Hacía tiempo que no acudía a ese espléndido espacio
cultural que cada día, entre lunes y viernes y de manera absolutamente
gratuita, oferta al público los grandes almacenes de El Corte Inglés, en la
capital malagueña. Conferencias, exposiciones, debates, presentaciones de
libros y actividades sociales, técnicas de autoayuda, conciertos, ciclos de
películas, actores y directores de cine, son las modalidades más usuales
desarrolladas por este Ámbito Cultural y del
que todas las personas interesadas pueden disfrutar, a esa hora mágica de las
siete y treinta, en las románticas despedidas de cada una de nuestras tardes.
El pasado martes continuaba el ciclo de cine
dedicado al genial director Samuel Wilder (más conocido por BILLY WILDER) n. Galitzia, Imperio Austrohúngaro,
1906 – m. Hollywood, California, 2002. La película elegida para esta
vídeoproyección fue DÍAS SIN HUELLA, cuyo
título original en inglés es The lost weekend (el fin de semana perdido), film
realizado en 1945 y protagonizado, en sus principales personajes por el
británico Ray Milland (1907-1986) y por la
estadounidense Jane Wyman (1914-2007), muy conocida también por haber
sido la primera esposa del Presidente USA,
Ronald Reagan, durante ocho años.
ARGUMENTALMENTE, la cinta plantea el largo y decadente fin de
semana, vivido por Don Birnan, un frustrado y
fracasado escritor, sumido en el hundimiento personal, tanto físico como
mental, a causa del alcoholismo. La ayuda que recibe este atormentado
personaje, por parte de su equilibrado hermano, Wick,
y de su abnegada novia, Helen, se topa contra
el muro infranqueable de la profunda adicción a la bebida, usada como una huida
hacia delante en la débil y enferma voluntad de un hombre que se ve incapaz de
llegar a ser un buen escritor, ese anhelado e inalcanzable objetivo que se
propuso como meta en la vida. Esta gran película recibió los más importantes
premios de la cinematografía (cuatro Oscars, tres Globos de Oro, el Gran Premio
del Festival de Cannes y el Premio del Circulo de Críticos de Nueva York).
En una gran sala, plenamente abarrotada de público,
debo citar dos pequeñas anécdotas que viví como
espectador, durante el visionado de una estupenda y tensa película, con
maravillosa fotografía en escala de grises y con ese sabor a buen cine que tanto
echamos hoy en falta en las carteleras de nuestras pantallas. La primera
vivencia hace referencia al incivismo de un incómodo espectador al que la
escasa suerte me ubicó en el asiento de atrás. Desde los primeros títulos de
crédito, este compulsivo hombre de mediana edad comenzó a leer en voz alta lo
que aparecía en pantalla, añadiendo comentarios simplones a dos amigos que le
acompañaban, acerca de la trama que los sufridos compañeros de zona estábamos contemplando. A los pocos minutos del absurdo suplicio, me
tuve que volver desde mi asiento delantero para decirle que no necesitaba que
me contase lo que mis ojos estaban contemplando en la proyección. Que hiciese
el favor de callarse. Algo conseguí durante las casi dos horas de metraje (101
minutos) aunque al final de la escenificación volvió a la carga con unos
improcedentes comentarios “infantiles” que marcaban una patente falta de
educación y aún no superada inmadurez, a pesar de sus no pocos años.
La otra anécdota, que abre camino a los fundamentos
de este relato, tuvo lugar en los lavabos próximos a la sala cultural de los
Grande Almacenes. Dos personas comentaban acerca de la película que, hacía sólo
escasos minutos, habíamos tenido el placer cinematográfico de contemplar y
“vivir” con una profunda empatía anímica. Decía uno de los espectadores: “¡Cómo son estos americanos. Vaya final que dan a sus
películas! Cómo es posible que un hombre frustrado, profundamente enfermo y con
intenciones suicidas, pueda salir de un pozo sin luz, en muy pocos minutos,
ante la acción angelical de su novia, que lo salva de la suciedad vital donde
él se había ido hundiendo, día tras día, por su adicción desesperada al
alcohol.”
Efectivamente, el final argumental de la película
se ve un tanto forzado, milagrero y tal vez escasamente creíble, ante la
constancia y fe de la abnegada Helen, que salva a Don Birnan de esa espiral de
autodestrucción en el que se hallaba sumido. Tras ese fin de semana
desgraciado, con experiencias continuas de embriaguez, reclusión hospitalaria,
hurtos para sustentar la compra de licor y desesperación ante su íntima
miseria, decide con fortaleza abandonar su intención suicida y la maligna
bebida, disponiéndose a comenzar la redacción de una novela, precisamente sobre
la adicción al alcohol, proyecto inicialmente programado para ese decadente y
perdido fin de semana en su vida. Y todo ello, por la voluntad admirable de una
muy solidaria y amorosa mujer.
Pienso que para todo escritor, para el profesional
artesano de cine, para todo buen narrador de historias, encontrar el mejor final al relato escénico, cinematográfico o literario
de su trabajo, debe ser bastante complicado. Esa dificultad está motivada, de
manera fundamental, porque el necesario objetivo, que pondrá fin a la pieza
literaria o cinematográfica, ha de ser creíble y atractivo. Y no sólo para el autor, que se ha esforzado en ir tejiendo
palabras, párrafos y contenidos a fin de dar vida a unos personajes inmersos en
ilusiones, frustraciones problemas y esperanzas, que articulan sus vidas en
espacios y sociedades caracterizados por sus contrastes. También ha de ser
sugerente, asumible y enriquecedora, para todos los
espectadores o lectores que leen el libro o visionan la película.
En un momento concreto, el director de cine se verá
obligado a elegir el final de su narración fílmica. Elegirá el desenlace que
estima más adecuado o afortunado, entre otros muchos posibles, y que culminará
una historia narrada a lo largo de la suma de imágenes y escenas, interpretadas
por los actores que intervienen en el rodaje.
Tras su estreno en pantalla, aparecerán las opiniones críticas de los especialistas.
Valoraciones que analizarán los elementos y piezas que conforman el film y, de
manera puntualmente especial, cómo se plantea la conclusión del proceso
argumental. Y, junto a la valoración técnica de los “entendidos”, no hay que
olvidar la opinión del gran público, ese que acude
a las salas de proyección, pasando por las taquillas, o que visiona la película
desde la comodidad de su hogar. Entre la masa popular aficionada fluirán
variados adjetivos que, a modo de síntesis, van a enjuiciar y calificar la
historia que acaban de contarle:
divertida, creíble, sugestiva, emocionante,
aburrida, violenta, realista, sentimental, entretenida, bien o mal
interpretada, bien o mal dirigida, inquietante, dulzona, ilusionante, cansina,
repetitiva, mágica, falsa, agradable, espectacular, conceptual, bella,
motivadora, documental, dramática, indescifrable, educativa, complicada, para
cinéfilos, descompensada, humana, sensible, artificiosa, etc.
Pero, entre todas las valoraciones e
interpretaciones, la parte de la película que más nuclea o justifica esa última
apreciación o calificación global es precisamente la construcción escénica y
argumental de su final. Y, en una gran mayoría
de ocasiones, esa solución última construida por el director es repetidamente
criticada por aquellos que esperaban otra conclusión más acorde con sus gustos,
sus aspiraciones, su propias lógicas o también
por el mismo proceso fílmico al que su realizador nos ha ido llevando
durante los noventa o más minutos de proyección.
En cuanto al caso de la película que nos ocupa, THE LOST WEEKEND (Días sin huella) podemos imaginar
finales alternativos para una cruda e interesante historia que el prestigioso
Billy Wilder rodó en el año 1945. Veamos algunos, antes de que llegue el
esperado THE END.
a) Profundamente desanimado, ante el tormento en
que se ha convertido su existencia, prisionero de la bebida y la frustración
literaria como escritor, Don Virnan pone fin a su vida, sin que Helen llegue a
tiempo para hacer un último intento que le anime a superar la debilidad de su enferma
voluntad. Con su extrema y drástica decisión, Don opta por evitar un mayor
sufrimiento a las dos personas que más se han interesado por él y, sobre todo,
poner fin a una existencia que ha dejado, para él, de tener justificación,
sentido o esperanza.
b) Helen y Wick, profundamente cansados y
decepcionados, ante la ineficaz respuesta de Don para cambiar su alocado y
enfermo ritmo de vida, inician una fructífera relación afectiva, a fin de
sustentar un futuro de unión y cariño. Wick hace un último esfuerzo económico,
llevando a su hermano a una prestigiosa institución psiquiátrica, de
titularidad privada, cuyos especialistas se esforzarán en ayudarle a paliar y
superar su autodestructiva adicción.
c) Don Virnan ingresa en un centro psiquiátrico,
tras haber fallado en su intentos suicida, ya que la pistola se le encasquilló
y no llegó a disparársele. En ese centro médico londinense pasará un par de
años, alcanzado lentos pero progresivos resultados para su reequilibrio como
persona. El día en que abandona el centro hospitalario hay un coche que le está
esperando, en las inmediaciones de una sosegada zona ajardinada. Desde el
interior del vehículo, aparece una mujer, cuyos rasgos físicos no son
fácilmente identificables, en una mañana plomiza por la fuerte irrupción de la
niebla. Es Helen, que ha querido y sabido esperarle durante esos dos años para
la recuperación de su amado compañero. Ambos se abrazan y un pausado travelling
aleja la unión de sus figuras, bajos los títulos de crédito que comienzan a
cubrir la pantalla.
d) Tras conseguir al fin escribir y publicar su
novela “La autodestrucción del alcohol” el éxito popular convierte a este
antiguo dependiente de la bebida en un afamado escritor de best sellers. Su
suerte es opuesta a la de su equilibrado hermano Wick, al que unas equivocadas intervenciones
en el juego de la bolsa han provocado su hundimiento en la miseria económica.
Se refugia en la bebida, sin que su hermano Don tenga conocimiento del calvario
material y personal por el que atraviesa. Cierto día, el recuperado escritor
recibe una visita de la policía. Le ruegan que les acompañe, pues han de
llevarle a un hospital donde su hermano ha perdido la vida, tras una imprudente conducción en estado de
embriaguez. Don, desde el propio hospital realiza una llamada telefónica a
Helen, para comunicarle la triste noticia. En este momento, ella es madre de
dos niñas y se halla felizmente casada con el propietario de un pequeño
comercio de ferretería.
e) Don logra superar su adicción alcohólica e
inicia su andadura por el terreno de la literatura. Tras muchos intentos
frustrados, consigue llegar a publicar esa obra por la que tanto había luchado,
en medio de su terrible dependencia. Ese su primer y único libro pasa sin pena
sin gloria por las estanterías de las librerías y, poco a poco, los editores le
cierran las puertas para una nueva oportunidad en el terreno literario. Al paso
de los meses y con la ayuda ejemplar de su hermano Wick (que se esfuerza en
buscarle una salida profesional) a fin se gana dignamente la vida trabajando
(gracias a su experiencia) en un centro oficial para alcohólicos anónimos.
Muchos años más tarde, su única hija Mara, nacida de su unión temporal con
Helen, descubre en una “librería de viejos” un ejemplar envejecido de ese único
libro que su atribulado padre había escrito. La lectura del mismo le hace
comprender mejor a un padre que abandonó el hogar familiar siendo ella muy
pequeña.
Probablemente aquél esperanzado final abierto, que el gran director nos ha dejado
para su película, sea el más adecuado para justificar toda la trama argumental.
Pero ello no es obstáculo para que cada espectador recree y enriquezca la
culminación de una historia que le ha hecho pensar, reflexionar, sentir y
anhelar. También, objetivo inapreciable en su valor, intentar multiplicar, de
forma imaginativa, su entrañable trocito de vida.-
José L. Casado Toro (viernes, 23 de Septiembre 2016)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria.
Málaga
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