Entre las numerosas
personas que aguardaban la apertura de puertas, en un moderno centro comercial
ubicado en la zona oeste de la ciudad, se encontraba Israel,
uno de tantos trabajadores afectados por la prejubilación laboral en los años
de crisis. Con cincuenta y siete de edad, este técnico en optometría tuvo que
afrontar los graves problemas financieros de una importante empresa de óptica,
donde había estado prestando sus servicios durante casi tres décadas,
dificultades financieras que finalmente llevaron al cierre de la entidad. En
aquel duro trance de su vida, pudo acogerse a la jubilación laboral anticipada
que le ofrecieron los propietarios de la cadena, obteniendo una limitada
pensión económica que le ha permitido seguir viviendo con modestia, gracias
también a los trabajos de arreglo de ropa que continúa realizando su mujer,
desde el propio domicilio familiar. El hecho de no tener hijos u otras cargas
en su matrimonio hizo más llevadera la nueva situación a la que tuvieron que
irse adaptando, especialmente en lo relativo al control de los gastos del día a
día.
Muy de mañana, Israel
ha acudido, con su viejo portátil bajo el brazo, a un servicio informático ubicado
en las galerías multicolores del centro comercial. Tras exponer al técnico de
recepción los problemas de funcionamiento de su “viejo” ordenador, el
especialista informático llevó a cabo unas pruebas a fin de verificar el estado
de la preciada máquina electrónica.
“Efectivamente,
he estado comprobando de que el funcionamiento de su aparato es demasiado lento
y se bloquea de manera continua. Su ordenador tiene instalado un sistema
operativo muy obsoleto y la propia antigüedad de su estructura no le permite
alcanzar un rendimiento mayor. Habría que proceder a un profundo formateo del
disco duro, a fin de eliminar los virus y otras “suciedades” que ha ido
acumulando, por la navegación aventurera en las redes de Internet. Supongo que
tendrá hecha copia de seguridad, para todos aquellos archivos y aplicaciones
más importantes y que desee, lógicamente, conservar. Le aclaro que esta marca
de ordenadores necesita revisiones continuas, al menos una al año, si pretende
seguir manteniendo y gozando de rendimientos aceptables”.
El presupuesto que le
hicieron no era excesivamente gravoso como para renunciar a la reparación
necesaria (se le tarifaría sólo hora y media de trabajo), especialmente
tratándose de un material informático. Una vez que recibió el recibo de entrega
abandonó el populoso edificio, dispuesto a dar un largo paseo por la ciudad. La
mañana otoñal hacía apetecible ese deambular por calles y plazas, pues la
climatología regalaba un tiempo agradable de sol y fresca brisa de levante.
Tras caminar durante un buen rato por los latidos acústicos y plásticos de la
estructura urbana se encontró con Damián, un
antiguo compañero de instituto que había ejercido profesionalmente como
policía nacional, ya también jubilado
desde hacía unos cinco años. Como ambos amigos se encontraban en las
proximidades del Parque malacitano, decidieron sentarse en uno de sus austeros
bancos de madera con el saludable objetivo de compartir un rato agradable de
conversación.
Era usual que los dos
antiguos amigos, en estos cíclicos encuentros, comenzaran su tiempo dedicando
unos minutos para comentar acerca de los últimos achaques de salud
intercambiando, entre bromas, esos consejos y sugerencias que siempre resultan útiles.
A continuación llegaban los recuerdos del pasado, fluyendo afectivamente
aquellas lejanas vivencias escolares, poniéndose también al día acerca de la
situación de otros compañeros y amigos del pupitre o trabajo. Pero, esa mañana,
a Damián se le notaba una cierta preocupación en su semblante. Aunque se esforzaba
en disimularlo, algo importante le ocurría en su estado de ánimo. Israel, que
conocía bien el carácter de su amigo, percibió esta situación de inmediato. Y
se lo planteó abiertamente: “Algo te ocurre hoy.
¿Puedo ayudarte en algo? No olvides que siempre es un alivio compartir aquello
que nos preocupa”.
“No te
equivocas, Isra. Nos conocemos desde hace ya muchos años y eres un excelente
amigo. Verás, llevo un tiempo en el que no llevo bien la jubilación. En no
pocas ocasiones te he comentado acerca de mi vida como policía: aquella
continua aventura, casi las veinticuatro horas del día, con la densidad del
trabajo y el estrés de tantas vivencias profesionales, me hacían estar en una permanente
tensión, que no daba oportunidad alguna al aburrimiento. Pero de pronto llega
un día (tú bien lo conoces) en el que te dicen que has de parar, que has de
frenar, que has de salir de esa intensidad acelerada que presidía tu agenda.
En un
principio incluso me alegré de la nueva situación. Iba a tener mucho tiempo
libre a mi disposición para hacer lo que quisiera o más me gustara. Y de hecho
experimenté nuevas experiencias en campos diversos como la cultura, los
deportes y, por supuesto, el turismo con sus viajes. Pero, desde hace unos
meses, los días me van pareciendo todos muy iguales, desde la mañana a la
noche. La rutina de no saber qué hacer cuando me levanto se me hace
insoportable y añoras aquella otra vida de continua tensión, que soportaba
cuando vestía el uniforme. No, no es tan fácil adaptarse a esas horas sin obligación
y sin reloj en el que se convierte nuestra aburrida existencia en la reserva,
por llamarla de alguna manera”.
El antiguo técnico en
optometría, con una edad similar a la de su amigo el policía, escuchaba con
atención y respeto esas palabras que mostraban un evidente desconcierto o
desazón anímica. Asentía con la cabeza algunos de los matices que argumentaba
su interlocutor. Tras unos segundos de silencio, decidió responder a su antiguo
compañero de aula, hoy también jubilado como él.
“Claro que te
entiendo, Damián. Hay días que tampoco yo los llevo bien. Pero, normalmente siempre
encuentro alguna solución o pretexto que me ayuda a llenar y vitalizar las
horas. Si te lo planteas con humildad, imaginación y paciencia, verás que la
palabra “aburrirse” hay que desterrarla de nuestro diccionario. Precisamente te
digo esto, ahora que ha llegado Septiembre. Después de esa “locura” colectiva
en la que estamos convirtiendo los veranos, con las fiestas, las playas y todos
esos viajes, en muchas ocasiones sin sentido o carentes de una adecuada
planificación, aparece este ansiado mes en el que, de manera afortunada, todo
parece volver a la normalidad, a la sensatez perdida.
Te comentaba que la
llegada del otoño es una estación propicia para cambiar muchos hábitos y
emprender nuevas experiencia, que den un poco de color a la rutina o a la
desmotivación en el que hemos situado a nuestras vidas. Tal vez sea necesario,
incluso urgente, pasar por una “ITV” personal, médica y anímica, en nuestras
vidas. Precisamente ahora vengo de hacerlo, también, con mi viejo ordenador,
que ya no daba mucho más de sí. Veamos algunas de estas posibilidades, abiertas
a cualquier persona, pero mucho más para nosotros, ciudadanos libres de
obligaciones o cargas profesionales.
Empecemos con la
opción idiomas. Aprender y practicar los
rudimentos de una nueva lengua encierra no pocos incentivos. Tal vez, uno
de los más importantes beneficios de
esta actividad sea ejercitar nuestra memoria y cerebro. A nadie se le oculta que
no resulta fácil, ni mucho menos, en nuestra avanzada edad, realizar este
aprendizaje, tarea más apropiada para los niños de primaria o los chicos y
jóvenes adolescentes. Pero la ilusión por avanzar en la comprensión, aunque
sólo sea de manera limitada, de una lengua foránea puede enriquecernos, tanto
en el plano anímico como en lo intelectual. Y aportarnos distracción, valor que
en nosotros tiene una importante y cualificada significación.
El ejercicio físico. La máquina corporal siempre lo
necesita pues, en caso de no hacerlo, los “mecanismos” acaban por anquilosarse.
Y existen muchas posibilidades para practicar ese ejercicio, sin demasiados
sacrificios. Simplemente con caminar, por la ciudad o por el campo, es más que
suficiente ¿Recuerdas aquel conocido dicho de “Menos comida en el plato y más
suela en los zapatos”? Pues hay que aplicarlo a nuestros extensos y libres
horarios. Es obvio que resulta bueno para nuestra salud. Y no grava nuestros
bolsillos. Por supuesto, existen otras interesantes posibilidades. El nadar, de
manera periódica, nos favorece. Además, ya sabes, conoces a muchas personas,
haces amigos …
Y llegamos, en tercer
lugar, a la alimentación. Pero desde el plano
lúdico del “laboratorio”. Cada día está más en boga, la afición para practicar
experiencias en la cocina. Incluso hay escuelas populares, en las que te
enseñan a “moverte” mejor por estos divertidos y suculentos vericuetos. El
hecho de tener que desplazarte para ir a comprar los muy atractivos y
apetitosos materiales y después dedicar el tiempo necesario a su preparación y
cocina, ya supone un alegre y motivador incentivo para ponerle color a esos “nublados”
que, muchas veces, nosotros mismos provocamos. Recorrer un centro comercial
siempre es distraído, especialmente cuando lo hacemos en horas tempranas en las
que no hay tanto bullicio o masificación.
No me podrás negar de
que todos tenemos en casa espacios o necesidades pendientes para ordenar o arreglar. Y que las vamos posponiendo, de
un día para otro. Esos armarios en los que ya nada cabe, las bien pobladas
estanterías, las carpetas con centenares de papeles, incluso el mismo disco
duro de nuestros ordenadores. Tenemos arraigado el conservador hábito de guardar
y guardar cosas que, en la mayoría de los casos, resultan innecesarias y están
ocupando espacio en unos pisos y apartamentos que no se caracterizan
especialmente por su amplitud. Ahora, en Septiembre, sería bueno repasar toda
esa ropa que, temporada tras temporada, dejamos de utilizar, ya sea porque no
nos gusta o porque tenemos demasiadas prendas acumuladas. Hay organismos
asistenciales donde pueden entregarse esas bolsas llenas de aquello que nos
sobra y, al tiempo, prestamos una ayuda estimable que a otros puede beneficiar.
Viajar, en los meses del
Otoño inicial, es mucho más agradable que hacerlo durante la agobiante densificación
veraniega. Son mejores los precios y las ofertas disponibles, la atención que
recibes en los establecimientos es más cuidada y, además, la meteorología
acompaña, especialmente por estas latitudes meridionales.
Tampoco puedo
olvidarme de las ofertas culturales, que
tenemos a nuestra disposición en la mayoría de los días. Además de ser
variadas, en su naturaleza, podemos hallar y gozar de su gratuidad en un número
muy elevado de casos. Cine, teatro, exposiciones, museos, conferencias, danza,
conciertos, deporte, etc, son modalidades apetecibles y distraídas para el
intelecto y el alimento de nuestro espíritu.
Damián escuchaba esta
larga y convincente relación de posibilidades, para el ocio, la cultura o la
inteligencia anímica, expuesta por un buen amigo que se esforzaba en ayudarle
para sus tiempos opacos de confusión.
“Tienes
razón, amigo Isra. Y aprecio la buena voluntad que estás aplicando en toda esa
relación de comentarios sensatos. No puedo discutir, sino agradecerte, la
disponibilidad que siempre sabes regalarme con tus fáciles y lógicas
sugerencias.
Tal vez
lo que me ocurre, también a otros por
supuesto, es que nuestro tiempo va “corriendo” de manera acelerada y no siempre
sabemos adaptarnos con agilidad y eficacia a los cambios que el destino,
inevitablemente, nos depara. Nos esforzamos inútilmente, un tanto con
mentalidad infantil, en mantener épocas y vivencias que ya han pasado, que
supimos protagonizar, pero que hoy ya pertenecen a otras generaciones. Puede
ser positivo mirar hacia atrás, siempre y cuando apliquemos el control
necesario para que ese pasado no nos atrape. Pero aún lo es más vivir en el
hoy, asumiendo todos esos cambios que la naturaleza y el calendario nos impone sin
“misericordia”.
Créeme. Me
ha hecho mucho bien este ratito de conversación. Te invito a una cerveza. Me
hablaron de un bar, por aquí cerca, donde ponen unas tapas que …”
José
L. Casado Toro (viernes, 9 de Septiembre 2016)
Antiguo
profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
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