Las tres acústicas palabras que presiden el relato
se vinculan perfectamente, con explicativa claridad, en la joven vida de
nuestra protagonista. Y es que en todos seres los humanos aparecen imágenes y
gestos que “hablan” por encima de las palabras. Su utilidad es manifiesta cuando
aplicamos a nuestro diálogo esa mímica gesticular que tanto dice, oculta o
transmite en los espacios comunicativos. Citemos algunas muestras tomadas al azar:
una mirada, una sonrisa, unos ojos que no pestañean, un asentimiento con
nuestra cabeza, un cerrar de ojos, un movimiento brusco o parsimonioso, ese
monosílabo inaudible, unos lentos y repetitivos pasos, ese nervioso dibujar figuras
inconcretas o la críptica cadencia de una leve percusión realizada con el lápiz
o la cucharilla. En esta sutil comunicación no hay apenas palabras, pero sí
mensajes que nuestra mente, rápida o más pausadamente, se aviene a
descodificar. Muchas de estos recursos expresivos vamos a verlos como gestos cotidianos
en la vida de Alicia.
Esta activa mujer es conocida, familiar y
laboralmente, como por Licia. Ejerce la profesión de audióloga en un muy
conocido centro auditivo, vinculado como franquicia a una importante marca
extranjera que, además de atender los
problemas del oído, también se ocupa de las deficiencias visuales. Su horario de
trabajo comienza a las 10 de la mañana y finaliza sobre las seis de la tarde,
aunque puede disponer de una hora (entre las dos y las tres) para atender a su
almuerzo, el cual suele realizarlo en unos de los restaurantes del propio
centro comercial, aunque también hay días en que se trae de casa algún alimento
que calienta y consume en una sala interior de su propia empresa. Su pareja Marco, con el que convive desde hace unos seis meses,
tiene la titulación de óptico diplomado, trabajando como contactólogo en otra empresa
de la competencia. La cena familiar casi siempre pueden realizarla juntos, en
el domicilio que tienen alquilado a unos
11 kms desde el centro de la capital malacitana. Ambos son muy jóvenes, pues se
encuentran iniciando su tercera década vital (Licia supera en dos años la edad
de Marco). Sus respectivas familias (algo conservadoras) les mostraron un
cierto recelo al firme proyecto que manifestaron de la convivencia, sin pasar
por la clerecía, aunque el aceptar hacerlo por el Registro Civil calmó un poco
la inquietud e la incomprensión familiar.
Una noche de marzo Licia atendió un mensaje de
whatsapp, cuyo remitente era su madre Belia.
Cuando vivían juntas, la comunicación y confianza entre ambas era de lo más
fluida. Aunque generacionalmente diferentes, una y otra mantenían una
connivencia muy fructífera, que se esforzaban en conservar después de que su
padre abandonase el hogar familiar. Con su padre Gerardo
la relación era mucho más “fría” y distanciada, de manera especial, desde hace unos cinco años,
en que las rencillas y continuos conflictos familiares conllevó a que este
agente inmobiliario abandonase el domicilio en el que había vivido desde su
matrimonio. Desde entonces, este hombre mujeriego mantiene grabado en su
antebrazo un tatuaje muy significativo que dice: El día más feliz. Debajo de
esas cuatro palabras, la fecha resumida en que salió por la puerta, con la firme
intención de no volver.
La versatilidad del whatsapp hace posible ahora que
madre e hija mantengan esas breves comunicaciones en las que “viajan” de manera
felizmente rutinaria los asuntos más dispares, aunque centrados generalmente en
temas amables, banales o superficiales, que casi siempre finalizan con esa
repetida frase de “a ver si tenemos un hueco para vernos”, “no dejes de
llamarme”, añadiendo los muy afectivos y cariñosos besos de rigor. Sin embargo
ese miércoles primaveral, su madre finalizaba el tecleado de palabras y letras
con una pregunta que conllevaba subliminalmente una cierta urgencia: “¿Te parece que quedemos mañana por la tarde, cuando
salgas del trabajo? Tenemos que hablar acerca de un importante asunto que ya te
explicaré con las palabras adecuadas. Confírmame si puedes o no”.
La propuesta de Belia dejó un tanto preocupada a
Licia, sobre todo porque su madre no era mujer especialmente dada a fomentar
inquietudes o a utilizar frases rebuscadas. Mientras pensaba sobre el asunto y
repasaba mentalmente la agenda del día siguiente, se vio pronto “atrapada” por
ese largo lapicero que con frecuencia usaba para las notas. Cuando se sentía
nerviosa practicaba leves percusiones sobre la superficie acristalada de un
centro vacío de flores, que descansaba sobre una pequeña mesa que nucleaba los
tres m“De acuerdo Ma. Nos vemos a las 6:15 en
la Cafetería Caribe. Te coge cerca de la parada del bus. Me han recomendado el
buen chocolate de la abuela que prepararan. Marco volverá tarde a casa mañana.
Tiene la partida de pádel de los jueves, con sus antiguos amigos de la facultad.” ódulos de sofás ubicados en el saloncito estar del
piso/apartamento que ella y Marco tenían alquilado. Esa fina acústica,
provocada por el lapicero sobre el cristal, le ayudaba a relajarse en muchas
situaciones abiertas a la ansiedad o la preocupación. Pronto respondió al
mensaje, sustituyendo el lapicero por los dedos sobre el abecedario virtual de
su móvil.
Al día siguiente, puntual como era habitual en esa
familia donde los detalles son siempre importantes, madre e hija intercambiaban
besos de saludo. Una y otra pronunciaron esas frases amables sobre la hermosura
de sus trajes respectivos y subieron a la planta entresuelo de la cafetería. Tuvieron
la suerte de ocupar una mesa recién vacía, que estaba situada junto al gran
ventanal desde donde se divisaba la belleza del nuevo puerto malacitano, alegremente
llenos de paseantes, bares, comercios y esas embarcaciones amarradas junto al
muelle 1, que se balancean rítmicamente sobre las plácidas aguas azules del
Mediterráneo. Verdaderamente, la tarde de ese jueves mostraba todas las
excelencias resplandecientes y aromáticas de la mejor Primavera. La temperatura
reinante, a esa hora del ocaso solar, era cálidamente agradable y sensualmente hipnótica. Dos vasos de agua
se hermanaban con dos chocolates tibios que llenaban de sabor y color sus
respectivas tazas de cerámica blanca. Moviendo con la cucharilla el chocolate
espeso de su taza, tras mirar fijamente a su madre, se aprestó a la apertura
del misterioso tema sugerido por su un tanto nerviosa interlocutora en el
mensaje telefónico.
“Ayer me dejaste intrigada, con esas
palabras finales del whatsapp. Ocurre algo malo que me quieras contar”
“Todo lo contrario, querida Licia.
Simplemente un hecho novedoso en nuestras vidas que debes lógicamente conocer,
ya que eres la principal protagonista del mismo. Bien sabes que llegaste
felizmente a nuestro matrimonio, cuando apenas tenías dos semanas desde tu
nacimiento. Nunca supimos la identidad de tus padres genéticos. Sólo que tu
madre natural no podía afrontar esa bella experiencia de la maternidad. Para
nosotros fuiste ese regalo inmenso que el destino, la suerte y la naturaleza te
concede muy de tarde en tarde. Te cuidamos y criamos con el mayor mimo y amor,
ya que eras y eres esa anhelada hija que mi organismo no podía tener. Lo
repito, eras y eres “nuestra querida hija”, el don divino que nunca pensé o
sospeché poder alcanzar.
Tu padre ¡que Dios perdone a ese mal
bicho! lo único bueno que me ha dado en la vida fue una sólida posición
económica, bien pagada desde luego pues, durante los años en que convivimos,
sólo fui para él su “esclava” sumisa y complaciente, a fin de evitar males
mayores. Con mi silencio e infinita paciencia, ante sus humillantes aventuras
con la primera que encontraba para sus caprichos, me fue posible ofrecerte el
gozo de una infancia sana y alegre, además de una educación que hoy te permite
disfrutar de una razonable y cómoda posición social y laboral.
Te vuelvo a reiterar que nada supimos
de tu progenitor o madre genética. Pues bien, hace un par de días se recibió en
casa una carta notarial. Aquí te la he traído, a fin de que puedas serenamente
conocer su contenido”.
Era un texto no demasiado extenso, pero bien
explícito. Una persona que deseaba mantener el anonimato legaba notarialmente
el apartamento de su propiedad donde residía a una hija, ser al que nunca llegó
a conocer, por las estrictas normas administrativas que permitían su cesión a
otra familia para ser adoptada. Alguien puso en contacto a la persona donante
con este despacho notarial, que se encargó de investigar la localización de la
persona afortunada con esta cesión patrimonial, que llegaba tras el
fallecimiento de la propietaria. “Esa persona
agraciada eres tú, mi amada Licia, pues un departamento especializado te ha
localizado a partir de unos datos básicos. Han enviado la carta a casa, con esa
documentación adjunta que tienes en el sobre, buscando en primer lugar a los
padres adoptivos. Supongo que el truhán de tu padre está al tanto de estos
hechos, aunque como mi trato es nulo con él no te lo podría asegurar. Por
cierto, ¿cuándo fue la última vez que hablaste con él?”
La intervención de un antiguo compañero de facultad
fue una gran ayuda para Marco, a fin de esclarecer todos los detalles de esta inesperada
y generosa donación que su compañera Licia recibía. Ese amigo de su pareja, Trinidad, es el propietario de una gestoría y
precisamente su única hija acude al gabinete de audición que dirige la propia
Licia, en el centro auditivo donde trabaja. El despacho notarial remitente tiene
su sede en la ciudad hermana de Granada, a donde la pareja y la propia Belia se
trasladaron en el siguiente fin de semana. La propiedad consistía es un pequeño
apartamento de construcción antigua, situado en una calle paralela a la muy conocida
Plaza de Bib-Rambla, en el corazón antiguo de
la muy bella ciudad nazarí. La ubicación de la propiedad resultaba
especialmente interesante, pues se hallaba cercana al entorno de Catedral, la
Capilla Real y a otras arterias viarias céntricas céntricas (como Gran Vía,
Reyes Católicos, Puerta Real y la Plaza Isabel la Católica). Acompañados por un
administrativo de la notaría, pudieron acceder al interior de esa vivienda, que
se hallaba vacía de muebles y otros enseres, sin datos o elementos informativos
acerca de la persona quien allí había residido.
Cuando salieron a la calle, a la pensativa y
silenciosa Licia (ante los acontecimientos que estaba viviendo) se le ocurrió
una idea. Vio a un señor mayor, sentado en una pequeña silla de madera con
asiento de anea junto a la puerta de una vieja casa, el cual cubría su cabeza
con una ajada boina de color negro, mientras fumaba de una pipa que mantenía en
sus labios. Con extrema delicadeza le preguntó si había conocido a la persona
que vivía en el apartamento del balcón con las macetas pintadas de colores.
“Señorita, ahí en ese piso sólo he
conocido a dos personas, y ya tengo muchos años en el cuerpo. Ahora voy por los
ochenta. La última de ellas se trataba de una señora también mayor, como de mi
edad, creo que la llamaban Nata. Siempre la veía sola. Dicen algunos
que se ganaba la vida vendiendo chucherías y caramelos en un puestecillo
ambulante que colocaba en el Paseo del Violón. Y que este piso lo heredó de una
tía que ya falleció y que tenía muchos cuartos. No estaba muy bien de dinero o
Dios sabe en que se lo gastaba. Parece ser que iba con frecuencia a la
parroquia, a pedir comida. Allí Cáritas tiene una oficina, donde sé que
entregan cosas de comer y vestir a los más necesitados”.
“No hay de qué, jovencica, no tiene
por qué darme las gracias. Mi nombre es Pascual, pero todos me conocen por el Avilés y he sido zapatero remendón toda la vida. Si necesita
algo más, pues pregunte, que para eso estamos. A la “pa” de Dios”.
De vuelta a Málaga, hablaron mucho de la nueva
situación, decidiendo dejar reposar los acontecimientos para ver si merecía la
pena mantener esa propiedad o venderla. Realmente era un pisito muy céntrico,
en una cercana y gran ciudad como es Granada y no tenía cargas económicas de
importancia, pues el pequeño caserón, de tres plantas y sin ascensor, carecía de
gastos, salvo los impuestos municipales. No había comunidad de propietarios,
con las recibos mensuales subsiguientes por los servicios comunes. En cuanto a
Nata, Marco le dijo a Licia que no se “calentara” la cabeza, que él se
encargaría, con la habilidad de Trinidad, de investigar más sobre su identidad.
Unas semanas más tarde, Trinidad llamó a su amigo
Marco. Quedaron para hacer una merienda /cena juntos, pues por lo que tenía que
contarle, prefería que Licia no estuviera presente en esa reunión.
“Hemos estado investigando acerca del apartamento
granadino. Un prestigioso despacho de detectives colabora con nosotros, cuando
tenemos que afrontar casos complicados. No es un secreto que el padre adoptivo
de tu pareja es un “cabeza loca”. Parece ser que, hace muchos años, una de sus
amigas íntimas era una cupletista, llamada Dafne,
que trabajaba en salas de “alterne”. Se quedó embarazada del preclaro don
Gerardo. Esta joven, no quería saber nada de maternidad. Esa niña que nació de
su gestación es … Licia. No nos cabe duda. Este despacho de detectives es
extremadamente meticuloso con su trabajo. El mujeriego Gerardo, movió papeles e
influencias, para recibir en adopción ¡la que era su propia hija de sangre! Por
su posición social, no quería ni siquiera entrar en terrenos de divorcios, ni
escándalos, que le hubieran perjudicado para sus negocios y amistades. Su nido
de amor en la ciudad de los Cármenes era el apartamento que hemos visitado hace
tres semanas. Fue vendido en más de una ocasión y la última propietaria
efectivamente fue la señora Nata (Natividad) que como dijo ese vecino, llamado
el Avilés, la humilde mujer lo había recibido en herencia de una tía soltera, de
la que era su única heredera. Por las razones que sean, don Gerardo ha tenido
un buen gesto: comprar finalmente ese aposento, para entregarlo como patrimonio
a su hija de sangre y también adoptiva Licia. Y ha montar una historia de una
madre que lo cede a su hija. De Dafne poco es lo que se ha logrado conocer.
Hace unos años parece ser que estaba por tierras del Caribe, ya mayor,
regentando una “respetada” y conocida sociedad de “frondosas y bellas mujeres
de compañía”, contratadas por personas de alto y cualificado standing. Una
“casa de trato” o un “p… de lujo” para gente de doble cara y mucho dinero. Dejo
en tu mano y responsabilidad la dosificación de toda esta información, para el
conocimiento de su nuclear y principal protagonista, tu querida pareja Alicia”.
Aquella misma noche, Licia estuvo esperando la
llegada de Marco, sentada en silencio ante una televisión apagada y percutiendo
su gastado lapicero sobre la bandeja de cristal, mientras traba de concentrarse
en la lectura de una novela, recomendada por una compañera de trabajo. Cuando Marco
llegó a la casa su compañera conyugal, mirándole fijamente a los ojos y tras
unos segundos de silencio, le dijo en voz baja “Lo estoy viendo en tus ojos. Tienes
algo que contarme ¿verdad, Marco?”
José L. Casado Toro (viernes, 15 Junio 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra.
Sra. de la Victoria. Málaga
jlcasadot@yahoo.es
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