domingo, 20 de abril de 2014

IDA Y WANDA, EN EL NECESARIO CAMINO DE SU VERDAD.


INTRODUCCIÓN.
Hay películas que te facilitan el saludable e inteligente ejercicio de pensar. Sin embargo, en otros productos cinematográficos su director, y la industria que lo respalda, ya lo ha hecho por ti. En este último caso el espectador se ve empequeñecido y “obligado” a ver y asumir lo que otros han decidido por él. Su criticismo y análisis del discurso que se le ofrece se ve atenazado por un estado de pasivo letargo, en el que reirá o temblará, pero como un espejo sin azogue que no reflejará la verdadera realidad que tiene delante. De manera afortunada llegan, pacientemente a nuestras pantallas, algunos films que narran historias diferentes, utilizando para ello intérpretes y argumentos, atrezos y puestas en escena, que nos hacen reflexionar y comprender un tanto mejor el mundo que nos acoge y sustenta. Son películas de un cine alejado de la macro-industria de Hollywood o similar. Este cine, llámese independiente, alternativo, europeo o de otras geografías, nos hace recuperar, con la ilusión del “converso” o con el ímpetu del “partisano”, la fuerza estética, conceptual y anímica de unos personajes y unos hechos que saben y transmiten credibilidad y verdad. No, no es fácil ni frecuente que este tipo de cinematografía alcance un acomodado o adocenado posicionamiento en las grandes carteleras. Sin embargo, de tarde en tarde, nos llegan cintas y materiales que nos hacen recuperar nuestra identidad con ese gran arte de la vida, escenificada y proyectada en una pantalla de cine o en ese televisor que, tantas veces, aburre y amodorra.

DATOS BÁSICOS DE LA PELÍCULA “IDA”.
PAWEL PAWLIKOWSKI (Varsovia, 1957) rueda este su quinto largometraje en Polonia aunque, en la actualidad, se halla afincado residencialmente en Gran Bretaña. No es muy extenso el tiempo de narración, sólo 80 minutos, suficientes para contar un complicado drama desarrollado en la Polonia de 1960, bajo un régimen de socialización comunista dependiente del rígido control impuesto por la URSS. En esa casi hora y media de metraje son tratadas temáticas muy controvertidas que afectan a la religión católica, a la familia, a las consecuencias de la expansión nazi por la Europa del Este, al sentimiento de culpa y la búsqueda de la identidad personal, a la aventura de una road movie, tanto material como espiritual, a la responsabilidad individual y colectiva de unos hechos que tratan de silenciarse en la cobardía del olvido. Posiblemente, habrían sido necesarios más minutos a fin de explicar mejor la evolución psicológica de una de las dos principales protagonistas, Ida Lebenstein. Esta gran película ha sido premiada en los festivales de Toronto, Gijón, Londres y Varsovia, distinciones todas ellas recibidas en 2013 año de su realización. Rodada en una maravillosa fotografía en escala de grises, en una ratio desusada del 4/3 (una pantalla casi cuadrada) que nos hace añorar el cine de otras épocas para su mayor gloria estética. El guión ha sido escrito por el propio director, junto a su hermana Rebeca.

¿CUÁL ES, BÁSICAMENTE,  LA TRAMA ARGUMENTAL?
La hermana Anna (AGATA TRZEBUCHOWSKA) vive en un convento de monjas, desde que era muy pequeña. Ahora, en 1962, con dieciocho años de edad y antes de tomar sus votos, es enviada por la superiora de la comunidad a casa de su único familiar, Wanda Gruz (AGATA KULESZA (Szcrecin 1971) tía de la novicia y de la cual ésta no tenía noticia alguna hasta este momento. Debe conocer algo de la historia que articula su vida, antes de dar ese paso decisivo que supone dedicar el resto de su existencia al servicio absoluto de la fe en Cristo. Wanda le explica a su sobrina que su verdadero nombre es Ida Lebenstein. Y que es judía, al igual que sus padres que fallecieron durante la ocupación nazi del territorio polaco. Tía y sobrina emprenden una azaroso viaje en busca de datos que puedan aclarar mucho de la historia de ambas mujeres y, especialmente, el lugar donde los padres de Ida están enterrados. Acuden a su antigua casa, ahora ocupada por otra familia formada por Feliks Skiba (ADAM SZYSKOWSKI) junto a su mujer y un hijo pequeño. Este hombre asesinó a los padres de la novicia, en aquellos tiempos finales de la 2ª Guerra Mundial, por su aversión antisemita y para quedarse con esa vivienda en la que actualmente reside. Con  la promesa de Ida de que mantenga esa propiedad, accede a llevarlas al lugar donde están ocultos los cuerpos de aquel joven matrimonio y del propio hijo de Wanda, a fin de que las dos mujeres puedan recoger sus restos y enterrarlos convenientemente en el cementerio de esa pequeña localidad llamada Priska. Durante el viaje en búsqueda de la identidad de sus respectivos pasados, recogen a un joven músico saxofonista (DAVID OGRODNICK)  que tiene que actuar en esa ciudad. Ida mantiene una relación de experiencia sexual con el joven, aunque al final decide volver al convento para profesar los votos y entregarse a la vida contemplativa. Mientras, su tía Wanda, profundamente vacía en lo anímico y en lo social, pone fin a su vida en medio de la desesperanza más absoluta. El largo travelling final de la película es estética y conceptualmente estremecedor, por parte de una joven que quiere apartarse del mundo buscando en la fe el camino de su realización personal.

MUJERES EN LA ENCRUCIJADA.
Son dos personajes, vinculados familiarmente, que soportan, cada una a su manera, la angustia de la realidad que determina sus vidas. De igual forma, cada una de estas mujeres tratan de poner fin a ese vínculo vital, al que no le tienen apego ni credibilidad.

WANDA GRUZ. Ha vivido la angustia de la persecución, por ser judía, durante la ocupación nazi. Ocultó esa pertenencia sacrificando todo lo que un ser puede pagar, a fin de salvar su vida. Ve como el antisemitismo de sus propios conciudadanos acaba con lo más entrañable de su existencia, esa familia a la que pertenece. Para disimular aún más su raíces judías, se convierte en una funcionaria poderosa, implacable y sin piedad de la dictadura comunista en los años de posguerra. Le llamaban Wanda “la Roja”, por esas sentencias a muerte contra “los enemigos del pueblo” que decretaba sin misericordia, desde su puesto acomodado de jueza represora. Con el paso de los años cae de lleno en la dipsomanía o alcoholismo; en el amor libre; en la dependencia del tabaco; y en el vacío existencial más absoluto. Tras enterrar a sus deudos, comprende que su camino en la vida carece de sentido por lo que adopta la decisión de suicidarse arrojándose por una ventana, buscando la expiación de los errores que claman desde su conciencia.


IDA LEBENSTEIN, la bella novicia Anna, sobrina de la anterior, ha vivido la mayor parte de sus dieciocho años de existencia encerrada entre las paredes blindadas e impermeables al mundo de un convento de religiosas. Nada sabe de su pasado u origen. Quiere entregar su alma y cuerpo al servicio de la fe religiosa que le han inculcado, desde que fue llevada a esa comunidad a fin de salvarle la vida, por su ascendiente judío. Antes de profesar los votos, entra e investiga el mundo exterior existente a la mentalidad creyente de unas personas que se aíslan voluntariamente del mundo. La relación con el ateísmo profundo de su tía, la dura negociación con el asesino de sus padres, la experiencia carnal con el joven saxofonista, que le ofrece un proyecto de vida inmerso en la sencillez y la materialidad hace que, sintiendo un miedo superior, acelere su vuelta al convento, huyendo de un mundo exterior que ni comprende ni acepta. Será como otra muerte en vida, sólo endulzada por la fuerza de la creencia religiosa y ese fundamento misterioso en la fe del que tantos carecen.



EL ANTISEMITISMO INSTITUCIONAL Y POPULAR.
El director Pawlikowski denuncia en esta dura y, al tiempo, sensible historia, la actitud de sus compatriotas contra los judíos polacos, en tiempos de la segunda Guerra Mundial. Como en otros países, las semillas de la intolerancia, la falta de respeto a las creencias ajenas y la búsqueda del chivo expiatorio para las maldades humanas anidaban en esta sociedad, a mediados de la centuria anterior. Precisamente, en un pueblo donde la tradición práctica del catolicismo caracteriza a una colectividad que defiende ese argumento por encima de ideologías que rechazan la fuerza de la creencia sobre la materialidad. Ese odio, o también el temor interesado, en aquellos luctuosos años de la ocupación ejercida por el imperialismo nazi, es una mácula que tantos llevarán por generaciones, en clara contradicción con el cristianismo misericordioso del que se jactan y dicen practicar. Pero esa hipocresía, tanto en las conciencias como en la práctica doctrinaria, no es novedosa. Ni antes, ni ahora. Ni allá, ni acá. Eso sí que es un profundo problema para la credibilidad confesional.


Y TAMBIÉN….. PUDO SUCEDER ASÍ.
Es frecuente que el espectador (también el lector, por supuesto) se muestre reacio en aceptar la historia que le ofrece el director, el arquitecto, el escultor o el pintor (en sentido metafórico o real) que ha modelado la historia. En este posicionamiento crítico, travieso y valiente en lo imaginativo vemos que, tras el suicidio de Wanda, Ida afronta con otra perspectiva el sentido que desea dar a su existencia. Proyecto de vida que se halla en los primeros capítulos de su anónima biografía. Afronta esa disyuntiva de huir o vivir en la vida. De priorizar la luz de cada uno de los días, sobre esa gozosa creencia futura tras el tránsito cruel de la muerte. A un lado, la familia conventual. En el otro, esa otra comunidad más reducida y directa, de un vínculo matrimonial, con unos hijos que sustenten la convivencia familiar, en un contexto valiente de alegrías y nublados, de realidades y ensueños, de humedad y sequía. Han pasado los años. La antigua novicia es hoy madre de dos hijas adolescentes, Maquia y Razzia, que labran su porvenir formándose en un centro público de secundaria. Hace unos años que David quiso seguir la senda de otra compañera que le ofrecía su apetitosa novedad, material y psicológica, en ese camino sin destino o lugar para las creencias del más allá. Ida trabaja en una fábrica de componentes electrónicos, en largas jornadas compensadas con una básica retribución para la subsistencia. Algunos domingos, cuando la temperatura ausenta su gesto de hostilidad, pasea con sus hijas por los aledaños de un valle cercano. En esta naturaleza se encastra una gran masa pétrea conventual, presidido por una imagen del Sagrado Corazón, en el centro del gran patio frontal. En su interior, la comunidad religiosa pasa sus horas ocupadas en el rezo, el trabajo, la meditación y en el canto de sus creencias. Ida contempla esas dos vidas que marchan paralelas, con esos destinos inescrutables que otros, tal vez, escribirán.-
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Puede ser un excelente ejercicio, intelectual y estético, asistir a la proyección de esta película, reflexionando y gozando con los elementos formales y conceptuales que la historia nos ofrece y que plantean otra forma (sin duda acertada) de hacer buen cine.- 


José L. Casado Toro (viernes, 18 abril, 2014)
Profesor
jlcasadot@yahoo.es

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