Apenas
sin reparar en el tiempo, estuve toda la tarde sentado ante el teclado del
ordenador, pues me hallaba trabajando en esa nueva
historia que iba a sustentar mi segunda novela. Al ser ésta una obra de
encargo, tras el apetecible resultado de haber alcanzado la categoría de
finalista, en los premios anuales de una gran editorial, tenía que dedicar
muchas de las horas del día para construir un relato de calidad, que confirmara
las expectativas y confianza depositadas en mi persona por este importante grupo
empresarial.
Efectivamente,
había transcurrido ya casi un año desde aquel celebrado evento y, para mi
sorpresa, a las pocas semanas ese grupo editor me ofreció la posibilidad de
establecer un vínculo contractual, estableciéndose un plazo de año y medio para
entregarles mi nuevo trabajo. Desde ese anhelado instante, en el que las dos
partes firmamos las hojas llenas de clausulas, había consumido ya unos tres
meses de intensa dedicación a la elaboración de un texto que se iba haciendo cada
día más complejo e interesante, a partir de la acumulación de numerosas páginas,
párrafos y letras.
Escribía
fundamentalmente por las tardes, ya que dedicaba las dos primeras horas de la
mañana a dirigir unos talleres de construcción literaria para universitarios,
como profesor asociado en la Facultad de Ciencias de
la Comunicación. La compensación económica recibida por esta actividad
docente no era muy elevada, aunque personalmente me sentía muy gratificado en
trabajar con un personal joven y receptivo, que mostraba un gran espíritu para
avanzar por esa senda, apasionante pero
difícil, de la destreza en el sugestivo arte de escribir.
Completaba
esta intensa dedicación profesional colaborando con una columna, entre lunes y
viernes, en un afamado periódico local. Ese artículo diario (cuya extensión
tenía establecido un tope máximo de cuatrocientas palabras) era de temática
libre, aunque básicamente solía estar centrado en cuestiones que afectaban a la
vida malagueña, tanto en el ámbito socio-político, como a cualquier de otros
aspectos protagonizados por la ciudadanía local. También, en ocasiones,
superaba el perímetro provincial en mis temáticas, cuando me refería a
determinados acontecimientos de la política nacional y los de la propia
Comunidad Autónoma. Cada uno de esos textos solía escribirlos por la noche,
antes de ir a la cama. Previamente repasaba los hechos más importantes del día,
tras un buen rato de lectura de la prensa electrónica. Les hacía una breve
corrección a la vuelta de la Universidad y, a eso de la media mañana, los
enviaba a la redacción del periódico por correo electrónico, no más tarde de
las dos de la tarde.
Esta
tarea de colaboración periodística me resultaba
muy estimulante, pues me permitía comunicar con los lectores sobre asuntos muy
diversos, desde un plano a veces un tanto crítico, pero siempre buscando la
explicación racional de los hechos. No oculto que el contenido de esa columna generaba
molestias, e incluso profundos e indisimulados enfados, en muchos de los
personajes locales a quienes tenía que hacer referencia, en función de las
diversas temáticas analizadas en los artículos. Dicho de otro modo, el espectro
ideológico conservador aplaudía, cuando los dardos de la crítica eran dirigidos
hacia situaciones protagonizadas por la izquierda sociológica. Y esos aplausos
se tornaban en lamentos y pataletas, cuando precisamente eran ellos el centro
crítico de mis valoraciones y posicionamientos ideológicos. En general, percibía
que las personas vinculadas a una mentalidad
liberal de izquierda encajaban mejor los planteamientos críticos que
aquellos sectores de la sociedad “militantes” de la derecha liberal. Los
sectores radicalizados, en uno y otro sector, mostraban el fanatismo propio de
su mal saber encajar las discrepancias por parte de aquéllos que no comulgaban
con sus acciones y forma de ver la realidad.
La
tarde de un lunes “lleno de invierno” (nublado y con frío), mientras tecleaba
en el ordenador un complicado capítulo de mi novela, recibí
en el móvil una llamada cuyo número reconocí de inmediato. Procedía del
diario donde publicaba los artículos. De inmediato pensé que tal vez habría
habido algún problema informático con el envío que había realizado poco antes
de comer. Quien estaba al otro lado de la línea era la secretaria del director
del periódico. Vicky me citaba para la mañana del martes, pues su jefe quería
hablar conmigo de manera directa. Me sugería o preguntaba a qué hora me vendría
mejor la cita, entre las once y la una. Un tanto extrañado ante la urgencia de
la entrevista, pues salvo algunos encuentros casuales en acontecimientos de la
vida social, sólo había conversado con Cándido en su despacho una vez (cuando
hacía dos años él sustituyó al antiguo director del diario) concreté a su
secretaria que, al finalizar la clase en la Universidad, me trasladaría a la
sede empresarial alrededor de las 12 de la mañana.
Continué
con mi trabajo ante el ordenador, pero difícilmente podía evitar el preguntarme
acerca de lo que me querría transmitir el director, con esa urgencia o premura
en el tiempo. No me pareció elegante que eludiera ponerse al teléfono, para
indicarme que necesitaba hablar conmigo, aunque comprendía que tal vez estaría
inmerso en otras ocupaciones. Mi relación con este nuevo director había sido
siempre correcta, pero algo fría. Valoraba, eso sí, que nunca había recibido observación crítica
por su parte, en relación con el contenido de mis colaboraciones periodísticas.
Siempre había respetado, escrito tras escrito, mi libertad expresiva, sin
modificar (como era lógico) los textos que cada día enviaba a los redactores. Obviamente
a veces había algunos lapsus o errores con acentos, comas o palabras, pero el
texto como tal se respetaba en todos sus párrafos. Yo sabía que algunas
personas habían movido los hilos, en más de una ocasión, cuando el acento de
mis críticas había sido especialmente punzante. Sin embargo nunca recibí
recriminación alguna, por parte de este joven director, a pesar de que
previsiblemente a su teléfono llegarían determinadas llamadas de personajes un
tanto molestos e irritados por las críticas de que eran objeto en mis escritos.
Decidí,
al fin, no darle más importancia a la llamada telefónica desde el periódico y
estuve avanzando en mi trabajo literario hasta poco antes de la cena. Tras la
misma, volví al ordenador para componer el nuevo artículo que enviaría a la
redacción a lo largo de la mañana siguiente.
Faltaban
escasos minutos para las 11:30 del martes, cuando llegué
a la sede del periódico. Unos escolares de secundaria esperaban en la
puerta, ya que iban a realizar una visita guiada por las instalaciones del
diario. Se les veía ilusionados ante la actividad que iban a protagonizar. Conocer
la organización de un medio de prensa, recorrer la redacción, los talleres y
poder efectuar todas aquellas preguntas sobre la historia, la estructura
empresarial, las anécdotas y todo el proceso que se sigue en la elaboración
diaria de una medio de comunicación escrita, ofrece numerosos y gratos
incentivos para una muchachada ilusionada que, al fin, ha podido salir hoy del
aula para mejorar su aprendizaje. Había pocos trabajadores en el medio, a esas
horas del mediodía, por lo que directamente me dirigí al despacho de Cándido, el director.
Me
recibió de manera cordial aunque, desde el primer momento, percibí en su rostro
una cierta mezcla de incomodidad y nerviosismo ante la reunión que íbamos a
mantener. Tenía sobre su mesa, toda cubierta de carpetas y papeles, una taza de
café. Era el cuarto que se tomaba, ya a esas horas de la mañana, según comentó.
Me preguntó si mandaba traerme alguna infusión u otro tipo de bebida,
ofrecimiento que agradecí pero que decliné con una educada sonrisa. Observaba
que le costaba un cierto trabajo arrancar en sus palabras, por lo que, sin más
demora, le pregunté por el objeto de esta urgente entrevista o conversación.
“Te aseguro que no me siento cómodo con la situación que
he de plantearte. No me parecía elegante hacerlo vía telefónica, por lo que te
he rogado te desplazaras hasta aquí, a fin de que pudiéramos hablar de forma
directa y mirándonos a los ojos.
Tu colaboración con este medio informativo suma ya muchos
años, con una dedicación, sin lugar a dudas, muy valiosa y esforzada. Desde que
me hice cargo de la dirección del periódico, hace ya dos años, conocí que había
miembros en el consejo de redacción que, por nuestra vinculación con un importante
grupo editorial de carácter conservador, no estaban especialmente contentos con
algunos de los contenidos y expresiones que normalmente utilizas en tus
artículos. Pero, además, ha habido importantes personalidades de la vida local
que se han sentido especialmente molestos, incluso insultados, con el trato y
expresiones con que los definías en esos escritos. Te puedo asegurar que, en
estos dos años, he tenido que “parar” no pocos intentos de plantear demandas, e
incluso presiones al periódico, a causa de esos párrafos o “libertades
expresivas” que utilizas en los textos y que, por supuesto yo siempre he
respetado, como habrás podido comprobar en el día a día. Nunca he quitado o modificado línea alguna en tus
escritos.
Pero, el pasado viernes, se me convocó urgentemente en
Madrid a fin de mantener una entrevista con el director general del grupo empresarial
que nos sustenta. El motivo de esa inesperada reunión estuvo centrado en una
especie de ultimátum o disyuntiva. O te hacía cambiar radicalmente ese estilo
que tanto te caracteriza o tenía que poner fin a tu relación profesional con
este periódico. Y todo eso, sabiendo que nos traes a diario miles de lectores.
Posiblemente has debido “tocar” alguna pieza, en tus recientes escritos, de
esas que llamamos intocables. Alguna línea roja has debido saltarte….. y, en
ese punto, mi labor de “paraguas” o protección ya no es eficaz. Entiéndelo, manda
el grupo y yo me debo totalmente a esa fidelidad empresarial y profesional”.
Tras
esta larga y contundente exposición, mantuve el silencio durante unos segundos
que, posiblemente también a él, resultaron eternos. Al fin me decidí en la
respuesta, que se acomodó a esas previsiones que todos solemos hacer ante
hechos que nos pueden afectar.
“No
te voy a ocultar, Cándido, mi decepción ante esta situación que yo, de alguna
forma, ya sospechaba. Todos debemos conocer las características del “corral” (disculpa
la palabra) donde nos encontramos en cada momento. Y sé que tu periódico está,
desde hace ya algún tiempo, vinculado a un grupo socioeconómico e ideológico
eminentemente conservador. Mis análisis y críticas, a hechos relacionados con las personas e intereses de
este espectro social, tienen que escocer y molestar ¡Qué dudad cabe! No se me
oculta tampoco que, entre tus propios compañeros de redacción, tampoco soy muy
apreciado, tal vez por motivos de competencia ante las entradas o visitas que
reciben mis artículos, en la edición on-line, con respecto a las que ellos
consiguen, en ese share de aceptación popular. Ciertamente, mi licenciatura es
en Filosofía y Letras pero, desde hace años, doy clase en la Facultad de
Ciencias de la Comunicación. Y, por supuesto, mi calificación profesional y
vocacional es la de escritor.
Y,
en todo este contexto, también yo me debo a unas fidelidades irrenunciables.
¿Cuáles son? Mi formación, mi conciencia crítica, mi deber ante los lectores.
Yo no te voy a discutir, porque no me corresponde hacerlo, la línea editorial
que, también desde hace tiempo, está llevando el diario. Si esa línea, cada vez
más sometida a la ideología conservadora, os da buenos dividendos, pues
perfecto. Pero yo, por lo que te decía antes, también me siento cada vez más
alejado de ese camino que considero erróneo y “añejo”, para las necesidades de
una sociedad moderna, ágil, plural y laica, que debe mirar hacia el futuro liberado
de tantas ataduras con un pasado que ya es Historia. La fidelidad a mi
conciencia está por encima de esa línea editorial a la que estáis sometiendo o
configurando el diario. Nuestros caminos obviamente divergen, Sr. director”.
“Entonces no me dejas otra alternativa. Este viernes
firmarás tu última columna en la que, si lo consideras oportuno, podrás despedirte
de tus lectores. Confío que lo hagas con “elegancia”. Y sí, tienes razón. Tu
“share” de audiencia y seguimiento, está por encima de muchas de las firmas de
este periódico. Esa realidad te debe compensar y satisfacer. Pero los intereses
y presiones, ahí afuera, son muy fuertes. Sobra decirte que agradecemos tus
vínculos con este órgano de comunicación e información, durante tantos años.
Esa fidelidad también ha sido admirable. Confiemos que el futuro nos sea bueno,
a unos y a otros”.
Tras
el saludo correspondiente, mezclado de tensión y formalidad, abandoné cabizbajo
el despacho de Cándido recorriendo, de manera pausada, las salas de redacción y
los talleres camino de la calle. Al enviar los artículos vía “on-line” hacía
muchos meses que no visitaba la sede del periódico. Percibí en ella una
estructura y decoración profundamente cambiada. Ya cerca de la puerta, volví a
cruzarme con ese grupo de escolares que observaban y comentaban, con su sana y
vital acústica, plena de espontaneidad, la compleja “maquinaria” que hay que
poner en funcionamiento para que, cada día, nos lleguen las noticias, las
informaciones, los comentarios y esas imágenes que educan, ilustran y asombran.
Reconozco que me embargaba un sentimiento de decepción, tras el resultado de la
entrevista. Tenía que abandonar este fraternal “hogar comunicativo” que me había
albergado durante años tan significados en mi vida. Pero, por encima de los
intereses sociomediáticos, estaban mis clases y, por supuesto, la sugestiva
creatividad de la composición literaria.-
José
L. Casado Toro (viernes, 15 Enero 2016)
Antiguo
profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
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