Si se escribiera un libro acerca de las ilusiones irrealizadas, que casi todos mantenemos
en la memoria de nuestros corazones, se conseguiría una magna obra editorial
compuesta de páginas infinitas, insertas correlativamente en las voluntades
jadeantes o psicológicas de sus protagonistas. Una sugerente pregunta que a muchos
en algún momento nos agradaría responder: ¿Cuál es esa gran ilusión o proyecto
pendiente que, alguna vez en la vida, te gustaría llevar cabo para sentirte más
feliz y satisfecho? Este sugerente interrogante, a buen seguro, tendría una
segunda oportunidad para su concreción: Y ¿cuáles son los motivos por los que
aún no has podido conseguir su realización? Cabe pensar que ese objetivo, hasta
el momento irrealizado, nunca desaparece de nuestros anhelos y proyectos, aunque
haya numerosas razones que una vez y otra lo ralentice, posponga o imposibilite.
También observamos que muchos objetivos, que en principio parecían fáciles o
asequibles, se tornan a la larga complicados, imposibles y disuasorios, no
tanto por el proyecto en sí sino por nuestras íntimas limitaciones y
características personales que, lejos de favorecer, lastran y bloquean su
intento de recorrido a fin de alcanzar su feliz y satisfactoria culminación.
Veamos el origen y desarrollo de esa ilusión o
proyecto vital, en el protagonismo existencial del ciudadano Uziel Llamas Pascual. Este “cuarentón”, de vida más
bien sosegada, ha tenido algunas parejas afectivas aunque nunca se ha decidido
a dar el definitivo paso para formar una familia estable. Su ego y mentalidad
individualista ha priorizado siempre la libertad personal como valor
inexcusable, por encima de cualquier otra “atadura” u obligación convivencial.
Pertenece a ese tipo de personas que han nacido “programadas” para estar solos,
sabiendo organizar, con habilidad y experiencia, sus necesidades y movimientos
cotidianos, evitando los plácemes y “costos” de la vida en pareja. Hace años
que sus padres, personas de avanzada edad, se marcharon de esta vida,
recibiendo de ellos, como mejor “herencia” el poder seguir residiendo en el
piso que éstos habitaban, ubicado en el centro antiguo malacitano, cuyo
alquiler por el usufructo del inmueble resultaba verdaderamente atractivo. La renta antigua de la vivienda le permitía abonar
sólo 150 euros mensuales, por un 1º A de un vetusto pero señorial bloque,
situado en pleno núcleo antiguo de la capital. Al no tener ascensor, portería u
otros servicios comunitarios, las cargas económicas de esa muy céntrica
vivienda eran notablemente reducidas.
Siempre le aburrieron “soberanamente” las normas
escolares y los contenidos que se impartían en las aulas. Con ímproba
dificultad “solventó” el currículo de la secundaria. Trabajó en distintos
servicios, para los que no se exigen alardes o notoriedad académica y un
afortunado buen día, aprovechando una oferta de puestos temporales ofertados
por la Administración, el destino quiso que fuese destinado como auxiliar a una
delegación provincial ministerial. Allí “se pegó como una lapa” pues vio que
era el lugar preferente para tener un sueldo asegurado el 30 de cada mes, tardes
libres durante toda la semana y un trabajo sin esfuerzo, rutinario y sin
grandes cotas de exigencia o responsabilidad. Aprovechando la “dulce opción” de
las convocatorias preferentes para trabajadores interinos, obtuvo plaza fija
como auxiliar de servicios. En la actualidad está destinado en la delegación
provincial de la Consejería de Agricultura, Pesca y Desarrollo rural.
Su cómodo horario de ocho a tres de la tarde, entre
lunes y viernes, le permite disponer de esas tardes libres (en las que no hay
que estudiar, corregir ni preparar trabajos, clases o memorias, ni por supuesto
asistir a reuniones cansinas o atender a los padres y madres de niños y jóvenes
en formación) para su rutinario u ocasional entretenimiento: paseos, cine,
actos culturales públicos y privados, el café reconfortante, el incentivo de las
compras y esa practica senderista que tanto le apasiona y equilibra su
organismo. Sin embargo este placentero estilo de vida sufrió un inesperado e
incómodo “revolcón”, a causa de una reclamada normativa estatal que ponía fin a
la aletargada estructura de las rentas antiguas
para alquileres de locales y viviendas. La propiedad del inmueble le ha
planteado la imperiosa necesidad de negociar una actualización de su muy
reducido alquiler.
En realidad su casero, Bibiano
Perlaz, lo que pretende es recuperar el uso de este atractivo (por lo
céntrico) piso tan bien situado, ya que tiene una interesante oferta por parte de
una multinacional del “Fast food” o comida rápida, que ya ha alquilado los bajos del inmueble y el primer
piso, letra B. Pretende también este 1º A que ocupa Uziel, ofertando unas “irrenunciables”
cifras de pago que motivan la actitud exigente del calculador casero y
propietario. La multinacional quiere disponer de los 280 metros cuadrados que
suman la unión ambos pisos, a fin de añadir ese espacio al que ya dispone en la
planta baja. La negociación, desde el punto de vista de Uziel resulta inviable,
pues la propiedad exige pasar de los 150 euros a 1.450 para mantener el
contrato de alquiler y sólo por un año, ateniéndose a la libertad de rentas que
posibilita la nueva legislación. Además
de ser cifras inasumibles, para el sueldo mensual que recibe Uziel por su
trabajo, hay otra importante razón que le va a mover a buscar
un nuevo acomodo residencial y además con cierta urgencia. Bibiano le ha
puesto el plazo máximo improrrogable de dos meses para poner fin a su actual
arrendamiento y el propio inquilino hace tiempo que se muestra cansado de
vivir, desde su infancia, en pleno centro urbano.
Ocurre en las grandes ciudades y de manera especial
en aquellas que reciben cada día verdaderas oleadas de visitantes foráneos. El
negocio turístico, basado en sol, playa e incentivos monumentales y museísticos
va, de manera continua, convirtiendo el centro de las
ciudades en gigantescos
“comederos” humanos. Hay calles, en esos centros antiguos o determinadas
zonas de la periferia que están literalmente “tomadas” por los empresarios de
la restauración, que ocupan con sus ofertas de restaurantes, tabernas, bares de
copas, cafeterías y heladerías, no sólo los bajos y primeras plantas de esos
reformados edificio, sino también la propia vía pública, arterias viarias que
se van “peatonalizando” y adecuando con los tributos e impuestos que pagan
todos los ciudadanos. Esos “mercados privados” de comidas y bebidas, van
transformando exageradamente estos antiguos espacios urbanos, ubicando en su
suelo “innumerables” mesas y sillas. Hay calles en las que sólo hay estrechos
espacios para el tránsito de las personas, viandantes o peatones que han de
sortear esas densificadas mesas ubicadas en la solería viaria que duplica y a
veces triplica el propio espacio original del negocio, situado en el local regentado
en los diversos bloques. La connivencia administrativa municipal es evidente,
pues las arcas municipales obtienen buenos dividendos por los pagos que las
empresas han de abonar por ocupar grandes espacios de la vía pública.
Tanto para Uziel, como también para otros muchos
residentes de esos espacios “tomados” demasiado permisivamente por la industria
hostelera, vivir en la vorágine del día
a día de la intensidad turística suponía molestias
que resultaban insufribles cuando se prolongaban meses y meses y a casi todas las
horas del día, de manera especial en las horas nocturnas, en la que el
necesario descanso se veía alterado por variados e incómodos elementos: el gentío,
los ruidos, esos cansinos olores de fritos y guisos, los desagradables comportamientos
inadecuados de personas embriagadas o borrachas, la aparición de orines y
excrementos en algunos portales o esquinas, la poco saludable contaminación
lumínica en horas nocturnas, esos cantos inadecuados que inestabilizan la
madrugada, las discusiones y peleas de jóvenes y menos jóvenes y, por supuesto,
un aparcamiento imposible en todas esas arterias peatonalizadas. El necesario e
imprescindible descanso nocturno, para las personas en vida laboral activa,
también para los mayores ya jubilados, se veía gravemente perjudicado con todos
estos factores discordantes.
La antigua y gran ilusión, para este trabajador auxiliar de la
Administración había sido y es la posesión de una casita en el campo, en donde
poder convivir y disfrutar directamente con los saludables elementos del medio
natural, como son la grata compañía de árboles, la fuerza estimulante del
viento, la tersura tonificadora del sol, el frescor de la lluvia, el rítmico
sonido de las hojas y el sutil y el maravilloso aroma proveniente de la
naturaleza. Sin embargo, para una persona que siempre había vivido en la
centralidad ciudadana, buscar un cambio de residencia en una zona donde
prevaleciera el medio natural conllevaba el “debe” de vincularse a un
desplazamiento diario a su punto de trabajo, además de otras limitaciones
comerciales y culturales de las que siempre había gozado para sus necesidades
con el plus de la proximidad. A este fin se dispuso, sin la mayor dilación, a
recorrer inmobiliarias y navegar ‘por Internet a fin de localizar esa casita de
campo, rodeada de naturaleza, pero que no estuviera excesivamente alejada del
centro de la ciudad, o al menos que su ubicación tuviera fácil acceso al
transporte público municipal. Aunque disponía de carnet de conducir, un serio accidente de tráfico que tuvo al
final de su veintena, sin lesiones graves en su anatomía pero con el resultado
de siniestro total para el vehículo, le hizo tomar una drástica decisión: no
comprar un nuevo coche por el momento, postura que con el paso de los años ha
mantenido, habituándose a utilizar para sus desplazamientos la cómoda y
versátil utilidad del transporte público.
Durante varias tardes estuvo recorriendo diversas e
importantes agencias inmobiliarias, tratando de encontrar alquileres rentables
o asumibles situados a medio camino entre la ciudad y su entorno rural. Le
ofertaban viviendas que conllevaban ventajas e inconvenientes para sus
preferencias, relacionados con el precio, la distancia, la proximidad de
entornos más o menos incómodos o la propia estructura de la edificación. En la
cuarta tarde de búsqueda quiso la suerte que accediera a una oficina de una
nueva empresa, denominada HABITALIA,
recomendada por un conserje de la delegación de la Consejería, que tenía un
sobrino allí trabajando. Este hábil y solícito profesional, Cosme del Puerto Rabanal, captó de inmediato las
preferencias de un cliente ciertamente abrumado por las prisas para un cambio
de residencia, después de más de cuatro décadas residiendo en pleno centro de
la ciudad. Con la convicción de una permanente sonrisa, y una dicción lenta,
pero firme y creíble, en pocos minutos gratificó las expectativas y necesidades
de su “necesitado” interlocutor.
“Amigo Uziel. Creo que la suerte nos
mira de cara. Hace un mes y medio, más o menos, nos llegó una propiedad rural,
un caserón muy bien situado, llamado EL PARRAL, a unos ciento cincuenta metros de la carretera
nacional de Los Montes, la antigua y natural salida desde Málaga hacia las
provincias del interior (Granada Córdoba, Sevilla, Jaén y, lógicamente,
Madrid). Rodeada de un bello paisaje sembrado de pinares y esa flora aromática
mediterránea que tanto permite vitalizar a los espíritus plenos de sensibilidad,
estupendo carácter que adivino en su persona. Esta casita de campo pertenecía a
un matrimonio muy mayor, nonagenarios, que hace unos seis meses ya nos “dejaron”.
Su única descendiente es una sobrina, doña Riquelma,
persona también bastante mayor, que reside en la provincia de Toledo y que por
sus circunstancias personales desea desprenderse de esta propiedad que
perteneció a sus tíos. Vive muy cerca de la Plaza del Zocodover, en pleno
centro antiguo de la ciudad castellana, por ello y dada su edad no desea trasladarse
a este entorno rural de los Montes de Málaga.
Desde el Parral hasta el entorno de
la Plaza de la Merced, en donde está situado el piso que ha de dejar, no hay
más de veinte minutos en autobús o coche, con un recorrido de tráfico normal. Por
cierto, la línea 37 de la E.M.T. la tiene a unos doscientos metros de este
romántico caserón. Amigo Uziel, le afirmo con la mayor generosidad, que este
“regalo” es lo que Vd, necesita. Esta oportunidad, se lo reitero, bajo concepto
alguno debe evitar dejarla pasar”.
Ciertamente la oferta que le hacía el sagaz
intermediario “sonaba” bastante bien para el deseo de cambio que anidaba en la
voluntad del decidido funcionario. Quedaba por conocer un dato de esencial
importancia. ¿Cuánto costaba la compra de este sugerente
inmueble rural?
“Se ha tasado ese “idílico” caserón
rural, ubicado “a dos pasos de la vitalidad urbana”, con unos pequeños terrenos
aptos para el cultivo a su alrededor, en la cantidad muy competitiva de 110.000
euros, cifra avalada por el peritaje cualificado con el que siempre trabajamos.
Por esa módica cantidad, atendiendo a los precios de hoy día (verdaderamente “disparados”)
se convierte Vd. en propietario de una gran vivienda en propiedad. Permíteme
que te tutee. No te oculto que la casa exigiría una reformas básicas, pues
carece de cuarto de baño (por la mentalidad de sus antiguos inquilinos), hay
algunos problemas de goteras en la época de lluvias y el agua que se utiliza es
pura de la naturaleza. Se abastece de un pozo que mantiene un nivel freático
muy estimable para el uso de una vivienda habitual. La instalación eléctrica
parece que se estableció hace un par de décadas y está en estado O.K. Ya has
visto por las fotos que toda la propiedad es de planta baja, aunque tendría
posibilidades de añadírsele, según exigencias del que la habite, alguna
habitación como primera planta. Esta casita cortijo tiene una superficie útil
habitable de 142 metros cuadrados. Su salón con chimenea es encantador, cocina
estilo antigua, cuando se guisaba con leña y sin prisas. Dos dormitorios. Dos cuartitos
de aseo, con conexión a una tubería residual, también de construcción reciente,
pues antiguamente disponía de una gran fosa séptica o “pozo negro que, cada
periodo de tiempo, había que “sanear” y un gran zaguán que hace las funciones
de almacén.
La sobrina heredera, doña Riquelma,
no quiere alquiler, sino la venta de la propiedad. Pero conociendo un poco tus
ilusiones, esta ganga yo no la dejaría pasar. Tenemos unos albañiles amigos,
que trabajan para nuestros alquileres y ventas, que te harían a buen precio
esos arreglos que probablemente decidirías. Aparte del coste de los materiales,
te cobrarían unos nueve euros la hora de trabajo. Debo aclárate que se está
pagando, con el rebrote de la construcción, hasta 15 y más euros por hora
trabajada…”
Uziel estaba como flotando en una grata nube
“celestial”, que le transportaba a la consecución de una antigua ilusión que en
este momento veía muy de cerca. Las palabras del muy sagaz agente inmobiliario
eran tan convincentes, sencillas y llenas de verosimilitud que resultaba harto
difícil sustraerse a esta “perita en dulce” que parecía hecha a medida para sus
más hondos anhelos. Ciertamente había que verla in situ, para lo cual el amable
vendedor dio todas las facilidades, poniendo su vehículo a disposición del
posible comprador. Pero a nadie se le ocultaba el pero de la cantidad económica
que habría que abonar, tanto para la adquisición de la propiedad, el registro
en la Cámara de la Propiedad, la escritura notarial y el pago de las diversas
tasas municipales. Por supuesto, también, el coste de los materiales y el
trabajo de los propios albañiles que trabajarían, con la mayor presteza, sin
importarles que el propietario estuviera habitando la finquita (no hay que
olvidar que Bibliano había establecido unos plazos innegociables para el
abandono de la actual permanencia de Uziel en su alquiler de “toda la vida”.
El atribulado y nervioso comprador tenía algunos
ahorros acumulados, pues llevaba trabajando desde los 23 años. Haciendo
números, podía llegar a pagar hasta el 70 % del coste de la propiedad. El tema
de escritura, tasas y albañilería también se llevaría, obviamente, un buen
pellizco. Sin embargo, Cosme tenía fácil y recurrente solución para superar todas
estas dificultades económicas del ilusionado comprador. Realizó de inmediato un
par de llamadas telefónicas a una agencia financiera, con la que trabajaba su
entidad inmobiliaria. En pocos minutos tenía dispuesto un préstamo hipotecario
preferente, a devolver en ocho años, a un interés TAE del 6,4 % anual. El claro
aval de la propiedad, además de la nómina como funcionario de la Administración
del Estado, soslayaba cualquier tipo de dificultad o complicación prestataria.
Durante la tarde siguiente, giraron una primera
visita al “paraíso” del Parral, topónimo de la finca procedente de un antiguo
lagar que había en las inmediaciones y en el que se producía un buen vino,
utilizando las plantaciones de vides que tuvieron su antiguo protagonismo en la
primera mitad del siglo XIX. La vivienda todavía mantenía en su interior bastantes
muebles y enseres. La propietaria hasta ese momento, Riquelma, había encargado
a una empresa de transporte que recogiera algunas pertenencias y las trasladara
a su vivienda de Toledo, mientras que otros muebles iban siendo entregados a diversas
organizaciones benéficas. Entre los objetos que aún “habitaban” en su interior,
destacaba, junto a la pared de madera y piedra del salón central, cercano a la
gran chimenea de leña, un gran arcón de madera de
roble, muy envejecido por el paso de los años, blindado en sus esquinas y
cerrajes por gruesas piezas de hierro. No aparecía llave por parte alguna que
permitiera abrir el gran portón que cubría tan pesado armatoste. Desde luego se
trataba de una gran cerradura, similar a las que se utilizaban en épocas
pretéritas.
Tras una serie de operaciones administrativas
realizadas en los días siguientes, a través de una gestoría vinculada a la
inmobiliaria de Cosme, con la imprescindible intervención notarial, quedó definitivamente
firmado el contrato de compra venta de su nueva propiedad,
con los pagos y firmas documentales reglamentarios. Uziel hacía realidad la
gran ilusión de su vida, por lo que sentía inmensamente feliz. No tardó en
trasladarse a su nuevo y natural hábitat, con la tensión propia de esos cambios
que generan hitos inolvidables en nuestra existencia. Una empresa especializada
al efecto se encargó de vaciar su antiguo piso de alquiler y llevar los enseres
al Parral, donde fueron paulatinamente instalados. Recomendados por la propia
inmobiliaria, una cuadrilla de dos albañiles comenzó a trabajar, entre las ocho
del amanecer hasta las cinco de la tarde, realizando las transformaciones
previstas por el nuevo propietario, el cual podía cohabitar perfectamente con
las obras emprendidas en determinados puntos del caserón. En dos semanas y
media las reparaciones estuvieron completadas, permitiendo una más cómoda y
segura habitabilidad para el ilusionado funcionario, que diariamente se
desplazaba a la delegación de su consejería viajando en el microbús nº 37 de la
Empresa Municipal de Transportes.
Tras los primeros días residiendo en el natural,
agreste y silencioso paraje, Uziel se consideraba feliz y bien predispuesto a
la nueva acomodación. Había cambiado con plausible rapidez una densificada zona
de estrépito urbano a otra donde reinaba con mágico encanto el sosiego de la
naturaleza, lo que necesariamente debería conllevar el lógico tiempo de la readaptación.
La casi permanente contaminación acústica, con la que había convivido más de
cuatro décadas en su vida, había sido sustituida por otro
“pentagrama” acústico de sonidos, generados por las ramas y hojas de los
árboles, el dulce trinar de las aves, la percusión rítmica del viento y otros
fenómenos naturales y, por supuesto, ese “sonoro” silencio que ofrecían su
anónima modalidad conceptual para con los “sonidos” del alma. Pero la
continuidad de toda esa peculiar modalidad de percepción acústica también puede
inquietar a las personas que han cohabitado con el ruido tantos y tantos años
en los minutos del día. Se buscan sonidos donde no los hay y se perciben otros
que sí están y excitan nuestros fantasmas imaginativos. Especialmente por las
noches, en las que Uziel creía percibir unos ruidos
extraños, como silbidos o desplazamientos hídricos, especialmente en la
zona donde estaba ubicado el gran arcón, todavía sin haber podido ser abierto. Esos
ruidos despertaban e inquietaban el sueño del propietario, impidiéndole disfrutar
de un descanso imprescindiblemente reparador.
Localizó por Internet a un cerrajero, que también
trabajaba la carpintería, pidiéndole que a la mayor premura posible subiera la
carretera de los Montes, para desplazarse a su casa y tratara de abrir el
misterioso arcón de los “ruidos internos”. Veinticuatro horas más tarde, el
profesional llamado Onofre acudió a la cita con
admirable puntualidad y diligencia, provisto
del instrumental necesario para atender los deseos de su “inquieto” cliente.
Estuvo repasando la construcción del arcón, que por cierto no se podía mover
pues estaba perfectamente encastrado bajo las losetas del suelo. Sugirió hacer
obra de albañilería, si se quería liberar el gran armatoste para su movimiento.
Parece ser que las paredes del mismo eran bastante gruesas y los blindajes
metálicos en las zonas angulares y en el entorno de la cerradura eran sumamente
fuertes. Onofre estuvo trabajando más de dos horas sin resultados exitosos
pues, aparte de su difícil movilidad, parece que una doble cerradura impedía su
normal apertura.
Como los sonidos, silbidos y flujos hídricos
continuaban percibiéndose en las horas nocturnas, Uziel probó suerte con otros
profesionales y empresas especializadas. Puesto en contacto con la
inmobiliaria, Cosme le envió de nuevo a los albañiles que estaban dispuestos a
realizar un túnel bajo el suelo del arcón y tal vez así poder llegar hasta su
interior. Efectivamente fue una acertada decisión, pero sumamente laboriosa y
costosa. Sobre todo porque el salón de la estancia se puso “patas arriba”, a
fin de llegar hasta la base del “testarudo” y fantasmal arcón. Tres días de
trabajo, con el polvo, tierra y cemento subsiguiente a cualquier obra en una
vivienda, permitió acceder a la base del mueble que era en realidad una gran
puerta por donde se accedía, a través de una escalera metálica de caracol a un sótano subterráneo. En ese sótano o cueva encontraron
un pequeño río subterráneo, cuyas aguas al fluir tañían sonidos muy diversos. En
ese mundo oculto había todo tipo de alimañas, un olor muy desagradable debido a
la deficiente ventilación y filtración de aguas fétidas y lo más espectacular
del descubrimiento, para asombro de los dos albañiles y del propio Uziel: numerosas muñecas y muñecos de todos los tamaños, elaborados
con material textil, madera e incluso con cerámica tradicional en la
conformación de sus caras. ¿Qué sentido tenía aquel pequeño “ejército de
figuras infantiles”, algunas con finas agujas
clavadas en sus cuerpos…?
Cosme, a través de algunos contactos con personas
especializadas en estudios esotéricos, ayudó a descifrar
el misterio de aquella complicada, surrealista y críptica escenografía.
La versión más razonable podría resumirse de la siguiente forma: El matrimonio formado
por Hugo y Anzia,
que había habitado El Parral durante toda su vida, no pudieron traer hijos al
mundo. Tal vez estas extrañas personas realizaban prácticas de brujería, magia
negra o vudú. Con ello trataban de superar, inútilmente, la esterilidad que
penaba a dos seres frustrados por no poder alcanzar la prolongación vital de su
existencia. Pero ese conjunto de hechos y señales para la inquietud, integrado
por las pesadillas, los desvelos, los miedos y las dudas, movió al bueno de
Uziel a tomar la drástica decisión de revender
la propiedad recién comprada a la propia inmobiliaria. El dinámico gestor
inmobiliario, tras muchos ruegos por parte del atribulado cliente, accedió
finalmente a la recompra de la misma, por un precio muy rebajado de 60.000
euros.
En la actualidad Uziel reside en un pequeño estudio
alquilado, de unos 40 metros cuadrados, ubicado en la zona oeste para la expansión
urbana de la ciudad. Por ese estudio paga cada mes 400 euros mensuales, sumando
además los gastos de electricidad y agua. La vieja ilusión de su vida ha
quedado bien “aparcada” por ahora, prefiriendo la vuelta a un entorno
plenamente urbano, más acorde con el acerbo de su memoria y los hábitos de la socialización
rutinaria. Los temblores, miedos y pesadillas nocturnas, soportadas durante
esas semanas vividas en la soledad natural, no desaparecieron fácilmente de su
atribulada conciencia.-
José L. Casado Toro (viernes, 22 Junio 2018)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra.
Sra. de la Victoria. Málaga
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