Los
finales de este mes vacacional suelen siempre vivirse con una elevada
intensidad viajera, tanto en los aeropuertos y estaciones de ferrocarriles,
como en las carreteras. En esas todavía cálidas fechas de agosto, completan sus
vacaciones millones de personas que han cambiado (por unos días) la evidencia
de su rutina, a fin de enriquecerla en otros espacios para la aventura, con el
conocimiento y, por supuesto, el ocio recuperador. Fieles compañeros de estos
movimientos viajeros son sus equipajes. Mochilas, trolleys, carteras de todo
tipo y condición, maletines…. Estos elementos nos prestan un inestimable
servicio, bien repletos de ropa, regalos y utensilios o, en otros casos, con elementos
más o menos necesarios o prescindibles. Mientras en el tren viajan muy próximos
a nosotros, en los aviones lo hacen bajo nuestros asientos, en esas gigantescas
bodegas que reposan por el aire.
Siempre
llama nuestra atención esa única maleta que da vueltas
y vueltas, en la soledad de la cinta transportadora, mientras que sus
compañeras de vuelo han sido retiradas ya por los respectivos propietarios. Observaba
que ya no quedaba nadie alrededor del mecanismo rotario mientras que, una y
otra vez, esa única valija, color gris azulado, entraba y salía del almacén, buscando a un dueño extraviado que, sin duda, lo estaría
pasando mal, ante la ausencia de las preciadas pertenencias contenidas
en su equipaje. Nadie se ocupaba de ella ni la recogía, dentro ni fuera de ese
departamento o almacén. Y pasaban los minutos, que se convierten en horas, pero
persistía la soledad que embargaba a su periplo viajero.
A
eso ya de las 8:40, en la tarde, al fin un operario se decide a retirarla de la
cinta, llevándola sin muchos miramientos a una densificada nave, donde aguardan
otras decenas de valijas, de todos los colores, formas y calidades. Para su
pesar, en el trasiego del transporte la maleta ha perdido los volantes
identificativos. Y para colmo de desafueros, aquel que la rellenó (se nota que
su contenido es bastante pesado) se olvidó de ponerle (o tal vez ha sido
arrancada) la etiqueta correspondiente con el nombre y la dirección postal del
propietario. Su anonimato y orfandad es más que
manifiesta.
A
muchos kms del Pablo Ruiz Picasso, donde reposa el objeto perdido, Alba, una joven estudiante de derecho, espera y
espera, sin encontrar su ansiado equipaje, que debía aparecer en la cinta
correspondiente al vuelo procedente de Madrid-Barajas. Hace ya una hora que su
avión aterrizó en el Aeropuerto
Internacional de Linate o Enrico Forlanini (Milán), ciudad a la que ha acudido
para quedarse en casa de una amiga y participar en un seminario sobre jurisprudencia
ambiental, en la primera semana de septiembre. Natural de León, estudia en la
facultad salmantina tercer curso del grado de derecho. Durante los veranos, es
una apasionada de los viajes, utilizando el transporte aéreo por su rapidez,
aunque ella prefiere, siempre que la situación lo permite, desplazarse en tren,
medio de transporte en el que se siente más cómoda y segura. Ya ha puesto la
reclamación subsiguiente en la ventanilla de equipajes extraviados. Su amiga Crista le tranquiliza, asegurándole que no ha de
preocuparse por la ropa y los enseres básicos. Ambas son delgadas y de estatura
más o menos similar. Habrá que esperar a la localización de ese maleta gris
azulada, que ahora vaga por los almacenes del aeropuerto malacitano, sin que
nadie sepa la causa de este cambio inesperado en la trayectoria de su destino. Al
menos, el equipaje de mano, con la documentación, ordenador portátil y el
móvil, se halla junto a su propietaria que, con la mejor voluntad trata de
poner buen rostro a esa contrariedad
imprevista.
Carlos Alberto, veinticinco años. trabaja en el aeropuerto
malagueño desde el 2010. Es de nacionalidad argentina y se trasladó, junto a su
familia, a esta ciudad mediterránea, buscando todos ellos mejorar su precaria
situación económica. Se ocupa, junto a otros compañeros, de trasladar equipajes
desde los aviones a los puntos de recogida. La sección a la que pertenece ha de
organizar todo el trasiego de maletas y
otros objetos perdidos, en la terminal malagueña. Su capacidad laboriosa y
constante ante las obligaciones es reconocida por sus jefes y compañeros. En
este viernes, 31 de agosto, le extrañó la llegada al almacén de esa maleta,
color gris azulado, que carecía de etiquetas u otros elementos identificativos.
Era demasiada casualidad que el equipaje careciera de cualquier dato externo
para su necesaria ubicación.
La admirable
tenacidad de este joven operario le llevó a manipular las ruedecitas del cierre
de seguridad. Era realmente difícil que pudiera tener la oportunidad de llegar
a la clave liberadora. Pero la suerte estuvo a su lado pues, por alguna
intuición de esas que muchas veces nos ayudan, puso los cuatro sietes, en un
segundo intento. De forma automática saltó el cierre de seguridad, haciendo
posible (siempre que esa fuera nuestra intención) el desbloqueo y la fácil
apertura de la maleta. Se lo comentó a su jefe y ambos decidieron abrir y
comprobar el contenido del equipaje. Aparte de la ropa, zapatos y un neceser,
para el aseo y la estética, solo encontraron una carpeta con fotocopias de lo
que podía ser una comunicación o trabajo elaborado, dentro del ámbito jurídico.
Entre esos folios, se encontraba una tarjeta personal, en cuyo anverso
aparecían los datos de una persona, los cuales correspondían a una dirección de
Salamanca. En el reverso de dicha tarjeta de visita, había escrita una corta frase
que decía “le dices a mi hermana Victoria que vas de mi parte. Tiene el despacho, en
la Avenida de los Cazadores, 3 izquierda”
.
Con
estos reducidos elementos, iniciaron la tarea indagatoria correspondiente.
Llamaron a la dirección de la tarjeta, pero nadie cogía el teléfono. Quiso la
fortuna que en aquélla, apareciera el e-mail informático de esa persona,
llamada Jerónimo. Pusieron un correo
electrónico al mismo, el cual fue respondido con presteza. Este profesor de
Derecho, reconoció de inmediato a quien había facilitado su tarjeta, una de sus
mejores alumnas. De esta forma concretó el número de su móvil, que aparecía en
la ficha de clase. Con lo que, en pocos minutos, pudieron comunicar con Alba, a
la que le explicaron que su maleta había llegado, por error, al aeropuerto de
Málaga. La alegría y nerviosismo de la joven fue muy efusivo, preguntando
insistentemente cuando podría disponer de sus pertenencias personales. Le
aseguraron que en menos de veinticuatro horas llegaría su maleta al aeropuerto
de Milán. Y que le sería entregada personalmente, en el domicilio o dirección que
ella deseara. Le explicaron básicamente el camino que habían seguido para
conocer al propietario de la maleta, datos que ella agradeció, valorando la
capacidad y tenacidad que, jefe y operario, habían mostrado en la gestión de su
pérdida.
“Estimado Carlos Alberto. Me encuentro eternamente
agradecida de la excelente gestión que hiciste de mi pertenencia. No es usual
encontrarse con personas tan eficientes en su trabajo. Precisamente, aparte de
la incomodidad que me producía la pérdida de la ropa que llevaba, lo más
importante era esa comunicación que tenía que presentar en un congreso al que
iba a asistir, relacionado con mis estudios de derecho. Como soy un poco cabeza
loca, no había tenido la previsión de copiar en el pen drive el contenido del
texto. De manera afortunada, tuve la inmensa suerte de disponer de ese
material, cuya improvisación siempre es complicada y dificultosa. Me ha llegado
todo perfectamente. Te adjunto mi dirección, tanto en Salamanca como en León,
donde tengo la residencia familiar. Si en algún momento necesitas de mi ayuda,
no dudes en ponerte en contacto conmigo. Con afecto y reconocimiento. Alba.”
Carlos
evitó comentar con nadie lo que, sólo él, había descubierto en el doble fondo de la maleta. Estaba repleto de
billetes de 500 euros, bien prensados y envueltos en unas fundas de aluminio y
platino tratado. No quiso meterse en líos, dada la naturaleza de su carácter y
nacionalidad extranjera con permiso de residencia. Su jefe no se dio cuenta y
él tampoco le reveló la existencia de ese doble fondo que estaba muy bien
construido. En la carta de agradecimiento, tampoco Alba hacía la menor alusión
a esta realidad, pensando que nadie habría notado la existencia de ese doble
fondo de su equipaje. Incluso, ni el sagaz operario del aeropuerto.
Alba,
Jerónimo, Victoria… incluso Crista…. ¿Qué había detrás
de toda esta trama de trasiego ilegal de capitales que, por el más
fortuito azar, sólo fue conocida por un tímido joven, que trataba de evitar
cualquier problema, dado los tiempos que corren? Carlos Alberto no respondió a
ese correo que Alba, junto a otras personas, esperaban a fin de actuar en
consecuencia. Carlos prefirió olvidar todo este maloliente asunto. Para su
seguridad, resultaría una de las decisiones más acertadas que supo adoptar en
el transcurso de su vida.-
José L. Casado Toro (viernes, 10 octubre,
2014)
Profesor
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