viernes, 14 de octubre de 2016

PALABRAS Y REALIDADES, EN LOS CÓDIGOS NORMALIZADOS PARA LAS BUENAS FORMAS.

Se trata de variadas y correctas fórmulas expresivas, que solemos utilizar en el día a día de nuestra intercomunicación. Hacemos con ellas honor a la cordialidad, a la obligación responsable y, por supuesto, a las buenas costumbres educativas. Sin embargo, a poco que profundicemos en la realidad de su contenido, nos vamos dando cuenta de que sólo son el “vacío” ropaje que ilustra un deseo o intencionalidad que, en muchos de los casos, termina incumpliéndose. Se manifiestan en nuestras respuestas sin excesivo esfuerzo, adornan muy bien la atmósfera relacional, resultan incluso imprescindibles en los códigos para las buenas formas pero después, al llegar el tiempo o momento de hacerlas explícitas, va desapareciendo en las mismas toda aquella noble intencionalidad inicial que hizo aconsejable su fluida aplicación. Podemos citar y comentar numerosos ejemplos. Centrémonos en algunas de las siguientes escenificaciones, que ayudan a entender mejor el sentido de este breve planteamiento.

cilmente aplicados.PRIMER DÍA DE CLASE, en el otoño (ahora, cada vez más cálido) de todas las anualidades. Tanto el profesor, como sus alumnos, acuden al aula con esa mezcla difusa de ilusión y recelo, ante una obligatoria realidad que los va a mantener unidos durante un nuevo período escolar. Es el día de la presentación inicial de un nuevo curso. La mayoría serán alumnos nuevos, para el educador. Probablemente, aquéllos también habrán cambiado de profesor este año. Obviamente, el protagonismo expositivo estará centrado en el docente que, más pronto o tarde, pronunciará una de esas largas y acomodadas frases que nunca suelen faltar en los propósitos iniciales del ejercicio escolar: “Estaré abierto, en todo momento, a las sugerencias, valoraciones y opiniones, que consideréis oportuno hacerme. Las hablaremos y discutiremos y, si es necesario, las aplicaremos a fin de cambiar la marcha de la clase. Incluso al final de cada trimestre, os plantearé alguna encuesta, para que la respondáis de manera anónima, en la que podréis expones vuestras críticas y deseos acerca de aquello que pensáis es necesario modificar”.

Por supuesto que no se suele plantear de la misma forma esta “plausible” frase, con alumnos universitarios o con grupos de bachillerato, ESO o primaria, por razones de edad y formación. Pero haciéndolo de una u otra forma, nos comprometemos a mantener el diálogo y la receptividad para la crítica, con  el propósito de modificar aquello que justificadamente se solicite. Considerando el riesgo siempre inevitable de la generalización, es más que frecuente que estas buenas intenciones iniciales queden finalmente en la mera ornamentación de las palabras. Efectivamente son palabras muy hermosas pero, al paso del tiempo, las vemos sobrevolando los espacios por la ingravidez a que las someten el viento o brisa de la realidad.

¿Le agrada, ciertamente, al profesional educativo, que sus alumnos le manifiesten con sinceridad aquello que verdaderamente piensan sobre aspectos diversos de su trabajo? ¿Cuántas encuestas, bajo el prisma del anonimato, llegan a plantearse a lo largo de todo un curso, a fin de que los alumnos expongan sus criterios u opiniones acerca de la metodología, recursos didácticos, actividades a realizar, modalidades de evaluación o el simple trato personal, aplicado  por parte de su profesor? En la práctica ¿esa disponibilidad y receptividad permanece abierta en todo momento, como se expuso en esas primera jornada de clase, sin duda con la mejor intencionalidad? ¿Apreciamos o nos incomoda, la sinceridad expresada por aquéllos escolares que ocupan los pupitres y las mesas del aula, donde se enseña y aprende bajo nuestra  autoridad responsable?

PROPUESTAS DE REENCUENTROS. Pasemos a otro escenario, en la representatividad real de las palabras. Estamos caminando, en cualquiera de los días, por una de las numerosas arterias que tejen el plano poliédrico de la ciudad. De manera inesperada, nos cruzamos con una antigua, amiga, compañera, vecina o conocida, de los tiempos de aula o del ámbito laboral. Tras los saludos y parabienes correspondientes, en los que destacamos el tema siempre recurrente de la salud, comentamos algunos aspectos de los vínculos que nos relacionan. Ya en la despedida, hacemos explícita nuestra recíproca intención de llamarnos, además de ese propósito para ir a compartir un café, cerveza o incluso quedar para ir a comer juntos, a ese restaurante que alguna vez tuvimos la oportunidad de visitar.
  
Transcurren los días, las semanas e incluso numerosos meses, sin que esa llamada prometida se haga realidad. Esta dejación se realiza tanto por una u otra de las partes. Probablemente ya ni nos acordamos de aquél reencuentro, hasta que un nuevo día saludamos a otro amigo común, conocido también de la antigua compañera. Entre los comentarios al uso, citamos aquel encuentro, del que ha pasado ya un período largo del tiempo. Incluso añadimos esa cita, bastante explícita, acerca de cómo funcionan estas relaciones: “Sí, quedamos en vernos para ir a tomar café y charlar un buen rato, pero ya sabes… son cosas que se dicen y que casi nunca se hacen. Se van dejando pasar. Todo queda en amables palabras”. Otra muestra de tantas y tantas frases formales que salen de nuestras bocas y que tienen la sola virtualidad de las buenas formas para el trato agradable y educado. Una vez más, el viento de su inconsistencia provoca el vuelo difuso de la voluntariedad real de la mismas.

UNA CARTA DE RECLAMACIÓN. Hemos tenido una desafortunada experiencia, con alguna empresa pública o de titularidad privada. Sea la compra de algún objeto, sea la realización de un viaje o una desatención en el trato. Una vez que ya ha pasado, ese evento concreto para nuestro incomodo, nos armamos de razón y enviamos una carta o correo de reclamación, planteando claramente los hechos. Confiamos que, desde el departamento correspondiente para la atención al cliente, sea atendida de manera razonable nuestra exposición y se nos compense de alguna forma por los agravios que estimamos hemos sido objeto. Tras un largo tiempo de espera, al fin recibimos respuesta a nuestra misiva. Para nuestra indignación o desconsuelo, en el contenido de la misma sólo encontramos muy buenas palabras pero que, en modo alguno, compensan los efectos de un trato verdaderamente desconsiderado. A lo más que el remitente llega es a utilizar la palabra “lamentar” la situación que hemos padecido.  Duele añadir esa frase de que pasará el caso al departamento correspondiente, a fin de evitar de que esos hechos vuelvan a repetirse.

Pero lo que más nos enerva es que, en no escasas ocasiones, esa carta respuesta trate de justificar aquello que claramente supone un irrazonable o inadecuado comportamiento por parte de la institución o la empresa en cuestión. Incluso se añaden unas línea finales que ponen de manifiesto la altanería que mueve al autor que ha redactado la respuesta. “Nos sentiremos muy honrados de verle utilizar de nuevo nuestros atentos servicios. No dudamos que así sucederá y estaremos dispuestos a prestarle nuestra más atenta atención”. Después de una banal palabrería de “buenas palabras” que percibimos como insinceras o huecas en su real trasfondo, llega esa ególatra autosuficiencia o híper-autoestima empresarial que nos decide evitar, con rotundidad, un nuevo contacto mercantil con tan desconsiderada plataforma.

LA ENTREVISTA AL LÍDER POLÍTICO. Un veterano “rockero” del periodismo escrito, tras negociar laboriosamente con el jefe de prensa de una afamada agrupación política, consigue una difícil entrevista con el líder nacional del partido. A causa de una tensa situación, que se vive en el seno de la agrupación, motivada por los enfrentamientos protagonizados por dos corrientes de opinión o estrategia, un diálogo a fondo con la jefatura personal del partido puede servir de base para elaborar un “suculento” reportaje de cara al público lector. Este trabajo tiene previsto publicarlo en la próxima edición dominical del diario, que saldrá a la luz no más tarde de cuatro días.
El titular de la columna mediática tiene a su disposición un tiempo límite de veinte minutos, a fin de plantear sus preguntas. Este límite temporal es debido a que el Secretario General del partido ha de acudir a un acto representativo que se desarrollará a unos treinta kilómetros de la capital, durante esa misma tarde. En el transcurso de ese reducido espacio de tiempo, habrá de concretar y fijar muy bien las cuatro cuestiones básicas que articularán la estructura de la deseada entrevista: financiación del partido, casos de supuesta corrupción, relación con los críticos opuestos a la dirección y, finalmente, estrategias ante un previsible adelanto electoral.

Un par de tazas de café separan a los dos protagonistas del encuentro, celebrado en el despacho oficial del líder político, ubicado en la planta sexta de la sede nacional del partido. Llevan doce minutos hablando y el jefe de prensa, que también está presente en la entrevista, ha mirado ya en tres ocasiones el reloj de su muñeca izquierda. Sin duda, se halla un tanto nervioso a causa del acto al que ha de asistir su jefe, al que llegará con retraso como ya el habitual. Pero también su intranquilidad es motivada por los “punzantes” interrogantes de que hace gala el muy avezado “plumilla”, periodista que pertenece a una empresa mediática usualmente crítica con la ideología, liberal conservadora, de las siglas que nuclean a los militantes y simpatizantes de su partido.

Y ya en ese minuto catorce, cansado de escuchar una aburrida letanía de frases hechas y “más falsas que Judas”, el prestigioso periodista pulsa la tecla “stop” de su portátil, deteniendo una grabación “robotizada”, carente de verdad, latidos e interés.

“Tengo que decirle que no me está Vd. respondiendo a casi nada de lo que le planteo. Lo que me está diciendo puede, tal vez, servir para una sesión de mitin con la militancia, donde básicamente no se piensa, sino que se vitorean entre aplausos, henchidos del fanatismo sectario, aquello que se desea escuchar. Pero yo he venido a realizar una entrevista a fondo y, después de treinta y dos años de ejercer el periodismo, no me voy a conformar con la retahíla de esta vacía palabrería, que me resulta desafortunadamente insustancial y hueca de contenido. Para esto no merecía la pena los veinte minutos que ha tenido a bien concederme. No voy a perder más el tiempo, desprestigiando el sentido de una página dominical cuyo valor me he esforzado en adecentar, semana tras semana, durante muchos años”. 

Los dos políticos no daban crédito a la inesperada valentía del veterano profesional del periodismo, que tomó su grabadora y se levantó de su silla, por cierto bastante incómoda, dado el desnivel que sufría en una de sus patas, lo que provocaba un rítmico y acústico balanceo sobre la superficie horizontal del parquet flotante que sustentaba la coqueta habitación presidencial. En la sede del periódico se recibió, dos días después, una carta de protesta, remitida por el servil jefe de prensa, ante la actitud del afamado y aguerrido periodista. El director del diario arrojó dicha misiva al cesto de los papeles.

Sólo son cuatro ejemplos, elegidos al azar, de entre esa vacía y hueca expresividad que solemos aplicar en nuestras relaciones cotidianas. Por supuesto, no son las únicas situaciones en que las palabras sólo suponen el opaco ropaje que envuelve un mensaje que poco dice o cuya intencionalidad es más que dudosa, en cuanto al propósito de hacerla efectiva. Otros modelos podrían ser fácilmente aplicados. En todos ellos también aparece la disyunción o contraste entre la palabra y el contenido,  el deseo y la realidad, la ficción y la verdad.-


José L. Casado Toro (viernes, 14 de Octubre 2016)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

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