Rodrigo Almeda, que mantiene los mismos apellidos que su difunta
madre, trabaja como conductor eventual en una empresa
privada para el transporte de viajeros. El servicio atiende los principales
destinos entre la capital toledana y un gran numero de poblaciones, pertenecientes
a esta monumental provincia de Castilla La Mancha. A pesar de su juventud, 29
años recién cumplidos, este profesional domina muy bien la técnica de la
conducción, pues siempre se sintió
atraído hacia todo lo relacionado con el mundo del motor. Su gran ilusión es
poder ganarse la vida conduciendo su propia taxi. Sin embargo, con una niña
pequeña de tres años (de nombre Elvira) él y su
mujer Prudencia han de realizar verdaderos
“encajes de bolillos” a fin de llegar con lo básico para los gastos de cada
mes. La inversión en un taxi resultaría, por ahora, inasumible para su modesta
e insuficiente economía.
Tienen alquilado un piso pequeño, cuyo coste les supone
casi un tercio de lo que recibe por los días en que es llamado para atender las
sustituciones (enfermedad, vacaciones, imprevistos) que aparecen en la
actividad laboral en la empresa. En ocasiones, también realiza pequeños
trabajos relacionados con la pintura de edificios e incluso la albañilería tampoco
se le da mal. Pero su verdadera pasión es el volante. Debido a su excelente
comportamiento conduciendo los buses (no ha tenido que afrontar, hasta el
momento, infracciones de tráfico o deterioros en el fuselaje de los vehículos)
raro es el mes en el que no suma unos diez o quince días de trabajo. Incluso
sus jefes le han llegado a prometer que, si se realizara ampliación de
plantilla, él sería uno de los seleccionados para poder entrar en el grupo como
trabajador fijo.
Esta semana le ha correspondido realizar la ruta entre Toledo y Talavera de la Reina. No es
mucha la distancia que separa a estas dos bellas ciudades (alrededor de unos 80
kms) pero, al tener que pasar y parar por toda una serie de pequeñas
poblaciones, vinculadas a ese recorrido, el viaje le supone estar al volante
más de dos horas seguidas. Por la tarde habrá de hacer la misma ruta, conduciendo
el pesado vehículo de vuelta a la ciudad de El Greco, en donde cenará y
compartirá unas apetecibles horas con su pequeña y querida familia.
Aunque estos viajes suelen estar presididos por esa
normalidad que impone la rutina diaria, en unos trayectos numerosas veces
recorridos, siempre surgen algunas curiosas anécdotas,
pequeñas experiencias y novedades que al llegar a casa gusta comentar con Prudencia,
mientras ésta atiende las tareas de la casa y el cuidado de su hija, incansable
en los juegos.
“Al llegar a Talavera, me puse a
hacer las cuentas propias del billetaje vendido, mientras los pasajeros, que
hoy no han sido muchos, se iban bajando del autobús. Pensaba que ya habían
abandonado todos sus asientos cuando me fijo que aún quedaba un hombre en el
interior de vehículo, sentado en la última fila. Me acerco a esta persona y le
digo que ya hemos llegado al destino. Se me queda mirando durante unos segundos
y, casi sin decir palabra alguna, al fin se levanta, coge su mochila de cuero y
camina hacia la puerta. Me pide disculpas y se marcha.
Por la tarde veo que de nuevo este
hombre sube al autobús, para el viaje de vuelta a la ciudad. Se trataba de una
persona que rondaría los sesenta años de edad. Vestía de manera modesta, aunque
su cuerpo lo llevaba muy aseado. Durante el trayecto me iba fijando, por el
espejo retrovisor, que no extraía nada de su mochila. Ocupaba uno de los
asientos sin acompañante, pues parece que le apetecía viajar sin nadie con
quien intercambiar palabras. Yo me doy cuenta de cuando alguna persona aprovecha
para mirarme una y otra vez. Y esto es lo que me ha ocurrido con este individuo.
Tal vez se distrajera mirando como conducía pues, en esta segunda ocasión, ha
ocupado uno de los asientos más delanteros, con respecto al viaje de la mañana.
Lo más extraño del caso es que al llegar a la estación, ha sido de nuevo el
último en abandonar el vehículo, aunque en esta ocasión no he tenido que
avisarle. Me ha dado la impresión como si deseaba hablar conmigo. Pero al final
parece que ha desistido de esta intención. He de tener cuidado porque, con
sujetos tan extraños, puedo encontrarme en cualquier momento con alguna
sorpresa desagradable”.
Pasaron dos días sin la mayor novedad, en el rutinario
trabajo de Rodrigo. Sin embargo, a la llegada del viernes, observa con sorpresa
como de nuevo aparece el singular viajero, camino de
Talavera. En esta ocasión el bus va lleno de pasajeros, teniendo este
hombre que compartir asiento con una señora, de humanidad muy generosa en kilos
de sobrepeso. Al llegar a su destino talaverano, el extraño pasajero retrasa otra
vez su bajada del vehículo. Cuando los demás viajeros ya lo han hecho, esta vez
sí se dirige al conductor, indicándole que desearía hablar con él, sobre un
asunto personal, si le concede unos minutos de tiempo. El profesional del
volante, algo extrañado de la situación, responde a su interlocutor que ha de
hacer unas gestiones necesarias, en la oficina de la empresa. Pero que, sobre
las dos de la tarde, irá a comer al restaurante de la estación de autobuses y
entonces sí podrá atenderle.
A la hora convenida, Rodrigo ve que esta persona ya
le espera, en la entrada del comedor. Con cierta inquietud, escucha el
ofrecimiento que le hace para invitarle a comer. Acepta el amable gesto y ambos
toman asiento en una zona tranquila del gran salón, alejado del fuerte sonido
que emite el televisor con las noticias del día.
“Observo su cara de extrañeza y le
comprendo perfectamente. Mi nombre es Evelio y resido en la provincia de
Pontevedra. Le aseguro que me ha costado bastante esfuerzo localizarle. Por
supuesto, he tenido la ayuda oportuna de una agencia especializada. Una vez que
poseía los datos básicos en mi poder, acerca de su persona, decidí viajar a
esta provincia, a fin de contactar de manera personal con Vd. Me parecía la
forma más conveniente hacerlo, mucho mejor que enviándole una carta o utilizando
la vía de la comunicación telefónica. En el transcurso del primer viaje, me
limité solamente a observar a quien era mi sobrino carnal. No me era fácil
romper el hielo de la comunicación, aunque tenía que transmitirle todo un
trascendental contenido que Vd. debía conocer
He de explicarle que mi hermano
Froilán, del que posiblemente nunca habrá escuchado su nombre, me confesó, en
los últimos meses de su alocada vida, algunas vivencias en sumo importantes de
las que, su propia familia, éramos totalmente ajenos. La más trascendente de todas
ellas y que le afecta a Vd. de manera directa, es que, en los años de su
juventud, tuvo un hijo del que nunca, por diversas circunstancias, quiso
ocuparse.
Aquella fue una etapa pasajera de
aventura amorosa en su juventud, en la que dejó embarazada a otra joven llamada
Candelaria. Vd. que es hijo único, nunca llegó a conocer a su progenitor.
Probablemente, su madre (sé que ya tampoco vive) no le habrá hablado de aquella
experiencia afectiva. Creo que siempre asumió, con admirable valentía, su
situación de madre soltera. Pero tuvo la grandeza y nobleza de criarle,
educarle y convertirlo en una persona de bien, a pesar de su notable limitación
económica. Sé también que tan ejemplar comportamiento le hizo trabajar de manera
abnegada durante muchos años, a fin de lograr sacar a su hijo al frente, en
medio de no escasas carencias e incomprensiones”.
Rodrigo estaba cada vez más emocionalmente afectado
por la inesperada y sorprendente información que le transmitía Evelio. Era
cierto que su madre nunca quiso darle información acerca de quien le había
procreado. Para ella, esa persona había dejado de “existir” en su memoria. Sin
embargo, tenía ahora ante sí al que afirmaba ser su tío de sangre, del que nada
conocía hasta ese momento. Tratando de mantener la calma, pidió al camarero un
café con leche. Había perdido el apetito, con tan decisivas y sorprendentes informaciones
acerca de sus orígenes.
“Me hago cargo de todo lo que siente
en estos decisivos momentos de su vida. Pero era mi obligación tratar de
enmendar, en algo si cabe, los profundos errores que mi hermano cometió. Tanto con
Candelaria, su amor juvenil, como con el hijo que ambos contribuyeron a traer
al mundo. Tengo que confiarle que su padre no fue una persona estable o
responsable, para su vida afectiva. Pero en los negocios supo aplicar una gran
habilidad, con la que logró hacer algo de capital, a través de una granja para
la crianza de vacas, allá en nuestra Galicia de origen. Después las cosas le vinieron
mal y tuvo que malvender lo que podía haber sido la seguridad para sus años de
madurez. Él era dos años más joven que yo. Ahora tendría unos 66 años.
Rodrigo, he consultado con un bufete
de abogados y consideran que puede corresponderle una parte importante de la
herencia de Froilán, aunque éste no quiso dar ese paso, también necesario, de reconocer
legalmente al que era su hijo de sangre. Yo voy a permanecer unos días más en
Toledo y, si le parece oportuno, resolvemos de manera amistosa, legal y con la
responsabilidad del diálogo, esta situación, solicitando el apoyo que nos
preste un buen abogado. Traigo conmigo, para ese objetivo, una muy necesaria y completa documentación”.
Ha pasado ya casi un mes, desde aquella
sorprendente revelación que Evelio presentó en la modesta y rutinaria vida de
Rodrigo. Desde ese viernes de octubre, los principales protagonistas de esta
historia han ido asimilando las respuestas a muchas preguntas, junto a las ilusiones que todos estos cambios representan
en sus vidas. La cantidad material que supuso la herencia de Froilán no fue espectacularmente
elevada, pero esos 92.500 €, recibidos por la familia de Rodrigo y Prudencia, sirvieron
para la compra de una vivienda de segunda mano, que les liberó del importante
coste del alquiler que antes tenían que afrontar, durante cada uno de los meses.
Sin embargo, por encima de esa saludable ayuda
material, estaba el vínculo familiar que ahora
se abría y enriquecía de manera afectiva para ellos. Rodrigo ampliaba su horizonte
genealógico con unas honradas personas que residían en las bellas tierras
gallegas y de las que, hasta hacía unas semanas, no tenía el menor
conocimiento. Evelio les pidió encarecidamente que viajaran a su casa, junto con
su hijita Elvira, a fin de pasar juntos las próximas Navidades. Así podrían
conocer a los restantes miembros del grupo familiar en Galicia. Por su parte,
él mismo se comprometió a dedicar las vacaciones del próximo verano (ejerce
como funcionario de correos) para viajar, junto con su mujer, a Toledo. Todo
ello con el saludable objetivo de alimentar aún mas la relación de cariño que
ahora posee con aquéllos que son sus sobrinos.
Desde estos acontecimientos para las dos familias,
los whatsapps, los e-mails e incluso el Skype no han dejado de funcionar y viajar
electrónicamente, entre las tierras castellanas y gallegas. A Rodrigo le sigue
respondiendo la suerte. Gracias a su ejemplar hoja de servicios, a partir del próximo
Enero va a figurar como trabajador fijo en la plantilla de la empresa municipal
de transporte. Ello le supondrá, aparte de un sustancial incremento del sueldo,
la seguridad y estabilidad laboral por la que tanto ha estado luchando.
Existe un interesante “fleco”, en todo este
contexto relacional, que nadie acierta a explicarse. Cuando Evelio fue
repasando todas las carpetas y enseres personales, que Froilán había dejado,
halló, en uno de los altillos del dormitorio, una pequeña caja de cartón
firmemente atada con tres vueltas de cuerda. Dentro de la misma, había hasta
doce cartas cuyo contenido se mostró interesado en conocer. Todos los sobres
estaban remitidos con el nombre y dirección de Candelaria. Las fechas de los
matasellos, insertas en los correspondientes franqueos, revelaban que fueron
enviadas unos meses antes del fallecimiento de la madre de Rodrigo, hacía ya
doce años.
Pero, cuando el tío de Rodrigo fue abriendo los
sobres, comprobó con sorpresa que los
folios o cuartillas, que sin duda habrían “viajado” en su interior, habían misteriosamente
desaparecido. Sólo permanecía, en uno de los sobres, una pequeña foto, muy envejecida
por el paso del tiempo. En ella aparecía un niño, que aparentaba tener sobre unos
diez años de edad. Rodrigo se reconoció, perfectamente, en esa entrañable
fotografía.-
José L. Casado Toro (viernes, 21 de Octubre 2016)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria.
Málaga
No hay comentarios:
Publicar un comentario