viernes, 13 de mayo de 2016

EN LA BÚSQUEDA ANSIADA DE UN LUGAR SIN DIRECCIÓN.

Hacía una tarde espléndida, con un sol de tonalidad áurea al que siempre agradecemos su templanza. También, ese aroma a primavera que nos permite sonreír sin preocuparnos exactamente por el cuándo o el por qué. Conducía mi vehículo, ajeno a las prisas del tiempo, camino del Jardín Botánico la Concepción, en Málaga. Me apetecía pasar unas horas, caminando por ese mágico entorno que conforman los árboles erguidos en su altura, las flores cromáticamente entremezcladas, las luces reflejadas en el agua y tantas sombras de aventura para la imaginación del viajero.

Poco antes de alcanzar la desviación del Parque de la Alegría, camino de la antigua carretera de Casabermeja, sentí un golpe seco en la parte trasera de mi vehículo. Un vetusto Citroën C3 de color blanco, en una falsa maniobra, me había alcanzado. El impacto en el parachoques no fue excesivamente fuerte. De hecho, cuando ambos conductores bajamos de nuestros vehículos, comprobamos que los daños producidos en las carrocerías respectivas habían sido afortunadamente leves.

La conductora del Citroën, una chica joven, aparentemente inmersa en los años de su veintena, se mostraba visiblemente nerviosa y alterada. Tras el necesario consejo, de que debía esforzarse en mantener la calma, le indiqué la conveniencia de que intercambiáramos los datos necesarios, a fin de dar parte a nuestras agencias aseguradoras de un siniestro que, en mi caso, sólo había abollado una pequeña parte del parachoques además de algunos arañazos. El nombre de la chica era Mayca y, para nuestra complicación, tuvo que reconocerme que viajaba con un seguro de coche caducado, con lo cual su agencia difícilmente se iba a hacer cargo de la responsabilidad que había tenido en la conducción. Le indiqué que, pese a todo, diera el parte correspondiente y que “negociara” con la agencia el pago atrasado. En todo caso, tendría que hacerse cargo del coste de la reparación que mi aseguradora le iba a exigir. Por cierto, su vehículo mostraba un abandono patente en todo el perímetro de la carrocería. El Citroën superaba la década en antigüedad.  

En este contexto observé que, frente al Parque donde nos encontrábamos, había un par de bares abiertos, donde la chica podría calmarse tomando alguna infusión relajante. A este fin, me permití invitarla, gesto que la conductora lógicamente agradeció. Aunque la temperatura ambiente aconsejaba saborear alguna copa o cucurucho de helado, pedí la misma consumición que mi interlocutora: una tila con manzanilla que, a uno y a otro, de forma “milagrosa” nos sentó bastante bien. Gracias a la necesidad de expresividad de Mayca, conocí algunos datos acerca de su vida. Efectivamente, según mi suposición, había cumplido los treinta, el mes anterior. Acumulaba años sin encontrar un puesto de trabajo estable, desde que terminó sus estudios en Trabajo Social. Una sustitución de treinta día, en una residencia de la tercera edad, por la zona este de la ciudad, era su actividad laboral más prolongada.

Entre palabras y palabras, al fin me mostró la documentación de su “castigado” vehículo. Para mayor complicación, ella no era la propietaria del mismo. Pertenecía a un hermano mayor, con el que convivía en casa de sus padres, y que se ganaba la vida haciendo también trabajos temporales, especialmente como reponedor en un hipermercado de la ciudad. Aquella tarde de junio, un tanto aburrida y desanimada por no saber qué hacer, había cogido las llaves que guardaba su hermano en el dormitorio y se había puesto a conducir, sin una dirección concreta para su destino.

“Sí, se me estaba haciendo el día muy largo, sin saber exactamente en qué ocupar el tiempo. Pensé en irme a la playa, pero como es algo que vengo haciendo día tras día, me dije ¿por qué no conducir un rato, sin una dirección concreta? Hacía tiempo que no venía por esta zona del norte de Málaga, donde sé que abunda la naturaleza y no está lejos del centro de la ciudad. Así podría distraerme un rato, cambiado de esa monotonía que me abruma tarde tras tarde (por las mañanas tengo que ayudar en casa). Iba como “atontada” al volante y no me di cuenta que me acercaba demasiado a tu vehículo. Por eso te golpeé, sin querer, el parachoques. Ahora después tendré que aguantar la “bronca” que me va a echar mi hermano, pero es noblote, de carácter y, al fin, se le pasará”.  

La estaba escuchando con suma atención, cuando pensé en mi intención de pasar un buen rato caminando por los parajes del complejo natural que tenía cerca, a poco más de un kilómetro de distancia. Viendo a una persona joven en tal estado de aturdimiento mental ¿por qué no sugerirle si le vendría bien dar un paseo por tan emblemático lugar. A pesar de haberme producido ese leve daño en la carrocería del vehículo y sin poseer un seguro activo para la conducción, a todos nos fluye, en algunos momentos agraciados del día, esa vena de generosidad que tanto nos conforta.

“Mi intención, antes de que me “alcanzaras” (sonrisas de uno y otro) era echar un buen rato por este gran jardín que tenemos a no mucha distancia de aquí. No sé si lo conoces. Observo que te encuentras es un estado de cierto bloqueo anímico que, con el golpe del coche, se ha podido incrementar. Tal vez te vendría bien pasear un poco por allí. Obviamente, es un lugar muy seguro y tranquilo. Si te apetece, me sigues en tu vehículo y yo me hago cargo de tu entrada en el recinto. Soy, desde hace años, “amigo del jardín” y conozco bien este maravilloso paraje. Tu dirás, si te decides. Ah, y por supuesto mañana, te pasas con tu hermano por la aseguradora y como sea ponéis en regla la vigencia del seguro. Ya tengo tus datos y los del coche, y cuando me arreglen el paragolpes trasero, hablaremos del coste. De todas formas, entiende que debo informar a mi aseguradora de lo que ha ocurrido”.

Y ahí me vi, conduciendo hasta el parking del Jardín, seguido a prudente distancia por Mayca, quien, mucho más serena (su rostro reflejaba la ilusión de la experiencia) no dudó ni un segundo en aceptar mi atractiva propuesta. Ya en el interior del recinto, ocupamos casi las dos horas que teníamos, antes del cierre horario establecido, en recorrer varias zonas, especialmente elegidas por mí, que agradaron de una forma explícita (por sus palabras y gestos) a mi inesperada compañera de ruta. Lógicamente, durante nuestro largo y explicativo paseo, tuve oportunidad de escuchar y profundizar el argumentario depresivo que afectaba a la joven. Éste razonamiento se puede resumir en las siguientes palabras.

“Es que llega un momento en que te sientes aburrida de casi todo. A pesar de mi no elevada edad, veo que pasan las horas y los días, sin conseguir una estabilidad vital que, por mis circunstancias, tiene que ser prioritariamente laboral. Te levantas de la cama, un día tras otro, soportando la indiferencia social a tus currículums, la “basura laboral” que apenas puedes conseguir (horas trabajadas y no pagadas, ocupaciones que no tienen nada que ver con aquello para lo que te has formado, despidos de la noche a la mañana, con un simple adiós –y a veces ni eso-) añadiendo esa dependencia absoluta para con tus padres o incluso los abuelos….) y encima soportando la falsa exposición de los gobernantes y empresarios, manipulando todo lo que hay que manipular, para no decir la verdad y vendiendo un  producto en el que ni ellos mismos creen. Mentiras y falacias sin fin, expresadas de la manera más impúdica.

Por todo eso, esta y otras tardes, te echas a la calle, buscando un destino cuya dirección ya ni conoces. Pero es que quedarte sentada en casa, es aún peor. Al menos por la calle y la naturaleza, respiras. Si te recluyes lamentándote, frente al ordenador o la tele, piensas que el techo que te cobija puede incluso fallar y sentirte aplastada por tus problemas. Ahora, paseando por todos estos maravillosos parajes, percibes tu situación de una manera diferente. Todavía nos quedan los árboles, las flores, la naturaleza y personas generosas … (me miraba con una sonrisa angelical) que, al menos, se prestan a escucharte”.


Seguimos caminando por entre los estanques y cascadas, con esa acústica rítmica del agua, los árboles centenarios, el espectacular  Mirador sobre la ciudad, el romántico Cenador de Glicinias, el Museo Loringiano, el Jardín de Suculentas… y Mayca entró en un estado de profundo silencio. Miraba y sonreía ante el bello y relajante entorno que nos rodeaba, continuando  nuestro lento caminar. En un momento concreto, cuando estábamos junto al estanque de la Ninfa, se detuvo y con gesto serio y preocupado, me indicó que tenía que realizar una llamada telefónica urgente. Me separé discretamente de su compañía, a fin de respetar la intimidad de la conversación que mantenía. Aunque hablaba, lógicamente en voz baja, percibí una cierta discusión con la persona que estaba al otro lado de la línea. Esa conversación duró no menos de cuatro o cinco minutos.

Tras la comunicación telefónica, su rostro había cambiado profundamente de semblante. La seriedad y la preocupación presidían el conjunto de su mirada. Al fin, tras caminar unos pocos metros, me indicó que tenía que marcharse. Le pregunté si algo imprevisto había sucedido. Movió negativamente su cabeza y me sugirió que volviéramos a nuestros vehículos. Un tanto desconcertado, le acompañé hasta la puerta de salida del recinto. Decidí yo también dar por finalizada mi visita y, al llegar a la explanada que sirve como parking general para los visitantes, expresó unas enigmáticas y largas palabras que motivaron en mí una profunda inquietud.

“Te voy a pedir un favor más. No me hagas preguntas acerca de lo que te voy a decir. Has sido conmigo extremadamente generoso y no mereces ser objeto de una situación que te iba a hacer sufrir. Olvídate de todo lo que has vivido esta tarde. Es lo mejor para ti. He tratado de parar un montaje, en el que tú eras la persona elegida. Entenderás que el golpe que has recibido en tu vehículo no era un accidente fortuito. Todo estaba muy planificado y controlado. Ahora mismo nos están vigilando, aunque no lo percibas. Móntate en tu coche y aléjate pronto de aquí. Y, sobre todo, olvida. Piensa que nada ha ocurrido esta tarde. Es como si no me hubieras conocido. Te estoy haciendo un profundo favor. Y no acudas a la policía. Es lo mejor para tu seguridad.  De nuevo tengo que agradecerte tu bondad”.

No dijo nada más. Tampoco yo pronuncié palabra alguna. Me regaló una última sonrisa forzada, subiendo rápidamente a su vehículo, con el que partió de allí con gran presteza. Yo hice lo mismo. sumido en un estado de gran confusión. Aquella noche, apenas pude conciliar el sueño. Me preguntaba, una y otra vez, qué había de verdad y de falso en una historia tan sorprendente, acaecida hacía escasas horas y de la que, según la chica, yo era el foco central como protagonista. ¿Qué pretendía, en caso de ser cierta la supuesta trama, esa presumible y sórdida banda de malhechores?

Siempre tuve la esperanza y, por qué no decirlo, la necesidad de volver a contactar con Mayca. Pero esa llamada explicativa, que tantos días esperé, no llegó a producirse. Mi seguro a todo riesgo resolvió, sin mayores problemas, las pequeñas “lesiones” sufridas en el paragolpes trasero del vehículo. Sea cual fuere la verdad de todo el escenificado entramado en el que estuve, como actor protagonista de alto riesgo, mantendré el afectivo recuerdo a una joven que tratfico.﷽﷽﷽﷽﷽inematogrriiller  o. Sea cual fuera la verdad, recordarMayca.  vez, quó de evitarme males y riesgos mayores, en una tarde de misterioso thriller cinematográfico., tras caminar unos metros, me indic-

José L. Casado Toro (viernes, 13 Mayo 2016)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

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