viernes, 4 de diciembre de 2015

EL MISTERIO DE UNA BOLSA OLVIDADA, CON PRENDAS DIVERSAS DE MUJER.

La opción se presentaba especialmente interesante, en estos tiempos de dificultad para lo laboral. Exigía, eso sí, abandonar las raíces familiares, allá en la Andalucía interior, cambiando la residencia a otra ciudad que gozaba del atractivo indudable de encontrarse acariciada por las templadas aguas del mar. Paula, diplomada en Empresariales, tuvo conocimiento, a través de una página laboral en Internet, sobre un puesto administrativo en una empresa de multiservicios. Había sido seleccionada para el mismo, una vez superada con éxito la  densa entrevista a que fue sometida, sustentada en un excelente currículum académico. También logró encontrar, navegando en las páginas de la red, un apartamento de alquiler, a buen precio, situado a no mucha lejanía de su nuevo lugar de trabajo. En principio el contrato laboral era por seis meses prorrogables, siempre y cuando mostrase solvencia en la gestión contable y en la atención al público, objetivos básicos de su trabajo.

El pequeño pero sin embargo acogedor apartamento, en el que iba a residir, se hallaba situado en un viejo bloque de viviendas, recientemente remodelado. Pertenecía a los herederos de una señora que lo había habitado durante la última fase de su longeva existencia. En sus cuarenta y cinco metros cuadrados de espacio, se habían realizado unas reformas de mejora, tanto en la pequeña cocina como en el cuarto de baño, cuando sus propietarios decidieron dedicarlo, con un mobiliario básico, al alquiler. Gozaba de una excelente ubicación con respecto al centro de la ciudad, permitiendo excelentes vistas a esa recoleta bahía malacitana, a los pies de la colina siempre sugerente y romántica de Gibralfaro.

Una vez instalada en su nueva residencia, Paula encontró, en el altillo del armario encastrado del dormitorio, una bolsa que parecía llena de objetos, por el volumen exterior que ofrecía. La chica pensó que, posiblemente, esa especie de mochila deportiva habría sido olvidada por el anterior inquilino del apartamento. Ya por la tarde, tras volver de su primer día de trabajo y  prepararse un poco de cena, decidió revisar el contenido de esa bolsa que había dejado sobre una silla del dormitorio. Movida por la curiosidad fue comprobando que, en su interior, mayoritariamente contenía ropa de mujer. Pensó que, con el ajetreo del traslado, su propietaria se olvidó de recogerla al abandonar su estancia en el apartamento. La iba a llevar junto a la puerta de entrada, a fin de consultar en la mañana del día siguiente con el portero del bloque, cuando reparó que en el fondo lateral derecho había una bolsa de plástico. Ese sobre contenía algo que no parecía ropa. Contó, exactamente, hasta nueve cartas, dirigidas a una persona llamada Lamia, cuartillas dobladas que permanecían sin los sobres en los que habrían debido ser enviadas. 

Dudó un instante pero, al fin, se decidió a leer la primera de esas cartas, fechada hacía poco más de  año. El contenido de esa misiva hizo que Paula dedicase todo el resto de la tarde y parte de la noche a la lectura del resto de esas cartas que hablaban de un intenso amor por parte de la persona que las había escrito. Sin duda, la receptora de los envíos había conservado esos textos escritos, cuyo autor le mostraba la sensual atracción e intenso cariño que sentía hacia ella. Era evidente que ambos habían construido un amor secreto pues, por algunas frases y datos, él parecía estar casado y con hijos. Probablemente este apartamento habría sido el nido clandestino de encuentro para el amor, que dos personas cultivaban en la intimidad afectiva de sus vidas. Era ya más de la una de la madrugada cuando, sintiéndose muy cansada dados los ajetreos del día, se dispuso ir a la cama. Se preparó un vaso de leche caliente y, a los pocos minutos, dormía profundamente en su acogedor aposento, al que llegaba el fragor de las olas que rompían sobre la orilla de la playa cercana. Antes de cerrar los ojos, había pronunciado varías veces el nombre del esposo infiel, que sólo aparecía en una de las cartas: Marcel.

“Sí, Srta. Paula. Ese apartamento ha sido alquilado en numerosas ocasiones. Llevo aquí más de siete años, trabajando de conserje, y he visto pasar por él a muchas personas. Especialmente estudiantes de la Universidad (esos que ya son mayores de edad y están haciendo una carrera). También han estado gente del comercio y algún que otro separado. Pero en general, salvo los estudiantes que suelen quedarse cursos, o partes del curso, completos, he conocido inquilinos que lo han alquilado por un mes o dos. Me cuenta que se han dejado una bolsa deportiva con ropa de mujer, pero lo que me extraña es que la última persona que ha vivido en él antes de Vd ….. ¡no era precisamente una mujer, sino un hombre! Se llamaba D. Carlos y era de mediana edad. Yo creo que era un hombre de estudios y muy serio de carácter. Pasaba largas horas encerrado en el apartamento, yo creo de escribiendo o leyendo, porque siempre venía con libros y carpetas bajo el brazo. Lo mejor sería que consultase Vd en la agencia inmobiliaria, donde ha hecho el contrato de alquiler. Quizá allí  le querían dar el teléfono de esta inquilino, para que se ponga en contacto con él y le devuelva esa ropa…… de mujer ¡Qué cosas tiene uno que escuchar!

Las palabras de Damián, un antiguo agente de seguros, que ahora controlaba la portería del edificio desde las nueve de la mañana hasta las ocho de la tarde (con unas horas intermedias para la alimentación y el descanso) dejaron a Paula sumida en la intriga. Decidió que esa mañana, aprovechando algún minuto “vacío” en el trabajo,  se pondría en contacto telefónico con la inmobiliaria y consultaría los datos telefónicos de este misterioso y antiguo inquilino del apartamento que ahora ella ocupaba. Así lo hizo, exponiendo sus razones al administrativo que la atendió al otro lado de la línea. Sin embargo este trabajador le explicó que ellos no estaban autorizados a revelar los datos personales de sus clientes. En todo caso, se ofrecía a ponerse en comunicación con el mismo, a fin de explicarle el asunto de esa bolsa deportiva que posiblemente habría dejado olvidada en uno de los altillos del dormitorio.

Y así pasaron varios días, sin que Paula tuviese información alguna con respecto a este sea su nombre sacirio.unto de de esa bolsa deportiva que posiblemente habcaso, se ofrecñor del que sólo conocía su nombre de pila bautismal: Carlos. Una noche, tentada por la curiosidad, repasó de nuevo el curioso contenido de la bolsa.

Se fijó, de manera especial, en las prendas de vestir que aquélla contenía. Había un par de sujetadores, con intensos colores para la motivación física; diversas bragas con labrados encajes; tres pares de medias finas sin usar; una rebeca blanca con botoncitos dorados;  cinco camisetas de manga corta, casi todas ellas con textos en inglés que aludían a reivindicaciones sociales; un par de sandalias de fiesta, de color negro charol, con altos y finos tacones; no faltaba  tampoco una amplia colección de tarritos de esmalte de uñas, en los que predominaban los colores rojos, violetas y una mezcla curiosa, tipo purpurina, que provocaba ciertos efectos de atrayentes reflejos, una vez extendida sobre los dedos de las manos o pies…….. y otros complementos de adorno, en los que destacaba diversos cinturones finos de piel. Y, por supuesto, el bloque de las nueve cartas de amor, manuscritas  y sin sobres, recogidas en una cintilla de goma.

También releyó algunas de esas misivas, que había recibido la supuesta Naira, enviadas por el tal Marcel, en las que se mostraba el ferviente sentimiento amoroso de este hombre hacia su amada, junto al dolor que le producía la distancia física y social que los separaba. Era una especie de divertimento, a modo de telenovela, que algunas de las noches distraía y complacía su traviesa imaginación.

El director comercial de la empresa, conociendo la capacidad contable de Paula, pidió a ésta el favor de que se desplazara a las oficinas el sábado por la mañana, a fin de que le ayudara a cuadrar unos balances. A cambio, podría disponer de una mañana en la próxima semana para el descanso. Estaban enfrascados en documentos y facturas cuando a eso de las 11 sonó el móvil de la empleada. Al otro lado de la línea una voz masculina se identificó como Carlos. Efectivamente, la agencia inmobiliaria se había puesto en contacto con él, a fin de poner en su conocimiento el olvido de esos materiales en el piso que había tenido alquilado durante los dos meses de su estancia en Málaga. Le habían facilitado el número de la nueva inquilina, para que hiciera las gestiones oportunas con respecto a esa bolsa de su propiedad. Decía que había bajado de nuevo a Málaga, desde Madrid y le rogaba si podían encontrarse este fin de semana. Deseaba recuperar esas pertenencias  pero, sobre todo, explicarle la naturaleza de las mismas. Como parecía una persona amable, culta en el lenguaje y cordial en el trato, Paula aceptó la petición, quedando para verse en una céntrica cafetería situada en el entorno del Teatro romano y Alcazaba de la capital.

Y a eso de las siete, al fin pudo conocer al misterioso Carlos. Se trataba de una persona que se hallaba alrededor en su medio siglo de vida. Bien parecido y demostrando, en todo momento, unos exquisitos modales para la relación personal y una manera de expresarse que avalaba, sin ningún género de duda, su espléndido nivel cultural. Tras ordenar un par de copas de vino, con unas tapas de acompañamiento, el propietario de esos peculiares enseres mostró su abierta disposición a explicar a su expectante interlocutora algunas de los lógicos interrogantes que ésta mantendría en su mente.

“Pienso que has debido comprobar, con extrañeza, el interior de esa bolsa/mochila que, efectivamente, es de mi propiedad. Para entender su contenido, te aclaro cuál es mi profesión. Me dedico, desde hace ya muchos años, al oficio de la creatividad literaria. Publico artículos en la prensa diaria y en las revistas semanales, aunque básicamente lo que más me agrada es escribir esos relatos largos, esa narrativa compleja, divertida o interesante que conforman las novelas. En la actualidad estoy terminando la que, posiblemente, sea la novela más difícil y extensa de todas las que he publicado. Utilizo unas técnicas de ambientación, documentación y recursos, que me facilitan la inmersión total en la trama argumental que estoy elaborando. Ello me permite potenciar la empatía y la atmósfera sociológica que envuelve a los personajes que protagonizan el relato.

Por todo esto que te estoy contando, estuve viviendo un par de meses en esta agradable ciudad, mezclándome con sus gentes, sus calles y su alegría para la vida. Deseaba sustentar y ambientar, con verosimilitud, una parte importante de la trama argumental de mi novela. Esas cartas sin sobre, que habrás leído, tienen una parte muy importante en los hechos narrados, y por eso las escribí para vincularme totalmente con su significado, material y psicológico. En cuanto a la ropa… son prendas que pertenecen a dos de los personajes que intervienen en el relato. Esos objetos de vestir tienen, por supuesto su propia historia, pero teniéndolos cerca me encuentro más motivado para sustentar, con palabras, la trama que, con tenacidad y creatividad, construyo. Te parecerá todo esto muy raro, pero es que cada escritor utiliza unos recursos y estilos que le ayudan a penetrar mejor en el contexto narrativo”.

Paula escuchaba todas estas argumentaciones, con un asombro in crescendo. Suponía que la manera de actuar de los escritores podría ser muy diversa, pero llegar a estos niveles de comportamiento le resultaba novedosamente insólito. De todas formas, la actitud didáctica de Carlos parecía razonablemente convincente, por lo que atendió con atención y respeto a una persona cuyo formas eran exquisitamente educadas, explicativas y agradables. Tras llegarse al piso para recoger las pertenencias, Carlos se ofreció a invitarla a cenar, como muestra de agradecimiento por todas las molestias que habría podido depararle.

Tras una suculenta y distraída velada, se despidieron afectuosamente, sugiriéndole Carlos que pasara algunos días por Madrid. Que él tendría mucho gusto en atenderla y mostrarle algunos lugares con encanto, por la trama urbana de la capital madrileña. Aquella noche en Málaga era muy agradable en el tiempo y especialmente lúdica en la vibración popular callejera. Había una percepción primaveral sábado noche.

Cuando en la tarde del domingo Carlos volaba hacia la terminal T4 de Madrid-Barajas, iba realizando en su asiento, clase VIP, unas anotaciones en uno de los archivos de su portátil. En diversos momentos, paraba de pulsar su teclado y pensaba, una y otra vez, en su nueva amiga de Málaga.

“Igual algún día Paula lee esta nueva novela. La sorpresa que va a llevarse supongo va a ser intensa y divertidamente inesperada. Cuando se vea reflejada como uno de los personajes, en la trama narrativa de mi próximo libro, incluso con su propio nombre, se sentirá tal vez traicionada. Pero así tenemos que actuar los escritores, llenando y alimentando de realidad la ficción original de nuestros argumentos. Ella va a ser una involuntaria participante en el contexto de esta interesante historia. Parece ser una chica inteligente y con una muy buena preparación. A buen seguro que, con el paso del tiempo, sabrá entender el porqué de mi peculiar forma de proceder”. -


José L. Casado Toro (viernes, 4 Diciembre 2015)
Antiguo profesor I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

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