A
los buenos aficionados al cine nos interesa todo aquello que esté relacionado,
de una u otra forma, con la magia admirable de este gran arte. En este sentido,
resulta muy educativa la asistencia a toda charla
abierta con el director de alguna película. Es de lamentar que esta
posibilidad la podamos disfrutar de muy tarde en tarde. Especialmente, para aquellas
personas que no residimos habitualmente en Madrid o en Barcelona. Pero aquí en
Málaga, cuando llega el Festival anual de cine español, en la Primavera, suele
ofertarse esta muy atractiva experiencia, que nos ayuda a conocer algo mejor el
trasfondo conceptual y sociológico de un determinado film. También, la obra
global de un artesano del celuloide (aunque, en la actualidad, este entrañable material
haya dejado paso al inmenso mundo de lo digital).
En
estos “suculentos” debates, uno de los aspectos más divertidos y sugerentes no
es, precisamente, la participación del profesional en la dirección escénica.
Sino, por el contrario, las intervenciones de muchos
de los asistentes al diálogo. No pocos asistentes se eternizan en su
exposición, de tal forma que parecen ser ellos los protagonistas centrales del
debate. Más que preguntar, exponen. Más que solicitar una aclaración, teorizan.
Más que sugerir alguna profundización conceptual, pontifican con arrogancia sus
criterios. A no dudar, deben ser personas sumamente cualificadas en la materia
a los que, muy probablemente, en su casa no les dejan hablar en demasía. Por
supuesto, en estos encuentros no faltan los “peloteros” de oficio, a los que se
les nota su falta de criticismo y su abundante servilismo almibarado al
personaje. Cierto es que el profesional de la cámara debe gozar del respeto y el
afecto cariñoso del público. Pero pasarse…… exagerando los ditirambos elogiosos,
acaba perjudicando la siempre necesaria credibilidad de quien habla o expone.
Es siempre positivo que un artista explique, aclare y
profundice en todo aquello que tenga relación con su obra. El sentido
didáctico de su trabajo y creatividad nos resulta de un inestimable valor. Sea
un escultor, pintor, escritor, actor o ceramista. El público, que contempla,
lee y disfruta con la obra que tiene ante sus ojos, necesita y agradece esa
información proveniente de los autores que enriquecen las
percepciones personales que todos tenemos. Sea cuando contemplamos este
cuadro, cuando leemos aquel libro o presenciamos el proceso técnico, artístico
y temático de una película. En no pocas ocasiones, el espectador genera unos criterios
y conclusiones que pueden incluso estar al margen de la intencionalidad perseguida
por el propio autor. Entonces, ese intercambio
equilibrado de aportaciones enriquece la globalidad e interioridad de un
producto que se ha elaborado para la culturización general.
Pasemos,
a continuación, a una divertida historia, enmarcada en este contexto.
Era
una tarde lluviosa, sumida en la profundidad del otoño. En un importante hotel,
situado en la zona centro de la capital, iba a realizarse la presentación ante
la prensa de una película. Había sido dirigida por un afamado profesional en el
panorama cinematográfico del país pero que, en aquellos momentos, no atravesaba
un positiva fase en la aceptación popular de sus trabajos.. Se trataba de Marco Sendra, persona aún joven que había logrado dos
éxitos consecutivos en la cartelera, pero a los que sobrevino una etapa gris,
con dos nuevas películas que pasaron sin pena ni gloria por la cartelera. El
ímpetu innovador de este nuevo artista en la dirección parecía eclipsarse, a
partir de una evolución en su cinematografía que contrastaba con aquellos
espectaculares resultados conseguidos en el inicio de su prometedora carrera. De
hecho, la financiación de su cuarto film encontró ya muchas dificultades en la
comprensión e interés de los posibles productores. El batacazo en taquilla que
obtuvo la tercera de sus obras había sido espectacular. Tal vez el argumento de
la misma no ofrecía las necesarias expectativas. Pero en su cuarto trabajo
demostró una carencia manifiesta de imaginación y habilidad en la dirección de
los actores. En fin, a duras penas, llamando acá y allá, pudo al fin conseguir
(con un trasfondo, que después se narrará) una financiación básica, para este
quinto producto que debía ser el del relanzamiento de un currículo,
temporalmente aletargado. La película que se disponía a rodar llevaba por título la romántica
plaqueta de “SENTIMIENTOS EN EL AMANECER”.
Marco
había reunido a un grupo de veteranos intérpretes, figuras prestigiosas en otra
época pero que, en la actualidad, estaban prácticamente retirados del interés
siempre exigente de la industria cinematográfica. La gran ventaja que obtenía
con ese plantel era, en primer lugar, la profesionalidad que ellos atesoraban.
Además de la valiosa experiencia que dan los años ante las cámaras, estaba el
caché por intervenir en el rodaje, no muy elevado para la disponibilidad financiera
aportada por el productor, Néstor Torregrosa. Este
afamado industrial, propietario de diversas salas de fiestas, había accedido al
fin a exponer su dinero a cambio de que el director del rodaje admitiese en el
plantel dar un importante papel a su nueva compañera sentimental. Se trataba de
una joven jamaicana, llamada Queca Mardeblanca,
sin más avales artísticos que su escultural cuerpo y una traviesa y pícara sonrisa
que tenía alocadamente entregado al financiero, en la permanente doble vida
sentimental que éste mantenía.
El
rodaje estuvo a punto de irse al traste pues a su mitad, director y estrella
emergente acabaron también sentimentalmente liados, ante la indignación de
Néstor que todo enfurecido amenazaba con retirar de inmediato la arriesgada inversión
que había realizado. Pero la cosa no quedaba todavía ahí, pues la sensual Queca jugaba a tres bandas. Una
noche, Marco la descubrió luciendo sus habilidades afectivas con el segundo
ayudante de la primera unidad del equipo de rodaje, Nacho,
hijo de un cabrero de Galapagar y con el grado de Historia del Arte obtenido en
la Complutense. La película pudo al fin completarse, no sin antes buscar con urgencia
una sustituta para la divinal Queca que acabó sentimentalmente unida a un
técnico de continuidad, físicamente muy bien dotado y apuesto, el cual desde su
adolescencia practicaba las artes marciales, cinturón verde.
Una
vez montada y tratada técnicamente la cinta en el laboratorio, había que pensar
en venderla. Aunque Marco y Néstor dejaron de hablarse directamente, por sus
controversias afectivas, acordaron a través de amigos comunes realizar una adecuada presentación de la misma ante la
prensa y personas especializadas en el mundo del cine. Se decidió que, tras
un pase privado a los críticos, se llevaría a efecto un diálogo abierto para
los medios de comunicación, por parte del director y primeros actores del film.
Fue
elegido al efecto un importante hotel de la Carrera de San Jerónimo, a fin hacer
la presentación oficial de la quinta película de Marco. Éste, que no las tenía
todas consigo (especialmente porque no se fiaba ni un pelo de Néstor, de quien
sospechaba podría hacerle alguna jugarreta) acudió a
un despacho especializado en marketing publicitario. Allí pagó de su bolsillo
los servicios de un equipo de profesionales del periodismo para que, hábilmente
situados en el gran salón del hotel, hicieran las preguntas previamente
acordadas con el realizador del film. Los tiempos de intervención fueron
también cuidadosamente estudiados. Al fin Néstor, que no quería perder su
importante inversión económica, accedió a “rascarse” de nuevo el bolsillo a fin
de contratar una campaña publicitaria en determinadas cabeceras mediáticas,
tanto de la prensa escrita como de la radiodifusión.
A
las 18:30, tras unos cuarenta minutos iniciales de café, té, canapés, pastas,
bollería y licores de graduación, servidos por una prestigiosa empresa
especializada en el cátering para eventos sociales, comenzó el esperado diálogo
del director y los principales intérpretes. Eran 65 los asistentes a la
celebración. Todo marchaba escrupulosamente controlado cuando, poco antes de
las siete menos cuarto, se escucha un pequeño revuelo
en la antesala del gran salón que a poco incrementa el estruendo. Hay
palabras mayores, movimiento de personas, algún golpe y súbitamente se cuela en
la sala de eventos una escultural joven, pulcramente vestida, quien ante la
sorpresa de todos se dirige corriendo a la mesa donde estaban sentados las
personas entrevistadas, toma un micrófono, antes de que Marco se lo pueda
arrebatar, dirigiéndose a continuación con poderosa voz a todos los invitados. Los
semblantes del director y del productor eran todo un poema. Sus manos
temblorosas, sus rostros enrojecidos, el vientre desordenado, todo ello al ver
aparecer a la jamaicana quien, a todas luces, estaba dispuesta a cargarse la
acomodada y manipulada presentación.
“Señores de la prensa, quiero decirles que la actriz
protagonista de la película debía ser yo. De hecho estuve dos semanas en el
rodaje, pero las malas artes del productor y del director me dejaron fuera del
mismo, siendo sustituida a lo rápido por una nueva amiga o amante del…”
En
este momento, dos miembros del servicio de seguridad en el hotel, llamados urgentemente
al efecto, arrebatan el micro a Queca Mardeblanca. La chica explicando su
versión a grito estentóreo, siendo conducida, casi a rastras, hasta la puerta
de salida, en medio de la estupefacción, los aplausos y el divertimento general
de todos aquellos que analizaban la descomposición facial del director y
productor del film. ¡Que historia, la vivida aquella lúdica tarde!
Efectivamente,
cuando tenemos la grata oportunidad de asistir al diálogo con quien ha sido el
artesano hacedor de un film, debemos aprovechar ese momento, largo o corto,
para entender, para aprender, para profundizar, en toda la ingeniería de
voluntades que han sido puestas al servicio del espectador. No siempre la intencionalidad
del director llega completamente a la recepción de quien ha pagado la entrada
en taquilla. Pero, al menos, esa duplicidad o variedad interpretativa enriquece
la magia del cine. Cada espectador puede concebir otro planteamiento, otro desarrollo
y un final distinto del que se le ha ofrecido en pantalla.
En
todo caso, si la ocasión es propicia, se puede preguntar al responsable último
de una película, por todo aquello que sea útil para la mejor comprensión de la
misma. No debe olvidarse, sin embargo, que probablemente ni él mismo controlará
todos los matices que encierra el mensaje fílmico que nos transmite en la sala.
El cine duplica o multiplica nuestra vida. Si la propia existencia resulta complicado
vivirla, más difícil aún es narrar la de otros, explicativamente.-
José L. Casado Toro (viernes, 7 noviembre,
2014)
Profesor
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