Oliver, especializado en
derecho financiero, suele llegar con generosa puntualidad a la oficina de
seguros, donde trabaja desde hace ya cuatro años. Aunque su horario, de lunes a
viernes, se establece de nueve a seis de la tarde (con una hora dedicada para
el almuerzo) adelanta su llegada a la oficina bastantes minutos, a fin de
ordenar su siempre bien abarrotada mesa, repleta de dossiers y archivadores con
documentos de diversa naturaleza.
Se muestra agradecido, al igual que muchos de sus compañeros,
por la eficiencia de la
nueva señora que atiende la limpieza matinal. La empresa que presta este
servicio cambió, hace un par de meses, a la persona que debe asear las diversas
dependencias que constituyen la empresa, antes de que lleguen los primeros clientes
y los trabajadores que allí desarrollan su trabajo. Beatriz,
próxima a su medio siglo de vida, es una persona con especial eficiencia. Toda
la oficina ha notado, en lo positivo, su
buen hacer en esos detalles que denotan sensibilidad y buen gusto para la
misión que tiene encomendada. La presencia de esas agradables macetas que
alegran el interior, la pulcritud en los lavabos, un mejor orden encima de las
mesas, el platillo con caramelos que se ofrecen a los clientes, la moqueta y el
parquet que amanecen sin papeles, envoltorios o polvo para el descuido. Incluso
en los productos para la limpieza diaria se ha ganado un aroma suave que
recuerda a esas plantas mediterráneas que gratifican la naturaleza. Ha sido una
suerte, una verdadera delicia, la llegada de esta agradable señora a una
oficina que adolecía de un cierto abandono, en ese aspecto tan importante de la
limpieza para la mejor salubridad.
No son muchas las palabras que Oliver ha cruzado con Beatriz.
Aparte del cordial saludo en el amanecer cotidiano, no se han generado
demasiadas oportunidades para intercambiar largos motivos de conversación, pues
ella (n tanto discreta) se afana con rapidez en cumplir con su misión. Desde la
dirección le han rogado que, a partir de las nueve, hora de apertura, debe
estar todo preparado con la mayor limpieza posible, a fin de no entorpecer el
ritmo diario de todo un día de gestión. En esas escasas palabras
intercambiadas, Oliver ha creído percibir en ella un comportamiento, unos modales, una
forma de atender y responder que no cuadran bien de lo
que genéricamente se denomina señora de la limpieza. Su estilo personal
refleja un trasfondo que mueve el interés de este abogado, siempre abierto al
estudio de las personas con las que convive, trabaja o se relaciona. Siempre ha pensado que en su profesión es muy importante
conocer bien a las personas. En este sentido, su afición por todo lo
relacionado con la psicología, le hace fomentar el análisis, aparencial y de
carácter, especialmente en los clientes a los que ha de atender durante el
ejercicio de su trabajo.
La oportunidad para completar su interés o curiosidad se
presentó al fin. Una mañana, en los minutos del desayuno, bajó a la cafetería Victoria a tomar algo caliente, pues la
llegada de los primeros fríos le había dejado ese primer resfriado de temporada
que resulta tan molesto, tras un verano en extremo prolongado. Eran las 10,40 y
en una esquina del amplio salón, estaba sentada Beatriz, ante una taza de café
con leche. Se saludaron y, una vez que a él le sirvieron el té americano con un
sándwich mixto, fue buscando, bandeja en mano, un lugar donde sentarse. Ella le
hizo una señal para que le acompañara en la mesa que ocupaba, gesto que rompió
el hielo para esos breves minutos que debían servir en la reposición de
fuerzas. Este dialogo inicial se repitió en otras ocasiones, pues solía
coincidir la finalización del trabajo de la limpiadora con el momento en que Oliver
acudía a desayunar.
Aunque hablaban de temas no más intrascendentes, una mañana se mostró animado a plantear una curiosa pregunta a su
interlocutora, con el cuidado necesaria pues en modo alguno quería dar
una imagen de imprudencia o desconsideración.
“Me vas a disculpar, Beatriz, pero
desde hace ya un tiempo te quería plantear una cuestión que me bulle por la
cabeza. Sabes que soy un tanto aficionado al estudio de las personas. Es una
costumbre que tengo desde mis años de universidad. Laura se enfada a veces,
pero me conoció de esta forma y sabe que no voy a cambiar. En este caso quiero
hacerte una pregunta o, mejor, una reflexión. El tiempo que llevo conociéndote
me hace tener una puntual impresión acerca de tu persona. Básicamente, es la
siguiente. Observo muchos detalles en ti que me hacen adivinar o suponer que
estás desempeñando este trabajo por algún motivo o razón pero que, desde luego,
no creo que sea tu verdadera profesión. Y no quiero decir con ello que no lo
hagas a gusto de todos aquellos que tenemos la suerte de contar con tu esfuerzo.
Todo lo contrario. Eres eficiente, trabajadora y la oficina ha ganado muchos
enteros con tu presencia. Pero, diciéndolo con la claridad de las palabras…. Tu
no eres la típica persona que se dedica a limpiar una oficina. Tu forma de
hablar, comportarse, vestir….. no sé…. Verdaderamente ¿es este tu oficio? Por
supuesto, perdóname si algo de lo que he dicho ha podido de alguna forma
molestarte”.
El tuteo relacional era usual entre los compañeros de oficina.
Beatriz conocía el uso que de él se hacía y aunque ella no tenía por costumbre
aplicarlo, abandonó su exquisita forma expresiva ante un interlocutor que le
ofrecía una sustancial confianza. En principio pareció mostrarse un tanto sorprendida ante la
pregunta u observación que acababa de escuchar, pero supo reaccionar con
habilidad y buen tacto.
“Veo que eres una persona muy
observadora. Extremadamente reflexiva. En el ejercicio de tu trabajo te será de
suma utilidad esa muy positiva capacidad para analizar e interpretar a las
personas que están cerca de ti. Hoy ya no vamos a tener tiempo. Pero tal vez en
otra ocasión te pueda responder, con amplitud, a ese interrogante. Déjame
pensarlo un poco. Sí te diré que no están muy descaminado pero, en su momento,
podrás conocer todo el fondo de la historia. Debes esperar a que yo asimile……
lo que me acabas de decir”.
Aquella noche Oliver comentó con su mujer la conversación que
había tenido con la compañera encargada de la limpieza en la las oficinas.
Laura volvió a reiterarle que se estaba pasando con esas preguntas que podían
resultar molestas a quienes las escuchaban. Pero comprendía que todas sus
consideraciones al respecto estaban condenadas al fracaso, pues su marido era
así y cuando se le ponía una cuestión o idea en su cabeza no la abandonaba
fácilmente.
La oportunidad aclaratoria al fin se presentó en una
fiestecita que organizaron los compañeros de la empresa, con motivo de la Navidad. Todos estuvieron de acuerdo en invitar a
que participara en la misma aquella persona que tan bien atendía la atmósfera
física de los diferentes despachos que constituían la empresa. Beatriz, aunque
pertenecía a un multi servicios subcontratado, también pudo asistir en esa comida
de amistad que iban a celebrar en un mesón cercano a madrileña Plaza de Santo
Domingo. El director gerente indicó que ella, con un modesto sueldo, no tendría
que pagar su comida. Sería invitada por la propia empresa.
El almuerzo de hermandad
transcurrió muy animado y afectivo. Buen menú, enriquecido por las bebidas
propias del caso, dulces navideños, algunos villancicos, las fotos de rigor y
los parabienes de amistad que en estos casos suelen abundar. En un apartado,
cuando servían el café, Beatriz se acercó a Oliver y le susurró estas palabras:
“Si tienes unos minutos, ahora después te respondo a
esa pregunta que me hiciste aquella mañana en el desayuno”. Ambos
aprovecharon una inflexión en los abrazos y besos de despedida, al final de la
fiesta. Se fueron a un saloncito anejo y con sus cafés en mano se sentaron
dispuestos a entablar el diálogo necesario.
“Oliver, la historia es un poquito
larga y dolorosa para recordar. Te la debo resumir, a fin de evitarte un mayor
cansancio. Efectivamente mi situación social no se acomoda con el trabajo que
en la actualidad realizo y a través del cual me has conocido. Mi marido es un
importante empresario de la construcción. Ambos llegamos al matrimonio un
poquito tarde, para lo que es usual en las relaciones. Con más de treinta y
tantos años, al fin me quedé embarazada. Nació una preciosa cría, Natividad,
que era nuestra alegría y razón de vivir. Pero, con tres añitos, una imprevista
nimiedad se fue complicando de manera absoluta y en setenta y dos horas se nos
fue. El golpe (hace de esto unos siete años) fue durísimo. Julián, con sus numerosas
ocupaciones, lo fue sobrellevando mejor que peor. Pero, en mi caso, el bloqueo
anímico y mental fue total. Me vine abajo, completamente, con una depresión de
espanto. Tuve que ponerme en manos de médicos y clínicas especializadas. Pero
tantos medicamentos me dejaban sumida en un estado, psíquico y físico,
verdaderamente lamentable. Curas de sueño, pastillas de todos los colores y
demás “porquerías” que me iban destruyendo orgánicamente.
Mi caída en picado tuvo al fin,
tras seis años de tormentas psíquicas, un rayo para la esperanza. Un joven
psiquiatra, con métodos alternativos, tal vez un poco raros o inusuales,
comenzó a sacarme de este sumidero sin fondo en el que me veía destruida.
Tratamientos a base de vegetales, frutas y ejercicios de concentración, en
sintonía con métodos orientales. Pero lo definitivo fue una solución……..
verdaderamente insólita: me sugirió, me ordenó, que tenía que ponerme a
trabajar. Pero en una ocupación que contrastase claramente con mi status
social. Julián se movió con habilidad a través de sus buenas amistades. Al
final, se me ofrecieron dos opciones. Un puesto de reponedora en un
hipermercado o la empresa de multiservicios a la que actualmente pertenezco. Me
abonan 600 euros brutos al mes. Los quinientos euros netos que me quedan, los
entrego íntegramente a Cáritas. La solución de medicina oriental y este
desempeño laboral de señora de la limpieza (madre mía, si llegara a oídos de
algunos conocidos ……) ha sido la luz que
necesitaba en medio de tanta oscuridad y autodestrucción. Sí, esa palabra me
avergüenza, pero…. es que ya no era yo. Es una historia muy complicada ¿verdad, amigo
Oliver? Nunca me he sentido tan feliz y útil,
como en estos ya casi cuatro meses en que estoy entre vosotros. Me
habéis tratado con tanto cariño y respeto …….”
Oliver, profundamente pensativo, no sabía qué decir. Daba
vueltas y más vueltas, con la cucharilla, a su café ya casi frío. Tomó las
manos de Beatriz y, un tanto emocionado, acertó a transmitirle estas palabras:
“Resulta extraordinario y precioso
lo que me acabas de confiar. Tienes toda mi admiración, mi respeto y mi
profundo cariño. Por supuesto, seré en
sumo discreto. Me gustaría llegar a poseer, algún día, un trocito de esos
valores que tanto te están enriqueciendo. Cuando mañana llegue a la oficina, y vea
el fruto de tu buen hacer en horas más tempranas, me sentiré muy orgulloso de
ser compañero y amigo de una persona tan maravillosa como eres tú”.
Aquel martes, 16 de diciembre fue, para siempre, una fecha en
la vida de Oliver que éste jamás pudo ya olvidar.-
José L. Casado Toro (viernes, 14
noviembre, 2014)
Profesor
No hay comentarios:
Publicar un comentario