“Buenas noches ¿Le puedo retirar este
plato, para su comodidad? Quien
pronunciaba esta breve frase, expresada con amable y dulce disponibilidad, era
una joven camarera de hotel que cumplía con especial delicadeza y eficacia sus
obligaciones laborales, cuando las manecillas del reloj marcaban veinticinco
minutos sobre las nueve de la noche. Durante esa cena, desarrollada un jueves a
finales de octubre en el gran salón comedor del acomodado establecimiento
hotelero, no eran muchos los comensales que compartían los bien preparados
platos y copas servidas, por lo que el amplio espacio restaurador aparecía un
tanto desangelado, con muchas mesas y sillas vacías. El único cliente que
ocupaba una de las mesas en solitario era un consolidado, en la fama, escritor de
58 años de edad, profesional muy conocido por sus trabajos de creatividad
literaria, llamado Ventura Arlanza Romial.
La solícita y educada frase, acompañada por una
jovial y dinámica sonrisa, provocó un sorprendente magnetismo en el corazón y
mente convulsa del veterano escritor, quien se había “refugiado” por una decena
de días en un céntrico y moderno hotel burgalés de 4 estrellas. Lo había hecho
con el legítimo y razonable ánimo de completar su última e inconclusa novela,
trabajo que llevaba bloqueado con preocupantes semanas de retraso. La causa
principal de este desconcierto o parálisis creativa obedecía a una complejidad
de sentimientos frustrados, que habían sumido al novelista en un estado
depresivo para su habitual o normal expresividad. Su mujer Olivia, tras 26 años de aparente feliz convivencia
había decidido, de una forma brusca y totalmente sorpresiva, dejar el domicilio
conyugal a fin de emprender una nueva vida sentimental con otra pareja, una
mujer llamada Idoha, becaria de nacionalidad argentina, compañera de laboratorio de plagas vegetales en el
centro investigador en la que ambas trabajaban y en el que se habían conocido
tres meses antes.
Tanto Ventura como Olivia eran dos personas que por sus múltiples e intensas dedicaciones
habían ido dejando marchitar ese amor que hacía casi tres décadas los había
unido y que, de manera paulatina había ido cayendo en el letargo de la rutina y
en la carencia de “chispa emocional” para sus vidas en común. Había días en que
apenas compartían esos momentos de intimidad y convivencia, pues uno y otro
estaban tan centrados en sus trabajos que incluso las comidas en común eran
cada vez menos frecuentes, ya que ambos se habían habituado a realizarlas fuera
de casa. La vida de Olivia era su laboratorio y las investigaciones que llevaba
a cabo en el mismo. En el caso del escritor, solía recluirse en su estudio de
literatura, un viejo y elevado ático ubicado en las suaves colinas que bordeaban
la ciudad, donde pasaba largas horas del día e incluso algunas de la noches
centrado en la preparación de sus clases, pero sobre todo en generar páginas y
páginas de construcción literaria, la única tarea que “llenaba” de sentido e
satisfacción su imaginativa existencia, construyendo textos y relatos para un
fiel público seguidor de su obra.
A pesar de estas realidades, el literato nunca pudo
sospechar el drástico paso de ruptura dado por su compañera conyugal a la que
bien creía conocer. El que tu compañera de hogar te abandone para irse
sorpresivamente con otra mujer… es una de esas decisiones que nunca llegas a
imaginar, por muy rica y posibilista que sea tu mente. Ventura se repetía, una
y otra vez, una frase para la que no encontraba explicación convincente:
“Crees conocer a la mujer con la que
has convivido durante casi tres décadas. Pero mientras más certeza tienes
acerca de cómo es esta persona, que lo ha compartido todo contigo, en el
momento más inesperado chocas con la terrible e inexplicable realidad.
Realmente “nada” sabes acerca de la misma. Probablemente ni ella misma se
conocía lo suficiente como para imaginar que acercarse a la calidad humana de
Idoha le iba a afectar de tal y tan intensa manera como para necesitar unir su
vida a la suya”.
Había sido un verdadero mazazo para el adulado y
leído escritor, indeseado trance que le hizo pasar de la sorpresa inicial, al
bloqueo existencial y finalmente a un desánimo patológico del que tenía
necesaria y vitalmente que salir, a fin de no hundir y echar por la borda toda una
brillante carrera literaria.
El abrumado creador de textos pensaba que iba a
llevar con dolor, pero con entereza, su nuevo estado de soltería. Sin embargo,
al paso de los días y las horas vacías, fue comprendiendo y sufriendo su
profunda debilidad anímica, bien adobada por esa soledad que dificulta y nubla
la existencia. Tenía unos compromisos adquiridos con diversas empresas
editoriales, obligaciones que iba postergando a causa de esa nueva y para él
letal fase a la que tenía que hacer frente por una elemental razón de
supervivencia. Al tener dos novelas a medio finalizar y ante la urgencia
(ciertamente comprensiva) de los editores, había decidido trasladarse unos días
a la capital burgalesa a fin de cambiar sus hábitos ambientales. ¿Y por qué
eligió la histórica y monumental ciudad castellana? Consideraba la provincia de
Burgos como un espacio pleno de sosiego y
cultura, elementos que beneficiarían su atribulado ánimo. Además, en este
entorno espacial se desarrollaba buena parte de uno de sus relatos inconclusos
que, aunque tenía el titulo provisional de CAMPOS DE
ÁRBOLES EN SILENCIO, al paso de
los meses modificaría esa portada por otra más acorde con los eventos que él
mismo iba a protagonizar.
Ventura solía madrugar bastante cada uno de los
días. Después de asearse, escribía durante algo más de una hora hasta que
decidía bajar al restaurante del hotel, a fin de tomar el desayuno. El resto de
la mañana lo dedicaba a su creativo oficio ante el portátil informático que
siempre le acompañaba, escribiendo en el tranquilo silencio de su habitación. A
través del los cristales del recio ventanal que tenía ante sí, podían verse las
torres góticas de la magna catedral castellana, visión que le hacía descansar
el esfuerzo ocular de tantos minutos ante la pantalla digital. Cuando sonaban
las campanadas de las 13 horas, ya superado el mediodía, bajaba de nuevo al
restaurante para elegir en el bufet aquello que más le apetecía, volviendo a su
habitación para reposar el alimento, aunque pronto se hallaba de nuevo sentado
ante su mesa de trabajo. A eso de las siete, abandonaba el teclado y dedicaba
un buen rato a pasear por las calles y arrabales de una tranquila ciudad que
siempre le había encantado por su falta de estrés, junto a la austera sencillez
de sus habitantes. Pero le era en sumo difícil, agobiante sin duda, negociar
con esa soledad física y existencial que el paso del tiempo le regalaba sin
tregua. Por este motivo, en aquella cuarta noche de estancia hotelera, se
sintió gratamente confortado cuando una vital mujer, que rebozaba juventud,
acertó a regalarle unas serviciales y amables palabras, pronunciadas con esa
dulzura que tanto nos ayuda en los tiempos de acerba destemplanza.
Al responder afirmativamente a la solícita
camarera, dándole las gracias por su profesionalidad, pudo observar con más
lentitud y precisión a esa joven operaria en la que apenas se había fijado o
reparado hasta esa noche. Probablemente la chica se había reincorporado ese día
al servicio de restauración. Era delgada de cuerpo, mostrando esa agradable
fragilidad no exenta de seguridad corporal que le permitía una actividad
constante, al servicio de los comensales. Mostraba una permanente atención a la
retirada de los cubiertos y platos usados, limpiando las mesas que habían sido ocupadas
por otros comensales, vigilando la falta de alimentos en el bufet o atendiendo
cualquier señal recibida desde la distinguida clientela. El color celeste de
sus ojos quedaba enmarcado en una mirada que Ventura interpretaba como de
naturaleza angelical. Vestía con ese uniforme del servicio, en donde el blanco
mezclado con el negro ejercía un mágico atractivo para su quehacer restaurador.
Pero sobre todo sobresalía y ganaba a los comensales con esa espontánea sonrisa
en su tierna mirada, que parecía sincera y que tanto o más valoramos sobre la
propia calidad de los alimentos que estamos consumiendo.
Cuando Ventura apuraba ya el café que Neila María le había servido y se levantaba de su
silla para marcharse del local, la camarera se acercó discretamente a su espacio
para “regalarle” otra frase llena de
atención y delicadeza.
“Que pase una buena noche, Sr.
Arlanza. Le deseo un feliz y reparador descanso. Por cierto, a muchos clientes
les apetece tomar alguna cosa antes de irse a dormir o cuando se despiertan de
madrugada. Si le apetece, le puedo preparar alguna fruta o galletas para
llevar. Y si necesita alguna infusión caliente, me indica la hora en que el
servicio de habitaciones le atenderá sin compromiso alguno por su parte”.
“Valoro en mucho sus atenciones y su
generosa amabilidad, Srta. La verdad es que en los últimos tiempos me está costando
bastante conciliar el sueño, porque suelo trabajar un poco antes de irme a la
cama y tal vez pierdo el punto inicial del descanso. Tal vez me vendría bien
una infusión relajante, a eso de las 12:30. Si es tan amable de ordenarla, se
lo agradecería de corazón”.
Tras saludar cortésmente a su interlocutora, se
dirigió lentamente hacia su aposento. Mientras recorría el mullido suelo
enmoquetado que templaba las pisadas, iba pensando el mucho bien que nos puede
hacer, en tiempos de “sequía”, unas cálidas palabras, pronunciadas con ropaje
cariñoso y fraternal. Con todo el bien que genera ese noble gesto a quien tiene
la suerte de recibirlo ¿por qué seremos tan “avaros” en el uso de esas
habilidades que tanto ayudan y que nos hacen sentir mucho mejor en la humildad
de nuestros caracteres.
En los días sucesivos la actitud de Neila Mª con
respecto al huésped de la 325 mantuvo esa amabilidad y deferencia que tanto
apreciaba el veterano escritor. Una tarde, mientras se daba su diario paseo
vespertino, Ventura se sintió obligado a corresponder a una buena y diligente
persona que con pequeños detalles le hacía sentirse francamente mejor con
respecto a los día iniciales de su estancia en ese hotel de la ciudad burgalesa.
Compró una pequeña caja de bombones, para entregar a ese ángel que tanto velaba
para su necesidad. A los bombones siguió otro regalo (un bonito pañuelo de
cuello) que la chica también aceptó con un cierto rubor, pero siempre valorando
esos elegantes detalles que expresaban el reconocimiento agradecido de una
persona que paulatinamente había vuelto a recuperar la sonrisa, en ocres
tiempos de carencia afectiva.
De nuevo y para satisfacción del escritor madrileño,
las palabras y las ideas habían vuelto a fluir en su trabajo de cada día,
avanzando de forma esperanzada para cumplir con los plazos establecidos en los
contratos con los editores. Un mañana, antes de cumplir con su reserva de
estancia, habló con el encargado del hotel explicándole su intención de prolongar
alguna semana más su presencia en el establecimiento. Tuvo suerte en su deseo,
pues al ser época otoñal había algunas habitaciones libres, por lo no hubo
dificultad para que el huésped de la 325 mantuviese su residencia, con esas
vistas al río y al remozado monumento catedralicio que tanto le agradaban.
Residente y camarera aprovechaban esos minutos
oportunos, en el trajinar del servicio, para intercambiar comentarios sobre
temas nimios pero siempre atractivos para generar e intercambiar sonrisas, insertas
en la gratitud recíproca de las miradas. Unos de los temas que solían repetirse
en los pequeños diálogos que mantenían era el relativo al la magia del cine,
afición que ambos compartían. En este
contexto, Ventura se sintió con el valor necesario para invitar a Neila a ver
una de las películas que proyectaban en los Multicines Odeon, que disponían de
las mejores salas de la capital (en la calidad de la imagen y en la
sorprendente acústica envolvente). Eligieron el muy reciente estreno de Dr.
Sueño, “frustrada” continuación de la mítica El Resplandor, de los años 80.
Neila justificaba su afición a las películas de miedo en el hecho de que la
tensión argumental le impedía aburrirse o quedarse dormida, lo cual era muy
frecuente tras una jornada de duro trabajo en el servicio. Ese sábado tarde lo
tenía libre en su organigrama laboral la jovial camarera. Tras el visionado de
la cinta, Ventura sugirió que podían tomar alguna cena en el restaurante que la
chica eligiera, pues ella conocería mejor que él los lugares más emblemáticos
del ocio burgalés. Decidieron ir a la zona del tapeo, en la calle San Lorenzo,
no lejos de la Catedral.
Entre pincho y pincho, con el buen vino de Rivera
del Duero, Ventura explicó a su atenta interlocutora algunos aspectos de su existencia,
especialmente en lo relativo a la profesión de escritor, sin ocultarle el
complicado y muy duro golpe afectivo que
había recibido por parte de su mujer Olivia, hacía ya un par de meses. También Neila se sintió abierta a revelar una
inesperada confidencia, en esa noche de sábado para la sinceridad.
“Aunque me ves tan joven y cariñosa, también tengo
páginas nubladas y realidades dolorosas en mi vida. Tal vez no los aparento, en
el aspecto físico, pero ya he llegado a la treintena. Soy madre de una niña
preciosa, que alcanza sus nueve añitos de edad. Vivimos en casa de mi madre,
una estupenda mujer que sabe mantener su espléndida y “madura” juventud. Todo
ocurrió cuando, con apenas veinte años cumplidos, un chico de la pandilla en la
que estaba integrada, llamado Celso, se
encariñó alocadamente conmigo. Con mi inconsciencia de aquellos años, no supe
controlar de forma adecuada la situación. Son reacciones y comportamientos muy
propios de la edad juvenil. Bien aconsejada por mi madre, Ariana, nació Alba,
con mucha alegría y felicidad por mi parte, pero no te oculto que también con
un intenso miedo ante la nueva responsabilidad que llegaba a mi existencia.
Pero esa imprescindible responsabilidad no supe encontrarla en quien era el
padre de mi hija.
Él continúa trabajando ejerciendo el oficio de
panadero. Siempre ha evitado el reencuentro con el pasado. Aunque parezca
mentira, no ha querido ver ni ayudar a su hija. Pero con mi trabajo de camarera
de hotel y la ayuda de mi madre (viuda con una modesta pensión) hemos sabido
criar a esta alegre pequeña, que no ha sufrido carencias básicas. MI madre es
muy hábil también con la pastelería. Elabora unas artísticas y suculentas
tartas que sirve a una prestigiosa tetería que tenemos no lejos de nuestro
hogar. Pagan muy bien esos postres y eso también nos ayuda en nuestra
necesidad.
Sé que lo estás pensando. Y me quiero adelantar a
tu lógica pregunta. He tenido, efectivamente, algunos pretendientes, en estos
diez últimos años. Pero estos chicos, con más o menos habilidad y delicadeza,
se van retirando de mi persona, cuando conocen la situación de madre soltera de
la chica con la que han comenzado a salir. Nada de extraño ni de reprochar por
mi parte. Demuestran un cariño “egoísta” o incluso ni eso. Pero así somos: muy
liberales de “boquilla”, pero extremadamente conservadores y clásicos en la
mentalidad”.
Este sincero intercambio de confidencias, entre dos
personas que podrían ser padre e hija por sus respectivas cronologías, les
hacía ver, tanto a uno como a otra, que no estaban solos en sus problemas. Por
el contrario, conocer y compartir vivencias del amigo o amiga, les provocaba
esa serenidad de ánimo que creemos recuperar con sólo alguien que nos escuche con
atención y esa siempre grata serenidad.
Pasados unos días, el muy recuperado escritor tuvo
que volver a su Madrid residencial. Pero el recuerdo de Neila permanecía en su
mente. Uno y otro, en esos momentos que todos tenemos de íntima reflexión,
habían pensado en intentar una posible relación afectiva, pues valoraban esa
juventud y madurez respectiva, que podrían intercambiar para sus íntimas
necesidades y apoyos. Pero decidieron deja
Ventura, aplicando una valiente lógica racional,
quiso ayudar a su joven y querida amiga. Supo moverse con habilidad, a fin de
conocer la dirección actual de Celso, el padre de Alba. Le envió una
explicativa misiva, aconsejándole amistosamente acerca de sus obligaciones y responsabilidad
con respecto a una hija a la que nunca había querido reconocer. Una fría carta
como respuesta, fue bastante explícita acerca de la situación en que este joven
se encontraba actualmente. El chico había formado una familia con una joven
compañera de trabajo en el comercio de la tahona y ya tenían descendencia por
partida doble. Sin embargo Celso se comprometía a no abandonar en el olvido a
esa otra hija que en un momento de inconsciencia juvenil ayudo a venir a la luz
de la vida. Añadía que su situación económica actual no le permitía
comprometerse materialmente con las necesidades de la niña. Pero que si las
circunstancias cambiaban en un futuro, para él y su familia, haría lo posible
en ayudar a su madre.
Ha pasado poco más de un año, desde los hechos
hasta aquí narrados. Se acerca el día de Navidad
y esa tarde noche de jueves, correspondiente a un año que finaliza, contempla
las calles céntricas madrileñas completamente llenas de gente. Son personas de
todas las edades y condición que van deambulando, siempre con prisas, de aquí
para allá, haciendo las últimas compras para esa inminente Nochebuena que
reunirá a las familias de todo el orbe en torno a una gran cena fraternal. La Gran Vía madrileña, adornada con sus luces
multicolores, era un hervidero de tráfico viario y peatonal, con todos los
comercios y establecimientos de restauración atrayendo esas miradas e ilusiones
de consumo que ayudan a satisfacer los deseos. El número 29 de esta populosa arteria viaria está dedicado
al reino de los libros. En la primera planta de La
Casa del Libro hay un afamado escritor, quien después de exponer las
características de su nueva e inédita obra, atiende las preguntas de algunos de
los asistentes, con un racimo agradable de anécdotas y curiosidades. Tal vez la
más significativa de las respuestas que realiza es aquella en la que,
sintetizando la historia narrada en su relato TRAS LA
LÍNEA DEL CIELO, ESTÁ LA ESPERANZA, confiesa ser él mismo uno de los
protagonistas que intervienen en la historia.
En pocos minutos se va formando una notable fila de
lectores que, con esta novela en la mano, aguardan su turno para que el autor
de la misma les firme una pequeña dedicatoria. Han de tener algo de paciencia
pues Ventura, junto a las palabras que escribe en la página tres de cada
volumen, gusta intercambiar algún comentario o frase agradable con cada uno de
sus fieles lectores.
En un lateral de ese gran salón, guarnecido con cientos
de miles de páginas y palabras que cuentan y comunican otras tantas historias,
espera sonriente una joven mujer, acompañada de su hija Alba, a la que el
gerente de la librería ha regalado un interesante y bien ilustrado libro de
relatos infantiles. Por cierto, la novela que se presenta está dedicada a dos
nombres también femeninos “Para Neila y Alba, con todo el amor que encontré tras esa
línea del cielo”. Tras las firmas y
dedicatorias, una ilusionada familia de tres miembros disfrutará de la alegría
que rebosa ese deslumbrante centro madrileño, en los días que anuncian la
llegada de una alegre Navidad. A la mañana siguiente volverán a su hogar en
Burgos, en donde comparten la ilusión de un nuevo feliz renacer para sus
vidas.-
TRAS LA ESPERANZADA LÍNEA DEL CIELO
José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la
Victoria. Málaga
15 Noviembre 2019
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