miércoles, 24 de agosto de 2016

CAMPANADAS PARA EL MISTERIO, EN LA MADRUGADA.

En Villanueva de la Roca, un tranquilo pueblo de la alta meseta castellana, los días en el calendario son muy parecidos los unos a los otros. La sosegada vida, de sus poco más de cuatrocientos cincuenta habitantes, transcurre entre la laboriosidad de los trabajos agrícolas y esos ratos de plaza o bar, especialmente en las horas de tarde, intensamente cálidas en el verano o bien abrigadas durante las estaciones del frío. La mayor parte de sus lugareños se conocen desde siempre, intercambian los saludos, las palabras y los silencios, en la relación cotidiana, con las miradas puestas en ese horizonte que amanece y atardece bajo la armónica aritmética solar. Los cada vez más escasos niños que pueblan el municipio se van haciendo mayores, mientras aquellas otras personas que tantos años han vivido repasan en la memoria sus frustradas esperanzas, teñidas con recuerdos, de aquella infancia cada vez más difusa entre las grietas, físicas y anímicas, de sus curtidas epidermis. 

Han pasado ya casi dos meses desde que el bueno de Casto emprendió su inevitable último viaje. Antiguo labriego,  en las duras tareas de la tierra, dedicó gran parte de su existencia a prestar una valiosa ayuda, básicamente gratuita, en las tareas de la única iglesia de la localidad. Don Senén, el entrañable y, al tiempo, algo cascarrabias párroco de Santa María de la Antigua, que está ya muy cerca de entrar en la década octogenaria, necesita con urgencia la ayuda de un nuevo sacristán, dada su avanzada edad. Ha negociado con Bernabé, al alcalde, hombre profeso del republicanismo de izquierda, pero muy apreciado por un pueblo eminentemente conservador, para que dote de algún salario a la persona que sustituya a su anterior ayudante. Al fin logra convencer al tozudo regidor (propietario de una tienda de ultramarinos e instrumentos varios para el hogar) que acceda a su razonable petición. El puesto eclesiástico es entregado a Lucio, un campesino de mediana edad que ha tenido recientemente que abandonar el trabajo agrícola a causa de un accidente laboral, que le ha dejado secuelas en sus piernas.

Las tareas que el nuevo sacristán ha de realizar en la parroquia no son especialmente esforzadas. Básicamente, tiene que preparar la celebración de los distintos oficios litúrgicos (misa diaria, bautizos, bodas y difuntos) ordenando el instrumental y el vestuario eclesiástico usado para esas ceremonias, en las que ayuda al venerable sacerdote. Y algo muy importante en la idiosincrasia de este perdido paraje en medio de la agreste naturaleza: tocar las campanas. Esta última función la realiza tirando toscamente de una larga y recia cuerda que mueve el mecanismo instalado en el campanario del templo, cuya maza o badajo golpea el acústico metal. En un sistema artesanalmente muy anticuado, por lo que Lucio se esfuerza en explicar a D. Senén, una y otra vez, las bondades de instalar un mecanismo electrónico que ejerza el mismo trabajo que él realiza, dando tirones del cordaje.

A fin de evitar molestar el descanso de los convecinos, el toque de las horas son marcadas sólo de once a dos (en la mañana) y desde las cinco a las ocho por la tarde. Además de esas campanadas, están aquellas que avisan para la misa de las siete y media y, por supuesto, las llamadas de difuntos. La tranquilidad de este pueblecito no se ve alterada (todo lo contrario) por esos sonidos que resultan muy  familiares, acompañando las labores propias de la tierra y los quehaceres necesarios en cada uno de los hogares.

Al fin el párroco, tras “negociar” con el Sr. Alcalde, con Dacio (el boticario) con don Fermín (el maestro) y con don Benjamín (el médico), consigue de estas “autoridades” en el pueblo una modesta colaboración económica, a fin de que el desembolso para la adquisición e instalación del mecanismo electrónico no sea tan gravosa, en la muy humilde contabilidad parroquial, siempre tan escuálida por las necesarias ayudas que ha de conceder a los más necesitados. También se nos ha olvidado mencionar a Servando, el teniente de puesto de la Guardia Civil, hombre de rudeza autoritaria pero de gran corazón en lo más profundo de su ser, que también ha podido colaborar para la modernización del campanario.

La instalación del mecanismo fue todo un acontecimiento, en una comunidad donde la rutina y el aburrimiento están presentes en el día a día para lo igual. Una empresa de la capital dejó preparado y programado todo el artilugio electrónico, que comenzó a funcionar un día más tarde, tras las pruebas necesarias. Los cíclicos toques, en cada una de las horas prefijadas, sonaban con aritmética exactitud, Pero ahora no era Lucio, quien se encargaba de dar los tirones a la cuerda, sino que los impulsos eléctricos marcaban el movimiento de la cinta o correa que tiraba del cable de arrastre, haciendo golpear el badajo hasta el acústico metal. Siempre surgieron comentarios discrepantes con ese gasto para la ”innovadora” máquina, aludiendo (jocosamente) a las obligaciones que ahora ya no tendría que realizar el nuevo sacristán.

Todo marchaba bastante bien, en la innovación electrónica del campanario, cuando llegó la noche del 17. Durante esa madrugada, entre las tres y media y la cuatro, las campanas de la iglesia rompieron a tocar, alterando la tranquilidad habitual de esas horas. Muchos convecinos se despertaron y se asomaron a sus ventanas y balcones para ver qué estaba ocurriendo. Tras sonar durante unos segundos, los sonidos cesaron. Unos hablaban de que habían escuchado hasta siete campanadas, Otros incrementaron hasta diez los sones, en su criterio. Ya, en la mañana siguiente, no se hablaba de otra cosa en todo el pueblo. Bernabé fue a preguntar a don Senén. Uno y otro hablaron con Lucio, que tampoco lograba explicarse el motivo de esos sones en plena madrugada. Servando también se desplazó desde el cuartel a hablar con el párroco, sobre el mismo asunto. Sugirió al sacerdote que llamase al servicio técnico que había instalado el “artilugio” (como él lo llamaba) a fin de que repasaran las causas del fallo que se había producido en su programación.

Vinieron los operarios del servicio técnico y tras una profunda revisión no hallaron causa alguna para la anomalía. De manera afortunada, el problema no volvió a repetirse y al paso de los días dejó de ser tema importante en el comentario popular. Sin embargo, para sorpresa de toda la comunidad popular, en el mes siguiente el suceso volvió a repetirse. A una hora similar, a la del mes anterior, la tranquilidad de la noche volvió a interrumpirse. Las diez campanadas sonaron y de nuevo muchos vecinos se levantaron de la cama, para mirar a través de los cristales de sus casas. Nada ocurría, sólo que los toques del campanario les habían despertado a esa hora tan intempestiva.

Durante la mañana siguiente, Bernabé reunió en su despacho de la alcaldía a una serie de personas a fin de analizar la extraña situación. Estuvieron presentes, además del regidor, el teniente de la Guardia Civil, el médico, el boticario, el maestro y, por supuesto, don Senén, que venía acompañado por Lucio, el sacristán.  Después de platicar durante un buen rato, decidieron reclamar al servicio técnico del mecanismo una nueva revisión, indicándoles que denunciarían el caso si éste volvía a producirse. En un momento de la conversación, fue Dacio, el boticario, quien aportó un dato para reflexionar. ¿No os habéis dado cuenta que los dos toques nocturnos del campanario se han producido el mismo día de cada mes? Esta observación hizo cavilar el pensamiento de don Senén, aunque prefirió guardar silencio acerca de lo que estaba sospechando.

Un mes más tarde, el párroco decidió desconectar el aparato, en la noche del día 17. Confiaba que con esta acción impediría que, por tercera vez, volvieran a sonar las campanas durante la madrugada. Incluso esa noche no se quiso ir a la cama. Se quedó sentado en una butaca, muy cerca del mecanismo, al que previamente había desconectado de la electricidad. Lucio, el sacristán, se prestó a acompañarle durante toda la madrugada. Previamente había preparado un buen termo de café, para compartir con el veterano sacerdote. Para la sorpresa y profunda inquietud del cura y su ayudante, a eso de las tres y media de la madrugada, las campanas volvieron a sonar. Lucio temblaba de miedo, mientras que don Senén esbozaba una misteriosa sonrisa, sustentada en la experiencia de los muchos años que había tenido la oportunidad de vivir. Curiosamente, en esa tercera ocasión, ya fueron muchos menos los vecinos que se levantaron de la cama al oír las campanadas. El pueblo se estaba habituando a los sones nocturnos de cada día 17. 

Tras el desayuno, a eso de las nueve de la mañana ya se encontraba el párroco en la antesala del despacho del alcalde. Unos días antes antes había estado en la capital, manteniendo una larga conversación con el Sr. Obispo de la diócesis.

“Escucha Bernabé. Le he estado dando muchas vueltas a este inexplicable fenómeno, para el que los técnicos no encuentran una explicación racional. Pienso que la clave se halla en la fecha mensual, donde el extraño hecho se repite. He caído en la cuenta de que, hace ya cinco meses falleció Casto, el anterior sacristán. Este buen hombre que había dedicado toda su vida a cuidar de la Iglesia y a tirar de la cuerda de las campanas, se nos fue precisamente en la madrugada de un 17. Yo mismo le administré los últimos sacramentos, sobre las tres de la mañana. No debo creer, mi religión no lo permite, en misterios ocultos, fantasmas o hechos exotéricos. Pero lo cierto es que estos sucesos han comenzado a producirse desde que mecanizamos el toque de las campanas. Hay una relación entre todos estos hechos, por más que mi fe no contemple esta rara o irracional explicación. Por lo tanto, dado que la técnica no sabe resolver el misterio, he tomado la decisión, siempre de acuerdo con el Sr. Obispo, de retirar el mecanismo electrónico del campanario, volviendo al antiguo sistema manual. Esperaré, con gran atención, a ver qué es lo que ocurre dentro de un mes”.

El rostro del alcalde, al escuchar las inesperadas palabras del cura, reflejaba asombro, inquietud e incluso un poco de miedo. Entre las funciones de Lucio volvía a estar la de tirar de esa gruesa cuerda que movía el badajo para los toques horarios.

Durante la noche del 17, en el siguiente mes, muchos vecinos se quedaron levantados, esperando que llegara esa hora crucial en la que, durante los tres meses anteriores, los sones interrumpieron su plácido sueño. Cuando los relojes pasaron de las cuatro horas, unos y otros se fueron desilusionados a la cama. En esta y en las siguientes noches, el campanario ya siempre permaneció en silencio. Los vecinos de Villanueva de la Roca prefirieron no volver a hablar de la muy extraña historia, que todos ellos habían tenido la oportunidad y experiencia de vivir.-

José L. Casado Toro (viernes, 26 de Agosto 2016)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

viernes, 19 de agosto de 2016

LUCES DE PELIGRO, EN LA FRÍA NOCHE DE UNA CARRETERA SECUNDARIA,


Un vehículo circula, manteniendo una moderada velocidad, por la zona de la alta Andalucía oriental. La naturaleza de la vía, una carretera nacional de doble sentido y con numerosas curvas, desaconseja superar los 70 kms/hora. Al volante del mismo se halla un único viajero, Romano De la Iglesia quien, a sus cuarenta y nueve años de edad, ejerce como representante comercial en una importante empresa de productos farmacéuticos. Es viernes noche y teme llegar demasiado tarde para la cena a su domicilio familiar, situado en el barrio de la Cartuja granadino, donde le esperan su mujer Custodia y la única hija de ambos, Nydia, que ha comenzado durante este otoño sus estudios de Grado en Educación Primaria.

Esta semana ha sido especialmente intensa en la agenda de este activo profesional de la industria química. Ha tenido que realizar numerosas gestiones con profesionales de la medicina pública y privada, por diversas localidades de las provincias de Córdoba y Jaén. Al anochecer de este Noviembre lluvioso, Romano ha terminado su última entrevista de trabajo más allá de las siete y media y sabe que aún le quedan aproximadamente unas tres horas de conducción hasta su domicilio, contando con que tendrá que parar en algún punto del trayecto a fin de tener un pequeño descanso y tomar alguna infusión. Aprovechará esos breves minutos de recuperación física para volver a contactar telefónicamente con su mujer, concretándole si llegará a tiempo para compartir juntos la mesa.

En la radio de su automóvil ha insertado un CD grabado con piezas de música clásica, modalidad a la que es buen aficionado. Esos gratos sonidos le ayudan a sentirse algo más acompañado en su viaje por estas estrechas vías secundarias, únicamente iluminadas por los dos faros del coche, salvo en puntos aislados de casitas rurales que reflejan alguna débil luz entre la brumosa la vegetación.

Tras detenerse brevemente en una perdida venta de carretera, después de unos ciento cincuenta kilómetros de marcha, reanuda su viaje sabiendo que aún habrá de recorrer casi la misma distancia hasta llegar a Granada, probablemente sobre las once de la noche. La marcha de su viejo Citroën se torna bastante cansina, pues no puede acelerar por una vía limitada a un máximo de 80 kms/h. Superar la velocidad establecida le ha supuesto varias infracciones de tráfico, siendo estas multas gravosas para un sueldo básico, sólo incrementado con las comisiones en la venta de productos. La empresa le abona unas dietas para estos desplazamientos y el coste del combustible, todo ello muy controlado por el departamento de contabilidad.

En el seno de la oscuridad de la noche, divisa a lo lejos unas luces amarillas, en estado de intermitencia. Desde hace bastantes kilómetros, no se ha cruzado con ningún otro vehículo. La circulación, a esas avanzadas horas del viernes, es muy escasa, por esta larga carretera secundaria que le ha de llevar hasta la autovía general. En pocos minutos se va acercando a ese punto de luces, de tonalidad entre amarillo y anaranjado.

Cuando está a corta distancia, reconoce que esas luces proceden de un automóvil parado en el estrecho arcén opuesto a su marcha, lo que obliga al mismo a ocupar algo de la calzada. Los faros de su vehículo apenas permiten distinguir dos siluetas, fuera del coche, que parecen ser las de un hombre y una mujer. Una de ellas mueve sus brazos, llamando la atención al conductor que circula en sentido opuesto a la dirección que ellos ocupan.

Deduce, en la necesaria lógica de muy escasos segundos, que le están pidiendo que se detenga. Sin duda, necesitan algún tipo de ayuda. Su primera intención, es aminorar la marcha y parar, en el casi inexistente arcén que tiene a su derecha. Pero también, en esos brevísimos segundos, le vienen a la mente algunas de las noticias y leyendas urbanas, acerca de ese supuesto accidente con que te encuentras en la carretera, en medio de la oscuridad de la noche. Después resulta que todo es un teatral simulacro, para obligar a detenerte. Cuando bajas del vehículo, a fin de ofrecer la ayuda que te están solicitando, el montaje se desvela y el aparente siniestro o avería mecánica resulta que no es más que una escenificación para perpetrar un desagradable  delito de robo o agresión personal.

En centésimas de tiempo, levantó el pie del freno y continuó su marcha. Ante la disyuntiva a tomar, durante muy  breves segundos, el sentido de la prudencia, junto a la autoprotección, se superpuso a la obligación cívica y solidaria, recogida en la normativa legal, de ayudar en carretera o en cualquier otra circunstancia, a todo aquel que manifiestamente la necesite o demande. Recorre así unos tres o cuatro kms. sumido en una profunda confusión anímica. Se dice sí mismo: “he debido parar, he debido parar, he debido parar”. Pero, a continuación, añade:

“¿Y si todo es una trampa? Verme robado, agredido o humillado. No puedo poner en riesgo mi vida pues, por encima de mi propia seguridad, está Custodia y mi hija Nydia …”

Una y otra vez, el representante De la Iglesia, vuelve a repetir en su conciencia la misma cantinela, sopesando los pros y contras de la decisión que ha adoptado en cuestión de segundos. El pensar que aquellas personas pudiesen estar heridas o con algún problema orgánico, o que tuviesen el vehículo averiado allá en el vacío de una noche, cuya temperatura se iba haciendo paulatinamente cada vez más baja, le desasosiega profundamente, incrementado de manera notable su estado de tensión nerviosa.

Tras esos pocos kilómetros de marcha, desde su sorpresivo encuentro con las luces de peligro, Romano observa que a corta distancia aparece un vetusto ventorrillo, con sus luces encendidas de una baja intensidad. Aparca el coche y entra en el interior, tras empujar una vieja puerta que chirría nada más tocarla. En aquel reducido espacio, donde predomina la madera ennegrecida por la humareda del hogar y con un fuerte olor a taberna descuidada y refritos cárnicos, no hay otro cliente más que él. El ambiente que ofrece el inquietante establecimiento es un sumo deprimente. El ventero, una persona entrada en años, mal aseada y con el semblante adormilado, le “pregunta” con la mirada y un gesto mímico qué va a tomar. El resto de un cigarro, ya casi quemado, permanece atrapado entre los labios de una boca (un tanto desdentada, como después pudo comprobar) no muy amiga de pronunciar palabra alguna.

Pide un café con leche, pues la baja temperatura de la noche no invita al consumo de cervezas u otro tipo de bebidas. Mientras saborea la infusión, le sigue dando vueltas a la insolidaria respuesta que ha dado a esas dos personas que reclamaban su ayuda al borde de la carretera. Cada vez más abrumado por su conciencia, paga la consumición a ese silencioso y desagradable tabernero, de ojos picarones y barba descuidada con un par de días sin rasurar. Con los nervios “a cuestas” cambia de actitud y decide volver a recorrer esos tres kilómetros que lo separan del posible vehículo accidentado. Las manecillas del reloj siguen su curso y este nuevo cambio de conducta le va a retrasar aún más la llegada a casa por lo que, antes de abandonar el fantasmagórico establecimiento, envía un nuevo whatsapp a Custodia, su mujer.

En pocos minutos llega de nuevo a ese punto de la solitaria carretera, donde estaba el Peugeot 307 gris plata con las luces intermitentes de peligro. Allí seguían esas dos personas, que de nuevo le hacen señales con los brazos para su detención. Romano siente miedo y desconfianza acerca de lo que se puede encontrar. Si aquello es una trampa urdida para atracarle, se verá atrapado en medio de un acto de delincuencia que le provocará imprevisibles y negativas consecuencias. Sin embargo está su conciencia, con ese martilleo constante que le recuerda su responsabilidad ante personas perdidas en una solitaria carretera. Sin duda, están reclamando ayuda. Sin duda, es una disyuntiva o situación muy complicada de resolver.

Efectivamente, se  encuentra con un chico joven, de unos veintitantos años y su acompañante, una mujer de parecida edad. Le comentan que se han quedado sin combustible, por alguna imprevisión o fallo en el marcador del depósito. Se dirigían hacia Extremadura y no sabían dónde se podía encontrar la estación de servicio más cercana. En más de hora y media que llevaban allí parados, sólo el coche de Romano había pasado por delante de su vehículo. Le agradecen profundamente que hubiera dado la vuelta, a fin de atenderles en su necesidad. Ambos comprendían que detenerse en una carretera de escasa circulación y a esas horas de la noche (el reloj marcaba ya las 10:15 h, en Noviembre) suponía tentar al imprevisible riesgo de la suerte.

Se disculpa por no haberse detenido en la primera ocasión, cuando vio sus señales. Les explica que, dada las historias que había leído en los medios de comunicación y en los comentarios populares, sintió una intensa preocupación de que un supuesto accidente pudiera ser el encubrimiento para atracarle o producirle algún tipo de agresión. Les ofrece su vehículo para trasladarles a alguna estación de servicio, donde pudiesen comprar algunos litros de combustible, a fin de poder reanudar su marcha.

En ese preciso momento aparecen, desde distintos puntos ocultos tras el arbolado, otras dos personas que, a tenor de las cámaras que llevan consigo, indican claramente su profesión de periodistas. Incluso alguien enciende algún punto de luz instalado dentro del vehículo sin combustible. Los cuatro jóvenes, vinculados a una empresa mediática se disculpan a su vez con Romano, explicándole que están realizando un reportaje sobre la solidaridad de los automovilistas en carretera. Dicho reportaje después lo ofertan para su emisión a través de diversas cadenas de la comunicación audiovisual. Habían estado grabando la actitud del atribulado representante, con cámaras ultrasensibles, las cuales podían operar en zonas de oscuridad o con muy bajo nivel de luminosidad. 

Cuando De la Iglesia al fin alcanza a su domicilio, en la zona del Realejo granadino, pasaban unos minutos de la una y media de la madrugada. Custodia, aún despierta, ha permanecido esperándole. Nydia ya descansa en su cuarto. A pesar de las llamadas telefónicas recibidas, la mujer se mostraba un tanto intranquila acerca de los curiosos avatares que su marido le había ido comentando durante su viaje de vuelta. Pero lo importante era que, aunque tarde, ya se encontrara en casa y con esa gran anécdota o experiencia por detallar.

Aproximadamente un mes más tarde de estos hechos, acaecidos en la fría noche de una carretera solitaria, el controvertido representante recibió una carta, procedente de la empresa audiovisual a la que pertenecían los imaginativos reporteros de la escenificación. En la misiva, le explicaban el día, hora y cadena en la que el programa sería emitido. Precisamente, en esa determinada fecha, un servicio de mensajería urgente entregó en el  domicilio familiar un pequeño paquete. Dentro del mismo venía un regalo de joyería para Custodia, la mujer del improvisado “actor” en el “reality show” o peculiar simulación escénica, acaecida en una noche desapacible de Otoño.-

José L. Casado Toro (viernes, 19 de Agosto 2016)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

jueves, 11 de agosto de 2016

¿Y QUÉ TE GUSTARÍA LLEGAR A SER EN LA VIDA?


Había estado ejerciendo como maestro de Primaria, durante casi cuatro décadas. Ahora, a escasos meses de alcanzar la esperada jubilación, solía echar con frecuencia la vista atrás, reflexionando acerca de lo que había sido una vida entregada a formar a todas esas generaciones que habían ido pasado cada año por sus aulas. Precisamente aquella mañana, Raimundo Pescara, a cuatro meses de cumplir los sesenta, no se encontraba bien. Un problema de mala digestión. Nada grave. Los nervios, ante los cambios que pronto iban a influir en su nueva vida, estaban alterando algunas constantes orgánicas, influyendo en la inestabilidad del descanso nocturno y también en el funcionamiento del aparato digestivo.

Este año, la media de edad de los alumnos de su curso se hallaba en los ocho años. Sin encontrarse bien, antes de acudir a la obligación de su clase, temía la brega diaria con la vitalidad de esos casi treinta críos, durante las cinco horas de trabajo. Persona voluntariosa y vocacional, hoy con las fuerzas anímicas y físicas muy justas, pensó en alguna lúdica y formativa actividad que mantuviera bien ocupado a esos inquietos  escolares, dándoles una alegría en esas tempranas horas del día.

“Para hoy vamos a cambiar nuestra hora de matemáticas. En vez de realizar actividades de cálculo, os propongo hacer una interesante redacción. El contenido argumental habrá de ser una temática sobre la que ya habréis escrito, en más de alguna ocasión. Pero hoy va a tener el jugoso incentivo de un premio, que posteriormente os explicaré. En vuestro cuaderno de lenguaje vais a escribir sobre el siguiente tema: “¿Qué me gustaría ser de mayor?”

Pero ¡cuidado!, no basta con elegir una profesión. Sino que además tendréis que explicar varias cosas sobre esa actividad, como por ejemplo, las ventajas y los inconvenientes que pensáis tiene trabajar en ese oficio, si hay algún familiar, vecino o amigo que desempeñe ese oficio y, sobre todo, los motivos que os mueven para elegir ese camino en la vida. Después leeréis en voz alta vuestros escritos y todos votaremos para elegir las tres mejores redacciones. Cada uno de los ganadores, en esta interesante y formativa competición, recibirá una invitación para asistir gratis a la proyección de una película infantil que están proyectando en los Multicines. La semana pasada hablé con el encargado de estos cines y, tras explicarle el objeto del ejercicio, me facilitó el regalo de estas tres entradas dobles, a fin de que podáis ir acompañados”.

Ya por la tarde en casa, Raimundo reflexionaba acerca de cómo se había desarrollado esa actividad con sus jóvenes alumnos. Los niños y las niñas habían recibido muy bien su propuesta de trabajo y se habían entregado con interés a su realización, en un tiempo que había ocupado casi media mañana. En eso estaba, cuando se le ocurrió escribir en el buscador Google de su ordenador, la frase objeto de la actividad escolar, aunque un poco modificada. “La ilusionada profesión, en la que me habría gustado trabajar”. Ese versátil y rápido buscador le ofreció, en cuestión de segundos, un largo listado de entradas para contrastadas páginas relativas a la temática requerida.

Para su sorpresa, aparecían algunas empresas, en ese largo listado informático, que ofrecían unos peculiares servicios a fin de atender los deseos profesionales no realizados por las personas, a lo largo de sus vidas.  La posibilidad de los “multiservicios para esas asignaturas u objetivos pendientes” le estuvo rondando en la cabeza al veterano profesor durante algunos días. Una tarde se sintió motivado y llamó a uno de los teléfonos que tenía anotados tras la oferta publicitaria conocida en Internet. Concertó una cita y, tres días más tarde, se dirigió a la peculiar oficina donde iba a mantener una primera entrevista  con un cualificado  psicólogo.

“He de confesarle que, desde pequeño, he sentido una especial atracción hacia el mundo del transporte ferroviario. Las circunstancias personales que nos sobrevienen, en mi caso, hicieron que me preparara académicamente para el ejercicio de la docencia. En esta actividad he trabajado durante casi cuarenta años, creo que de una forma satisfactoria. Pero cuando viajo en un tren o estoy en contacto con algo relacionado con ese medio de transporte, mantengo la frustración de no haber protagonizado la experiencia de conducir una máquina con sus vagones hacia un destino geográfico. Es curioso, porque en mi familia, que yo conozca, nadie ha ejercido la honrada actividad de maquinista. Debe ser una cosa adquirida en la infancia o en el cine, no lo sé … pero ahí permanece ese anhelo constante de no poder haber manejado una maquinaria que arrastra vagones sobre unos raíles de hierro”.

Tras unos cincuenta minutos de entrevista, en el que hubo no pocas preguntas por parte del especialista y diversas pruebas con fotografías e incluso con algunos vídeos, Raimundo pasó al departamento de gestión, donde le informaron que uno de los equipos especializados estudiaría su expediente y que recibiría, en el plazo de una semana, a más tardar, una respuesta satisfactoria para sus deseos ocultos o frustrados. Tras abonar 165 euros, coste tarifado por la apertura del expediente, la intervención psicológica y la dinámica de gestión, el ilusionado maestro de niños y niñas se encaminó hacia su domicilio, profundamente esperanzado de que, al fin, podría ver realizado esos deseos que permanecían bloqueados en lo más íntimo de su ser.

Nueve días más tarde, recibió en casa el presupuesto para la primera fase de la experiencia. Básicamente, el desglose de gastos era el siguiente: elaboración de un programa informático ad hoc, 350 €; uniformes legales, atrezzo y materiales, 400 €; cuatro sesiones para ejercicios simulados, de sesenta minutos de duración, 150 €, cada una; dos experiencias reales, con monitorización especializada, concertadas a través de una organización ferroviaria, 300 € cada una; entrevistas y evaluación del  proyecto, 250 €. El gravoso presupuesto ascendía a una suma total de 1900 € a los que habría que añadir el correspondiente 21 % de IVA.

Sorprendido ante la magnitud económica a la que habría de hacer frente, si persistía en sus intenciones de vivir la experiencia de un maquinista de tren, decidió aplicar una respuesta de sensatez a todo ese “montaje” que se le venía encima. Solicitó tener una entrevista, con uno de los encargados de la empresa simuladora de experiencias. Dos día más tarde, se desplazó a la sede empresarial a fin de exponer sus criterios acerca del exagerado presupuesto que había recibido. Tras escucharle pacientemente, el responsable del departamentos de acciones externas, Mr. Brenan, le explicó las razones de la tan elevada minuta.

“Ha de entender, Sr. Pescara, que un equipo de psicólogos, informáticos, monitores profesionales e incluso actores, van a estar centrados en ofrecerle vivir una experiencia real, a fin de compensar una frustración histórica que su persona padece. Se tiene que diseñar un  programa informático adaptado o personalizado a sus necesidades psicofísicas, ese uniforme a medida y ese material que Vd. va a vestir y utilizar para su deseo es obviamente costoso. Concertar unas prácticas reales, con un organismo ferroviario, conlleva negociaciones, acuerdos, seguridad y responsabilidades, que han de estar blindadas a fin de evitar cometer errores de imprevisibles consecuencias. No olvide que Vd. podrá llevar, de una manera absolutamente real, el control de un tren con pasajeros hasta su destino. Le puedo asegurar que van a ser muchas las personas, obviamente cualificadas en el ejercicio de su adiestramiento,  que dedicarán muchas horas de su tiempo para ofrecerle un producto de calidad y de eficacia contrastada”.

Raimundo solicitó a su persuasivo interlocutor unos días de reflexión, antes de tomar una decisión en firme y firmar el contrato correspondiente, con las obligaciones económicas a las que habría de hacer frente. Después comentó el asunto con su mujer Margara quien, con la brusquedad que le caracterizaba, le dijo una escueta pero definitoria frase: “Tú has perdido la cabeza. Te veo “chocheando”. Vete a tomar una cerveza con los amigos y no dejes que te tomen el pelo de una forma tan ridícula”.

Pasaron las semanas. Y también los meses. Este veterano maestro de niños había accedido ya al estado administrativo de pensionista. Aunque tuvo la necesaria racionalidad para no embarcarse en un “teatralizado” barco, donde el timo era más que evidente, seguía manteniendo, en lo más íntimo de su ser, ese deseo, tal vez un tanto infantil, de conducir una máquina de tren por esos raíles que conducen a los más alejados, románticos o desconocidos destinos.

Cierto día, paseando por las calles de su ciudad, tal y como hacen centenares de trabajadores jubilados, sean en las mañanas o en las tardes, se vio próximo a la “Estación de ferrocarriles Málaga. María Zambrano” popularmente conocida también como “Vialia”. Tomó una imaginativa y valiente decisión. Solicitó poder hablar con el Jefe de la Estación malacitana. Tras unos minutos de espera, fue atendido por el responsable principal de todo el complejo ferroviario. Paciente y explicativamente, expuso a éste sus sentimientos y razones acerca de su relación personal con los trenes. Tras escucharle, por espacio de unos cuarenta minutos, este comprensivo y atento funcionario le pidió un cierto tiempo para estudiar el curioso planteamiento que le hacía una persona “enamorada” de este imperecedero medio de transporte.
Una semana después de esta agradable entrevista, Raimundo atendió la llamada del portero electrónico desde su vivienda. Era el servicio de mensajería urgente, que le traía un envío. Tras abrir el paquete, en su interior había un uniforme de maquinista de tren, junto a su gorra reglamentaria correspondiente. Y una carta, remitida por el servicio de relaciones públicas de ADIF.

El contenido de la misiva decía, a groso modo, que, una vez estudiada las circunstancias específicas de la petición, explicada personalmente por el destinatario en las oficinas de la compañía en Málaga, se le invitaba a un viaje de ida y vuelta, en el tren AVE, con destino hasta las tierras gallegas. Durante el trayecto, acompañaría al maquinista titular en la cabina de mando, donde recibiría una detallada explicación a todas las preguntas técnicas que tuviera a bien plantear. Los gastos de una noche en un hotel de Santiago, también correrían a cuenta de ADIF. En cuanto al uniforme, que debía llevar puesto durante el trayecto, podría cambiarlo por otro que respondiera a su talla, en los almacenes establecidos al efecto en los almacenes de la estación malagueña.

El rostro y el ánimo de Raimundo reflejaba una intensa alegría, ante la magnitud del regalo que estaba recibiendo.

¡Que gran enseñanza, para mentalidades inteligentes! Las ilusiones hay que intentar buscarlas, pues la constancia tiene, en no pocas ocasiones, el anhelado premio de  la realidad.-

José L. Casado Toro (viernes, 12 de Agosto 2016)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

jueves, 4 de agosto de 2016

AQUELLOS NOBLES IDEALES, EN LA REALIDAD DE UNA AGENDA DE LOS AÑOS 80.

La información que había estado leyendo en el AEMET había disuadido a Julia de ir esa mañana a la playa. El mar se encontraba bastante revuelto y el cielo ofrecía un entoldado plomizo, a pesar de que el calendario marcaba esa canícula veraniega de los comienzos de agosto. En su mes de vacaciones, a pocos días de iniciar un circuito viajero pleno de aventura e Historia, por el mosaico insular del Egeo, esta profesional vinculada a un grupo financiero, licenciada en derecho y con dos masters en un completo y preciado currículo, se dispuso a modificar su mañana. Pensó que sería interesante poner un poco de orden en el contenido de un voluminoso aparador de los recuerdos, que reposaba en el lateral derecho del salón de estar.

Julia, acaba de cumplir los cincuenta y un años de vida. Tiene dos hijos, Nara y Marco, que están cursando sus primeros años universitarios. Su ex marido Iván, con el que compartió siete años de matrimonio, vive su ya tercera experiencia en pareja con una dominicana de muy buen ver y de la que podría ser su padre, por las diferencias que ambos tienen en edad. La situación económica de esta emprendedora mujer es gozosamente acomodada. El desempeño de un cargo ejecutivo en la empresa donde trabaja le reporta elevados ingresos anuales, lo que le permite vivir muy bien, sin que ella y sus hijos tengan que depender de los vaivenes e irresponsabilidad manifiesta de Iván, tanto en su comportamiento personal como en el inestable estatus económico que le contempla.

Tras encargarle a Esther, la joven que le ayuda en las tareas de la casa, unas compras en el súper, se encaminó a la sala de estar. Se mostraba dispuesta a poner al fin un poco de orden en esos cuatro últimos cajones de un aparador densamente ocupado por objetos de variada utilidad e importancia sentimental. Dedicó un buen rato a clasificar las decenas de fotos que estaban repartidas y mezcladas en sobres y carpetas, algunas ya con bastantes años de antigüedad. En esta tarea clasificatoria se encontraba cuando, debajo de unos expedientes escolares de sus hijos, se encontró con un sobre de cartulina color crema, tonalidad ya muy degradada por el paso del tiempo. El grueso volumen del mismo llamó su atención. Lo abrió y para sorpresa de sus recuerdos comprobó que su interior guardaba una entrañable agenda perteneciente a los años de juventud. En la portada de la misma, cuatro pequeñas cifras indicaban la puntual anualidad: 1985. ¿Qué sentido tenía haber conservado una antigua agenda, usada por ella cuando gozaba de aquellos inolvidables veinte años de vida?

Durante aquel ya lejano curso, en la primera parte de la década de los ochenta, ella estudiaba segundo, en la Facultad de Derecho. Su predicamento reivindicativo, la convicción que difundía entre sus compañeros a través de la palabra y el ejemplo, la permanente estrategia contra las supuestas injusticias de que los estudiantes eran objeto por parte de las autoridades universitarias y su planteamiento continuo de ayuda y defensa con respecto a los grupos sociales más desfavorecidos, facilitaron que fuera elegida dirigente y líder estudiantil por sus compañeros universitarios. La fuerza y tenacidad que desarrollaba en la formación de células revolucionarias, en el seno de las diferentes asambleas del movimiento estudiantil, le condujeron a un unánime protagonismo como delegada tanto de curso, como de nivel y, posteriormente, como representante de la facultad en la lucha juvenil por el cambio de una sociedad que amplios colectivos juveniles consideraban enferma y profundamente decadente.

Con una mezcla de ánimo, en el que había intriga, memoria, sentimientos y curiosidad, comenzó a pasar páginas, deteniéndose en algunos párrafos escritos, normalmente, bajo la intimidad cósmica de cada una de las noches.

“Hoy me siento satisfecha de haber conseguido una votación mayoritaria, en el seno del sindicato estudiantil, para el inicio de unas jornadas de huelga y lucha anticapitalista, especialmente contra la banca. Este insaciable sector  exprime, innoblemente, a los humildes impositores con tasas, penalizaciones y altos intereses que sólo consiguen “engordar” las ubres avaras y ambiciosas de los grupos dominantes con poder económico, político y, por supuesto, en la cultura social. Duro será, pero no cejaremos en nuestra lucha contra una política que hace a los ricos más poderosos y a los desfavorecidos más pobres y menesterosos”.

Este duro alegato era escrito, un 25 de abril,  por una joven que a sus veinte años se esforzaba por cambiar ese mundo que los mayores habían legado a los jóvenes de su generación.

“Esta tarde he sido golpeada, detenida y encerrada en un sucio y repugnante calabozo, durante más de cuatro horas. Todo ello por haber defendido a los trabajadores del sector comercio, en su huelga contra las imposiciones innegociadas del sector empresarial. He colaborado con el activismo obrero en la quema de contenedores y otras acciones callejeras, frente a las fuerzas represivas que sostienen las ambiciones capitalistas de los poderosos. Intereses éstos que pasan por encima, sin el mayor decoro, de las necesidades populares”.

En este caso, las palabras escritas que tenía ante sus ojos correspondían a un lunes de octubre, en el 85.

Julia pasaba lentamente las páginas, por esta manoseada agenda que superaba los más de treinta años de antigüedad. Reconocía, con indisimulable emoción, esos textos manuscritos con la caligrafía que tanto utilizaba en esa época de su juventud, hoy un tanto abandonada por el uso de los teclados informáticos, físicos o virtuales. Leía, con el sentimiento y nostalgia propio de la memoria, aquellos ardientes y limpios contenidos que reflejaba su forma de hacer y pensar durante los años de permanencia en las aulas universitarias. ¡Cuánto había cambiado su vida desde entonces!

Detuvo por unos minutos la entrañable lectura que realizaba, a fin de ir a la cocina en donde se preparó una taza de buen café con unas pastas. Volvió con la suculenta infusión al salón y, antes de volver a recorrer las páginas de su juventud, marcó el número de teléfono de su fiel amiga Merce, con la que nunca había dejado de tener una excelente relación desde que ambas fueron compañeras de estudio en las aulas de la facultad.

“¿Sabes  Merce que hoy me he reencontrado con mi agenda escolar del 85-86? La tenía guardada en un sobre, cuando ponía un poco de orden en las cajoneras del aparador. El impacto ha sido muy grande, especialmente en lo anímico, pues estas reflexiones, que solía escribir cada una de las noches, me acercan a una imagen personal ya lamentablemente perdida con el paso del tiempo, Aquellos años de nuestra juventud estaban presididos por esa nobleza, idealismo y valentía reivindicativa, a favor de los más débiles o desfavorecidos en la suerte de sus vidas, de la que hoy apenas queda nada. Realmente, ya no queda nada”.

“Mi amiga, no lo puedes negar. A ti te ha ido muy bien en la marcha por la vida, a pesar del fracaso en un matrimonio que difícilmente tenía que acabar bien. Yo conocía bastante bien a Iván, y sabía que no era una persona estable para mantener una relación de largo recorrido. Aún me asombro de esos siete u ocho años que lograste retenerlo a tu lado. Sin embargo, en el terreno profesional, todo te ha ido sobre ruedas. Por supuesto, tu excelente preparación y envidiable capacidad profesional justifican plenamente el status que con esfuerzo has conseguido labrarte. Pero no podemos negar que ese estado, especialmente en tu caso, de amplia solidez económica ha transformado nuestras vidas, llevándonos al terreno del aburguesamiento. Es la evolución por el tiempo, Julia”

Las dos antiguas amigas continuaron hablando durante algunos minutos, comentando diversos recuerdos y situaciones que hoy, esa agenda bien conservada, había permitido recuperar en sus respectivas memorias. Quedaron para una próxima tarde, en la que compartirían una merienda, las buenas palabras y, sobre todo, ese afecto que ambas habían sabido mantener.

Esta ejecutiva financiera continuó releyendo algunas páginas que resumían sus andanzas juveniles. Cada vez más en estado de confusión, especialmente en lo anímico, tomó la decisión de salir a la calle a fin de dar un largo paseo, por algún lugar donde encontrara vegetación, murmullos y esa ternura acústica e indefinible de los silencios. Necesitaba caminar, por lo que desechó sacar el Audi del garaje, dirigiéndose a pie hacia una parada de bus que la trasladó hasta el final del Parque malacitano. Desde allí se dirigió hacia las escalinatas de la Coracha, en las estribaciones de la colina de Gibralfaro y comenzó a subir hacia esos miradores desde los que se divisa el entorno portuario y gran parte de la ciudad. Reposando en unos de los asientos de piedra que jalonan el camino, divisaba desde esa inmejorable atalaya la placidez majestuosa del mar, el fluir constante de la circulación y el movimiento vitalizado de las personas en sus afanes, dificultades y sentimientos. 

Allí permaneció durante bastantes minutos del tiempo, reflexionando acerca de cómo pueden cambiar tanto las personas (pensando en sí misma) a lo largo de tres décadas. En su muy cualificado estatus, ella era en la actualidad una máquina de hacer ganar aún más dinero a todos aquellos que disponían sobradamente del mismo. En el recuerdo de los años ochenta, por el contrario, recordaba a una joven que se afanaba en ayudar a los que menos tenían, para que intentasen recuperar esa dignidad vivencial arrebatada por la desmedida ambición de unos pocos privilegiados ególatras del dinero. Resultaba paradójico: en este momento crucial para la reflexión, ella se veía a sí misma alistada y profesa en el culto materializado del capital.

¿Sería aún posible recuperar algo de aquellos limpios valores, que sustentaban una juventud abandonada en las brumas del tiempo? De manera afortunada hoy, en la casualidad de la vida, una vieja agenda le había hecho recordar que, frente al yo, existe el tú, el todos y ese valioso ejercicio, siempre necesario en lo humano, de la solidaridad.


José L. Casado Toro (viernes, 5 de Agosto 2016)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga