La
información que había estado leyendo en el AEMET había disuadido a Julia de ir
esa mañana a la playa. El mar se encontraba bastante revuelto y el cielo ofrecía
un entoldado plomizo, a pesar de que el calendario marcaba esa canícula
veraniega de los comienzos de agosto. En su mes de vacaciones, a pocos días de
iniciar un circuito viajero pleno de aventura e Historia, por el mosaico
insular del Egeo, esta profesional vinculada a un grupo financiero, licenciada
en derecho y con dos masters en un completo y preciado currículo, se dispuso a modificar
su mañana. Pensó que sería interesante poner un poco de orden en el contenido
de un voluminoso aparador de los recuerdos, que reposaba en el lateral derecho del
salón de estar.
Julia, acaba de cumplir los cincuenta y un años de
vida. Tiene dos hijos, Nara y Marco, que están cursando sus primeros años
universitarios. Su ex marido Iván, con el que compartió siete años de
matrimonio, vive su ya tercera experiencia en pareja con una dominicana de muy
buen ver y de la que podría ser su padre, por las diferencias que ambos tienen
en edad. La situación económica de esta emprendedora mujer es gozosamente
acomodada. El desempeño de un cargo ejecutivo en la empresa donde trabaja le
reporta elevados ingresos anuales, lo que le permite vivir muy bien, sin que
ella y sus hijos tengan que depender de los vaivenes e irresponsabilidad
manifiesta de Iván, tanto en su comportamiento personal como en el inestable estatus
económico que le contempla.
Tras
encargarle a Esther, la joven que le ayuda en las tareas de la casa, unas
compras en el súper, se encaminó a la sala de estar. Se mostraba dispuesta a
poner al fin un poco de orden en esos cuatro últimos cajones de un aparador
densamente ocupado por objetos de variada utilidad e importancia sentimental.
Dedicó un buen rato a clasificar las decenas de fotos que estaban repartidas y
mezcladas en sobres y carpetas, algunas ya con bastantes años de antigüedad. En
esta tarea clasificatoria se encontraba cuando, debajo de unos expedientes
escolares de sus hijos, se encontró con un sobre de cartulina color crema,
tonalidad ya muy degradada por el paso del tiempo. El grueso volumen del mismo llamó
su atención. Lo abrió y para sorpresa de sus recuerdos comprobó que su interior
guardaba una entrañable agenda perteneciente a los años de juventud. En la
portada de la misma, cuatro pequeñas cifras indicaban la puntual anualidad: 1985.
¿Qué sentido tenía haber conservado una antigua agenda,
usada por ella cuando gozaba de aquellos inolvidables veinte años de vida?
Durante
aquel ya lejano curso, en la primera parte de la década de los ochenta, ella
estudiaba segundo, en la Facultad de Derecho. Su predicamento reivindicativo,
la convicción que difundía entre sus compañeros a través de la palabra y el
ejemplo, la permanente estrategia contra las supuestas injusticias de que los
estudiantes eran objeto por parte de las autoridades universitarias y su
planteamiento continuo de ayuda y defensa con respecto a los grupos sociales
más desfavorecidos, facilitaron que fuera elegida dirigente y líder estudiantil
por sus compañeros universitarios. La fuerza y tenacidad que desarrollaba en la
formación de células revolucionarias, en el seno de las diferentes asambleas
del movimiento estudiantil, le condujeron a un unánime protagonismo como
delegada tanto de curso, como de nivel y, posteriormente, como representante de
la facultad en la lucha juvenil por el cambio de una sociedad que amplios
colectivos juveniles consideraban enferma y profundamente decadente.
Con
una mezcla de ánimo, en el que había intriga, memoria,
sentimientos y curiosidad, comenzó a pasar páginas, deteniéndose en
algunos párrafos escritos, normalmente, bajo la intimidad cósmica de cada una
de las noches.
“Hoy me siento satisfecha de haber conseguido una
votación mayoritaria, en el seno del sindicato estudiantil, para el inicio de
unas jornadas de huelga y lucha anticapitalista, especialmente contra la banca.
Este insaciable sector exprime,
innoblemente, a los humildes impositores con tasas, penalizaciones y altos
intereses que sólo consiguen “engordar” las ubres avaras y ambiciosas de los
grupos dominantes con poder económico, político y, por supuesto, en la cultura
social. Duro será, pero no cejaremos en nuestra lucha contra una política que
hace a los ricos más poderosos y a los desfavorecidos más pobres y
menesterosos”.
Este
duro alegato era escrito, un 25 de abril,
por una joven que a sus veinte años se esforzaba por cambiar ese mundo
que los mayores habían legado a los jóvenes de su generación.
“Esta tarde he sido golpeada, detenida y encerrada en un
sucio y repugnante calabozo, durante más de cuatro horas. Todo ello por haber
defendido a los trabajadores del sector comercio, en su huelga contra las
imposiciones innegociadas del sector empresarial. He colaborado con el
activismo obrero en la quema de contenedores y otras acciones callejeras,
frente a las fuerzas represivas que sostienen las ambiciones capitalistas de
los poderosos. Intereses éstos que pasan por encima, sin el mayor decoro, de las
necesidades populares”.
En
este caso, las palabras escritas que tenía ante sus ojos correspondían a un
lunes de octubre, en el 85.
Julia
pasaba lentamente las páginas, por esta manoseada agenda que superaba los más
de treinta años de antigüedad. Reconocía, con indisimulable emoción, esos
textos manuscritos con la caligrafía que tanto utilizaba en esa época de su
juventud, hoy un tanto abandonada por el uso de los teclados informáticos, físicos
o virtuales. Leía, con el sentimiento y nostalgia propio de la memoria,
aquellos ardientes y limpios contenidos que reflejaba su forma de hacer y
pensar durante los años de permanencia en las aulas universitarias. ¡Cuánto había cambiado su vida desde entonces!
Detuvo
por unos minutos la entrañable lectura que realizaba, a fin de ir a la cocina en
donde se preparó una taza de buen café con unas pastas. Volvió con la suculenta
infusión al salón y, antes de volver a recorrer las páginas de su juventud,
marcó el número de teléfono de su fiel amiga Merce, con la que nunca había
dejado de tener una excelente relación desde que ambas fueron compañeras de
estudio en las aulas de la facultad.
“¿Sabes Merce que hoy
me he reencontrado con mi agenda escolar del 85-86? La tenía guardada en un
sobre, cuando ponía un poco de orden en las cajoneras del aparador. El impacto
ha sido muy grande, especialmente en lo anímico, pues estas reflexiones, que
solía escribir cada una de las noches, me acercan a una imagen personal ya
lamentablemente perdida con el paso del tiempo, Aquellos años de nuestra
juventud estaban presididos por esa nobleza, idealismo y valentía
reivindicativa, a favor de los más débiles o desfavorecidos en la suerte de sus
vidas, de la que hoy apenas queda nada. Realmente, ya no queda nada”.
“Mi amiga, no lo puedes negar. A ti te ha ido muy bien en
la marcha por la vida, a pesar del fracaso en un matrimonio que difícilmente
tenía que acabar bien. Yo conocía bastante bien a Iván, y sabía que no era una
persona estable para mantener una relación de largo recorrido. Aún me asombro
de esos siete u ocho años que lograste retenerlo a tu lado. Sin embargo, en el
terreno profesional, todo te ha ido sobre ruedas. Por supuesto, tu excelente preparación
y envidiable capacidad profesional justifican plenamente el status que con
esfuerzo has conseguido labrarte. Pero no podemos negar que ese estado,
especialmente en tu caso, de amplia solidez económica ha transformado nuestras
vidas, llevándonos al terreno del aburguesamiento. Es la evolución por el
tiempo, Julia”
Las
dos antiguas amigas continuaron hablando durante algunos minutos, comentando diversos
recuerdos y situaciones que hoy, esa agenda bien conservada, había permitido
recuperar en sus respectivas memorias. Quedaron para una próxima tarde, en la
que compartirían una merienda, las buenas palabras y, sobre todo, ese afecto
que ambas habían sabido mantener.
Esta
ejecutiva financiera continuó releyendo algunas páginas que resumían sus
andanzas juveniles. Cada vez más en estado de confusión, especialmente en lo
anímico, tomó la decisión de salir a la calle a fin de dar un largo paseo, por
algún lugar donde encontrara vegetación, murmullos y esa ternura acústica e
indefinible de los silencios. Necesitaba caminar, por lo que desechó sacar el
Audi del garaje, dirigiéndose a pie hacia una parada de bus que la trasladó hasta
el final del Parque malacitano. Desde allí se dirigió hacia las escalinatas de
la Coracha, en las estribaciones de la colina de Gibralfaro y comenzó a subir
hacia esos miradores desde los que se divisa el entorno portuario y gran parte
de la ciudad. Reposando en unos de los asientos de piedra que jalonan el camino,
divisaba desde esa inmejorable atalaya la placidez majestuosa del mar, el fluir
constante de la circulación y el movimiento vitalizado de las personas en sus
afanes, dificultades y sentimientos.
Allí
permaneció durante bastantes minutos del tiempo, reflexionando acerca de cómo
pueden cambiar tanto las personas (pensando en sí misma) a lo largo de tres
décadas. En su muy cualificado estatus, ella era en la actualidad una máquina
de hacer ganar aún más dinero a todos aquellos que disponían sobradamente del
mismo. En el recuerdo de los años ochenta, por el contrario, recordaba a una
joven que se afanaba en ayudar a los que menos tenían, para que intentasen
recuperar esa dignidad vivencial arrebatada por la desmedida ambición de unos
pocos privilegiados ególatras del dinero. Resultaba paradójico: en este momento
crucial para la reflexión, ella se veía a sí misma alistada y profesa en el culto
materializado del capital.
¿Sería
aún posible recuperar algo de aquellos limpios valores, que sustentaban una
juventud abandonada en las brumas del tiempo? De manera afortunada hoy, en la
casualidad de la vida, una vieja agenda le había hecho recordar que, frente al
yo, existe el tú, el todos y ese valioso ejercicio, siempre necesario en lo
humano, de la solidaridad.
José
L. Casado Toro (viernes, 5 de Agosto 2016)
Antiguo
profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
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