No
siempre el supuesto valor de los grandes objetivos confirma todas esas
expectativas que, con más o menos afán, hemos depositado en su futura consecución.
Incluso algunos proyectos, las más de las veces, nos dejan un poso amargo de
frustración que, en modo alguno, puede compensar el esfuerzo económico, anímico
y temporal que hemos invertido en los mismos. Por el contrario muchas
actividades o experiencias, pequeñas y sencillas, acaban produciéndonos o
aportándonos el grato placer de la sorpresa en lo inesperado. En estos casos,
lo que parecía simple se reviste de grandeza, la proximidad se universaliza y lo
superfluo adquiere la categoría de lo imprescindible. Esta es una enseñanza que
muchos deberíamos tomar en cuenta cuando, en tantas y numerosas ocasiones, calibramos
y potenciamos, con evidente necedad, el deslumbramiento del continente con
respecto a la serena potencialidad del contenido.
Los
ejemplos que pueden avalar esta reflexión son abundantes, en el entorno más o
menos inmediato de nuestros intereses y preocupaciones. Recuérdese …… esa ostentosa
comida en la que participamos, con un menú de alto standing. Obviamente el
precio que pagamos por la misma no suele compensar, en la mayoría de las
ocasiones, la calidad y necesidad de lo que en ella consumimos. O ese viaje a
un territorio lejano, cuyos cantos de sirena publicitarios nos subliman la
imaginación y el deseo. La experiencia nos dice que en una proximidad regional,
mucho más económica o asequible, también lo habríamos pasado bien con, tal vez,
más naturalidad y menos parafernalia embriagadora. Y así, un largo etc. Vayamos
pues ahora a ese mar, siempre atrayente para la aventura, que conforman las
palabras y las ideas en la construcción de la historia.
Con
esa falta de tiempo que siempre nos persigue y aturde, suelo aprovechar esos
segundos de espera ante el ascensor, o ese caminar juntos hacia la puerta de
salida del edificio, a fin de intercambiar unas palabras amables con cualquier
miembro de la vecindad. Fue precisamente ayer por la tarde, cuando me encontré
con Alicia. Es una agradable mujer, titulada en
idiomas, divorciada desde hace dos primaveras y que reside, con sus dos hijas
adolescentes, en el piso situado exactamente debajo del mío en el bloque de nuestra
comunidad.
La
vi un tanto nerviosa y con el semblante marcado por la preocupación. Le
pregunté, con esa sonrisa siempre oportuna, qué le ocurría. Ella llegaba de la
calle y yo me disponía a dar un largo paseo hacia la playa, vestido con atuendo
deportivo. Uno y otro supimos posponer, durante unos minutos, nuestros
objetivos inmediatos y nos sentamos a dialogar en uno de los bancos que adornan
la pequeña plaza situada delante de nuestra edificación.
“Tus niños son aún pequeños…. pero ya verás cuando
crezcan. Pensamos siempre que los problemas se van a acabar, cuando cumplan los
años, pero después aparecen con otras dificultades, aún si cabe más difíciles
de resolver. Ya sabes que vivimos prácticamente de mis traducciones. Y ese esforzado
trabajo, siempre imprevisto, apenas nos da para lo más básico. De mi ex, en
todo el año pasado, apenas 700 euros. Las cosas le han ido de mal en peor y la
verdad es que no tiene un euro para echarse a la boca. Ha tenido que irse a
vivir con su madre, a fin de tener un techo y un plato de comida. La última
“fulangona” pasó pronto también de él, al ver la nula liquidez de lo que podría
disponer. Nosotras, bueno….. yo, tengo que hacer “encajes de bolillos” para la
supervivencia. Y menos mal que el piso está pagado….. Pero la mentalidad de las
niñas lo hace todo más difícil. No asumen la verdadera realidad de nuestra
situación. Y te preguntarás a qué viene todo esto que te cuento….”
Conozco
a mi vecina y amiga Alicia desde hace años, cuando nos mudamos a este piso,
tras mi último traslado en la enseñanza desde ese bello pueblecito de la
Alpujarra. Nos llevábamos muy bien con este matrimonio y sufrimos, lógicamente,
sus desavenencias y posterior e inevitable ruptura matrimonial. Entre ella y yo
siempre ha habido una amistosa connivencia, probablemente derivada de nuestra
similar titulación académica. Ella no ejerció la docencia, pero utiliza sus muy
buenos conocimientos de dos idiomas para subsistir en estos tiempos de profunda
necesidad. Físicamente, ha sabido conservar sus atractivos, a pesar de que las
señales de los cuarenta ya comienzan a dejarse notar. Entiendo que necesita
desahogarse y mi daily walking in the city, mi paseo diario para el
ejercicio, podía razonablemente esperar.
“En esta ocasión, Gille, se trata de la fiestas de
graduación en el Instituto. Beli termina el cuarto de la ESO. Y Sandra también tiene
la celebración por su bachillerato. Ambas están en una edad donde se valora,
hasta la exageración, la apariencia física y, sobre todo, la vestimenta para el
lucimiento. Ya te puedes imaginar que, en esos dos días de las fiestas, hay chicas
que cuidan hasta los más mínimos detalles, sin reparar en gastos. Pero esas
otras adolescentes, sus familias quiero decir, pueden hacerlo o permitirse esos
extraordinarios. No es nuestro caso, que es verdaderamente complicadísimo. La
competitividad entre los jóvenes, especialmente entre las chicas, es terrible.
Yo comprendo que mis hijas sufren, escuchando los comentarios de sus compañeras
y los proyectos de ese día, para lucir en la imagen. Pero es que nosotras no
podemos. Con su padre, nada de nada. Con él no se puede contar. Y las
discusiones surgen un día sí y el otro también. No atienden a razones. Son
cosas de la edad, pero se te hace difícil controlar los nervios con ese
cerramiento que tienen ante la realidad. Y después de algunas de estas
trifulcas, te imaginarás las ganas que me quedan a mi de ponerme a traducir
esos pocos trabajillos que voy consiguiendo.”
Valorando
que yo trabajo, en el día a día del Instituto, con estas generaciones de
adolescentes y jóvenes de la Secundaria, ofrecí mi ayuda a la vecina por si
ella consideraba necesario que hiciera algo o al menos intentara dialogar con
sus dos hijas. En realidad estas situaciones, que provienen de la inmadurez de
los chicos, las tengo que atender, con bastante frecuencia, desde el plano diario
de la acción tutorial. Alicia me dejó carta blanca, sobre todo porque sabía que
mi relación con sus dos hijas era cordial y alguna vez incluso les había
ayudado en la elaboración de algunos trabajos que debían presentar. Ahora había
que buscar una ocasión propicia, a fin de entablar una conversación con mis
jóvenes vecinas. Y había que hacerlo con una cierta presteza, porque los días
de ambas graduaciones no se hallaban lejos en el almanaque.
La acción tutorial exige imaginación, mucho tacto,
una cierta valentía y saber aprovechar y optimizar las oportunidades. Y, en el
caso que nos ocupa, una cierta rapidez, para conseguir eficazmente los
objetivos propuestos. A este fin, “moví unos cuantos hilos” en la estrategia
que había organizado y ese viernes por la tarde, un día templado por el terral,
pero con una inmensa luz en nuestra ciudad, invité a las dos jovencitas a
merendar, con la aquiescencia o conformidad de su madre. Fuimos a un sitio
agradable, con inmejorables vistas y rodeado de pinos y setos con esas bellas
flores que abren y lucen en Primavera: El Parador malacitano de Gibralfaro, en
las estribaciones del Castillo del mismo nombre. Sentados alrededor de una
mesita, ellas pidieron helados, mientras yo había elegido un té con canela y un
toque de naranja. ¡Buenísimo!. Las chicas se habían llevado sus cámaras y se
divertían tomaban foto tras foto, con esas vistas inmejorables de la ciudad. Y
en un momento concreto les pedí que me acompañaran a los jardines anejos al
Parador.
“Se que estáis muy preocupadas con vuestras respectivas
fiestas de Graduación. Me lo ha contado vuestra madre. Que también me ha
explicado la dificultad económica que está atravesando. Y sabéis que es grave….
porque hay prioridades que no se pueden dejar de lado. Y os enfadáis con ella
porque no vais a poder llevar ese atuendo que compita con los de otras
compañeras. A veces los nervios no nos dejan pensar con racionalidad. A mi se
me ocurre, ahora mismo, que observéis estas floras. De verdad que no han pasado
por Zara, Bershka, El Corte Inglés, Primark, Pull & Bear…… etc. Sólo lucen
lo que les ha dado la naturaleza. Ningún traje o calzado podría competir con el
que la vida les ha concedido. Pensad en ello. ¿Cómo veis a esas flores? Bien…..
¿verdad?”
Ya
sentados en nuestra mesa, mis dos vecinas permanecían muy serías y pensativas.
Seguí con mi té y ellas no articulaban palabra alguna. Dejé pasar unos minutos,
que fueron “algo” tensos, poniendo al descubierto la segunda parte de la
estrategia. Primero la reflexión y posteriormente soluciones adecuadas a la
misma.
“Bueno, ya sé que igual no os va a convencer mucho la
metáfora o el ejemplo que os he puesto. Pero sí que os ha hecho pensar…. En lo
estúpido o necios que somos o nos comportamos a veces, con nuestra irreflexión.
De todas formas, hay segundas soluciones. Vamos a ellas. Queréis unos trajes y
unos zapatos de estreno. Perfecto. ¿ Y por qué no os los ganáis, haciendo algo
útil? Me he movido en estos últimos días, negociando alguna gestión al efecto. Conozco
un par de familias que necesitarían ayuda, ya que tienen niños pequeños. Algunos
fines de semana, les vendría muy bien disponer de un “canguro” para que sus
peques fueran atendidos, mientras que ellos salen con los amigos a cenar o al
cine. Son dos familias serias y responsables que podrían pagar ese servicio. Repito,
a ellos les vendría muy bien. También a vosotras. Y vuestra madre está de
acuerdo. ¿Qué me decís……?”
Volvimos
a nuestras casas, ya a la caída de la tarde. Beli y Sandra hicieron todo el
camino de vuelta en el coche sin apenas pronunciar palabra alguna. Las las dos permanecían
muy pensativas. Cuando me despedía de ellas, ante la puerta de su piso, fue
Sandra, la pequeña, quien me dijo “Gracias, Guille,
hemos captado el mensaje. Nos apuntamos. Nos ha gustado esa posibilidad.
Entonces ¿empezamos este viernes… no? Ah, hemos pasado una tarde estupenda?”
Su madre, Alicia, que nos esperaba en la puerta y que conocía toda la historia,
sonreía agradecida.
En
esos dos días de junio, para la fiesta, ambas adolescentes no desmerecieron
ante sus compañeras. Todo lo contrario. Las dos iban muy guapas y tuvieron la
deferencia de invitarme al evento. Creo que tomaron alguna conciencia de todas
las sugerencias que traté de transmitirles. De vuelta a mi domicilio,
conduciendo por ese puzle urbano que, generacionalmente, hemos ido construyendo,
reflexionaba acerca de la experiencia en la que había sido indirecto protagonista.
No me cabía duda que esta enseñanza no sólo debería afectar a la gente joven.
Esa otra, que suma más edad, también deberíamos aplicarla a nuestras vidas. El inmenso valor y significado de las cosas sencillas.
José L. Casado Toro (viernes, 27 junio, 2014)
Profesor
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