Tratando
de hallar un poco de sosiego, cuando te ves inmerso en la ruidosa y estresante
vorágine callejera, acudes una vez más a esa eficaz medicina que te recupera el
ánimo y enriquece el conocimiento. Siempre y cuando tengas la suerte de elegir
una buena película, entre la variada oferta que te hace la cartelera diaria.
Más o menos eso fue lo que ocurrió cuando, en una de esas tardes con pleno sabor
navideño, asistí a la proyección de un film japonés, presentado en versión
original subtitulada. DE TAL PADRE TAL HIJO
(Like father, like son) cuyos 120 minutos de metraje fueron rodados en el año
2013. Dirigida por HIROKAZU KORE-EDA (Tokio,
1962), este drama familiar venía avalado con dos importantes reconocimientos: el
premio especial del jurado, en el último Festival de Cannes (la Palma de Oro fue
concedida a La vida de Adéle) y, también, el premio del público, en el reciente
Festival de San Sebastián. Aunque no siempre tu “instinto” (ayudado por alguna
publicidad, al efecto) te hace acertar en la elección por la que has optado, en
esta ocasión los espectadores nos encontramos con la grata sorpresa de un
excelente material cinematográfico en pantalla.
¿CÓMO ES LA TRAMA ARGUMENTAL DE LA PELÍCULA?
La
historia muestra el drama de dos familias que
han de afrontar la muy dura experiencia de conocer, a los seis años desde su
nacimiento, cómo sus hijos fueron intercambiados en la
maternidad del hospital. Unas pruebas médicas, realizadas cuando el hijo
de una de ellas va a ser inscrito en un prestigioso colegio infantil, desvela ese
trágico error perpetrado en dos senos familiares. En realidad, no fue un error.
En el fondo de esa terrible e injustificable acción estuvo la mano intencionada
de una joven enfermera, en aquellos momento anímicamente desequilibrada por
problemas de índole privada. Al paso del tiempo estas dos familias, de estatus socioeconómico muy diferentes, comprueban con
estupor que esos dos niños, a los que llevan criando ya seis años, no tienen la
misma identidad genética, correspondiente a sus respectivos padres y madres
legales. La dirección del hospital, que ha de afrontar la ineludible
responsabilidad judicial, pone en comunicación a las dos familias para que
decidan cuál es la solución menos lesiva para el equilibrio futuro de ambas
criaturas. Desde un principio aconsejan la reparación del error, sugiriendo que
cada niño recupere el contacto y la unión con sus verdaderos padres. Por
supuesto, de manera gradual. En todo caso, la decisión última deberá estar
siempre en manos de sus respectivos progenitores, mediante el apoyo técnico
especializado, la reflexión y el diálogo. Pero el problema no es tan simple de
superar con facilidad, entre otros factores, porque la sociología de ambas
familias es notablemente contrastada.
LA FAMILIA NONOMIYA
RYOTA (Masaharu Fukuyama, 1969) y MIDORI (Machiko Ono, 1981) son padres de un niño KEITA que tiene seis años de edad. Forman una
acomodada familia, que reside en un barrio burgués de la capital. Él ejerce su
profesión de arquitecto, en una importante empresa constructora. De origen
modesto, se impuso desde la juventud la premisa del esfuerzo y la dedicación obsesiva,
a fin de ir labrando el cualificado estatus profesional que hoy posee. Como
contrapartida, su atención familiar se ve reducida por ese afán laboral que
embarga la disponibilidad de su tiempo. Tiene una joven y dulce esposa, Midori,
que acepta la situación en aras de la estabilidad del hogar. Pero su hijo,
Keita, siente la ausencia de un padre entregado a las necesidades laborales,
sintiéndose tratado de una forma muy exigente por Ryota que quiere ver en su
hijo (estudios, aprendizaje de piano, deportes) su propia proyección personal
de esfuerzos, ambición y éxitos continuados en los objetivos. A esta familia
nada le falta en lo material, aunque la autoexigencia
profesional del padre debilita el calor y afecto que tanto la madre y el niño
anhelan en lo más íntimo de su ser. Y lo más penoso es que Keita percibe
la decepción paterna, que desearía un hijo que fuera prácticamente su otro yo. El
inmenso golpe que afecta a esta familia cuando conoce que el niño que tienen es
de otra madre, es recibida por Ryota con una doble perspectiva. Indignación en
un principio por el error, aunque también con la interpretación egoísta de
sentirse aliviado conociendo que Keita no es de su propia sangre. “Eso lo explica todo” es la terrible
frase que llega a pronunciar, tras el impacto emocional por esa revelación de la
diferente consanguinidad.
LA FAMILIA SAIKI
YUDAY (Lily Franky, 1963) y YUKAY
(Yoko Maki, 1981) tienen tres hijos, dos niños y una niña. El mayor, RYUSEI tiene seis años. Nació el mismo día que Keita,
en el mismo hospital. Viven de forma modesta, pero muy felices. Yuday posee una
pequeña tienda de material eléctrico con la que sostiene la humildad de su
hogar. Su nivel cultural y educacional es notablemente inferior al de Ryota
aunque es persona habilidosa (arregla los juguetes estropeados de sus hijos) y
de muy buen carácter. Dedica gran parte del tiempo disponible, tras su trabajo,
a estar junto a sus hijos, con los que juega y disfruta, como un niño grande. Para él y para su mujer, los hijos son el mayor y mejor
patrimonio de que gozan en la vida. Cuando conocen la verdadera realidad
genética de Ryusei, comprenden e integran la circunstancia mucho mejor que los
Nonomiya, aunque se proponen obtener una buena compensación económica de la
entidad hospitalaria como indemnización. El contraste educacional de Yudai con
Ryota es revelador de los diferentes contextos sociales en los que ambas personas
se han desenvuelto.
DE NUEVO, EL INTERCAMBIO
DE LOS DOS NIÑOS
Siguiendo
el consejo de los responsables hospitalarios, las dos familias inician un gradual
acercamiento, a fin de que los dos pequeños se vayan integrado poco a poco en
el seno de la familia que les corresponden. Hay momentos de tensión en ese
proceso, cuando Ryota llega a proponer a los padres de Ryusei que éste se
viniera a vivir con ellos, pero que también hiciera lo mismo Keita,
permaneciendo en el hogar en el que ha estado viviendo hasta ese momento. Las
estancias de los dos pequeños con sus verdaderos padres genéticos se van haciendo cada vez más prolongadas en
el tiempo. Es una decisión sumamente difícil, pero al fin acuerdan que los dos
niños ocupen el lugar correcto dentro del contexto o línea genética al que
pertenecen. Ambos padres piensan que, con el paso del tiempo, estos pequeños
integrarán y asumirán el intercambio.
LA REACCIÓN DE KEITA Y RIUSEI
A
pesar de que el proceso de asimilación es lento, a fin de que los pequeños lo
asuman, uno y otro niño lo interpretan de manera desigual. KEITA encuentra en su verdadero padre, ese cariño,
esa aceptación, esa dedicación en el tiempo que no hallaba en Ryota, una
persona obsesa para su obligación y ambición profesional. El tener dos nuevos
hermanos con los que jugar y compartir la infancia es un don añadido a ese
difícil trance en el que se ha visto envuelto y que no logra entender bien. Su
antiguo padre le decía que algún día comprendería la situación. Ahora tendría
que cumplir “la misión” que se le había encomendado. Como si todo fuera un
juego.
Sin
embargo, RIUSEI sufre, cada uno de los días, la
ausencia de aquellos padres y hermanos, con los que ha convivido durante los
seis primeros años de su existencia. No entiende ni le agrada el tipo de vida, acomodada
en lo material y en el esfuerzo, que trata de imponerle su verdadero padre. A
pesar de la dulzura y cariño que le aporta su madre, echa de menos esa alegría, esa
libertad, esa forma de vida que tenía con Yuday y Yukay. Incluso en una ocasión
se rebela con este cambio convivencial y se escapa hacia la casa de sus
antiguos progenitores. En esta ocasión es precisamente Yuday quien le
manifiesta a Ryota su disposición a quedarse con los cuatro niños. El pequeño
no se siente feliz en su nueva familia. Una y otra vez, le reitera a sus padres
que quiere volver a su antiguo hogar, para volver a jugar y sonreír con los que
considera sus hermanos.
EL FINAL, DE LA COMPLICADA HISTORIA
Ryota
comprende que su forma de ser y vivir la paternidad no es la más acertada.
Asume los necios errores que ha cometido con “sus dos hijos”. El genético y con
aquel otro que el destino puso en sus manos. Reacciona en positivo, pidiéndole
perdón a su “hijo” aunque no sea de su propia sangre. Siente que se está
perdiendo una parte fundamental en la vida de cada persona: ser padre y ejercer
como tal. El trabajo y las jerarquías laborales, pasan. Los hijos, no. Incluso
su propia mujer, Midori, rompe su sumisión y comprensión conyugal, afeándole la
pobre conducta que ha tenido hasta el momento con el que siempre va a ser su
hijo. Aunque sea una paternidad no sanguínea, sino relacional. Parece ser que,
a partir de este momento, la unión de ambas familias va a ser cada día más
intensa.
PERO TAMBIÉN….. PUDO SER ASÍ
Tras
esas fallidas experiencias de integración, con el sufrimiento subsiguiente de
los niños, ambas familias deciden volver a la situación previa al hecho que ha
conmovido sus vidas. Keita y Ryusei vuelven con los padres que los han cuidado
desde que vinieron al mundo. Con el paso de los años, dadas las buenas y
estrechas relaciones entre los dos hogares, los críos no se recatan en
manifestar: tengo dos papás y dos mamás. Y en este sorprendente hecho hay dos
personas que con tacto, delicadeza y mucho amor, contribuyen a formar una única
familia en el corazón: las dos mujeres que han aportado el calor de la
maternidad, Midori y Yukay. Ambas sonríen, ante esa gran familia que,
afectivamente, acaban conformando. Al espectador, tras el visionado de la interesante
e instructiva cinta, le queda un complicado interrogante. ¿Qué ha de prevalecer en la responsabilidad paternal, la
fuerza vincular de la genética o el afectivo valor convivencial? La
respuesta es obvia, en el marco ejemplar de la generosidad: sin duda, el amor.-
José L. Casado Toro (viernes, 17 enero, 2014)
Profesor
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