Había estado ejerciendo como
maestro de Primaria, durante casi cuatro décadas. Ahora, a escasos meses de
alcanzar la esperada jubilación, solía echar con frecuencia la vista atrás,
reflexionando acerca de lo que había sido una vida entregada a formar a todas
esas generaciones que habían ido pasado cada año por sus aulas. Precisamente
aquella mañana, Raimundo Pescara, a cuatro
meses de cumplir los sesenta, no se encontraba bien. Un problema de mala
digestión. Nada grave. Los nervios, ante los cambios que pronto iban a influir
en su nueva vida, estaban alterando algunas constantes orgánicas, influyendo en
la inestabilidad del descanso nocturno y también en el funcionamiento del
aparato digestivo.
Este año, la media de edad de los
alumnos de su curso se hallaba en los ocho años. Sin encontrarse bien, antes de
acudir a la obligación de su clase, temía la brega diaria con la vitalidad de
esos casi treinta críos, durante las cinco horas de trabajo. Persona
voluntariosa y vocacional, hoy con las fuerzas anímicas y físicas muy justas,
pensó en alguna lúdica y formativa actividad que mantuviera bien ocupado a esos
inquietos escolares, dándoles una
alegría en esas tempranas horas del día.
“Para
hoy vamos a cambiar nuestra hora de matemáticas. En vez de realizar actividades
de cálculo, os propongo hacer una interesante redacción. El contenido
argumental habrá de ser una temática sobre la que ya habréis escrito, en más de
alguna ocasión. Pero hoy va a tener el jugoso incentivo de un premio, que
posteriormente os explicaré. En vuestro cuaderno de lenguaje vais a escribir
sobre el siguiente tema: “¿Qué me gustaría ser de mayor?”
Pero
¡cuidado!, no basta con elegir una profesión. Sino que además tendréis que explicar
varias cosas sobre esa actividad, como por ejemplo, las ventajas y los
inconvenientes que pensáis tiene trabajar en ese oficio, si hay algún familiar,
vecino o amigo que desempeñe ese oficio y, sobre todo, los motivos que os
mueven para elegir ese camino en la vida. Después leeréis en voz alta vuestros
escritos y todos votaremos para elegir las tres mejores redacciones. Cada uno
de los ganadores, en esta interesante y formativa competición, recibirá una
invitación para asistir gratis a la proyección de una película infantil que
están proyectando en los Multicines. La semana pasada hablé con el encargado de
estos cines y, tras explicarle el objeto del ejercicio, me facilitó el regalo
de estas tres entradas dobles, a fin de que podáis ir acompañados”.
Ya por la tarde en casa, Raimundo
reflexionaba acerca de cómo se había desarrollado esa actividad con sus jóvenes
alumnos. Los niños y las niñas habían recibido muy bien su propuesta de trabajo
y se habían entregado con interés a su realización, en un tiempo que había
ocupado casi media mañana. En eso estaba, cuando se le ocurrió escribir en el
buscador Google de su ordenador, la frase
objeto de la actividad escolar, aunque un poco modificada. “La ilusionada profesión, en la que me habría gustado
trabajar”. Ese versátil y rápido buscador le ofreció, en cuestión de
segundos, un largo listado de entradas para contrastadas páginas relativas a la
temática requerida.
Para su sorpresa, aparecían
algunas empresas, en ese largo listado informático, que ofrecían unos
peculiares servicios a fin de atender los deseos profesionales no realizados
por las personas, a lo largo de sus vidas. La posibilidad de los “multiservicios para esas asignaturas
u objetivos pendientes” le estuvo rondando en la cabeza al veterano profesor
durante algunos días. Una tarde se sintió motivado y llamó a uno de los
teléfonos que tenía anotados tras la oferta publicitaria conocida en Internet.
Concertó una cita y, tres días más tarde, se dirigió a la peculiar oficina
donde iba a mantener una primera entrevista con un cualificado
psicólogo.
“He
de confesarle que, desde pequeño, he sentido una especial atracción hacia el
mundo del transporte ferroviario. Las circunstancias personales que nos
sobrevienen, en mi caso, hicieron que me preparara académicamente para el
ejercicio de la docencia. En esta actividad he trabajado durante casi cuarenta
años, creo que de una forma satisfactoria. Pero cuando viajo en un tren o estoy
en contacto con algo relacionado con ese medio de transporte, mantengo la frustración
de no haber protagonizado la experiencia de conducir una máquina con sus
vagones hacia un destino geográfico. Es curioso, porque en mi familia, que yo
conozca, nadie ha ejercido la honrada actividad de maquinista. Debe ser una
cosa adquirida en la infancia o en el cine, no lo sé … pero ahí permanece ese
anhelo constante de no poder haber manejado una maquinaria que arrastra vagones
sobre unos raíles de hierro”.
Tras unos cincuenta minutos de
entrevista, en el que hubo no pocas preguntas por parte del especialista y
diversas pruebas con fotografías e incluso con algunos vídeos, Raimundo pasó al
departamento de gestión, donde le informaron que uno de los equipos
especializados estudiaría su expediente y que recibiría, en el plazo de una
semana, a más tardar, una respuesta satisfactoria para sus deseos ocultos o
frustrados. Tras abonar 165 euros, coste tarifado por la apertura del
expediente, la intervención psicológica y la dinámica de gestión, el ilusionado
maestro de niños y niñas se encaminó hacia su domicilio, profundamente
esperanzado de que, al fin, podría ver realizado esos deseos que permanecían
bloqueados en lo más íntimo de su ser.
Nueve días más tarde, recibió en
casa el presupuesto para la primera fase de la
experiencia. Básicamente, el desglose de gastos era el siguiente: elaboración
de un programa informático ad hoc, 350 €; uniformes legales, atrezzo y
materiales, 400 €; cuatro sesiones para ejercicios simulados, de sesenta
minutos de duración, 150 €, cada una; dos experiencias reales, con
monitorización especializada, concertadas a través de una organización
ferroviaria, 300 € cada una; entrevistas y evaluación del proyecto, 250 €. El gravoso presupuesto
ascendía a una suma total de 1900 € a los que habría que añadir el
correspondiente 21 % de IVA.
Sorprendido ante la magnitud
económica a la que habría de hacer frente, si persistía en sus intenciones de
vivir la experiencia de un maquinista de tren, decidió aplicar una respuesta de
sensatez a todo ese “montaje” que se le venía encima. Solicitó tener una
entrevista, con uno de los encargados de la empresa simuladora de experiencias.
Dos día más tarde, se desplazó a la sede empresarial a fin de exponer sus
criterios acerca del exagerado presupuesto que había recibido. Tras escucharle pacientemente,
el responsable del departamentos de acciones externas, Mr.
Brenan, le explicó las razones de la tan elevada minuta.
“Ha de entender, Sr. Pescara, que
un equipo de psicólogos, informáticos, monitores profesionales e incluso
actores, van a estar centrados en ofrecerle vivir una experiencia real, a fin
de compensar una frustración histórica que su persona padece. Se tiene que
diseñar un programa informático
adaptado o personalizado a sus necesidades psicofísicas, ese uniforme a medida
y ese material que Vd. va a vestir y utilizar para su deseo es obviamente
costoso. Concertar unas prácticas reales, con un organismo ferroviario,
conlleva negociaciones, acuerdos, seguridad y responsabilidades, que han de
estar blindadas a fin de evitar cometer errores de imprevisibles consecuencias.
No olvide que Vd. podrá llevar, de una manera absolutamente real, el control de
un tren con pasajeros hasta su destino. Le puedo asegurar que van a ser muchas
las personas, obviamente cualificadas en el ejercicio de su adiestramiento, que dedicarán muchas horas de su tiempo
para ofrecerle un producto de calidad y de eficacia contrastada”.
Raimundo solicitó a su persuasivo
interlocutor unos días de reflexión, antes de tomar una decisión en firme y
firmar el contrato correspondiente, con las obligaciones económicas a las que
habría de hacer frente. Después comentó el asunto con su mujer Margara quien, con la brusquedad que le
caracterizaba, le dijo una escueta pero definitoria frase: “Tú has perdido la cabeza. Te veo “chocheando”. Vete a
tomar una cerveza con los amigos y no dejes que te tomen el pelo de una forma
tan ridícula”.
Pasaron las semanas. Y también
los meses. Este veterano maestro de niños había accedido ya al estado
administrativo de pensionista. Aunque tuvo la necesaria racionalidad para no
embarcarse en un “teatralizado” barco, donde el timo era más que evidente,
seguía manteniendo, en lo más íntimo de su ser, ese deseo, tal vez un tanto
infantil, de conducir una máquina de tren por esos raíles que conducen a los
más alejados, románticos o desconocidos destinos.
Cierto día, paseando por las
calles de su ciudad, tal y como hacen centenares de trabajadores jubilados,
sean en las mañanas o en las tardes, se vio próximo a la “Estación de ferrocarriles Málaga. María Zambrano” popularmente
conocida también como “Vialia”. Tomó una imaginativa y valiente decisión.
Solicitó poder hablar con el Jefe de la Estación malacitana. Tras unos minutos
de espera, fue atendido por el responsable principal de todo el complejo ferroviario.
Paciente y explicativamente, expuso a éste sus sentimientos y razones acerca de
su relación personal con los trenes. Tras escucharle, por espacio de unos
cuarenta minutos, este comprensivo y atento funcionario le pidió un cierto
tiempo para estudiar el curioso planteamiento que le hacía una persona
“enamorada” de este imperecedero medio de transporte.
Una semana después de esta
agradable entrevista, Raimundo atendió la llamada del portero electrónico desde
su vivienda. Era el servicio de mensajería urgente,
que le traía un envío. Tras abrir el paquete, en su interior había un uniforme
de maquinista de tren, junto a su gorra reglamentaria correspondiente. Y una
carta, remitida por el servicio de relaciones públicas de ADIF.
El
contenido de la misiva decía, a groso modo, que, una vez estudiada las
circunstancias específicas de la petición, explicada personalmente por el
destinatario en las oficinas de la compañía en Málaga, se le invitaba a un
viaje de ida y vuelta, en el tren AVE, con destino hasta las tierras gallegas.
Durante el trayecto, acompañaría al maquinista titular en la cabina de mando,
donde recibiría una detallada explicación a todas las preguntas técnicas que
tuviera a bien plantear. Los gastos de una noche en un hotel de Santiago, también
correrían a cuenta de ADIF. En cuanto al uniforme, que debía llevar puesto
durante el trayecto, podría cambiarlo por otro que respondiera a su talla, en
los almacenes establecidos al efecto en los almacenes de la estación malagueña.
El rostro y el ánimo de Raimundo
reflejaba una intensa alegría, ante la magnitud del regalo que estaba
recibiendo.
¡Que gran enseñanza, para mentalidades inteligentes! Las ilusiones hay que intentar buscarlas, pues la constancia tiene, en no pocas ocasiones, el anhelado premio de la realidad.-
José
L. Casado Toro (viernes, 12 de Agosto 2016)
Antiguo
profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
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