Aunque el muy apreciado valor de la prudencia debe de estar presente en la totalidad o
en la inmensa mayoría de nuestros actos, los avatares de la vida diaria pueden
impulsarnos en determinadas situaciones a la toma de decisiones en el que esa
prudencia, siempre tan aconsejable y necesaria, no se halle especialmente
presente. En no pocas ocasiones nos sentimos inmersos en situaciones incómodas
y desafortunadas, a consecuencia de no haber aplicado esos útiles parámetros de sosiego, serenidad y
equilibrio, carencias que nos ha llevado a la precipitación, a la
superficialidad y a los equívocos, que pueden ser más o menos desagradables y
molestos. Dicho todo esto, tampoco se puede obviar una realidad que subyace en
nuestra naturaleza: somos humanos y nos podemos, qué duda cabe, equivocar. Por
supuesto, de todos estos desigualmente previsibles equívocos, debemos extraer
consecuencias que nos animen a evitar futuros errores en nuestras andaduras por
el variopinto escenario social.
En aquel viernes de una Primavera avanzada, Heraclio Castell Pina, treinta y siete años, finalizaba su jornada laboral a las 10 de la noche,
hora en que cerraban la puertas el hipermercado donde prestaba sus servicios,
en el departamento de electrodomésticos, gama blanca. Antes de desplazarse a su
domicilio tras una larga jornada de trabajo, en la que tenía que permanecer
casi ocho horas de pie, aceptó de buen grado tomarse una copa con su compañero
de sección Abilio, pues éste deseaba invitarle
ya que ese día celebraba su cumpleaños y no le apetecía llegar pronto a casa.
Este compañero no estaba pasando por un buen momento en su vida. Hacía un par
de meses en que su convivencia con Elba se había roto, tras varios años
formando pareja. En estos duros momentos para su persona, vivía sólo en un
apartamento alquilado, por la zona oeste de la expansión territorial urbana.
Heraclio pensó que sería bueno compartir un ratito de conversación con Abilio,
en esos difíciles momentos en que el destino y las voluntades nos sitúan.
Además, ese viernes Clelia, su compañera
sentimental, tenía guardia nocturna en el
Hospital donde trabajaba, como auxiliar de enfermería, por lo que de una forma
u otra carecía de prisas para la cena ¿Por qué no hacerla y compartirla con
este colega laboral, en situación afectiva tan necesitada?
De esta inteligente
y generosa forma, ambos amigos decidieron ampliar la conmemoración festiva y
pidieron una variada tabla de tapas, con la que hicieron una cena agradable, en
una noche limpia de nubes que favorecía la coquetería luminosa de las
estrellas. Esa hora y media de compañía transcurrió plena de amenidad, con el
intercambio de chascarrillos y comentarios acerca de los temas más variados que
ponen color a la rutina diaria de la actualidad. Aquellos primeros Riojas se
vieron ampliados por sucesivas copas de cerveza, líquidos embriagadores que
dejaron a los dos comensales un tanto aturdidos pero con la traviesa felicidad
de haber “salvado” la noche.
Los dos amigos tomaron el mismo bus de recorrido
circular, aunque Heraclio intercambió un “infantil” saludo de despedida con su
compañero, tras cuatro paradas desde el inicio del recorrido. Al llegar a casa
se dio una buena ducha caliente, práctica tonificadora que
le ayudaba a conciliar mejor el sueño durante la madrugada. Antes de irse a la
cama, dedicó unos breves minutos a repasar el correo y a echar una ojeada a la
prensa digital, costumbre que solía practicar para estar al día de los
acontecimientos más relevantes acaecidos durante la jornada. Era una práctica
un tanto mecanicista y ritual, pues casi nunca dedicaba mucho tiempo a leer los
mensajes de correo, ya que en la mayoría de los e-mails prevalecían las ofertas
publicitarias más variadas. Pero esa noche del fin de semana iba a ser
plenamente diferente, para sus
previsiones sustentadas en la experiencia.
Observó con sorpresa, en el escritorio de su
pantalla informática, una palabra que “despertó” con agudeza su atención. “URGENTE”. Al lado de esa motivador vocablo, el nombre
de VERO, una amiga del grupo senderista al que
pertenecía. Los integrantes de esta práctica deportiva habían formado un grupo
de Whatsapp y entre ellos intercambiaban también, de manera intermitente, diversos mensajes. Repasó con nerviosismo la
dirección electrónica de esta amiga, Vero … 1979@ … fr, datos que le provocaron
una inmediata preocupación. Con presteza abrió el e-mail, cuya lectura del
contenido incrementó aún más si cabe su sorpresa inicial.
“Hola. Necesito urgentemente tu
ayuda. Por favor, ponte en contacto conmigo por correo electrónico, ya que
estoy de viaje y no puedo utilizar el teléfono. Gracias. Atentamente. Vero”.
La relación con esta integrante del grupo
senderista era abiertamente cordial. Tampoco es que fuera exhaustiva la
información que conocía con respecto a su vida pero, durante el recorrido de
los caminos y en esos ratos de asueto para reponer fuerzas se van
intercambiando relaciones, informaciones y puntos de encuentro con todos y cada
uno de los que integran la marcha. En el caso de Vero, Heraclio conocía la
actividad de peluquería y estética que desempeñaba en un establecimiento
inserto en un gran centro comercial. Creyó recordar que esta joven amiga vivía
junto a su madre, viuda de un factor de la Renfe, en un barrio obrero muy
populoso de la capital. Desde luego apreciaba en Vero su proverbial y sincera
simpatía, además de esa disponibilidad tan generosa y eficaz para tratar de
resolver los pequeños problemas que nos van surgiendo y que otras personas,
menos positivas, acaban magnificando hasta acabar dificultando en principio su
más que fácil superación. Hacía unos diez
días de la última caminata senderista que el grupo
Malach había realizado por tierras de la
Serranía rondeña. Durante la misma, Clelia u él habían hablado en diversos
momentos con esta jovial compañera, pero no recordaba que le dijera nada acerca
de algún viaje inmediato y que por el contexto del email podría ser en el
extranjero. Dejó a un lado sus elucubraciones y se dispuso a prestarle ayuda,
siguiendo puntualmente lo que ella le había pedido: un contacto urgente vía
e-mail.
Tecleó unas rápidas palabras de respuesta, con la
urgencia propia de responder a una persona que le había requerido un acelerado
contacto, hacía ya más de once horas. Ese día había salido de casa temprano y
no volvió a encender el ordenador hasta después de esta cena de celebración con
el compañero Abilio.
“Buenos noches, amiga Vero. Acabo de ver, hacer unos minutos, tu mensaje de
correo. Parece que tienes una urgencia. Sigo tus instrucciones. Nárrame lo que
te ocurre. Sobre todo, trata de mantener la calma. Heraclio”.
Dada la hora que el reloj marcaba (pasaban unos minutos de la medianoche)
no tenía grandes esperanzas de recibir una pronta respuesta. Aun así el asunto
le preocupaba el asunto, por lo que se preparó una infusión de Rooibós y se
dispuso a esperar, entreteniéndose durante un buen rato “navegando” por
diversas páginas de cine a través de su ordenador. Al fin, el cansancio de la
tarea laboral en el centro comercial (junto a todas esos vinos y cervezas que
había compartido con su compañero Abilio) le sumieron en un profundo sueño del
que gozó tendido sobre el mullido sofá del salón. Serían las tres de la
madrugada cuando la necesidad de beber un poco de agua y de ir al lavabo le
despertó de ese sopor y letargo que sentimos cuando hemos abusado de la bebida
y nuestro organismo da muestra de esa pesadez digestiva. Con los ojos
entreabiertos y legañosos, mientras se dirigía a la cocina, reparó en que no
había apagado la pantalla de su ordenador. Se dispuso a salir de la aplicación
de Internet cuando percibió de que la respuesta de Vero había llegado hacía ya
más de una hora.
“Gracias, amigo Heraclio. Me encuentro haciendo un viaje vacacional por el
sur Francés con una amiga. Esta mañana, cuando salíamos del metro, fuimos
objeto de un atraco, que nos dejó sin importantes pertenencias. Nos quitaron
con alguna violencia nuestras carteras con los documentos, las tarjetas de
crédito, el dinero que llevábamos, los móviles, los relojes y algunas joyas que
los atracadores estimaron de interés. También, los billetes del viaje. Fuimos a
la policía y los trámites van a ser lentos. Por suerte, mi pequeño portátil,
con los nervios y la violencia que ejercieron, se les cayó en la huida, pues
unas personas vinieron a socorrernos. Estamos pasando la noche en una pequeña
pensión que nos ha proporcionado un organismo asistencial policial. Necesitamos
alguna liquidez, para las primeras necesidades, pues nos han dejado sin nada.
Te adjunto una dirección postal de esta localidad para que, en lo que puedas,
me transfieras algo de dinero, que en mi vuelta a España te devolveré. Con 1000
euros, al menos, puede ser suficiente Todo ha sido muy desagradable, pues tanto
mi amiga y yo hemos resultado lesionadas, en lo psíquico y en lo orgánico (nada
grave). Seguro que me puedes ayudar. Entenderás que es una urgencia. Gracias de
corazón. Fuerte abrazo”.
Serían las nueve de una mañana soleada pero con algo de viento, cuando
Heraclio ya se encontraba ante la puerta de la entidad bancaria donde tenía su
cuenta corriente y cartilla de ahorro. Realizó lo antes que pudo una transferencia
bancaria de 1200 € a la dirección postal que Vero le había indicado. Se sentía
feliz de haber podido ayudar a una buena amiga del grupo senderista, quien
estaba atravesando una desgraciada experiencia junto a otra compañera de viaje.
Ese día también tenía turno de tarde en su horario laboral, por lo que, tras
salir del banco, se dirigió a la clínica, para recoger a su mujer a la salida
del trabajo y tomar juntos un buen desayuno.
A medida de ir conociendo toda la historia que le narraba su marido, Clelya
mostraba una prudente y natural preocupación. “Me parece muy noble y generosa tu forma de actuar. Vero, por el trato que
he tenido con ella, es una persona siempre abierta a las necesidades de los
demás. Pero me pregunto el por qué ha dirigido su correo electrónico de
petición de ayuda precisamente a ti, cuando en el grupo senderista estamos
normalmente entre quince y veinte personas. Por otra parte tendrás que darme la
razón de que 1200 euros no es una cantidad para ser “alegremente” prestada. Tú
sabes bien lo que te pagan cada mes en el centro comercial. Supongo que lo
habrás comprobado todo muy bien, porque estas cosas del dinero acaban
provocando no pocos disgustos entre las mejores amistades. Por cierto ¿te ha
dicho esta joven cuando piensa volver a Málaga?”
Pasaron unos días sin que este matrimonio volviera a hablar sobre el asunto
del urgente e-mail. Pero ese viernes último de mayo, fue especialmente molesto
para el trabajo de Heraclio. Un inoportuno dolor de muelas hizo más sacrificado
su trabajo en una jornada laboral en que comenzaba la Semana del electrodoméstico, con lo que la sección de la gama blanca
estuvo muy visitada por el público, pues ofertaban el incentivo de interesantes
descuentos en la compra de determinados artículos, con rebajas de hasta el 25 %
de su coste en etiqueta. Aguantó como pudo y en un momento de respiro, cerca ya
de la hora de cierre, Abilio le hizo un comentario banal pero que le dejó tan
asombrado como para olvidarse de las molestias que le estaban provocando su incómoda
caries.
“Esta tarde, mientras venía para la tienda, me encontré a Vero. Quiso
recordarme que este fin de semana tenemos una nueva salida por la zona de
Yunquera, para la que hay que llevar el coche. Si quieres llevo yo el mío, pues
hace dos semanas tu pusiste el Peugeot a mi servicio y en esta ocasión me toca
a mi. Comentó que iba al Decathlon a comprarse unas Quechuas nuevas, más
refrigeradas que las usadas durante el invierno. Estamos ya en las puertas de
junio y el calor ya sabes como entra por Málaga”.
“Pero Abilio ¿de verdad que has hablado con ella? ¿Te ha dicho cuándo ha
vuelto de su viaje? ¿La encontraste preocupada por algo? ¿No te comentó nada
del robo que sufrió en el sur de Francia? Mientras más
preguntas le hacía, la cara de extrañeza de Abilio iba en aumento. No se
explicaba cómo un simple comentario había podido provocar tantos interrogantes
en su amigo, al que se le había cambiado el color de su rostro. Sin embargo,
achacó ese nerviosismo de su interlocutor a los problemas de boca que estaba
padeciendo y a la enorme clientela que había visitado este departamento durante
la tarde, a fin de efectuar sus compras con interesantes rebajas.
Aquella noche, nada más llegar a su casa, mientras Clelya preparaba la
cena, realizó una llamada al móvil de Vero. Evitó decirle algo a su mujer, a
fin de no preocuparla. Para su sorpresa, al otro lado del teléfono escuchó la
voz de la amiga senderista. La reacción de esta joven fue simplemente
reiterarle que ese domingo “como ya te habrá comentado Abilio” tenían una
interesante caminata por la zona rondeña. Al no cambiar el tema de la
conversación, Heraclio le planteó abiertamente el asunto de la transferencia
económica y los dos correos que habían intercambiado la semana anterior. Fue
tal el impacto que produjo en la joven los datos que su amigo le estaba
aportando, que a poco le da un reacción nerviosa. Viendo lo enquistado de la
situación, ella se prestó a desplazarse a la casa de sus amigos (ambos
domicilios estaban solo separados por unos veinte minutos de paseo a pie) a fin
de desentrañar el misterio de todo aquello en la que supuestamente se veía
involucrada. Quedaron citados para las once, a fin de que la pareja pudiera
cenar con esa tranquilidad que por momentos se iba tornando más inquietante. Vero
se sentía totalmente ajena y sorprendida a todo el abigarrado asunto que le
estaba explicando Heraclio.
El matrimonio apenas pudo cenar. Presentían haber sido víctimas de un
descarado timo, pero aún tenían esperanza que la inminente reunión nocturna que
iban a tener con Vero pudiera aportar algo de luz a una atmósfera que estaba
repleta de negros nubarrones. Muy puntual en su llegada, los tres amigos,
llenos de una comprensible tensión, trataron de no caer presa de los nervios.
Detalles, explicaciones y un buen rato delante del ordenador, para ver los
“erróneos” correos enviados por algún tercero, verdadero delincuente
profesional. Fue Clelya, muy afectada por esta estúpida estafa en que había
caído su marido, quien primero pensó en poner el asunto en manos de la policía.
Eran más de las doce, en la madrugada, cuando una pareja de la brigada de
delitos informáticos se personó en el domicilio, para revisar in situ el
montaje informático en el que inocentemente había caído el bueno de Heraclio.
Un policía de apariencia joven, el inspector
Félix Guadalajara, en pocos minutos
resumió la situación y con un planteamiento “cariñosamente” didáctico, les
explicó a los tres una práctica delictiva, rutinaria para él, profesional de la
ley y el orden, pero novedosa para tres ciudadanos cruel y arteramente
estafados.
“Hay que ser extremadamente desconfiado con este tipo de mensajes que, de
manera periódica, llegan a miles de domicilios de todo el mundo. Los
delincuentes entran fácilmente en nuestras listas de contactos que,
ilusoriamente, no tenemos encriptada o cifrada. Se apoderan de nuestras
direcciones y ahí ya campan por sus fechorías. Desde “vender” estas listas e
informaciones adjuntas a verdaderos “piratas” con poderosos bancos de datos,
hasta engañar o suplantar a estas personas, para hacerse con nuestra confianza
y que le facilitemos las claves de nuestras tarjetas bancarias o esas
peticiones “candorosas” de ayuda económica, de aquél familiar, amigo o conocido
que se halla atravesando una grave crisis de cualquier naturaleza. El objetivo,
repetidamente perpetrado, es cometer el delito y quedarse con nuestro dinero.
Vd. Heraclio, que actuó de buen corazón, no reparó en un detalle, bueno…
más de uno, que podían haberle alertado de la trampa que le estaban tendiendo.
Podía haberse fijado en que la dirección electrónica de su amiga terminaba con
unas letras que no son las usuales de su correo. También, la forma inicial de
saludo, podría haberle dado alguna pista de que no era Vero quien realmente
hablaba. Fíjese como el segundo supuesto correo de esta amiga (en el que le
explica su situación y le pide dinero) ya está redactado de una forma diferente
al primero. De todas formas, la mejor enseñanza de este desagradable asunto, es
que hay que ser más cauto cuando navegamos por los caminos y redes de Internet.
Seguiremos investigando, pero …. tal vez esta gente actúe desde “paraísos “ muy
lejanos. La gestión no resultará fácil.”
La noche fue dura para Heraclio y Clelya, pues el error cometido, siempre con
la mejor voluntad, tenía un muy elevado coste. Se consolaban pensando de que al
menos esa importante pérdida económica “enriquecería” su experiencia, a fin de
evitar futuros errores que siempre son dolorosos. Y esa frase ritual, a la que
tantas veces echamos mano, ayudaría a serenar los nervios y el lógico enfado
que ambos soportaban: lo más importante es conservar la salud. Las disculpas de
Vero fueron simplemente palabras amables que en poco podían resolver esa
“meteduras de pata” que cometemos en nuestro caminar por la vida.
En la tarde/noche del día siguiente, cuando Vero llegó al bloque de pisos
en donde residía, le extrañó sobremanera ver en la puerta de entrada al
subinspector Guadalajara quien, acompañado de su muy enjuto compañero Cristián,
parecían estar aguardado su llegada.
“Buenas noches, Verónica. Los policías no somos unos aficionados, a los que
se nos puede engañar fácilmente. Te lo aseguro. Nuestra especialización está
avalada por años de preparación y el aporte que la experiencia nos da para ver
lo que otros no perciben. Tú has engañado a esta familia y te has lucrado con
1.200 euros que, puedo afirmarlo, no les
habrá sido fácil de ahorrar. Técnicamente le has robado una cantidad que
implica una grave acción delictiva. Ya hemos entrado en tus correos y cuentas
bancarias…
Vamos a hacer una cosa, Vero. Nos vas a entregar esa cantidad que has
conseguido con tus engaños y nosotros se la devolveremos a esta familia,
indicándoles simplemente que la hemos recuperado. Y mañana mismo te vas a
dirigir a un centro de servicios sociales, cuya dirección te facilitaré, donde
vas a prestar ayuda y trabajo para la tercera edad, durante el tiempo que el
juez considere oportuno a fin de devolverte al buen camino. Te preguntarás por
qué actúo de esta forma y no me limito a detenerte, por el delito de hurto que
has perpetrado. Te lo voy a explicar. Mi padre y el tuyo eran viejos amigos,
ejemplos de personas honradas y ejemplares en todos sus actos. Es una
oportunidad generosa que te voy a conceder, pensando básicamente en ellos. A
ver si la sabes aprovechar. El juez Latraz está informado y de acuerdo en todo
este asunto. Pero no lo olvides. No vas a tener más oportunidades. En caso de
un nuevo error, que no te deseo, tendrás que pagar penalmente con toda la
severidad y equilibrio que establece el imperio de la ley”.-
José L. Casado Toro (viernes, 8 Junio 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra.
Sra. de la Victoria. Málaga
jlcasadot@yahoo.es
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