Hacía
una tarde espléndida, con un sol de tonalidad áurea al que siempre agradecemos
su templanza. También, ese aroma a primavera que nos permite sonreír sin preocuparnos
exactamente por el cuándo o el por qué. Conducía mi vehículo, ajeno a las
prisas del tiempo, camino del Jardín Botánico la Concepción, en Málaga. Me
apetecía pasar unas horas, caminando por ese mágico entorno que conforman los
árboles erguidos en su altura, las flores cromáticamente entremezcladas, las luces
reflejadas en el agua y tantas sombras de aventura para la imaginación del
viajero.
Poco
antes de alcanzar la desviación del Parque de la Alegría, camino de la antigua
carretera de Casabermeja, sentí un golpe seco en la
parte trasera de mi vehículo. Un vetusto Citroën C3 de color blanco, en
una falsa maniobra, me había alcanzado. El impacto en el parachoques no fue
excesivamente fuerte. De hecho, cuando ambos conductores bajamos de nuestros
vehículos, comprobamos que los daños producidos en las carrocerías respectivas habían
sido afortunadamente leves.
La
conductora del Citroën, una chica joven, aparentemente inmersa en los años de
su veintena, se mostraba visiblemente nerviosa y alterada. Tras el necesario
consejo, de que debía esforzarse en mantener la calma, le indiqué la conveniencia
de que intercambiáramos los datos necesarios, a fin de dar parte a nuestras
agencias aseguradoras de un siniestro que, en mi caso, sólo había abollado una pequeña
parte del parachoques además de algunos arañazos. El nombre de la chica era Mayca y, para nuestra complicación, tuvo que
reconocerme que viajaba con un seguro de coche caducado, con lo cual su agencia
difícilmente se iba a hacer cargo de la responsabilidad que había tenido en la
conducción. Le indiqué que, pese a todo, diera el parte correspondiente y que
“negociara” con la agencia el pago atrasado. En todo caso, tendría que hacerse
cargo del coste de la reparación que mi aseguradora le iba a exigir. Por
cierto, su vehículo mostraba un abandono patente en todo el perímetro de la
carrocería. El Citroën superaba la década en antigüedad.
En
este contexto observé que, frente al Parque donde nos encontrábamos, había un
par de bares abiertos, donde la chica podría calmarse tomando alguna infusión
relajante. A este fin, me permití invitarla, gesto que la conductora lógicamente
agradeció. Aunque la temperatura ambiente aconsejaba saborear alguna copa o
cucurucho de helado, pedí la misma consumición que mi interlocutora: una tila
con manzanilla que, a uno y a otro, de forma “milagrosa” nos sentó bastante
bien. Gracias a la necesidad de expresividad de Mayca, conocí
algunos datos acerca de su vida. Efectivamente, según mi suposición,
había cumplido los treinta, el mes anterior. Acumulaba años sin encontrar un
puesto de trabajo estable, desde que terminó sus estudios en Trabajo Social.
Una sustitución de treinta día, en una residencia de la tercera edad, por la
zona este de la ciudad, era su actividad laboral más prolongada.
Entre
palabras y palabras, al fin me mostró la documentación de su “castigado”
vehículo. Para mayor complicación, ella no era la propietaria del mismo.
Pertenecía a un hermano mayor, con el que convivía en casa de sus padres, y que
se ganaba la vida haciendo también trabajos temporales, especialmente como
reponedor en un hipermercado de la ciudad. Aquella tarde de junio, un tanto
aburrida y desanimada por no saber qué hacer, había cogido las llaves que guardaba
su hermano en el dormitorio y se había puesto a conducir, sin una dirección
concreta para su destino.
“Sí,
se me estaba haciendo el día muy largo, sin saber exactamente en qué ocupar el
tiempo. Pensé en irme a la playa, pero como es algo que vengo haciendo día tras
día, me dije ¿por qué no conducir un rato, sin una dirección concreta? Hacía
tiempo que no venía por esta zona del norte de Málaga, donde sé que abunda la
naturaleza y no está lejos del centro de la ciudad. Así podría distraerme un
rato, cambiado de esa monotonía que me abruma tarde tras tarde (por las mañanas
tengo que ayudar en casa). Iba como “atontada” al volante y no me di cuenta que
me acercaba demasiado a tu vehículo. Por eso te golpeé, sin querer, el
parachoques. Ahora después tendré que aguantar la “bronca” que me va a echar mi
hermano, pero es noblote, de carácter y, al fin, se le pasará”.
La
estaba escuchando con suma atención, cuando pensé en mi intención de pasar un
buen rato caminando por los parajes del complejo natural que tenía cerca, a
poco más de un kilómetro de distancia. Viendo a una persona joven en tal estado
de aturdimiento mental ¿por qué no sugerirle si le
vendría bien dar un paseo por tan emblemático lugar. A pesar de haberme
producido ese leve daño en la carrocería del vehículo y sin poseer un seguro
activo para la conducción, a todos nos fluye, en algunos momentos agraciados
del día, esa vena de generosidad que tanto nos conforta.
“Mi
intención, antes de que me “alcanzaras” (sonrisas de uno y otro) era echar un
buen rato por este gran jardín que tenemos a no mucha distancia de aquí. No sé
si lo conoces. Observo que te encuentras es un estado de cierto bloqueo anímico
que, con el golpe del coche, se ha podido incrementar. Tal vez te vendría bien
pasear un poco por allí. Obviamente, es un lugar muy seguro y tranquilo. Si te
apetece, me sigues en tu vehículo y yo me hago cargo de tu entrada en el
recinto. Soy, desde hace años, “amigo del jardín” y conozco bien este
maravilloso paraje. Tu dirás, si te decides. Ah, y por supuesto mañana, te
pasas con tu hermano por la aseguradora y como sea ponéis en regla la vigencia
del seguro. Ya tengo tus datos y los del coche, y cuando me arreglen el
paragolpes trasero, hablaremos del coste. De todas formas, entiende que debo
informar a mi aseguradora de lo que ha ocurrido”.
Y
ahí me vi, conduciendo hasta el parking del Jardín, seguido a prudente
distancia por Mayca, quien, mucho más serena (su rostro reflejaba la ilusión de
la experiencia) no dudó ni un segundo en aceptar mi atractiva propuesta. Ya en
el interior del recinto, ocupamos casi las dos horas que teníamos, antes del cierre
horario establecido, en recorrer varias zonas, especialmente elegidas por mí,
que agradaron de una forma explícita (por sus palabras y gestos) a mi
inesperada compañera de ruta. Lógicamente, durante nuestro largo y explicativo
paseo, tuve oportunidad de escuchar y profundizar el
argumentario depresivo que afectaba a la joven. Éste razonamiento se
puede resumir en las siguientes palabras.
“Es
que llega un momento en que te sientes aburrida de casi todo. A pesar de mi no
elevada edad, veo que pasan las horas y los días, sin conseguir una estabilidad
vital que, por mis circunstancias, tiene que ser prioritariamente laboral. Te
levantas de la cama, un día tras otro, soportando la indiferencia social a tus
currículums, la “basura laboral” que apenas puedes conseguir (horas trabajadas
y no pagadas, ocupaciones que no tienen nada que ver con aquello para lo que te
has formado, despidos de la noche a la mañana, con un simple adiós –y a veces
ni eso-) añadiendo esa dependencia absoluta para con tus padres o incluso los
abuelos….) y encima soportando la falsa exposición de los gobernantes y
empresarios, manipulando todo lo que hay que manipular, para no decir la verdad
y vendiendo un producto en el que ni
ellos mismos creen. Mentiras y falacias sin fin, expresadas de la manera más
impúdica.
Por todo eso, esta y otras tardes, te
echas a la calle, buscando un destino cuya dirección ya ni conoces. Pero es que
quedarte sentada en casa, es aún peor. Al menos por la calle y la naturaleza,
respiras. Si te recluyes lamentándote, frente al ordenador o la tele, piensas
que el techo que te cobija puede incluso fallar y sentirte aplastada por tus
problemas. Ahora, paseando por todos estos maravillosos parajes, percibes tu
situación de una manera diferente. Todavía nos quedan los árboles, las flores,
la naturaleza y personas generosas … (me miraba con una sonrisa angelical) que,
al menos, se prestan a escucharte”.
Seguimos
caminando por entre los estanques y cascadas, con esa acústica rítmica del
agua, los árboles centenarios, el espectacular Mirador sobre la ciudad, el romántico Cenador
de Glicinias, el Museo Loringiano, el Jardín de Suculentas… y Mayca entró en un
estado de profundo silencio. Miraba y sonreía ante el bello y relajante entorno
que nos rodeaba, continuando nuestro
lento caminar. En un momento concreto, cuando estábamos junto al estanque de la
Ninfa, se detuvo y con gesto serio y preocupado, me indicó que tenía que
realizar una llamada telefónica urgente. Me separé discretamente de su
compañía, a fin de respetar la intimidad de la conversación que mantenía.
Aunque hablaba, lógicamente en voz baja, percibí una cierta discusión con la
persona que estaba al otro lado de la línea. Esa conversación duró no menos de
cuatro o cinco minutos.
Tras
la comunicación telefónica, su rostro había cambiado profundamente de
semblante. La seriedad y la preocupación presidían el conjunto de su mirada. Al
fin, tras caminar unos pocos metros, me indicó que tenía que marcharse. Le
pregunté si algo imprevisto había sucedido. Movió negativamente su cabeza y me
sugirió que volviéramos a nuestros vehículos. Un tanto desconcertado, le
acompañé hasta la puerta de salida del recinto. Decidí yo también dar por
finalizada mi visita y, al llegar a la explanada que sirve como parking general
para los visitantes, expresó unas enigmáticas y
largas palabras que motivaron en mí una profunda inquietud.
“Te
voy a pedir un favor más. No me hagas preguntas acerca de lo que te voy a
decir. Has sido conmigo extremadamente generoso y no mereces ser objeto de una
situación que te iba a hacer sufrir. Olvídate de todo lo que has vivido esta
tarde. Es lo mejor para ti. He tratado de parar un montaje, en el que tú eras
la persona elegida. Entenderás que el golpe que has recibido en tu vehículo no
era un accidente fortuito. Todo estaba muy planificado y controlado. Ahora
mismo nos están vigilando, aunque no lo percibas. Móntate en tu coche y aléjate
pronto de aquí. Y, sobre todo, olvida. Piensa que nada ha ocurrido esta tarde.
Es como si no me hubieras conocido. Te estoy haciendo un profundo favor. Y no
acudas a la policía. Es lo mejor para tu seguridad. De nuevo tengo que agradecerte tu bondad”.
No
dijo nada más. Tampoco yo pronuncié palabra alguna. Me regaló una última sonrisa
forzada, subiendo rápidamente a su vehículo, con el que partió de allí con gran
presteza. Yo hice lo mismo. sumido en un estado de gran confusión. Aquella
noche, apenas pude conciliar el sueño. Me preguntaba, una y otra vez, qué había de verdad y de falso en una historia tan sorprendente,
acaecida hacía escasas horas y de la que, según la chica, yo era el foco
central como protagonista. ¿Qué pretendía, en caso de ser cierta la supuesta
trama, esa presumible y sórdida banda de malhechores?
Siempre
tuve la esperanza y, por qué no decirlo, la necesidad de volver a contactar con
Mayca. Pero esa llamada explicativa, que tantos días esperé, no llegó a
producirse. Mi seguro a todo riesgo resolvió, sin mayores problemas, las
pequeñas “lesiones” sufridas en el paragolpes trasero del vehículo. Sea cual fuere la verdad de todo el escenificado
entramado en el que estuve, como actor protagonista de alto riesgo, mantendré
el afectivo recuerdo a una joven que trat ó de evitarme males y riesgos mayores, en una tarde de misterioso
thriller cinematográfico. -
José
L. Casado Toro (viernes, 13 Mayo 2016)
Antiguo
profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
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