viernes, 17 de enero de 2014

¿LA FUERZA DE LA GENÉTICA, O EL VALOR CONVIVENCIAL?


Tratando de hallar un poco de sosiego, cuando te ves inmerso en la ruidosa y estresante vorágine callejera, acudes una vez más a esa eficaz medicina que te recupera el ánimo y enriquece el conocimiento. Siempre y cuando tengas la suerte de elegir una buena película, entre la variada oferta que te hace la cartelera diaria. Más o menos eso fue lo que ocurrió cuando, en una de esas tardes con pleno sabor navideño, asistí a la proyección de un film japonés, presentado en versión original subtitulada. DE TAL PADRE TAL HIJO (Like father, like son) cuyos 120 minutos de metraje fueron rodados en el año 2013. Dirigida por HIROKAZU KORE-EDA (Tokio, 1962), este drama familiar venía avalado con dos importantes reconocimientos: el premio especial del jurado, en el último Festival de Cannes (la Palma de Oro fue concedida a La vida de Adéle) y, también, el premio del público, en el reciente Festival de San Sebastián. Aunque no siempre tu “instinto” (ayudado por alguna publicidad, al efecto) te hace acertar en la elección por la que has optado, en esta ocasión los espectadores nos encontramos con la grata sorpresa de un excelente material cinematográfico en pantalla.


¿CÓMO ES LA TRAMA ARGUMENTAL DE  LA PELÍCULA?

La historia muestra el drama de dos familias que han de afrontar la muy dura experiencia de conocer, a los seis años desde su nacimiento, cómo sus hijos fueron intercambiados en la maternidad del hospital. Unas pruebas médicas, realizadas cuando el hijo de una de ellas va a ser inscrito en un prestigioso colegio infantil, desvela ese trágico error perpetrado en dos senos familiares. En realidad, no fue un error. En el fondo de esa terrible e injustificable acción estuvo la mano intencionada de una joven enfermera, en aquellos momento anímicamente desequilibrada por problemas de índole privada. Al paso del tiempo estas dos familias, de estatus socioeconómico muy diferentes, comprueban con estupor que esos dos niños, a los que llevan criando ya seis años, no tienen la misma identidad genética, correspondiente a sus respectivos padres y madres legales. La dirección del hospital, que ha de afrontar la ineludible responsabilidad judicial, pone en comunicación a las dos familias para que decidan cuál es la solución menos lesiva para el equilibrio futuro de ambas criaturas. Desde un principio aconsejan la reparación del error, sugiriendo que cada niño recupere el contacto y la unión con sus verdaderos padres. Por supuesto, de manera gradual. En todo caso, la decisión última deberá estar siempre en manos de sus respectivos progenitores, mediante el apoyo técnico especializado, la reflexión y el diálogo. Pero el problema no es tan simple de superar con facilidad, entre otros factores, porque la sociología de ambas familias es notablemente contrastada.


LA FAMILIA NONOMIYA

RYOTA (Masaharu Fukuyama, 1969) y MIDORI (Machiko Ono, 1981) son padres de un niño KEITA que tiene seis años de edad. Forman una acomodada familia, que reside en un barrio burgués de la capital. Él ejerce su profesión de arquitecto, en una importante empresa constructora. De origen modesto, se impuso desde la juventud la premisa del esfuerzo y la dedicación obsesiva, a fin de ir labrando el cualificado estatus profesional que hoy posee. Como contrapartida, su atención familiar se ve reducida por ese afán laboral que embarga la disponibilidad de su tiempo. Tiene una joven y dulce esposa, Midori, que acepta la situación en aras de la estabilidad del hogar. Pero su hijo, Keita, siente la ausencia de un padre entregado a las necesidades laborales, sintiéndose tratado de una forma muy exigente por Ryota que quiere ver en su hijo (estudios, aprendizaje de piano, deportes) su propia proyección personal de esfuerzos, ambición y éxitos continuados en los objetivos. A esta familia nada le falta en lo material, aunque la autoexigencia profesional del padre debilita el calor y afecto que tanto la madre y el niño anhelan en lo más íntimo de su ser. Y lo más penoso es que Keita percibe la decepción paterna, que desearía un hijo que fuera prácticamente su otro yo. El inmenso golpe que afecta a esta familia cuando conoce que el niño que tienen es de otra madre, es recibida por Ryota con una doble perspectiva. Indignación en un principio por el error, aunque también con la interpretación egoísta de sentirse aliviado conociendo que Keita no es de su propia sangre. “Eso lo explica todo” es la terrible frase que llega a pronunciar, tras el impacto emocional por esa revelación de la diferente consanguinidad.


 
LA FAMILIA SAIKI

YUDAY (Lily Franky, 1963) y YUKAY (Yoko Maki, 1981) tienen tres hijos, dos niños y una niña. El mayor, RYUSEI tiene seis años. Nació el mismo día que Keita, en el mismo hospital. Viven de forma modesta, pero muy felices. Yuday posee una pequeña tienda de material eléctrico con la que sostiene la humildad de su hogar. Su nivel cultural y educacional es notablemente inferior al de Ryota aunque es persona habilidosa (arregla los juguetes estropeados de sus hijos) y de muy buen carácter. Dedica gran parte del tiempo disponible, tras su trabajo, a estar junto a sus hijos, con los que juega y disfruta, como un niño grande. Para él y para su mujer, los hijos son el mayor y mejor patrimonio de que gozan en la vida. Cuando conocen la verdadera realidad genética de Ryusei, comprenden e integran la circunstancia mucho mejor que los Nonomiya, aunque se proponen obtener una buena compensación económica de la entidad hospitalaria como indemnización. El contraste educacional de Yudai con Ryota es revelador de los diferentes contextos sociales en los que ambas personas se han desenvuelto.


DE NUEVO, EL INTERCAMBIO
DE LOS DOS NIÑOS
Siguiendo el consejo de los responsables hospitalarios, las dos familias inician un gradual acercamiento, a fin de que los dos pequeños se vayan integrado poco a poco en el seno de la familia que les corresponden. Hay momentos de tensión en ese proceso, cuando Ryota llega a proponer a los padres de Ryusei que éste se viniera a vivir con ellos, pero que también hiciera lo mismo Keita, permaneciendo en el hogar en el que ha estado viviendo hasta ese momento. Las estancias de los dos pequeños con sus verdaderos padres genéticos  se van haciendo cada vez más prolongadas en el tiempo. Es una decisión sumamente difícil, pero al fin acuerdan que los dos niños ocupen el lugar correcto dentro del contexto o línea genética al que pertenecen. Ambos padres piensan que, con el paso del tiempo, estos pequeños integrarán y asumirán el intercambio.


LA REACCIÓN DE KEITA Y RIUSEI

A pesar de que el proceso de asimilación es lento, a fin de que los pequeños lo asuman, uno y otro niño lo interpretan de manera desigual. KEITA encuentra en su verdadero padre, ese cariño, esa aceptación, esa dedicación en el tiempo que no hallaba en Ryota, una persona obsesa para su obligación y ambición profesional. El tener dos nuevos hermanos con los que jugar y compartir la infancia es un don añadido a ese difícil trance en el que se ha visto envuelto y que no logra entender bien. Su antiguo padre le decía que algún día comprendería la situación. Ahora tendría que cumplir “la misión” que se le había encomendado. Como si todo fuera un juego.
Sin embargo, RIUSEI sufre, cada uno de los días, la ausencia de aquellos padres y hermanos, con los que ha convivido durante los seis primeros años de su existencia. No entiende ni le agrada el tipo de vida, acomodada en lo material y en el esfuerzo, que trata de imponerle su verdadero padre. A pesar de la dulzura y cariño que le aporta  su madre, echa de menos esa alegría, esa libertad, esa forma de vida que tenía con Yuday y Yukay. Incluso en una ocasión se rebela con este cambio convivencial y se escapa hacia la casa de sus antiguos progenitores. En esta ocasión es precisamente Yuday quien le manifiesta a Ryota su disposición a quedarse con los cuatro niños. El pequeño no se siente feliz en su nueva familia. Una y otra vez, le reitera a sus padres que quiere volver a su antiguo hogar, para volver a jugar y sonreír con los que considera sus hermanos.


EL FINAL, DE LA COMPLICADA HISTORIA

Ryota comprende que su forma de ser y vivir la paternidad no es la más acertada. Asume los necios errores que ha cometido con “sus dos hijos”. El genético y con aquel otro que el destino puso en sus manos. Reacciona en positivo, pidiéndole perdón a su “hijo” aunque no sea de su propia sangre. Siente que se está perdiendo una parte fundamental en la vida de cada persona: ser padre y ejercer como tal. El trabajo y las jerarquías laborales, pasan. Los hijos, no. Incluso su propia mujer, Midori, rompe su sumisión y comprensión conyugal, afeándole la pobre conducta que ha tenido hasta el momento con el que siempre va a ser su hijo. Aunque sea una paternidad no sanguínea, sino relacional. Parece ser que, a partir de este momento, la unión de ambas familias va a ser cada día más intensa.


 
PERO TAMBIÉN….. PUDO SER ASÍ

Tras esas fallidas experiencias de integración, con el sufrimiento subsiguiente de los niños, ambas familias deciden volver a la situación previa al hecho que ha conmovido sus vidas. Keita y Ryusei vuelven con los padres que los han cuidado desde que vinieron al mundo. Con el paso de los años, dadas las buenas y estrechas relaciones entre los dos hogares, los críos no se recatan en manifestar: tengo dos papás y dos mamás. Y en este sorprendente hecho hay dos personas que con tacto, delicadeza y mucho amor, contribuyen a formar una única familia en el corazón: las dos mujeres que han aportado el calor de la maternidad, Midori y Yukay. Ambas sonríen, ante esa gran familia que, afectivamente, acaban conformando. Al espectador, tras el visionado de la interesante e instructiva cinta, le queda un complicado interrogante. ¿Qué ha de prevalecer en la responsabilidad paternal, la fuerza vincular de la genética o el afectivo valor convivencial? La respuesta es obvia, en el marco ejemplar de la generosidad: sin duda, el amor.-


José L. Casado Toro (viernes, 17 enero, 2014)
Profesor


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