viernes, 22 de enero de 2016

ESTRATEGIAS PSICOLÓGICAS, PARA UNA HABITACIÓN CON DERECHO A COCINA.

Una señora viuda, de muy ilustre apellido pero con muy limitados ingresos económicos en la postrera fase de su existencia, viene alquilando cuatro habitaciones en el piso de su propiedad a otras tantas personas, bien seleccionadas previamente por su especial condición y carácter. Efectivamente, Aurea Delcampo pertenece a una prestigiosa genealogía familiar que, en las últimas generaciones de sus miembros, ha sufrido la dura prueba de la decadencia y la austeridad monetaria. Su difunto marido, un viejo aristócrata intensamente aficionado al juego y a la embriaguez de la copa, abandonó este mundo dejando en herencia, a su relegada esposa, muchas deudas y sólo un bien material: ese amplio piso en el que residía, ubicado en el acomodado barrio madrileño de Salamanca. No tuvieron hijos en su matrimonio.

La vivienda en cuestión se halla ubicada en un gran bloque de pisos de construcción señorial pero, en la actualidad, con apariencia vetusta y necesitado de un buen “lavado de cara”.  Está habitado, de forma mayoritaria, por personas de edad avanzada que adoran mantener la acústica de sus nobles apellidos pero que, algunos de los días en el mes, apenas tienen liquidez para atender los gastos básicos y la más que ineludible alimentación. Unas y otras familias, por causas diversas, sufren ahora la estrechez material y, lo que más les afecta, el olvido o falta de relevancia social. Sin embargo una de sus propietarias, Aurea, desde hace casi un año supo enfrentarse, con plausible valentía y decisión, a ese estado carencial que soportaba, negociando con una empresa especializada el alquiler de algunas  habitaciones que ella no necesita. Por esta razón ha podido sobrevivir con dignidad, en estos últimos tiempos de dificultades materiales y afectivas.

Uno de los cuatro  inquilinos que, en la actualidad comparten su vivienda, se llama Irineo Peñalba. Es persona bien avanzada en la cincuentena de su calendario vital, de carácter agradable y culto, con una sólida formación universitaria y que, según informó a doña Aurea, trabaja como apoderado de una entidad bancaria, cuya sede está ubicada en pleno centro antiguo de la capital madrileña. Hace un mes ya que negoció, con la propietaria, el alquiler de una habitación con derecho a servicios comunes, como el baño y la cocina, prestación esta última de la que no suele hacer uso pues, usualmente, realiza sus desayunos, almuerzos y cenas en una cafetería restaurante, cercana a su domicilio. Inquilinos y propietaria suelen coincidir en las horas de la sobremesa, compartiendo la conversación y algún rato de distracción ante alguna película o programa emitido por la televisión.

Aurea se esfuerza en establecer familiaridad y comunicación con las personas que habitan en su casa, aunque comprende que estos inquilinos necesiten mantener la intimidad de sus vidas. Sin embargo, con el paso del tiempo, la convivencia diaria va facilitando que esa privacidad se vaya paulatinamente abriendo, a fin de compartir entre todos esos datos, anécdotas y experiencias que acercan al mutuo conocimiento. 

Irineo desarrolla, aparentemente, una agenda diaria bastante regular. Se levanta muy temprano y tras el aseo correspondiente suele dedicar unos minutos a repasar la información periodística, en la pantalla de su portátil. Ya arreglado y con su ajada cartera de piel marrón oscuro en la mano, baja a desayunar a esa cafetería situada a escasos metros del domicilio. Toma el metro, cuya bocana tiene en la acerca de enfrente y entra en la sede bancaria con una puntualidad que, según él, todos conocen y valoran. A eso de las tres y cuarto, realiza el almuerzo en la cafetería de siempre, dedicando el resto de la tarde a diversas actividades. Suele dedicar este tiempo vespertino entreteniéndose con el ordenador, acudiendo al cine o al gimnasio. También, los lunes y jueves, suele reunirse para merendar y conversar con algunos amigos que atesora desde sus años de juventud.  Tras la cena, le gusta irse a la cama no muy tarde, ya que ha de madrugar, aunque siempre trata de mantener un ratito de convivencia en el salón estar, junto a la propietaria y alguno de los inquilinos residentes en la vivienda.

Aurea carecía de motivo o queja con respecto a este educado inquilino, cuyo comportamiento era en todo momento “la mar” de correcto. Sin embargo mostraba su extrañeza acerca de un hábito que Irineo llevaba a cabo durante los fines de semana. Efectivamente, en la mañana del sábado este buen hombre salía temprano de la casa, no volviendo a ella hasta la tarde/noche del domingo. Y así una semana tras otra. Se preguntaba dónde pasaría esas noches del sábado, pues no lo escuchaba entrar en el piso ni tampoco deshacía la cama que ella misma cada mañana le dejaba bien ordenada. Cuando volvía el domingo, traía en su mano el mismo voluminoso trolley  con el que partía en la mañana del día anterior. Tal vez realizaría algún viaje para el fin de semana, se respondía mentalmente la curiosa señora.   

Una noche, en la que sólo ellos dos se encontraban sentados en torno a la mesa camilla, frente al monitor de televisión, fue aprovechada por Aurea para hacer explícita su curiosidad y necesidad de comunicación con Irineo. Aplicando habilidad y delicadeza en su exposición, acabó preguntando a su interlocutor acerca de las causas que le habían motivado para residir en una habitación de alquiler, no sin antes ofrecerle una taza de café. Tras agradecer esa aromática infusión, que su interlocutora le había traído con gentileza desde la cocina, Irineo se sintió motivado en desvelar y compartir con la dueña de la casa acerca de los motivos por los que había elegido residir en la misma.

“No te preocupes, en modo alguno considero improcedente o molesta tu pregunta. Ante todo, Aurea, aprecio la ubicación, orden y tranquilidad que se respira en tu domicilio. Pero, obviamente, hay otras razones que me han impulsado a desarrollar esta experiencia, muy novedosa y difícil a estas alturas de mi existencia. He de aclararte que estoy casado. Mi matrimonio dura ya tres décadas. Por razones de la genética, nosotros tampoco pudimos tener descendencia en esta unión matrimonial. Al paso de los años, la relación entre mi mujer y yo se ha ido progresivamente deteriorando. Lo que antes eran pequeños roces o discusiones, en los últimos tiempos se convirtieron en agrias relaciones, problemas a los que uno y otro no hemos sabido aportar diálogo, comprensión y tolerancia. De manera especial estas tensiones entre ambos se agudizaban en los períodos vacacionales, en los cuales yo pasaba más tiempo en casa (he de aclararte que mi mujer nunca ha desarrollado la titulación en puericultura, que obtuvo en su juventud). Durante esos días o semanas de mayor relación personal, los choques expresivos y afectivos entre ella y yo se potenciaban hasta la preocupación.

Uno y otro, en determinados momentos, barajamos la posibilidad de una ruptura civilizada, ya que la situación relacional no mejoraba, sino todo lo contrario. Pero ambos considerábamos que llegar a esa ruptura jurídica era una patente muestra de nuestro fracaso. Teníamos que tratar de mantener, al menos, la amistad y el respeto mutuo. Por esa razón, decidimos acudir a un especialista en conflictos familiares, a fin de que una persona experta nos aconsejara el mejor camino a seguir para evitar una crisis de imprevisibles resultados. Un amigo común nos sugirió la visita a un gabinete para los problemas entre parejas, que estuvo trabajando con nosotros durante varias sesiones.

El psicólogo, junto al equipo que con él colabora, analizaron nuestro caso y nos aconsejaron darle una nueva oportunidad a esa inestable relación, aplicando una valiente estrategia. Consistía ésta en llevar a cabo una separación física de carácter temporal, pero con un matiz novedoso. Conviviríamos sólo durante un día a la semana. El resto del tiempo, cada uno de nosotros tendría su propia autonomía personal. El problema de nuestra incompatibilidad relacional estaba en esa continua unión que manteníamos, desde hacía ya casi tres décadas. Necesitábamos un poco de cambio y libertad personal a fin de oxigenar y recrear una relación que hacía crisis, por motivos más que nimios. El problema, insisto, radicaba en la continua permanencia relacional entre las dos mismas personas. Por eso fui yo quien decidió abandonar el hogar familiar, de lunes a sábado, siendo éste el único día en el volvemos a reencontrarnos. Ese único día, que acordamos fuese el sábado de cada semana, yo vuelvo a mi hogar de toda la vida y puedo asegurarte que esas horas de convivencia están resultando muy positivas. Ciertamente ambos ponemos lo mejor de nuestra parte para que esas veinticuatro horas sean enriquecedoras y bien llevadas entre nosotros.

El problema básico es que estábamos cansados de una convivencia continua que había ido desvitalizándose por una unión que se hacía insoportable para los dos. Así llevamos un mes ya. No sabemos si en nosotros surgirá la necesidad de ampliar, de manera paulatina, ese único día relacional que estamos manteniendo durante el fin de semana. Tenemos esperanza de que esa posibilidad mejore nuestra vida en común”.

Aurea quedó maravillada acerca de la convincente explicación que había recibido. Y, al tiempo, asombrada al conocer los remedios psicológicos y relacionales que hoy se aplican a los matrimonios cuyas relaciones no son buenas. En su mejor época todo lo más que podía hacer era aguantar y aguantar, a un marido manirroto y “pegado” a la barra del bar. Ese había sido su triste caso.

El inquilino preferido de la casa aún permaneció un mes más residiendo en el piso de esta señora. Ya en la Primavera, Irineo le comentó una tarde que él y su mujer, dadas las buenas perspectivas, habían decido reiniciar su vida en común, pues ambos se necesitaban cada día más y se hallaban ilusionados de que su unión, tras esta etapa de separación, pudiese retomar el mejor camino para el cariño y la tolerancia recíproca.

El día de la despedida, Aurea no pudo ocultar unas lágrimas ante la marcha de esta buena persona con la que había entablado amistad y afecto, muy por encima de los intereses puramente económicos que habían posibilitado ese conocimiento. Irineo le prometió que, más adelante, él junto a Elena, su mujer, tendrían el gusto de visitarla y pasarían juntos una buena tarde de conversación y merienda.

Transcurrieron las semanas. Cierta mañana, Aurea se encontraba en la sala de ordenadores de una biblioteca pública, ubicada en los bajos de un edificio a dos manzanas de distancia. Se había apuntado a un interesante cursillo de iniciación informática para personas mayores, organizado por la Junta Municipal. Era una materia pendiente en la vida, para ella que nunca había puesto un dedo en el teclado de algún ordenador.

Tras dos semanas de cursillo, su destreza informática había avanzado bastante bien. Y esa mañana jugaba con el ratón y la pantalla, entrando ya en diversas páginas de la Web. En una de esas páginas, leyó una entrada o título que decía: Comienzan unas Jornadas en la Facultad de Psicología, acerca de las estrategias innovadoras para superar los enfrentamientos relacionales en los matrimonios. Ese tema le recordó su experiencia con el apreciado Irineo. Observó la imagen que completaba la información on-line y quedó estupefacta ante la sorpresa que le produjo la fotografía que acompañaba al texto. En ella se veía al director de esas Jornadas para la investigación. Reconoció, sin ningún género de dudas, a la persona que allí aparecía. ¡Era Irineo! Debajo de la foto se explicaba que el Catedrático de Psicología Familiar y Relacional de la Facultad, el Profesor Dr. D. Irineo Peñalba, estaba realizando la presentación de las aludidas sesiones académicas.-


José L. Casado Toro (viernes, 22 Enero 2016)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

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