En
el sugestivo mundo, imaginativo pero siempre real, de las letras, sean éstas
impresas o escenificadas, surgen gratas novedades que fomentan la afición a la
lectura. Tantas veces de manera inesperada, van apareciendo, en los escaparates
y en las revistas del ramo, nuevos escritores que se prestan a desafiar a una
sociedad alocada y entregada al estrés de la materialidad, con sus esperanzadas
creaciones que distraen, enriquecen y deleitan. Este es el caso de Aitor Berma, cuarenta
y dos primaveras ya en su vida, que ejerce de funcionario de correos en una
céntrica estafeta próxima a la bahía malacitana. Su afición a la literatura se
fue generando desde su ya lejana adolescencia. Al paso de los años fue
escribiendo historias, relatos y ese proyecto, siempre tan complicado de
conformar las páginas de una primera novela. Al fin, tras un duro impacto
emocional, pudo completar el esfuerzo de muchos años en el empeño y, gracias al
casual encuentro con un editor local, va a presentar ante el público interesado
esa ilusionada creación, que supera las doscientas cincuenta páginas, bajo el
título “Gotas de lluvia, en el amanecer de una voluntad
entristecida”.
Son
muchas las horas que ha dedicado, en las tardes y de manera especial durante
los fines de semana, para ir conformado una profunda historia de sentimientos,
realidades y superación, en la vida de un protagonista en el que podemos hallar
no pocos trazos que mimetizan la imagen vital del propio escritor. Efectivamente,
los siete años de unión afectiva entre él y Lydia
habían tenido la gratitud de la normalidad. Bien es verdad que, uno y otro
cónyuge fueron dilatando la decisión de una descendencia genética por distintas causas, entre las que prevalecían
razones de interés material. En realidad el matrimonio les alcanzó siendo ambos
muy jóvenes, por lo que entendían que ya llegaría el momento más propicio para
convertirse en padres. No querían precipitarse en esa responsabilidad de traer
al mundo y criar a un nuevo ser.
Pero
en un aciaga noche, para la vida de Aitor, Lydía, con la brusca celeridad del
desamor, comunicó a su compañero, con la mayor frialdad y firmeza, que sus
sentimientos estaban en la actualidad centrados en otra persona. Éste era el
propietario de la farmacia donde ella acumulaba, más o menos, siete años de
trabajo, prácticamente el mismo período de su vínculo conyugal con su marido. El
mazazo fue muy duro, especialmente para él por lo imprevisible de la cruel
confesión, aunque, uno y otro, supieron generar una despedida exenta de todo género
de violencias. La comunicación entre ambos, cinco años ya desde aquella dura e
inesperada declaración por parte de su esposa, ha sido prácticamente nula. Él
buscó una nueva residencia y el piso común donde la pareja vivía fue pronto
vendido, por su buen precio y situación. Aitor continuó entregado a su trabajo,
aficiones literarias y esos contactos con sus padres, residentes en una
localidad de la costa oriental malagueña. Aunque el impacto de la ruptura en su
vida fue asimilado, ciertamente con lentitud y dificultad, no se sintió animado
a emprender una nueva experiencia afectiva. El ejercicio de su profesión, el
placer de escribir y el contacto esporádico con algunos amigos, han sido destinos
contrastados en estos años de la integración psicológica de su soledad
afectiva.
Este
jueves de abril es para Aitor un día no exento de tensión, por la
responsabilidad contraída ante el público lector, aunque muy feliz por el
acontecimiento del que va a ser protagonista. La Srta. Martinez, encargada de
la sección literaria en esos grandes almacenes donde casi todo se encuentra, le
ha sugerido algunas pautas de intervención, a fin de que la presentación de la novela resulte ágil y exitosa.
Dispondrá de unos primeros quince minutos para identificar la autoría de la
obra y trazar los grandes rasgos
argumentales del relato, cuya publicación se halla a disposición de los
interesados en los estantes de la sección libros. A continuación, el moderador
cultural del establecimiento regular á un debate
abierto a la participación directa del público asistente al evento, en la que todos
podrán realizar las preguntas que consideren convenientes. Aproximadamente este
debate durará una hora, aunque es previsible que este plazo temporal tenga que
ser ampliado, en función del “juego de intervenciones”. Finalmente, el autor de
la novela firmará los ejemplares que los asistentes al coloquio le muestren, con las dedicatorias personales
correspondientes.
La
sala dedicada a estas interesantes actividades de difusión cultural se
encontraba, en esa tarde primaveral, con las tres cuartas partes de su aforo ocupado
por un público motivado en conocer detalles de la “opera prima” de un
prometedor escritor de la localidad. Como es habitual en estos casos, la
editorial encargada publicar la novela había remitido invitaciones a los
representantes de la prensa, a diversos centros culturales y a profesionales
vinculados al mundo de las letras. Por su parte, el departamento cultural del
establecimiento también había puesto en conocimiento de un amplio listado de
direcciones, las características de la charla - debate a desarrollar durante
esa tarde del jueves.
El
autor protagonista del relato, aún no siendo un especialista consolidado en
estos lúdicos menesteres de la difusión publicitaria, se comportaba con una
inusual destreza, tanto en la exposición inicial de su obra, con los aspectos
más significativos de su atractivo relato, como en los primeros compases de esa
segunda fase en la que los asistentes comenzaron a plantear sus preguntas y
aportaciones sobre el tema. El moderador iba concediendo los diferentes turnos
de palabra y en algunos momentos también él intervenía de manera directa,
haciendo sus originales preguntas, que Celso respondía con una mayor fluidez,
habilidad y confianza adquirida por los minutos que ya había recorrido en toda
la presentación de su novela. Al fin llegó el turno de
las firmas y dedicatorias, objetivo equilibrado que mezclaba, a partes
iguales, el sentimiento literario de las personas que habían adquirido el
volumen, el interés comercial de la editorial sumado, por supuesto, al del
propio establecimiento que había vendido esos ejemplares.
De
una forma ya un tanto mecánica, dado el cansancio y estrés de una larga
jornada, Aitor recibía a los interesados con una sencilla sonrisa. Les
preguntaba por su propio nombre o el de la persona que ellos deseaban fuera
anotado por su bolígrafo de gel negro en la contraportada de cada volumen. Escribía
una corta frase que intentaba rezumara algo afecto, firmando debajo de la
misma. Devolvía el ejemplar, dando las gracias al propietario del mismo.
Reconocía, con estas muestras de cordialidad, el interés de sus futuros
lectores que habían elegido esta primera opera prima perteneciente a un autor prácticamente
desconocido. Tal vez el atractivo título de la novela había favorecido la
motivación lectora hacia ese relato.
Quedaban
tres personas a las que atender, cuando Aitor observó a la que ocupaba el
último lugar de esa pequeña fila. A pesar de los cinco años transcurridos desde
su ruptura matrimonial, reconoció perfectamente entre
aquéllas a su ex, Lydia. Parecía un tanto cambiada en su forma usual de
vestir, según recordaba (esa tarde llevaba prendas más desenfadadas y
deportivas). Su figura parecía más esbelta ya que había perdido peso desde la
última vez que la vio. Obviamente, en siete años nuestros cuerpos van
evolucionando, por la edad y otras circunstancias, aunque no todas las personas
extreman el cuidado de su look exterior. No pudo evitar sentirse un tanto presa
de los nervios aunque, con la sensatez propia que exigía la situación, se
limitó a tomar el libro que ella le ofrecía sin preguntarle, por razones
lógicas, acerca de su nombre. Sólo puso en la contraportada “Dedicado a Lydia”
junto a su firma. Fueron muy escasas las palabras que ambos intercambiaron:
sólo un educado “hola” al principio y un “gracias”, también respetuoso, en la
despedida, por parte de dos personas que habían compartido la intimidad durante
siete largos años en sus vidas.
Por
la noche, cuando descansaba sobre el lecho, le costó tiempo y esfuerzo poder conciliar
algunas horas de sueño, muy demandadas por su cuerpo, cansado tras una emocionante jornada. En realidad, la presentación de su primer
libro había quedado bastante bien. Tanto en los contenidos expuestos como, de
manera indirecta, en las ventas de la propia novela. En cuanto al gesto de
Lydia, acercándose al centro comercial para escuchar sus palabras (la primera noción que tuvo de su presencia
fue cuando los asistentes se aproximaron hacia la mesa para conseguir las
dedicatorias) fue generoso por su parte, aunque a él le había supuesto un
impacto emocional, por todos esos recuerdos que se agolparon al instante en el
seno de su memoria. Al fin decidió levantarse de la cama, tomando un relajante
para intentar descansar. Mañana temprano habría de estar de nuevo ante su
puesto de trabajo, hasta cerca de las tres de la tarde.
Había
transcurrido una semana, desde el reciente evento cultural cuando, en la noche del viernes siguiente, mientras cenaba en
casa tras haber asistido a una sesión de cine, el teléfono fijo de su domicilio
comenzó a sonar. Para su sorpresa, al otro lado de la
línea se encontraba Lydia. Tras un saludo, un tanto nervioso de su
antigua compañera, ésta le manifestaba su deseo de que ambos mantuvieran un
encuentro, el día y a la hora que a él le viniera mejor. Aitor, en ese momento
también condicionado por la sorpresa de la llamada, dudaba qué responder. Al
fin aceptó que se vieran en la tarde del día siguiente, sábado. Sugirió una
tetería céntrica que conocía, donde ambos podrían hablar con el necesario
sosiego. Tampoco esa noche fue para él muy afortunada con vistas al necesario
descanso. Los recuerdos seguían agolpándosele, mezclados con los interrogantes
acerca de lo que necesitara decirle Lydia, a estas alturas del tiempo.
Palabras de Lydia.
“Entiendo
tu sorpresa, tras más de cinco años en los que sólo ha habido silencio entre
nosotros. Y, probablemente, tendrás muchas preguntas que han quedado sin
resolver en tu vida. Realmente lo mío fue una huida hacia lo nuevo, comportamiento
inmaduro, egoísta y aplicado de una manera cruel hacia tu persona. Comprendo lo
que te habrá hecho sufrir, aunque el paso del tiempo permite endurecer las
heridas. Ahora, en la lejanía de nuestra convivencia, veo lo mal que se pueden
hacer las cosas, cuando nos comportamos irresponsablemente, como es mi caso.
Fue un capricho, una chiquillada, aunque ya no era una niña adolescente. Tras
unos meses de engaño, del que no te diste cuenta, decidí huí de una fidelidad para entregarme a una
ilusión aventurera que, al paso de la realidad, quedó en pasión, sexo y al
vacío de la nada.
Desde
hace ya unos tres años, vivo sola. Unos días mejor y otros para borrar. Te
aseguro que, incluso desde aquellos días muy difíciles del abandono, nunca te
he podido olvidar. Cuando la semana pasada vi la nota de prensa, acerca de la
presentación de tu libro, me dije ¿y por qué no ahora, por qué no intentar
mejorar, sanar en lo posible, el daño que a buen seguro te provoqu é?
No nos debemos engañar. Lo nuestro, en aquella fase de la convivencia, estaba
aletargado, como dormido, pero no se puede actuar tal y como yo lo hice, y más
con una persona que siempre supo ser fiel. Lo mío estuvo penosamente mal. Por todo
ello, aunque tal vez ya sea un poco tarde, te quiero pedir perdón. Por supuesto
queda en mí la esperanza, ese reto de que darnos una nueva oportunidad sería un
objetivo generoso, posible e ilusionado. Un grave error no puede, no debe
borrar todo lo bueno que permanece en nuestra memoria”.
Palabras
de Aitor.
“Te
he escuchado con mucha atención, Lydia. Puedo asegúrate que no me ha sido fácil
estar aquí, hablando con alguien que priorizó su egoísmo a ese noble valor de
la lealtad. Me impactó profundamente tu presencia, hace una semana, en la
presentación de mi novela que, a poco que la leas, verás que tiene un trasfondo
autobiográfico indudable, con claves que muchos no llegarán a entender, pero
ese no es tu caso. Aquella ruptura (tú bien le llamas “huida”) hace cinco años
fue extremadamente dolorosa. En primer lugar, porque no supe advertir detalles
y actitudes que me habrían hecho comprender esas intenciones que,
drásticamente, una infausta noche pusiste a la luz. También, porque nunca
supiste darme una razón “suficiente” para entender esa decisión de irte con
otra persona, tras siete años de unión. Desapareciste de la noche a la mañana y
después… sólo tu abogada, todo un personaje. No quisiste dar la cara. Y esa
cobarde e injusta actitud nunca podré olvidarla.
Estoy
aquí hoy ante ti, por simple educación y respeto. Nada más. Y hablas de
segundas oportunidades, tras un lustro de silencio. No, no creo en esa segunda
oportunidad porque, tras ella, estás tu. Y mi valoración personal, a la luz de
la experiencia, entiéndelo, tiene que ser la que es. Incredulidad. Y ausencia
en absoluto de afecto. No sé qué pretendías, escenificando tu interés por una
dedicatoria en la sobrecubierta de la novela. Pero he de confesarte, y te lo
expreso serenamente, que hubiera preferido no haberte visto. Esa es la cruda realidad.
Esa es mi actitud. Tu eres la autora de esa realidad. Tu eres la protagonista
de esa mi actitud. Decirte otras palabras sería faltar a la verdad. Y expresar
otra cosa, de lo que mi conciencia siente. Quiero seguir mi vida. Debes seguir
la tuya, en la que no hay, no quiero, haya lugar alguno para mí”.
Ambos
interlocutores terminaron el sabroso café que una gentil camarera les había
servido. Uno y otro se marcharon en silencio, recorriendo direcciones opuestas.
No hubo más palabras, sino miradas opacas para el vacío. Aquella noche del
sábado, Aitor se fue a la cama muy tarde. Tras la cena, prefirió sentarse
frente al teclado de su ordenador. Completó varias páginas de lo que puede llegar
a convertirse en un nueva historia.-
José
L. Casado Toro (viernes, 29 Abril 2016)
Antiguo
profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga