La
opción se presentaba especialmente interesante, en estos tiempos de dificultad
para lo laboral. Exigía, eso sí, abandonar las raíces familiares, allá en la
Andalucía interior, cambiando la residencia a otra ciudad que gozaba del
atractivo indudable de encontrarse acariciada por las templadas aguas del mar. Paula, diplomada en Empresariales, tuvo conocimiento,
a través de una página laboral en Internet, sobre un puesto administrativo en
una empresa de multiservicios. Había sido seleccionada para el mismo, una vez superada
con éxito la densa entrevista a que fue
sometida, sustentada en un excelente currículum académico. También logró
encontrar, navegando en las páginas de la red, un apartamento de alquiler, a
buen precio, situado a no mucha lejanía de su nuevo lugar de trabajo. En
principio el contrato laboral era por seis meses prorrogables, siempre y cuando
mostrase solvencia en la gestión contable y en la atención al público, objetivos
básicos de su trabajo.
El
pequeño pero sin embargo acogedor apartamento, en el que iba a residir, se
hallaba situado en un viejo bloque de viviendas, recientemente remodelado.
Pertenecía a los herederos de una señora que lo había habitado durante la
última fase de su longeva existencia. En sus cuarenta y cinco metros cuadrados
de espacio, se habían realizado unas reformas de mejora, tanto en la pequeña
cocina como en el cuarto de baño, cuando sus propietarios decidieron dedicarlo,
con un mobiliario básico, al alquiler. Gozaba de una excelente ubicación con respecto
al centro de la ciudad, permitiendo excelentes vistas a esa recoleta bahía
malacitana, a los pies de la colina siempre sugerente y romántica de
Gibralfaro.
Una
vez instalada en su nueva residencia, Paula encontró, en el altillo del armario
encastrado del dormitorio, una bolsa que parecía llena de objetos, por el
volumen exterior que ofrecía. La chica pensó que, posiblemente, esa especie de
mochila deportiva habría sido olvidada por el anterior inquilino del
apartamento. Ya por la tarde, tras volver de su primer día de trabajo y prepararse un poco de cena, decidió revisar el
contenido de esa bolsa que había dejado sobre una silla del dormitorio. Movida
por la curiosidad fue comprobando que, en su interior, mayoritariamente
contenía ropa de mujer. Pensó que, con el ajetreo del traslado, su
propietaria se olvidó de recogerla al abandonar su estancia en el apartamento.
La iba a llevar junto a la puerta de entrada, a fin de consultar en la mañana
del día siguiente con el portero del bloque, cuando reparó que en el fondo
lateral derecho había una bolsa de plástico. Ese sobre contenía algo que no
parecía ropa. Contó, exactamente, hasta nueve cartas,
dirigidas a una persona llamada Lamia,
cuartillas dobladas que permanecían sin los sobres en los que habrían debido
ser enviadas.
Dudó
un instante pero, al fin, se decidió a leer la primera de esas cartas, fechada
hacía poco más de año. El contenido de
esa misiva hizo que Paula dedicase todo el resto de la tarde y parte de la
noche a la lectura del resto de esas cartas que
hablaban de un intenso amor por parte de la persona que las había escrito.
Sin duda, la receptora de los envíos había conservado esos textos escritos,
cuyo autor le mostraba la sensual atracción e intenso cariño que sentía hacia
ella. Era evidente que ambos habían construido un amor secreto pues, por
algunas frases y datos, él parecía estar casado y con
hijos. Probablemente este apartamento habría sido el nido clandestino de
encuentro para el amor, que dos personas cultivaban en la intimidad afectiva de
sus vidas. Era ya más de la una de la madrugada cuando, sintiéndose muy cansada
dados los ajetreos del día, se dispuso ir a la cama. Se preparó un vaso de
leche caliente y, a los pocos minutos, dormía profundamente en su acogedor
aposento, al que llegaba el fragor de las olas que rompían sobre la orilla de
la playa cercana. Antes de cerrar los ojos, había pronunciado varías veces el
nombre del esposo infiel, que sólo aparecía en una de las cartas: Marcel.
“Sí, Srta. Paula. Ese apartamento ha sido alquilado en
numerosas ocasiones. Llevo aquí más de siete años, trabajando de conserje, y he
visto pasar por él a muchas personas. Especialmente estudiantes de la
Universidad (esos que ya son mayores de edad y están haciendo una carrera).
También han estado gente del comercio y algún que otro separado. Pero en
general, salvo los estudiantes que suelen quedarse cursos, o partes del curso,
completos, he conocido inquilinos que lo han alquilado por un mes o dos. Me
cuenta que se han dejado una bolsa deportiva con ropa de mujer, pero lo que me
extraña es que la última persona que ha vivido en él antes de Vd ….. ¡no era precisamente
una mujer, sino un hombre! Se llamaba D. Carlos y era de mediana edad. Yo creo
que era un hombre de estudios y muy serio de carácter. Pasaba largas horas
encerrado en el apartamento, yo creo de escribiendo o leyendo, porque siempre
venía con libros y carpetas bajo el brazo. Lo mejor sería que consultase Vd en
la agencia inmobiliaria, donde ha hecho el contrato de alquiler. Quizá allí le querían dar el teléfono de esta inquilino,
para que se ponga en contacto con él y le devuelva esa ropa…… de mujer ¡Qué
cosas tiene uno que escuchar!
Las
palabras de Damián, un antiguo agente de
seguros, que ahora controlaba la portería del edificio desde las nueve de la
mañana hasta las ocho de la tarde (con unas horas intermedias para la
alimentación y el descanso) dejaron a Paula sumida en la intriga. Decidió que
esa mañana, aprovechando algún minuto “vacío” en el trabajo, se pondría en contacto telefónico con la
inmobiliaria y consultaría los datos telefónicos de este misterioso y antiguo
inquilino del apartamento que ahora ella ocupaba. Así lo hizo, exponiendo sus
razones al administrativo que la atendió al otro lado de la línea. Sin embargo
este trabajador le explicó que ellos no estaban autorizados a revelar los datos
personales de sus clientes. En todo caso, se ofrecía a ponerse en comunicación
con el mismo, a fin de explicarle el asunto de esa bolsa deportiva que
posiblemente habría dejado olvidada en uno de los altillos del dormitorio.
Y
así pasaron varios días, sin que Paula tuviese información alguna con respecto
a este seCarlos.
Una noche, tentada por la curiosidad, repasó de nuevo el curioso contenido de la bolsa.
ñor del que sólo
conocía su nombre de pila bautismal:
Se
fijó, de manera especial, en las prendas de vestir que aquélla contenía. Había
un par de sujetadores, con intensos colores para la motivación física; diversas
bragas con labrados encajes; tres pares de medias finas sin usar; una rebeca
blanca con botoncitos dorados; cinco
camisetas de manga corta, casi todas ellas con textos en inglés que aludían a
reivindicaciones sociales; un par de sandalias de fiesta, de color negro
charol, con altos y finos tacones; no faltaba
tampoco una amplia colección de tarritos de esmalte de uñas, en los que
predominaban los colores rojos, violetas y una mezcla curiosa, tipo purpurina,
que provocaba ciertos efectos de atrayentes reflejos, una vez extendida sobre
los dedos de las manos o pies…….. y otros complementos de adorno, en los que
destacaba diversos cinturones finos de piel. Y, por supuesto, el bloque de las
nueve cartas de amor, manuscritas y sin
sobres, recogidas en una cintilla de goma.
También
releyó algunas de esas misivas, que había recibido la supuesta Naira, enviadas
por el tal Marcel, en las que se mostraba el ferviente sentimiento amoroso de
este hombre hacia su amada, junto al dolor que le producía la distancia física
y social que los separaba. Era una especie de divertimento, a modo de
telenovela, que algunas de las noches distraía y complacía su traviesa
imaginación.
El
director comercial de la empresa, conociendo la capacidad contable de Paula,
pidió a ésta el favor de que se desplazara a las oficinas el sábado por la
mañana, a fin de que le ayudara a cuadrar unos balances. A cambio, podría
disponer de una mañana en la próxima semana para el descanso. Estaban
enfrascados en documentos y facturas cuando a eso de las 11 sonó el móvil de la
empleada. Al otro lado de la línea una voz masculina
se identificó como Carlos. Efectivamente, la agencia inmobiliaria se
había puesto en contacto con él, a fin de poner en su conocimiento el olvido de
esos materiales en el piso que había tenido alquilado durante los dos meses de su
estancia en Málaga. Le habían facilitado el número de la nueva inquilina, para
que hiciera las gestiones oportunas con respecto a esa bolsa de su propiedad.
Decía que había bajado de nuevo a Málaga, desde Madrid y le rogaba si podían
encontrarse este fin de semana. Deseaba recuperar esas pertenencias pero, sobre todo, explicarle la naturaleza de
las mismas. Como parecía una persona amable, culta en el lenguaje y cordial en
el trato, Paula aceptó la petición, quedando para verse en una céntrica
cafetería situada en el entorno del Teatro romano y Alcazaba de la capital.
Y a
eso de las siete, al fin pudo conocer al misterioso Carlos. Se trataba de una
persona que se hallaba alrededor en su medio siglo de vida. Bien parecido y
demostrando, en todo momento, unos exquisitos modales para la relación personal
y una manera de expresarse que avalaba, sin ningún género de duda, su
espléndido nivel cultural. Tras ordenar un par de copas de vino, con unas tapas
de acompañamiento, el propietario de esos peculiares enseres mostró su abierta disposición
a explicar a su expectante interlocutora algunas de los lógicos interrogantes
que ésta mantendría en su mente.
“Pienso que has debido comprobar, con extrañeza, el
interior de esa bolsa/mochila que, efectivamente, es de mi propiedad. Para
entender su contenido, te aclaro cuál es mi profesión. Me dedico, desde hace ya
muchos años, al oficio de la creatividad literaria. Publico artículos en la
prensa diaria y en las revistas semanales, aunque básicamente lo que más me
agrada es escribir esos relatos largos, esa narrativa compleja, divertida o
interesante que conforman las novelas. En la actualidad estoy terminando la
que, posiblemente, sea la novela más difícil y extensa de todas las que he
publicado. Utilizo unas técnicas de ambientación, documentación y recursos, que
me facilitan la inmersión total en la trama argumental que estoy elaborando. Ello
me permite potenciar la empatía y la atmósfera sociológica que envuelve a los
personajes que protagonizan el relato.
Por todo esto que te estoy contando, estuve viviendo un
par de meses en esta agradable ciudad, mezclándome con sus gentes, sus calles y
su alegría para la vida. Deseaba sustentar y ambientar, con verosimilitud, una
parte importante de la trama argumental de mi novela. Esas cartas sin sobre,
que habrás leído, tienen una parte muy importante en los hechos narrados, y por
eso las escribí para vincularme totalmente con su significado, material y
psicológico. En cuanto a la ropa… son prendas que pertenecen a dos de los
personajes que intervienen en el relato. Esos objetos de vestir tienen, por
supuesto su propia historia, pero teniéndolos cerca me encuentro más motivado
para sustentar, con palabras, la trama que, con tenacidad y creatividad,
construyo. Te parecerá todo esto muy raro, pero es que cada escritor utiliza
unos recursos y estilos que le ayudan a penetrar mejor en el contexto
narrativo”.
Paula
escuchaba todas estas argumentaciones, con un asombro in crescendo. Suponía que
la manera de actuar de los escritores podría
ser muy diversa, pero llegar a estos niveles de comportamiento le resultaba
novedosamente insólito. De todas formas, la actitud didáctica de Carlos parecía
razonablemente convincente, por lo que atendió con atención y respeto a una
persona cuyo formas eran exquisitamente educadas, explicativas y agradables.
Tras llegarse al piso para recoger las pertenencias, Carlos
se ofreció a invitarla a cenar, como muestra de agradecimiento por todas
las molestias que habría podido depararle.
Tras
una suculenta y distraída velada, se despidieron afectuosamente, sugiriéndole
Carlos que pasara algunos días por Madrid. Que él tendría mucho gusto en
atenderla y mostrarle algunos lugares con encanto, por la trama urbana de la
capital madrileña. Aquella noche en Málaga era muy agradable en el tiempo y
especialmente lúdica en la vibración popular callejera. Había una percepción
primaveral sábado noche.
Cuando
en la tarde del domingo Carlos volaba hacia la terminal T4 de Madrid-Barajas,
iba realizando en su asiento, clase VIP, unas anotaciones en uno de los
archivos de su portátil. En diversos momentos, paraba de pulsar su teclado y
pensaba, una y otra vez, en su nueva amiga de Málaga.
“Igual algún día Paula lee esta nueva novela. La sorpresa
que va a llevarse supongo va a ser intensa y divertidamente inesperada. Cuando
se vea reflejada como uno de los personajes, en la trama narrativa de mi
próximo libro, incluso con su propio nombre, se sentirá tal vez traicionada.
Pero así tenemos que actuar los escritores, llenando y alimentando de realidad
la ficción original de nuestros argumentos. Ella va a ser una involuntaria
participante en el contexto de esta interesante historia. Parece ser una chica
inteligente y con una muy buena preparación. A buen seguro que, con el paso del
tiempo, sabrá entender el porqué de mi peculiar forma de proceder”. -
José
L. Casado Toro (viernes, 4 Diciembre 2015)
Antiguo
profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
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