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viernes, 23 de septiembre de 2016

OTROS FINALES POSIBLES, EN LAS HISTORIAS DEL CINE CLÁSICO.

Hacía tiempo que no acudía a ese espléndido espacio cultural que cada día, entre lunes y viernes y de manera absolutamente gratuita, oferta al público los grandes almacenes de El Corte Inglés, en la capital malagueña. Conferencias, exposiciones, debates, presentaciones de libros y actividades sociales, técnicas de autoayuda, conciertos, ciclos de películas, actores y directores de cine, son las modalidades más usuales desarrolladas por este Ámbito Cultural y del que todas las personas interesadas pueden disfrutar, a esa hora mágica de las siete y treinta, en las románticas despedidas de cada una de nuestras tardes.

El pasado martes continuaba el ciclo de cine dedicado al genial director Samuel Wilder (más conocido por BILLY WILDER) n. Galitzia, Imperio Austrohúngaro, 1906 – m. Hollywood, California, 2002. La película elegida para esta vídeoproyección fue DÍAS SIN HUELLA, cuyo título original en inglés es The lost weekend (el fin de semana perdido), film realizado en 1945 y protagonizado, en sus principales personajes por el británico Ray Milland (1907-1986) y por la estadounidense Jane Wyman  (1914-2007), muy conocida también por haber sido la primera esposa del Presidente USA,  Ronald Reagan, durante ocho años. 

ARGUMENTALMENTE, la cinta plantea el largo y decadente fin de semana, vivido por Don Birnan, un frustrado y fracasado escritor, sumido en el hundimiento personal, tanto físico como mental, a causa del alcoholismo. La ayuda que recibe este atormentado personaje, por parte de su equilibrado hermano, Wick, y de su abnegada novia, Helen, se topa contra el muro infranqueable de la profunda adicción a la bebida, usada como una huida hacia delante en la débil y enferma voluntad de un hombre que se ve incapaz de llegar a ser un buen escritor, ese anhelado e inalcanzable objetivo que se propuso como meta en la vida. Esta gran película recibió los más importantes premios de la cinematografía (cuatro Oscars, tres Globos de Oro, el Gran Premio del Festival de Cannes y el Premio del Circulo de Críticos de Nueva York). 

En una gran sala, plenamente abarrotada de público, debo citar dos pequeñas anécdotas que viví como espectador, durante el visionado de una estupenda y tensa película, con maravillosa fotografía en escala de grises y con ese sabor a buen cine que tanto echamos hoy en falta en las carteleras de nuestras pantallas. La primera vivencia hace referencia al incivismo de un incómodo espectador al que la escasa suerte me ubicó en el asiento de atrás. Desde los primeros títulos de crédito, este compulsivo hombre de mediana edad comenzó a leer en voz alta lo que aparecía en pantalla, añadiendo comentarios simplones a dos amigos que le acompañaban, acerca de la trama que los sufridos compañeros de zona estábamosNUESTRA MEMORIAoriginal en inglen,os horas de proyecciue hiciese el favor de callarse decirle que no necesitaba que me contase l contemplando. A los pocos minutos del absurdo suplicio, me tuve que volver desde mi asiento delantero para decirle que no necesitaba que me contase lo que mis ojos estaban contemplando en la proyección. Que hiciese el favor de callarse. Algo conseguí durante las casi dos horas de metraje (101 minutos) aunque al final de la escenificación volvió a la carga con unos improcedentes comentarios “infantiles” que marcaban una patente falta de educación y aún no superada inmadurez, a pesar de sus no pocos años.

La otra anécdota, que abre camino a los fundamentos de este relato, tuvo lugar en los lavabos próximos a la sala cultural de los Grande Almacenes. Dos personas comentaban acerca de la película que, hacía sólo escasos minutos, habíamos tenido el placer cinematográfico de contemplar y “vivir” con una profunda empatía anímica. Decía uno de los espectadores: “¡Cómo son estos americanos. Vaya final que dan a sus películas! Cómo es posible que un hombre frustrado, profundamente enfermo y con intenciones suicidas, pueda salir de un pozo sin luz, en muy pocos minutos, ante la acción angelical de su novia, que lo salva de la suciedad vital donde él se había ido hundiendo, día tras día, por su adicción desesperada al alcohol. 

Efectivamente, el final argumental de la película se ve un tanto forzado, milagrero y tal vez escasamente creíble, ante la constancia y fe de la abnegada Helen, que salva a Don Birnan de esa espiral de autodestrucción en el que se hallaba sumido. Tras ese fin de semana desgraciado, con experiencias continuas de embriaguez, reclusión hospitalaria, hurtos para sustentar la compra de licor y desesperación ante su íntima miseria, decide con fortaleza abandonar su intención suicida y la maligna bebida, disponiéndose a comenzar la redacción de una novela, precisamente sobre la adicción al alcohol, proyecto inicialmente programado para ese decadente y perdido fin de semana en su vida. Y todo ello, por la voluntad admirable de una muy solidaria y amorosa mujer. 

Pienso que para todo escritor, para el profesional artesano de cine, para todo buen narrador de historias, encontrar el mejor final al relato escénico, cinematográfico o literario de su trabajo, debe ser bastante complicado. Esa dificultad está motivada, de manera fundamental, porque el necesario objetivo, que pondrá fin a la pieza literaria o cinematográfica, ha de ser creíble y atractivo. Y no sólo para el autor, que se ha esforzado en ir tejiendo palabras, párrafos y contenidos a fin de dar vida a unos personajes inmersos en ilusiones, frustraciones problemas y esperanzas, que articulan sus vidas en espacios y sociedades caracterizados por sus contrastes. También ha de ser sugerente, asumible y enriquecedora, para todos los espectadores o lectores que leen el libro o visionan la película.

En un momento concreto, el director de cine se verá obligado a elegir el final de su narración fílmica. Elegirá el desenlace que estima más adecuado o afortunado, entre otros muchos posibles, y que culminará una historia narrada a lo largo de la suma de imágenes y escenas, interpretadas por los actores que intervienen en el rodaje.
   
Tras su estreno en pantalla, aparecerán las opiniones críticas de los especialistas. Valoraciones que analizarán los elementos y piezas que conforman el film y, de manera puntualmente especial, cómo se plantea la conclusión del proceso argumental. Y, junto a la valoración técnica de los “entendidos”, no hay que olvidar la opinión del gran público, ese que acude a las salas de proyección, pasando por las taquillas, o que visiona la película desde la comodidad de su hogar. Entre la masa popular aficionada fluirán variados adjetivos que, a modo de síntesis, van a enjuiciar y calificar la historia que acaban de contarle:

divertida, creíble, sugestiva, emocionante, aburrida, violenta, realista, sentimental, entretenida, bien o mal interpretada, bien o mal dirigida, inquietante, dulzona, ilusionante, cansina, repetitiva, mágica, falsa, agradable, espectacular, conceptual, bella, motivadora, documental, dramática, indescifrable, educativa, complicada, para cinéfilos, descompensada, humana, sensible, artificiosa, etc.

Pero, entre todas las valoraciones e interpretaciones, la parte de la película que más nuclea o justifica esa última apreciación o calificación global es precisamente la construcción escénica y argumental de su final. Y, en una gran mayoría de ocasiones, esa solución última construida por el director es repetidamente criticada por aquellos que esperaban otra conclusión más acorde con sus gustos, sus aspiraciones, su propias lógicas o también  por el mismo proceso fílmico al que su realizador nos ha ido llevando durante los noventa o más minutos de proyección.

En cuanto al caso de la película que nos ocupa, THE LOST WEEKEND (Días sin huella) podemos imaginar finales alternativos para una cruda e interesante historia que el prestigioso Billy Wilder rodó en el año 1945. Veamos algunos, antes de que llegue el esperado THE END.

a) Profundamente desanimado, ante el tormento en que se ha convertido su existencia, prisionero de la bebida y la frustración literaria como escritor, Don Virnan pone fin a su vida, sin que Helen llegue a tiempo para hacer un último intento que le anime a superar la debilidad de su enferma voluntad. Con su extrema y drástica decisión, Don opta por evitar un mayor sufrimiento a las dos personas que más se han interesado por él y, sobre todo, poner fin a una existencia que ha dejado, para él, de tener justificación, sentido o esperanza. 

b) Helen y Wick, profundamente cansados y decepcionados, ante la ineficaz respuesta de Don para cambiar su alocado y enfermo ritmo de vida, inician una fructífera relación afectiva, a fin de sustentar un futuro de unión y cariño. Wick hace un último esfuerzo económico, llevando a su hermano a una prestigiosa institución psiquiátrica, de titularidad privada, cuyos especialistas se esforzarán en ayudarle a paliar y superar su autodestructiva adicción.

c) Don Virnan ingresa en un centro psiquiátrico, tras haber fallado en su intentos suicida, ya que la pistola se le encasquilló y no llegó a disparársele. En ese centro médico londinense pasará un par de años, alcanzado lentos pero progresivos resultados para su reequilibrio como persona. El día en que abandona el centro hospitalario hay un coche que le está esperando, en las inmediaciones de una sosegada zona ajardinada. Desde el interior del vehículo, aparece una mujer, cuyos rasgos físicos no son fácilmente identificables, en una mañana plomiza por la fuerte irrupción de la niebla. Es Helen, que ha querido y sabido esperarle durante esos dos años para la recuperación de su amado compañero. Ambos se abrazan y un pausado travelling aleja la unión de sus figuras, bajos los títulos de crédito que comienzan a cubrir la pantalla.

d) Tras conseguir al fin escribir y publicar su novela “La autodestrucción del alcohol” el éxito popular convierte a este antiguo dependiente de la bebida en un afamado escritor de best sellers. Su suerte es opuesta a la de su equilibrado hermano Wick, al que unas equivocadas intervenciones en el juego de la bolsa han provocado su hundimiento en la miseria económica. Se refugia en la bebida, sin que su hermano Don tenga conocimiento del calvario material y personal por el que atraviesa. Cierto día, el recuperado escritor recibe una visita de la policía. Le ruegan que les acompañe, pues han de llevarle a un hospital donde su hermano ha perdido la vida, tras  una imprudente conducción en estado de embriaguez. Don, desde el propio hospital realiza una llamada telefónica a Helen, para comunicarle la triste noticia. En este momento, ella es madre de dos niñas y se halla felizmente casada con el propietario de un pequeño comercio de ferretería.

e) Don logra superar su adicción alcohólica e inicia su andadura por el terreno de la literatura. Tras muchos intentos frustrados, consigue llegar a publicar esa obra por la que tanto había luchado, en medio de su terrible dependencia. Ese su primer y único libro pasa sin pena sin gloria por las estanterías de las librerías y, poco a poco, los editores le cierran las puertas para una nueva oportunidad en el terreno literario. Al paso de los meses y con la ayuda ejemplar de su hermano Wick (que se esfuerza en buscarle una salida profesional) a fin se gana dignamente la vida trabajando (gracias a su experiencia) en un centro oficial para alcohólicos anónimos. Muchos años más tarde, su única hija Mara, nacida de su unión temporal con Helen, descubre en una “librería de viejos” un ejemplar envejecido de ese único libro que su atribulado padre había escrito. La lectura del mismo le hace comprender mejor a un padre que abandonó el hogar familiar siendo ella muy pequeña.  

Probablemente aquél esperanzado final abierto, que el gran director nos ha dejado para su película, sea el más adecuado para justificar toda la trama argumental. Pero ello no es obstáculo para que cada espectador recree y enriquezca la culminación de una historia que le ha hecho pensar, reflexionar, sentir y anhelar. También, objetivo inapreciable en su valor, intentar multiplicar, de forma imaginativa, su entrañable trocito de vida.-

José L. Casado Toro (viernes, 23 de Septiembre 2016)
Antiguo profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

viernes, 12 de abril de 2013

LUCES Y SOMBRAS, EN LA VIDA DE MARCO.


Se nos aconseja, y nosotros a veces también lo hacemos, que debemos encontrar ese tiempo o espacio íntimo que nos ayude a reflexionar, a pensar con serenidad, acerca de nuestro caminar por las sendas de lo vital. Que no deberíamos estar siempre tan sometidos a las prisas, acomodados con ese estrés del entorno que, banalmente, nos acelera y subyuga. Pero una cosa es la teoría y otra una realidad que nos esclaviza, con las sutiles e invisibles cadenas del minutero. De ahí que el tiempo descontrolado nos atenace y que lo usemos como coartada para evitar dialogar con nuestra conciencia o con un alrededor que nos vincula, donde hay, donde laten y existen personas. Y esto sucede en todos los géneros y modalidades del convivir diario. El ritmo del estrés nos agobia, inestabiliza y deprime.

Son numerosos los ejemplos que evidencian este comportamiento. Nos falta el tiempo, para casi todo. Así es que también, en el campo literario, goza de un éxito cada vez más consolidado, esos escritos cortos, con sólo unas cuantas líneas, que denominamos MICRORRELATOS. Son textos breves, de apenas tres o cuatro líneas escritas, que no suelen superar las 60-70 palabras. A veces, incluso menos. En ellos se trata de plantear alguna historia, sugerida, apenas trazada, inacabada, que se lee en pocos segundos y que exige del lector un generosos aporte de su comprensión y, sobre todo, de su imaginación. Convocatorias, concursos, prensa y radio, publicaciones editoriales, incentivan al ingenio e inteligencia del escritor, en connivencia con la carencia de tiempo en los lectores, a fin de difundir y potenciar esta modalidad de relato súper breve. Aunque merece el respeto y aplauso de sus consumidores, recibe o soporta también las críticas de aquéllos que ven en esta modalidad literaria historias drásticamente inconclusas. “Dormitaba en un banco del parque y, desde aquél otro, me obsequiaron con una pícara sonrisa”. ¡Ya tenemos otro microrrelato! Dieciséis palabras, una cuarta parte de lo que es usual en el género. Se percibe como un tipo conceptual de literatura, aparente o expresamente, incompleta o inacabada.

Algunos amigos, excelentes escritores, me han enviado estos breves escritos en más de una ocasión. Con delicadeza y respeto respondo a sus envíos, aplaudiendo su manifiesta y concisa habilidad para bosquejar una historia en tan escueto espacio escénico. Pero añado que la idea, apenas “trazada” permitiría y agradecería más tiempo de tecleado, pluma o bolígrafo. Incluso suelo añadir algunos caminos que la historia está demandando, cuidándome de respetar el copyright del autor. Supongo que no les debe agradar esta evolución de su historia, pero lo que intento decirles es que “sufro” el brusco silencio de un relato, cuando apenas éste acaba de comenzar. Por supuesto que yo puedo imaginar y desarrollar la evolución del escrito pero, entonces ¿quién es el escritor? ¿Quién es el autor?

No sólo en el terreno literario te queda esta peculiar insatisfacción, ante un relato o historia que está apenas iniciándose. También ocurre algo similar en el ámbito de la cinematografía. En este espléndido arte, toman carta de naturaleza esas películas de pocos minutos en su metraje, donde se exponen trazos básicos (o no tan explícitos) de un argumento. Son los CORTOS, en los que la imagen ayuda o facilita la profundidad temática, además de la modulación acústica, las palabras y, por supuesto, los silencios. Muchos directores, por las características “argumentales” del corto, han desarrollado ese brevísimo metraje en los que estaba la raíz de una historia que crecerá y se explicará más ampliamente, durante la hora y media o más que abarca el marco temporal de un film. Todo aficionado al cine ha gozado con el visionado de alguna “micro películas” espléndidamente elaboradas quedándoles, sin embargo, el regusto amargo de que las historias que contienen no estén narrativamente desarrolladas e interpretadas, cosa lógica para esos pocos minutos en los que el director condensa o sugiere su exposición.

Algo parecido es lo que ocurre con una película que aún permanece en nuestra cartelera. Por supuesto que no es un corto, sino un film de apenas 80 minutos de duración. Sucede que, tras ese metraje, a muchos nos queda el deseo de que la narración escenificada continuase, pues la historia queda cortada, frustrada e incompleta, tanto en los antecedentes, los hechos y, sobre todo, las consecuencias. Nos deja a los espectadores con las ganas de seguir disfrutando de un relajante y agradable argumento de realidades, en la sencillez de lo humano, condicionadas o atenazadas por un evidente y complicado pasado del protagonista.

Nos estamos refiriendo a DÍAS DE PESCA EN PATAGONIA (esta concreción geográfica fue añadida, para la publicidad desarrollada en España), de nacionalidad argentina, estrenada durante el otoño del 2012 en su país de origen y dirigida por CARLOS SORÍN (Buenos Aires, 1944). Es corta la filmografía de este profesional del cine. Destaca, en este estilo de narraciones “cortadas” otra de sus mejores cintas: HISTORIAS MÍNIMAS (2002).  La relajante música que acompaña a Días de Pesca está compuesta por el hijo del director, Nicolás Sorín. Fue premiada en el último festival de cine en San Sebastián, siendo así mismo Premio del Jurado, en el Festival de la Habana. Los malagueños  tienen la oportunidad de visionarla en el municipal Cine Albéniz, a muy escasos metros del rico entorno monumental en la Málaga más antigua.  


 SÍNTESIS ARGUMENTAL

MARCO Tucci (Alejandro Awada, Buenos Aires 1961), un viajante de comercio, actualmente de baja por enfermedad, a sus cincuenta y dos años de vida viaja a Puerto Deseado, al sur de la árida Patagonia. Junto al mar y la pesca, trata de recuperar su salud y estado anímico, tras una cura de desintoxicación del alcohol. Le han recomendado que se entregue a un hobby o afición, a fin de que su tiempo posea incentivos lúdicos y ambientales que le permitan ir superando esa desafortunada adicción, a fin de recuperar su mejor equilibrio personal. Además de intentar practicar la pesca del tiburón, abierta por estas fechas del estío, se afana en localizar a su única hija, ANA (Victoria Almeyda, La Plata 1984) casada con JOSÉ (Diego Caballero) con el que tiene un niño pequeño, y que ejerce de maestra. El esfuerzo de Marco por hablar con su hija Ana, a la que no ve desde hace años, da sus frutos en un frío reencuentro, después de haber estado conduciendo durante muchos kilómetros. Este profesional de la carretera vive separado de su mujer, a la que se intuye ha propinado malos tratos, actitud desequilibrada que su hija difícilmente puede perdonar. Marco se esfuerza por recuperar el diálogo y la amistad con Ana pero ésta le reprocha con dureza comportamientos pasados. Mientras tanto, cubre su tiempo haciendo footing por la playa, practicando el arte de la pesca y abriéndose a la amistad de OSCAR (Óscar Ayala) un ex boxeador que ahora actúa de mánager con jóvenes pupilos (en este momento, una bella pupila). Marco se ve obligado a acudir al hospital, ya que sufre una alteración cardiaca, que es superada. El acercamiento afectivo con Ana, esperanzado en un principio, tras la hospitalidad que ella le ofrece en su primer reencuentro desde hace años, se derrumba en la incomprensión. No se hace explícita una mejoría relacional en un desarrollo fílmico que finaliza, cuando el espectador anhelaría conocer mucho más de estos personajes que viven y sufren con sus realidades y recuerdos.

ASPECTOS INTERESANTES A COMENTAR

Nos encontramos ante una película muy adecuada para el análisis de caracteres y actitudes. Marco, un hombre de mirada angelical, sosegado, educado, afectivo y humilde, parece ser que ha tenido un pasado inestable y poco elogioso, lo que ha condicionado la soledad en la que se ve ahora sumido cuando vive su medio siglo de vida. Demuestra, en más de una ocasión, tener una gran fuerza de voluntad por no recaer en la debilidad del alcohol. Resulta especialmente interesante la cena que le ofrece su hija, junto a su yerno y nieto. En ella hay una atmósfera de diálogos vacíos, miradas ansiosas, gestos acomodados y esfuerzos baldíos por superar un pasado desafortunado y triste. Las canciones que entona Marco, las palabras amables dedicadas al pequeño, la simpleza de los diálogos, entrecortados por los recuerdos, con Ana, permiten que el clímax dramático o escénico alcance un alto nivel. Pero la soledad del protagonista es patética, especialmente ante los duros reproches que su propia hija le depara, acusándole de haber destruido la vida familiar en su adolescencia. Los demás personajes que se relacionan con la vida de Marco son actores no profesionales, los cuales aportan una naturalidad y proximidad encomiable para el espectador. Pero hay un elemento que subyace en los setenta y tantos minutos de metraje. La economía de medios, de palabras y de explicaciones. La carga de humanidad que destila la trama reconforta y estimula para la reflexión, aunque el interesado espectador se sigue preguntando acerca del por qué tuvo que finalizar la producción de la historia, en el momento en que se produce. La película está estructural y conceptualmente inacabada. La naturalidad interpretativa de los actores, escasamente conocidos fuera de su Argentina natal, se te hace cercana y atractiva. Marco podría ser ese vecino con el que convives en el bloque, desde hace no pocos años. Y ahora sabes un poco más de él. Aunque sin mayores alardes, esta película merece ser visionada por esa plástica de sencillez, verosimilitud y humanidad que destila, desde sus primeros “compases”.

ASÍ PUDO SER,
LA CONTINUACIÓN DE ESTA HISTORIA

Al igual que sucede en muchos microrrelatos, o en los cortos cinematográficos, el espectador o lector fílmico se siente tentado a imaginarse, a crear y prolongar, su propia historia, en traviesa connivencia con la imaginación y con  la racionalidad de los datos que el autor ha puesto en sus manos. ¿Por qué no prolongamos, un poco más, la densidad del relato?
Se aproxima la fecha de caducidad de la baja médica que se le ha establecido a Marco, en orden a su recuperación. Ejercicio diario, distracción con la pesca, algo también de lectura y, especialmente, mucha tranquilidad. Todo ello, con esa ayuda para el sosiego que facilita el contacto con la naturaleza. La fuerza de voluntad, ante la tentación por volver a beber, ha sido continua y ejemplar. La inminencia de tener que abandonar este lugar de vacaciones, para su salud física y espiritual, le mueve a hacer un nuevo intento de recuperar el diálogo con Ana. Una tarde, cuando ésta abandona el centro escolar donde trabaja, se encuentra con que su padre la está esperando junto a la puerta de salida. Marco le ruega sólo unos minutos, ya que quiere explicarle algo de su turbio pasado con el alcohol, las muchas horas en que tuvo que estar fuera de su hogar, viajando como transportista por media Argentina y una importante confidencia que sólo su ex mujer y él son partícipes de su conocimiento. Los breves minutos para compartir un café se extienden con generosidad entre dos personas que necesitan dialogar pero, sobre todo, explicar sus razones a fin de conseguir comprensión y proximidad. Por vez primera, entre un padre y su hija, se expresa el sentimiento de perdón, en las palabras de Marco.

“Sí, no supe estar a la altura de mi responsabilidad como padre y esposo. Tanto tiempo alejado de casa, a veces varias semanas viajando, me impidió ver como otra persona ocupaba mi puesto en la compañía y el cariño que la soledad de tu madre necesitaba. Me sentí sustituido… y todo por mi culpa. Por eso me refugié en la bebida, en la ruptura y el abandono, incluso conmigo mismo. Reconozco que no supe estar a la altura de las circunstancias. Todos sufrimos pero, de forma especial, tú, mi niña, en unos años de adolescencia tan importantes para una joven que se abre a la vida. Ahora también convivo con mi soledad pero…. es lo que me he buscado. Sólo deseo un poco de tu comprensión y, si algún día puedes, la generosidad de tu perdón”.

Ana, visiblemente emocionada, se despide con un beso de su padre. Lleva, junto a ella, ese perrito o peluche que canta moviendo las orejas, regalo de un padre para con su nieto. En el plano final de la película vemos a Marco conduciendo, camino der Buenos Aires, por un árido paisaje en el que ha desaparecido la frescura y el ensueño esperanzado del mar. En la radio del coche suena una cinta que canta “la bella figlia del amore”, melodía que bien conoce el conductor de un vehículo que vuelve para convivir con la realidad de su soledad y el recuerdo de sus errores. Pero se repite, una y otra vez, esa última frase, en palabras de Ana. “Papá, cuando lo necesites, cuando quieras estar con tu familia, mi casa tendrá siempre abiertas sus puertas para ti”.


José L. Casado Toro (viernes, 12 abril, 2013)
Profesor