Cuando nos desplazamos, sea caminando o montados en
un vehículo, a través de las arterias que conforman el laberinto urbano de nuestras
ciudades, solemos hacerlo generalmente con una cierta presteza. El tiempo, cada
día más, es un importante valor y hay que saber rentabilizar de manera óptima
su muy apreciable e innegociable dimensión. Sin embargo hay ocasiones en que
nuestro caminar se torna algo más lento, como si no tuviésemos motivos para la
urgencia, así que esta placidez en el paseo nos permite fijarnos más
detenidamente en elementos del urbanismo que, bien analizados, resultan
especialmente significativos. Concretamente me refiero a esas grandes y antiguas edificaciones, normalmente
ubicadas en la zona antigua o más céntrica de las ciudades, con sus fachadas
sufriendo un evidente abandono en la suciedad y el deterioro pre-ruinoso,
paramentos que albergan en su monumental estructura numerosas viviendas, la
mayoría o todas ellas deshabitadas de inquilinos por diversas motivaciones de
sus propietarios. Van pasando los meses e incluso los años y nuestra memoria
visual nos confirma la permanencia de ese triste letargo en que está sumido el
inmueble. Aparentemente parece que en esa gran edificación sigue sin vivir
persona alguna…
Pero hay un detalle que a la mayoría de los viandantes
nos pasa inadvertido. Tal vez porque normalmente nos hemos fijado en ese
vetusto y señorial edificio durante las horas diurnas. En efecto, cuando llega
la noche resurge un poco de luz a través de alguna de las ventanas que
articulan ese antiguo macizo constructivo. La explicación no es difícil
deducirla: a pesar de las apariencias de ser un edificio deshabitado, dentro de
su estructura constructiva aún permanece algún o algunos vecinos, que se resisten al abandono de su casa. La motivación de
esta permanencia obedece a que su voluntad así lo ha decidido y la normativa
legal, lógicamente, les ampara. Han vivido allí durante muchos años de su
existencia y a pesar de las incomodidades de estos viejos edificios, sus
tenaces inquilinos quieren seguir gozando de esa centralidad espacial o también
de la importancia sentimental (tal vez allí nacieron o recibieron la vivienda
por herencia de sus antepasados) que su “antigua” vivienda les reporta. No les importa que otros muchos vecinos se
hayan traslado a otras zonas urbanas mucho más cómodas y modernas para sus
necesidades. Estos pocos vecinos resisten las sustanciosas ofertas o fuertes presiones
de grupos inmobiliarios, que pretenden adquirir la vieja edificación para
derribarla o rehabilitarla con fines
hoteleros, administrativos, culturales, comerciales o residenciales. No les
importa seguir soportando carencias que podrían fácilmente subsanar para su agrado
en pisos más modernos (con sofisticados cuartos de baño, ascensores,
aparcamientos, fontanería y electricidad actualizada, etc). Sin embargo, con
admirable firmeza y aparente testarudez, continúan viviendo en ese deteriorado hábitat
que los cobija desde hace largo tiempo, probablemente muchos, muchos años. En
este contexto urbanístico, empresarial y humano se desarrolla la base temática
de nuestra historia.
Un día más amanece en el centro antiguo de una
dinámica ciudad, territorio felizmente acariciado por el mar Mediterráneo. En
ese denso perímetro urbano, con muchos siglos de Historia, se mezclan
señoriales y monumentales edificaciones, con otros bloques de viviendas más
humildes y con menor tamaño, conformando ambos planos residenciales el visual
contraste socioeconómico de las familias que han sido y son sus residentes. Muchas
de esas grandes edificaciones hunden sus cimientos constructivos en las décadas
iniciales del siglo pasado o incluso en la línea temporal del siglo XIX. Con el
paso de los años, algunos de estos monumentos arquitectónicos han ido
modificando su “ropaje” exterior e interior, con reformas más o menos
afortunadas e incluso la impericia histórica de los dirigentes municipales ha
permitido su impune derribo, a fin de que esos céntricos espacios liberados
sean sustituidos por otros edificios de nueva planta, más modernos, funcionales
y de dudosa o discutible belleza.
Sin embargo, siempre nos encontramos con
determinadas edificaciones que, por muy diversas motivaciones, han permanecido
prácticamente “intocables” por decisión de sus propietarios o por quienes las
han habitado. Generación tras generación han conservado su prestancia y
señorío, mientras veían a “otros compañeros de arquitectura” desaparecer bajo
la piqueta, solares que servían de base posteriormente para levantar nuevas
formas edificatorias. Uno de estos bloques históricos, emblemático en la
historia de la ciudad por su estructura y elementos ornamentales, observa desde
su elevada “estatura” a otras históricas calles y avenidas, por las que en la
actualidad no pasean o circulan plácidos transeúntes, “aromáticas” y acústicas
caballerías o aquellas lentas carretas para el transporte de mercancías y
vituallas, arrastradas por la fuerza humana o animal. Hace años que llegaron
los vehículos a motor, las vías para los tranvías y finalmente un transporte
democráticamente individualizado de automóviles, variopinto y densificado, que
ha hecho sufrir a muchos de los árboles que circundaban, ensombrecían y oxigenaban
a esas y otras calles y avenidas de la ciudad. Algunos de estos otros
monumentos “vegetales” han resistido, con mayor o peor suerte, la atmósfera más
contaminada y sucia del aire, a causa del combustible fósil utilizado por los
ruidosos motores de esos vehículos, sometidos al culto y a la demencia de la
velocidad.
Ese bloque de observadores e impertinentes
balcones, levantado sobre 8 plantas, ha llegado a cobijar hasta 48 familias, formando
cíclicas generaciones de abuelos, padres, hijos y nietos, que han ido heredando
los respectivos inmuebles. El avance de la modernidad y el subsiguiente
desplazamiento de muchas familias a zonas más tranquilas y espaciosas del
extrarradio, con las ventajas de la salubridad y calidad de vida subsiguiente,
ha ido vaciando numerosas de las viviendas de una edificación con mucha
historia entre sus paredes. Realmente los incentivos de estas viviendas, para
la burguesía que las habitaban, estaban nucleados básicamente en torno a la
centralidad de la ubicación que poseían sus inquilinos y en las buenas vistas
que tenían las plantas más elevadas. En el interior de los pisos dominaban los
altos techos, las deficiencias en el baño, la carencia absoluta de
aparcamientos o garajes e incluso la paciencia que había que tener con unos
antiguos elevadores, ascensores que se estropeaban un día sí y el otro quizás
también.
Desde hacía años algunos vecinos compartían su
estancia con una segunda propiedad situada en zonas nuevas urbanizadas, más
próximas a entornos naturales o a localidades de la costa, preferentemente
occidental, aunque también oriental. La desocupación se vio acelerada cuando
algunas importantes empresas inmobiliarias pusieron sus ojos en estos vetustos
pero elegantes y céntricos edificios, con el objetivo especulativo de adquirir
todas las propiedades y actuar constructivamente sobre sus estructuras.
Un consorcio inmobiliario, agrupado bajo el rótulo
de BUILDING HOUSES, financiado con capital
internacional, comenzó a negociar con unos y otros propietarios, consiguiendo culminar
numerosos contratos de compra/venta, tras ofrecer poderosas partidas
económicas, para acceder a la propiedad de los inmuebles. La tenacidad y
habilidad de los agentes negociadores se puso de manifiesto en el último año y
medio pues, de los 48 propietarios, 45 accedieron a negociar los contratos de
propiedad catastral, cediendo sus inmuebles, a cambio de diversas y atractivas cantidades,
siempre muy superiores a los valores catastrales establecidos administrativamente
por el ayuntamiento de la ciudad. El consorcio inmobiliario no ocultaba sus
intenciones con respecto al monumental bloque: remodelar integralmente el
edificio para dedicar las plantas superiores a la construcción de viviendas de
lujo, otras plantas serían dedicadas al alquiler o venta de oficinas y
despachos, delegaciones de empresas y consultas médicas privadas. En cuanto a
la planta baja y entresuelo, la idea era establecer una serie de pequeños comercios
de productos suntuarios de alta cualificación, nucleados en torno a un
restaurante de muchos tenedores, dirigido por un chef de renombre internacional.
De los tres vecinos que se resistían, legítimamente.
a ceder contractualmente la propiedad de sus inmuebles, dos de ellos al final accedieron ante las nuevas y tentadoras
ofertas económicas que se les ofrecieron y a circunstancias privadas que les
obligaban a modificar, con más o menos temporalidad, su lugar habitual de
residencia. Y en este contexto aparece el personaje focal de nuestra historia. Don Amalio de Sicilia-Vallés y Montealto, Marqués de Campoquinto,
propietario titular de la vivienda 5 C.
Se trataba de un septuagenario miembro de la
antigua nobleza decadente y “apolillada”, casado con Dorita
de Fuentehermosa y Clarival, matrimonio sin herederos directos que ha
vivido de las rentas proporcionadas por unas hectáreas de olivares, plantados
entre las provincias de Córdoba y Jaén. Esas tierras heredadas, desde varias generaciones
de antepasados, han proporcionado unos desahogados medios de vida en el
variable (pero siempre seguro) negocio del aceite.
Aunque marido y mujer eran originarios de un
medieval señorío ubicado en la sierra alta de Jaén, llevaban residiendo en esta
vivienda del sur peninsular desde hacía 39 años, buscando el agradable clima
reinante y la muy frecuente alegría que subyace en la capital malacitana. Era
notoria, entre sus convecinos, la frialdad sentimental entre ambos esposos,
hasta que Dorita (ya en su sexta década existencial) se encandiló con un bien
apuesto ganadero americano, “forrado” de dólares, al que conoció en un crucero
primaveral realizado por las islas Cícladas. Mr. Lion
Walter, algo más joven que Dora y que ya acumulaba tres matrimonios a
sus espaldas, y la desencantada marquesa consorte parece ser que huyeron juntos
hacia el disfrute de su felicidad en el rudo oeste americano. Estos hechos
ocurrieron hace exactamente cinco años y entre la vecindad y otras amistades
fue unánime el reconocimiento del equilibrado valor de don Amalio, quien
frustrado en sus gélidos amores, supo con entereza rehacer su vida,
perfectamente ayudado por dos señoras del servicio que le gestionaban la
limpieza del inmueble, el cuidado de la ropa y la elaboración del almuerzo
diario. La cena siempre solía realizarla el engañado cónyuge en distintos y
elegantes restaurantes de la zona, establecimientos que (en voz baja)
comentaban su habitual tacañería para con los miembros del servicio.
El decadente marqués de Campoquinto mantenía con
firmeza su irreductible reticencia a las repetidas negociaciones de compra de
su bien espaciosa vivienda. Esas ofertas resultaban cada vez más generosas pues,
después de más de un año de negociación, era el único propietario que se
mantenía “en sus trece”, negándose una y otra vez a la cesión contractual de su
antiguo inmueble. Desde luego que no resultaba fácil persistir en esta continua
negativa, pues la metodología negociadora de la Building houses fue cambiando,
con ofertas cada vez más tentadoras: fuertes
sumas de dinero, la entrega de un chalet en la sierra jienense, viajes para dar
la vuelta al mundo, pisos en cualquier parte del territorio español (incluso
también alguna acción en la línea punible de los tradicionales “asusta viejas”
–técnica ésta última que de inmediato se desechó, por los riesgos evidentes ante
la justicia-). Tentaron de igual manera a un sobrino nieto de don Amalio, Trinidad Vallés, médico forense y con residencia en
Extremadura, para que mediara acerca de su tío abuelo, a fin de convencerlo para
que su lejano familiar negociara afirmativamente con el consorcio inmobiliario.
Los esfuerzos del Dr. Vallés tampoco dieron el fruto deseado (no sólo para las
partes implicadas, sino también para él mismo, pues se le garantizaba una
comisión de regalo si el marqués al fin accedía a la venta de su piso). Pero la
testarudez del rentista olivarero era infranqueable. Así que, en cada una de
las noches, la única luz “somnolienta” que se percibía en el emblemático
edificio provenía de la planta número cinco.
Las 47 viviendas restantes habían sido ya completamente desocupadas por sus antiguos
propietarios.
Pero el destino
tiene sus leyes, crípticas, caprichosas y sorprendentes para la totalidad de
los mortales. Una mañana otoñal, con el cielo pintado de tonos grises y
azulados (parecía que la descarga pluvial era inminente) Alfonsa Peñalva tomó
el incómodo y obsoleto ascensor
instalado en los años sesenta del siglo pasado. Abrió como todas las mañanas la
puerta de 5º C, pues tenía que preparar el desayuno y la limpieza de la casa a
su señor que, probablemente, aún dormía. Don Amalio era un voraz lector de
obras clásicas, eligiendo sobre las demás aquellas que tenían una base
histórica, filosófica o moral, por lo que se iba a la cama con la madrugada
bien avanzada. Durante las ultimas semanas estaba enfrascado en la lectura de
la magna obra titulada Historia de los heterodoxos españoles, escrita por don
Marcelino Menéndez y Pelayo, quedándose no pocas veces dormido con el pesado
volumen abierto en sus hojas reposando sobre la alfombra del suelo. A eso de
las 10, después de sonar las campanadas de la no alejada catedral, esta señora
del servicio, incrementaba su estado de preocupación pues su amo, el señor
Amalio, no se levantaba, ni tampoco se escuchaba el rezo diario u otras oraciones que el marqués solía hacer
casi a diario. Golpeó con suavidad la
puerta del dormitorio “señorial” con el ánimo de preguntarle si ser encontraba
bien. El silencio que recibió como respuesta le hizo inquietarse, pero aún así
dejó que su señor durmiera un ratito más. Pero antes de que dieran las once
menos cuarto decidió entrar en el noble dormitorio. Ese silencio que escuchaba
no era normal a esas horas ya avanzadas de la mañana.
Los servicios sanitarios del 061 apenas tardaron en
llegar a la casa unos diez minutos. Sólo pudieron certificar el fallecimiento
del insigne y testarudo marqués de Campoquinto, a la edad de 79 años. Su
cansado corazón había dejado de latir, varias horas antes. Avisado al efecto,
su sobrino nieto Trinidad Vallés viajó con urgencia a la ciudad malagueña, a
fin de gestionar todo lo relativo a estos ingratos pero inevitables avatares de
la vida.
Una semana más tarde del inesperado óbito, Trinidad
tuvo que desplazarse a la dirección de un prestigioso despacho
notarial, en el que su titular le dio cumplida información acerca de
la muy precaria situación económica en
que se encontraba su tío abuelo desde hacía bastante tiempo. Apenas podía
mantener su pomposo estilo de vida, empleando sin embargo para ello, con
discreción y tacañería, los intereses que le proporcionaban algunas rentas
invertidas en instituciones bancarias, fondos económicos procedentes de sus
olivares (parte de los cuales había tenido que vender para subsistir). El
solitario marqués estaba prácticamente arruinado y la herencia que iba a
recibir no era muy tranquilizadora, pues tenía deudas por todas partes, así que
como único descendiente o pariente cercano tenía la obligación de hacerse cargo
de esos agujeros negros que el marqués había dejado en el patrimonio familiar.
Por más que lo intentó, el esforzado médico forense
no pudo dar con el paradero de su tía abuela Dorita (a la que el frustrado
marqués no le había dejado patrimonio alguno). Los bienes familiares estaban
separados, pues doña Dora apenas pudo aportar dinero alguno en el momento de su
boda. Don Amalio era un fervoroso asistente a los garitos y salas de fiestas,
donde se bebía, se jugaba y se discutía acerca de temas intrascendentes o
políticos bajo una percepción muy conservadora. Una noche de “bacanal” y
parranda se fijó en una ajada corista, de las que cantaban ante un publico
mayoritariamente de hombres con ojos saltones y ansiedad sexual. No muchos
meses después acabó llevándola al altar como su obediente esposa, a los sones
de G. Strauss. Habían convivido juntos durante 38 años, hasta que la “señora”
se marchó con el americano, siguiendo el olor y la estela de los dólares, junto
a los arrullos sentimentales, que el
vaquero estadounidense era generoso y diestro en dispensarle.
Trinidad básicamente heredaba la propiedad de la
vivienda 5º C que con tanto celo había mantenido el marqués, frente a los
repetidos intentos del consorcio inmobiliario. El médico forense, con su vida
muy estabilizada y acomodada, decidió atender los
requerimientos del grupo Building houses que, con gran satisfacción,
vieron como la naturaleza les había ayudado a conseguir lo que con tanto ahínco
y frustración habían intentado en vida del finado marqués.
Ocho meses han transcurrido desde estos eventos
narrados. El monumental inmueble, propiedad ya en su totalidad del poderoso
consorcio, está sufriendo una profunda remodelación para convertirlo en un hotel de cinco estrellas, MÁLAGA SOL. establecimiento
que una ciudad en pleno auge turístico necesita. Se van a organizar en su
antigua y renovada estructura 120 habitaciones dobles, dotadas con todos los
más avanzados incentivos tecnológicos y suntuarios. Los futuros huéspedes
dispondrán de una piscina en la terraza superior, con una parte adjunta
climatizada. El gran restaurante estará situado en la entreplanta, en la que
también habrá tres salones para convenciones, habilitándose en los sótanos del
inmueble un garaje aparcamiento de 52 plazas, para los residentes del hotel y
automovilistas externos que paguen un precio especial para el uso de este
servicio. Los bajos del bloque ya están alquilados por unas poderosas
franquicias extranjeras, a fin de instalar varios comercios de lujo.
Mientras la piqueta está trabajando en la
tabiquería y muros interiores de la poderosa estructura (por regulación
normativa ha de conservarse un elevado porcentaje de la fachada tradicional,
debidamente reparada y actualizad) una mañana de primavera la prensa local se
ha despertado con una sorprendente e impactante información. El cronista
desvela que la policía ha confirmado la aparición de lo que parecen ser restos humanos, emparedados en la planta quinta del
majestuoso bloque señorial. El departamento de medicina forense está
analizando, con el asesoramiento técnico de diversos laboratorio
especializados, el origen de estos restos. Algunas voces y comentarios mediáticos,
no debidamente confirmados, manifiestan que dichos restos pudieran corresponder
a los de una mujer. -
LA TENAZ RESISTENCIA
DE DON AMALIO, FRENTE A LAS PRESIONES EMPRESARIALES
José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la
Victoria. Málaga
22 Noviembre 2019
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es
Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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