mis años, lo
importante es el día a día y no echar la vista atrás, hacia un pasado que
muchas veces te humedece los cristales de tu visión. Vamos a lo importante, “mi
niña”. No te molestará que te llame así ¿verdad?
Aunque me veas muy entregada a la fregona,
limpiando y ordenando lo que otros ensucian y desordenan, estoy al cabo de
“to”. Eso lo debo llevar en la sangre y viene de parte de madre, que era una
maravillosa mujer a la que no le escapaba nada. Has sido muy valiente, desde el
“sermón” que te eché aquella mañana. Te has esforzado en cambiar. De ser amable
con los demás y darles la razón ¡Me he dado cuenta que sonríes muy bien! Pero
chiquilla… las cosas hay que hacerlas poco a poco, con naturalidad, sin “brusquedades”
Porque así resultan más creíbles. Y se reciben mejor por parte de los que
tenemos cerca. Desde luego que mereces un premio por tu voluntad, muy hermosa
desde luego, de querer cambiar y no echar a la gente de tu lado. Pero también
debo decirte que tu persona o como decimos, tu personalidad, no debe
desaparecer. ¡El punto medio es el correcto! Hay que equilibrar nuestras
respuestas y actitudes. Ser amables, cariñosos, comprensivos, alegres… ¡sin
duda! Pero sin pasarse totalmente al otro lado. Porque entonces, la respuestas
de los demás tampoco será tan favorable como esperamos. El equilibrio de la
balanza ¡jovencita! Que dos y dos no son cinco. Aunque así lo vea el
“pabilucio” que tienes delante. ¿Me vas entendiendo?”
Lidia acompañó a la señora Tecla hasta la puerta de
su modesta pero acogedora vivienda. Los relojes marcaban las 22 horas, en una
noche de cielo limpio y templada atmósfera. Al despedirse de su “maternal”
amiga, le dio un fuerte abrazo , correspondido con un par de besos de la solidaria
operaria de limpieza. Ese celestial ángel de la guarda del que nos hablan los
libros, a veces se nos aparece en la forma más humana, generosa y cariñosa
posible. Permanecían grabadas en su mente esas últimas palabras de Tecla … “No olvides
que haciendo felices a los demás, te sentirás mejor y más realizada. Pero,
como te dije en una anterior ocasión ¡sin
pasarse! ” La luces somnolientas de las farolas seguían iluminando todas
esas calles y plazas que articulan el laberinto caprichoso de la ciudad, caminos
y destinos con un cada vez más ausente trasiego de personas y la acústica de
los vehículos.-
ESA FORMA DE SER QUE PERJUDICA
LA SALUDABLE ARMONÍA
José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la
Victoria. Málaga
29 Noviembre 2019
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