viernes, 3 de enero de 2014

LA MAGIA DE LA ILUSIÓN, EN LA NOCHE DE REYES.


Viven en la misma barriada, por la zona norte de la capital. Se conocen prácticamente desde cuando asistían al aula de infantil, en un colegio público de Educación Primaria. Ahora, pasados los años y convertidas en cuatro lindas jovencitas, frisando ya la mayoría de edad, son compañeras en un Instituto. Allí cursan el segundo curso de bachillerato, a las puertas inmediatas de su futuro destino universitario.

Sociológicamente, Mila, Sandra, Carol y Alba, pertenecen a distintas familias encuadradas en un modesto nivel medio, que les permite “ir tirando” sin grandes agobios. Pero, desde hace casi dos años, una de ellas, Alba, comparte y sufre en su persona la dramática situación de desempleo que afecta a sus padres. Con un intervalo de meses, ambos progenitores perdieron su puestos de trabajo, él como óptico y ella como dependienta en una franquicia de ropa. Primero fue una reestructuración laboral, la que terminó con el hundimiento de la empresa donde Carlos llevaba trabajando desde hacía 19 años. El caso de su madre, Auxi, fue aún más sangrante, pues su despido vino a consecuencia de una política de rejuvenecimiento en la plantilla, cara al público. Ninguno de los dos han logrado levantar cabeza desde entonces, para estabilizar la economía familiar, donde en este momento sólo entra una ayuda social básica para esos parados de larga duración. Y aquí no hay abuelos que puedan paliar algo de la desacomodación económica, en un hogar donde apenas se llega a final de mes y eso con sacrificios más que generosos para los cuatro miembros que lo conforman (la chica tiene un hermano, tres años menor). ¿Pasar hambre? Pues hay días que…. casi-casi. Algo de apoyo han recibido de la parroquia, pero ahí el listado de demandantes es verdaderamente complicado a fin de poder atenderlos a todos.

Alba, considera a sus tres compañeras desde la infancia como hermanas. Éstas conocen la difícil situación que atraviesa su amiga y tratan de apoyarla en lo que pueden. Especialmente, en los fines de semana, cuando toca salir, ir al cine o a la disco. Y también, cómo no, cuando llega la noche y deciden acudir a la pizzería de moda, a fin de calmar el apetito de un finde, pleno de actividad, para naturalezas muy vitales y participativas en lo lúdico. Pero son edades difíciles, donde los sentimientos y la vergüenza se hallan a la orden del día. Salir con las amigas, llevando el monedero vacío, puede aceptarse o soportarse en alguna ocasión. Pero después la dignidad aprieta, haciéndose insoportable el mantenimiento de esa indigencia que a todos humilla, pero más en estas edades de la adolescencia avanzada.

Tampoco es que sus tres amigas naden en la abundancia. Sin embargo, y de manera afortunada, sus padres (dependiente en una conocida tienda de ultramarinos; mecánico de automóvil; celadores en el Hospital Materno Infantil; respectivamente) sí tienen trabajo y esa mensualidad en el banco que les permite ir avanzando en el día a día. Ya es conocido que los mayores suelen ser generosos para que nada falte a sus hijos. También, en los gastos de éstos en los fines de semana y, por supuesto, para fechas señaladas del calendario anual. Pero en casa de Alba hay un problema de liquidez a fin de atender objetivos de primera necesidad: energía, comunidad, telefonía, Internet y, muy por encima de todo lo demás, la alimentación familiar. Todo ello se agudiza porque carecen de suerte en sus esfuerzos por recuperar ese puesto laboral que tanto ansían y necesitan. Y como cada Navidad, llega a comienzos de Enero ese rito comercial e ilusionado de los regalos, en la Noche de Reyes.

Con la ayuda de Sandra, al fin Alba ha conseguido hacer algunas horas de “canguro” nocturno con los niños de algunas familias. Eso le está permitiendo (mediante la recomendación boca a boca) obtener algún dinerillo con el que atender los gastos más básicos de una chica en la plenitud adolescente. Pero el montaje tradicional de estas fiestas exige no pocos desembolsos. Las cuatro compañeras hallaron un lugar de celebración para el Fin de Año, muy interesante en el precio. También trataron de evitar una excesiva competitividad en el vestuario, en esa emblemática Noche del 31. Pero estas jóvenes edades, donde el lucimiento ante los demás chicos resulta difícil de controlar, exige notables sacrificios económicos.

Y ahora el tema de conversación prioritario, en los días previos a Gran Cabalgata de la ilusión, es el recurrente “qué me voy a pedir o regalar, para este año”. Mila y Sandra lo tienen bien claro. Quieren cambiar su viejo teléfono, por un móvil de esa última generación digital que multiplica las prestaciones hasta límites insospechados. A pesar de su elevado coste, los padres de ambas han respondido a su petición con un sonriente silencio, pleno de complicidad. También para Carol esa posibilidad no le desagrada. Todo lo contrario. A nadie le amarga un dulce y el mimetismo hace de las suyas. Y ese es el asunto de conversación que prioriza las tardes de paseo, en estos días diseñados para disfrutar de las vacaciones escolares. Alba las escucha, guarda silencio y sonríe. Comprende que, en esa temática, su intervención tiene que ser limitada, más como espectadora que como protagonista. 

En una tarde de merienda, un tanto cansadas de tanto pasear por entre  calles abarrotadas y adornadas para la celebración de las fechas, Alba propone que todas cuenten el regalo que recuerdan con más ilusión cuando, en la mañana del 6 de enero, corrían desde la cama para ver qué les habían dejado los Reyes. Allí, junto a los zapatos y el árbol de Navidad, siempre hallaban esos paquetes de colores con los que habían soñado durante una Noche en la que duermes despierto, cerrando los ojos con la emoción nerviosa propia de la infancia. Era un tema atractivo. Todas se mostraron animadas a participar.

Interviene, en primer lugar, Carol. “No sé si tendría cuatro o cinco años. Por casa de mi abuela, como era lógico, siempre pasaban los Reyes. Aquel año, siendo yo muy pequeñita, mis padres no me llevaron al domicilio de esa mujer tan mayor que tanto me quería. En aquella Navidad, nos dejó para el cielo. Pasados unos días, acompañé a mis padres a su casa, pues iban a organizar todo aquello que deseaban guardar para nosotros o para regalar a personas necesitadas. Con sorpresa, descubrieron en su armario una preciosa muñeca de trapo, con trenzas y ojitos azules, como los míos. Junto a esa cajita, había dos trajecitos que ella había cosido (era muy habilidosa en el arte de la costura) para ir formando el vestuario del que iba a ser mi mejor regalo de Reyes. Aunque con el paso del tiempo se ha ido estropeando mucho, yo aún la conservo y le tengo un especial cariño. Es como un pequeño tesoro que guardo desde la infancia”.

“Sé que os vais a reír, pero cada una de nosotras tenemos nuestra historia (dice Mila). Mis dos hermanos no me dejaban jugar con sus cosas. Decían que los juguetes de los niños no eran para las chicas. Escuchar eso me daba veinte patadas. Y lo peor es que mis padres estaban en esa onda. Que si la cocinita. Que si la muñeca. Que si la cajita de pinturas. Bueno, pues hasta que un día me planté y en la carta (…. tendría como unos siete u ocho años) hice mi lista y me pedí un balón de fútbol, un fuerte con indios y soldaditos de goma y un trompo, de esos que al tirarlo se llenan de luces y música. No sé si incluso puse alguna escopeta o algo así. Eso de la carta a los Reyes era un rito que todos los años se cumplía. También,  hacer cola delante del gordiflón de turno, envuelto en algodón, con una corona de cartón dorado, para la foto correspondiente y el “¿has sido muy buena…?”. Sólo me hicieron caso en el trompo. Para mí fue el regalo más ilusionante. ¿Por qué una niña no podía disfrutar tirando y bailando el trompo en medio de la calle?. Por ahí comencé a romper esas costumbres ñoñas que existían en mi familia”.

Mientras sigue saboreando su chocolate caliente (es especialmente golosa) Sandra cuenta algo de aquellos días de Reyes. “La verdad es que ya casi ni me acuerdo. Pero los primeros patines que tuve fueron hechos por mi padre. Esas cosas de la mecánica siempre se le han dado bastante bien. Es su oficio. Y gracias al taller de los coches, ha podido llevar la familia. Yo había pedido unos patines, pero de los que tienen las ruedas alineadas. Los precios estaban por las nubes. Me dijeron que los Reyes tenían demasiados gastos ese año. Pero aquella mañana ¡bien que llovía! me encuentro junto al nacimiento con unas botitas blancas que me habían regalado para mi santo, con las cuatro ruedas perfectamente dispuestas en la suela. Fue un trabajo de artista. Me hizo tanta ilusión que aunque la lluvia impedía patinar por la calle, me paseaba por el pasillo de casa, agarrada a las manos de mi madre. Algún culazo me di en el suelo, pero la alegría que sentía hizo que olvidara los inevitables cardenales. Me hubiera gustado conservar aquellos mis primeros patines…. Pero estas cosas se van perdiendo. Alguna foto tengo por ahí, que otro día os la enseño, cuando la encuentre en los álbumes”.

Y, al fin, le llega al turno a la autora de la propuesta, Alba. Si de lo que se trata es de ser sincera, a vosotras tres que sois como hermanas, os cuento algo que nunca he confiado a nadie. Hubo un regalo de Reyes que nunca olvidaré. A mi padre, después de un verano, se le fueron los tejos por una compañera de trabajo, en la óptica. Fueron casi tres meses de locura en casa. Mi madre aguantó todo lo que pudo. Pero él se fue a vivir con aquella lagartona. Cuando esa mañana de enero (ya había cumplido los siete años) me levanté de la cama para ver los juguetes, me encontré a mi padre junto a mi madre, sentados los dos, junto al árbol de Navidad esperándome. Estaban como dos tórtolos, cogidos de la mano. Yo pasé de los juguetes. Me dio una llantina, por la emoción de ver allí a mi padre, que nunca olvidaré. Aquello se arregló. Aquella salamandra sólo estuvo en Málaga un año, pero fue grande el daño que hizo. Y no sólo a mi padre. Era una zorra de cuidado. En fin, eso es historia. Pero este año la cosa ya sabéis que va mal en lo económico. Tal vez,  en la rebajas, consiga algunas cosillas, que siempre vienen bien”. 

Ninguna de las tres amigas se esperaban algo así. Se quedaron como “cortadas” ante la sinceridad de su compañera de grupo. La merienda finalizó y la tarde se convirtió en noche, entre el estruendo del tráfico, el trajinar de los viandantes y muchas luces de colores, que trataban de alegrar el ambiente. Quedaron citadas para ver, al día siguiente, la Cabalgata de SS.MM. con toda la parafernalia al uso. Tres de las cuatro compañeras sabían que en la mañana del día 6, todas ellas iban a poder gozar de ese estupendo regalo que hoy día “enloquece“ a jóvenes y mayores. El iphone, con todas sus prestaciones y posibilidades, a modo de un segundo corazón para moverte por la vida. Es la devoción sumisa, casi religiosa en lo sociológico, por la novedad y la tecnología. Cuando se despidieron, Mila, Sandra y Carol habían sabido mantener el simpático y generoso secreto.

Aquel 6 de enero, su querida amiga tuvo, al igual que todas ellas, ese móvil supermoderno que sustenta la intercomunicación. Las tres familias se habían puesto de acuerdo, con la mediación de las chicas, para ofrecerle ese regalo. Un bello gesto que Alba nunca podría haber sospechado. Pero la amistad y el cariño sabe vencer al misterio de una Noche en la que casi todo es posible, cuando la lógica y la realidad se transforman  en mágica ilusión.-



José L. Casado Toro (viernes, 3 enero, 2014)
Profesor



No hay comentarios:

Publicar un comentario