viernes, 28 de junio de 2013

EN UN BELLO ALBERGUE DE LA MONTAÑA.


Curva tras curva, un buen coche, con los achaques propios de su cansada mecánica, asciende voluntarioso por una carretera de paisaje cambiante. Con el progresivo aumento en la altitud, la vegetación “de escalera geográfica” se va transformando, cota a cota, hasta ir prá﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽e sformando hasta ir desapareciendo enácticamente mutándose a un grisáceo pedregal y áspero monte, ante la ausencia de nieve en este comienzo de agosto. Ahora sestea, plácidamente, la temporada baja. Pero, durante el invierno, en esta famosa estación situada a no muchos kilómetros del Mediterráneo, los esquiadores se deslizan sobre las heladas laderas, con la osada intrepidez del viento. También saben hacerlo con esa aterciopelada suavidad de un mar inmaculado y brillante, en período de calma. Por estas ondulaciones hacia el cielo, el motor del vetusto Ford sufre los “males de altura”, rugiendo una carburación cada vez mReencuentro en un albergue de la albergue. z osada del viento, pero con la suavidad aterciopelada de un mar en calma. ás dificultosa para los objetivos certeros de ascenso al albergue.

Allá en todo lo alto, más cerca aún de las nubes y con una atmósfera que respira pureza, un hombre cansado, por el alcohol y los traspiés de la rutina, pretende recuperar algo del sosiego perdido y, sobre todo, volver a sentir y gustar el placer comunicativo de la creatividad literaria. El proyecto de un nuevo libro, iniciado hace ya unos meses, sólo se ha materializado en unas cuartillas que, una vez y otra, suele romper. Es tozudo en su exigencia, ya que lo escrito hasta el momento sigue sin convencerle. Su colaboración diaria en el periódico de la cadena se ha tornado, de manera preocupante, en aburrida, sosa y sin ese hálito motivador para la lectura. Así se lo ha comunicado, sin componendas o florituras (lo cual es habitual en él) uno de los jefes de sección del medio informativo donde, hasta el momento, trabaja. Y para poner guinda a este sombrío panorama, tiene problemas de diálogo e interacción con su único hijo adolescente, el cual vive junto a su ex mujer y el compañero afectivo de ésta.

Con todo esto bulléndole por la cabeza, y presentando el ánimo un tanto degradado, ha reservado una estancia mensual en ese albergue, ahora casi vacío de clientes. Los consejos de ese buen amigo, Marcel, han sido decisivos para su gesto de apartarse, durante unas semanas, de un estrés cotidiano que le inestabiliza y deprime. Tiene  absoluta confianza (necesita creer en ello) de que puede recuperar parcelas de su autoestima degradada, por culpa de todo, de él mismo y de nadie.

En este momento de la temporada, el pequeño albergue vive como en un somnoliento, pero agradable, letargo. Su principal materia prima, para el estímulo y la oferta, se halla ausente por los ciclos naturales de la meteorología. Sólo unos escasos neveros, en determinadas oquedades de los riscos y laderas, son mudos testigos de ese agua helada que se resiste a viajar a otras latitudes, ahora en el estío del agosto. Pero se está bien por allá arriba, a unos casi tres mil metros de altura. Atmósfera limpia y fresca, desde la mañana a la noche. Acústica rítmica sosegada, modulada por la brisa y esos intérpretes anónimos cuyo trabajo también viaja acurrucado en el viento. Tranquilidad, paseos por los desiertos senderos, el ciclo de las tres comidas, a horas muy adelantadas. Tampoco faltan esos buenos ratos para la lectura y generación de relatos, frente al manoseado teclado de su ordenador. A veces el Internet suele fallar, como ventana abierta a ese mundo del que ahora quiere estar alejado, pero Marcel, gerente y principal propietario de esta residencia, le ha asegurado que el lunes van a subir unos técnicos para mejorar las conexiones que, desde ahora, utilizarán el propio circuito eléctrico del edificio.

Son escasos los personajes que intervienen en esas vivencias veraniegas que laten en el albergue. Junto a Marcel y su prudente esposa Clara, está José, un coloquial y reflexivo camarero, que ofrece sus sabios consejos a todos aquellos a quienes piensa debe ayudar. Atiende también el coqueto bar, donde sirve aperitivos y meriendas. Fátima, se encarga de la cocina. En aquellos momentos cuando abunda y bulle la nieve, le ayuda una sobrina, dado que entonces las sesenta y tres plazas disponibles están todas ellas ocupadas por los practicantes del skí y la aventura senderista. Finalmente, la limpieza y el orden en las habitaciones es realizada por una atractiva joven, Cecilia, que a sus veinticinco años ofrece un carácter amable y afectivo, presidido por la sencillez y la espontaneidad expresiva.

Esta chica posee un cuerpo frágil y, al tiempo, atrayente. En su mediana estatura luce un cabello largo y ondulado, de color moreno, junto a sus preciosos ojos castaños que muestran inocencia y bondad. El perfil de su nariz es perfecto con la armonía de esa pequeña boca de la que fluye una expresión a veces traviesa, en otras maternal. Irradia sencillez y serenidad. Los trazos de su rostro y la dulce tonalidad de su voz nos hace preguntarnos qué hace este encanto de mujer, sobrevolando por aquellas alturas inmensas de lo natural.

Todos estas personas viven de manera permanente en ese espacio mágico de la sierra, aunque algunos días de la semana suelen bajar a la ciudad, a fin de realizar compras, gestiones y otras atenciones para su privacidad. Y junto a la puerta, por la mañana, o cercano al fuego del hogar, en el anochecer, Claus, un buenazo, grandote y tranquilo San Bernardo que, aunque parece estar siempre dormitando, abre sus ojos de nobleza para todo aquél que quiera acariciar la suavidad de su cuerpo.

Cuando Héctor baja al comedor, o se sienta por la noche junto a los leños encendidos del salón-estar, suele estar acompañado por una joven pareja que tienen una niña pequeña, alegre  y muy juguetona. Son franceses, aunque comunican muy bien en castellano. Trabajan en la interpretación escénica y ahora, en vacaciones, están preparando una nueva obra teatral que representarán a partir del otoño. Poco a poco, día a día, la vida de este veterano periodista y escritor va encontrando parcelas estables que compensan esas etapas grisáceas, donde los nubarrones del desconcierto producen tan agreste incomodidad. Desde el teclado de su ordenador han vuelto a generarse palabras e imágenes, colores y sentimientos, sonrisas y miradas, dibujándose párrafos llenos de historia y latidos de vida. Todo sustentado en el marco usual de la ficción pero, casi siempre, basado en la racionalidad inmediata y próxima de la realidad. 

“Dejé el colegio muy joven. Creo que a los trece años. Me tuve que poner a trabajar con mi madre en la limpieza, ya que yo soy la mayor de cuatro hermanos y mi padre tuvo un accidente en la obra. Era albañil. Le quedó una cortísima pensión que no nos daba apenas para comer. Bueno, a mí tampoco es que gustara estudiar. Así que llevo aquí ya para ocho años. Entre las nubes, las nieve y el frío de la montaña. Pero no me quejo. Marcel y Clara son muy buena gente. Es tanto ya el tiempo que llevo en el albergue, que me tratan como a una hija, para ellos que no han podido, a pesar de sus deseos, tener descendencia”.

Como en muchas de las tardes, Héctor mantiene un relajado diálogo con Cecilia, antes de la cena que, acá arriba en la sierra, se sirve a las siete y media, aún con ese sol dorado que dibuja pinceladas bellísimas en el paisaje. Sentados ambos en los aledaños de una gran puerta de recia madera, que mira hacia el valle, intercambian palabras, confidencias y sonrisas que vitalizan y enriquecen lo mejor de una fluida comunicación. Claus les acompaña, abriendo de vez en cuando sus orejas. Se diría que es para oír mejor las palabras de aquellos que dialogan. La primaria sencillez de la joven permite vitalizar el espíritu, cansado y abrumado, de este profesional de la pluma o el teclado que lucha por recuperar muchos de los fundamentos que hicieron de él un excelente escritor. También él ve, en la transparencia y alegría de Cecilia, esa agua plena de pureza y frescor que humedece el seco erial de los tiempos sin luz.

“Sé que te agradan mucho las historias que te cuento, en nuestros diarios ratitos de charla. Como ves, un periodista ha de poseer esa capacidad física y profesional para captar, por acá y por allá, esa noticia, aquella información que, debidamente interpretada y explicada, se traslada, con un buen soporte gráfico, a los lectores. Las anécdotas surgen por doquier, en el momento menos pensado. Son esos detalles y experiencias que tanto te hacen sonreír y disfrutar, al recordarlas y narrarlas. Como sabes, esta mañana bajé a la ciudad. Y me he permitido traerte un pequeño regalo. En mi opinión, uno de los más hermosos que se pueden hacer a la persona amiga. Es un libro repleto de pequeños relatos. Son fáciles de leer pero, al tiempo, contienen esa capacidad milagrosa que alimenta y nutre nuestra imaginación. Estoy seguro que muchos de ellos te van a emocionar, distraer e, incluso, te harán soñar. Con esos ojos tan preciosos que la naturaleza te ha concedido, podrás ver y recrear esas escenas en las que tú eres una importante espectadora. Como en el cine ¿verdad?”.

La joven, como una disciplinada discípula, asentía y callaba. Pero sin poder ocultar un traviesa placer, pleno de bondad y complacencia. Recibió el regalo, agradecida y halagada.

“¿Por qué no me escribes alguna frase, en la contraportada? Me gustaría que lo hicieras. A ti eso de juntar unas palabras con otras, se te da muy bien. Eres un maestro, hablando y escribiendo. Me va a hacer mucha ilusión, cuando lea alguna de las historias, repasar una y otra vez las lindas palabras que hayas querido ponerme”.

Discurrieron, como las aguas del río, las semanas y los días. Héctor, sintiéndose recuperado y con fuerzas para la lucha diaria, decidió que había llegado el momento de volver a las raíces profesionales y sociales. Aquella noche de lunes, en una romántica y difícil despedida, Cecilia y él decidieron bajar a la ciudad para cenar. Disfrutaron de un coqueto restaurante sembrado, como una flor más, en ese jardín lleno de aroma, ritmo y misterio, allá en todo lo alto del Albaycín granadino. Los dos comensales cruzaron miradas ansiosas. Intercambiaron gestos y palabras. Prometieron esperanzas y anhelos, para el mañana. Para todos y cada unos de los días. Un beso y un adiós, bajo una luna acogedora que….. también sonreía.

Y han pasado amaneceres y atardeceres, silencios y desvelos, en una joven que confía. Cecilia sigue con su trabajo, esperando ilusionada la llegada de una carta, una llamada o esa presencia, a la que tanto ansía. Y alguna tarde, cuando la nieve no es muy terca, para dificultar la subida, ha caminado despacio hacia el trono o altar de la Virgen blanca. Allí observa con recato a esa Señora que reina en la montaña, sobre las sierras, las aguas y las brisas. Le ha contado sus esperanzas, le ha transmitido su alegría y aquellas palabras de futuro que un buen hombre, más de una vez, le prometía. Sí, en aquella noche de luna, cantada y bailada a modo de zambra y requiebro, por entre esas callejuelas empedradas y atentas para la compañía.

“Seguro que ha de venir, no me lo puedes quitar. Necesito a ese buen hombre que le va a dar razón y sentido… a la realidad y sencillez de mi vida”.-

Tras diversos avatares, en lo profesional y en la intimidad de lo humano, Héctor, de vuelta para tantas cosas, quiere dar una sorpresa a la persona que tanto supo y quiso ayudarle. En un principio, aturdido en la duda y el ego, había pensado en silenciar esa etapa en la sierra. Después ha comprendido que en lo más verdadero y humilde se hallan razones para el por qué de los días. Con su viejo Ford recupera esas entrañables laderas, ahora regadas con un intenso frío que no puede eclipsar la alegría.-


José L. Casado Toro (viernes, 28 junio, 2013)
Profesor

viernes, 21 de junio de 2013

TOALLAS Y LLAVES, QUE SIEMBRAN LA DUDA.


Por más que cueste concederle el suficiente margen de verosimilitud, se producen hechos y situaciones, un tanto increíbles, que pueden estar muy cerca de nuestra realidad. El azar o la casualidad nos suelen deparar las sorpresas más insospechadas en el discurrir cotidiano. Y eso fue lo que, a grosso modo, ocurrió, en aquella mañana de miércoles. Como suelo hacer, una o dos veces por semana, acudí a practicar un poco de natación, en una de las piscinas públicas que pueblan el perímetro urbano de la ciudad. Sin duda, este ejercicio es una de las actividades más reconfortantes para la salud. Especialmente grata y vitalizante para el estrés anímico que la densidad diaria nos proporciona. Como en todas estas instalaciones, existen unas taquillas a disposición y servicio de los usuarios. En ellas puedes guardar tus enseres personales, introduciendo una moneda recuperable que libera la llave correspondiente a ese pequeño, pero útil, espacio. Al igual que hago todos días en que voy a nadar, dejé mi toalla y la llave de la taquilla junto a la gradería que rodea a la gran cubeta acuática. Ese espacio suele estar poblado de toallas y llaves, pertenecientes a todos aquellos que realizamos los ejercicios sobre esa agua limpia y con sabor a sal que nos acoge.

Una vez que llevé a cabo los repetidos recorridos de ida y vuelta, por espacio de unos  cincuenta minutos, salí del agua y recogí mi toalla junto a la llave que estaba bajo la misma. Tras saludar a los socorristas y monitores, me dirigí a la taquilla a fin de recuperar la bolsa deportiva que allí tenía depositada, antes de pasar por la ducha y los vestuarios. De forma un tanto mecánica, introduje la llave en la cerradura. No me funcionaba en el bombín, por lo que tuve que reintentarlo. Volvió a fallar, así que repasé﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽cado de taquilla (181 por é el número de la plaquita que lleva colgada. Tal vez, me habría equivocado de taquilla (181 por 182). Pensé que no me había fijado bien, en un principio, por lo que abrí sin más dificultad la taquilla aneja. Miré en su interior y, para mi sorpresa, caí en la cuenta que había cogido una toalla muy parecida a la mía (azul celeste y algunas líneas anaranjadas) junto a una llave también equivocada. Seguro que ambas prendas estaban juntas, al borde de la piscina. Antes de cerrar la taquilla me fijé en que, junto a un pequeño maletín beige, su propietario había dejado un reloj y una pulsera o esclava (en plata y oro, de joyería) la cual me resultó curiosamente familiar. Era similar, o exactamente igual, a la que yo había regalado a la chica, con la que estaba saliendo, con motivo de nuestro primer aniversario. Y lo más preocupante del caso era que en ese corazón, que nucleaba el aro dorado, lucían las iniciales grabadas, correspondientes a las de Cristina y mi propio nombre. Estaba seguro, completamente seguro, que esa pulsera era la que yo había comprado y mandado a grabar. Por supuesto, los números de la fecha coincidían, puntualmente, con los del inicio de nuestra relación.

Un tanto pensativo en la preocupación, y tras cerrar ese pequeño espacio, volví a la gran piscina y localicé mi toalla y la llave, cambiándolas por las que en un principio había tomado por error. Ambas tenían un colorido estampado prácticamente similar. Ya en casa, le seguía dando vueltas en la cabeza al tema de la pulsera que reposaba en aquella taquilla. Eran demasiadas coincidencias, por lo que las dudas me sobrevinieron de forma un tanto traviesas. La verdad es que no recordaba si, en los últimos días, Cristina había llevado puesta en su muñeca la pulsera que yo le había regalado. Esa tarde, a las siete, habíamos quedado citados en la puerta de la academia, donde ella se está preparando para unas futuras oposiciones a la Administración local. Obviamente, iba a estar pendiente acerca de si ella llevaba o no la preciada pulsera. Podría haberle preguntado por el móvil. Pero preferí contarle, personalmente y de forma detallada, el curioso cambio que había tenido con las toallas y llaves en mi tiempo para la natación.

Tomábamos un helado, sentados en una de los establecimientos que alegran el Puerto malagueño. Desde nuestro encuentro en la tarde, me fijé que su brazo no portaba la dichosa pulsera. Tras comentar algunos hechos, más o menos intrascendentes, le pregunté directamente por esa pieza de joyería, que no lucía en su muñeca. De inmediato observé como su cara y estado de ánimo cambiaron de color y equilibrio, respectivamente. Aunque en un principio su respuesta fue que la tenía en casa y que la reservaba para ocasiones especiales, pronto cayó en un inusual silencio (ella es un tanto compulsiva, en sus necesidades de expresión). En lo poco que habló, a continuación, era evidente su incomodidad desde la pregunta que yo le había efectuado. Terminamos nuestra merienda y la acompañé hasta su domicilio, pues me comentó que esa noche le tocaba estudiar algunos temas atrasados que le habían explicado en la academia.

Camino de casa, reflexionaba sobre el por qué no le había contado lo ocurrido esa mañana en la piscina. Hubiera sido lo más lógico, a fin de aclarar todas mis dudas. Pero su cambio expresivo, cuando le hice alusión a la pulsera, me había provocado y dejado en un “mar” de dudas. Tal vez sentí un poco de miedo sobre una respuesta que, en la verdad, podría caminar por los senderos más insospechados. Y si la hubiera perdido o se la hubieran quitado o robado ¿no hubiera sido más lógico su explicación o comentario al respecto? Cada vez estaba más seguro de que la joya que había visto en la taquilla de la piscina, por el error o confusión en las llaves, era la misma que, con ilusión, había regalado en esas fechas tan emblemáticas que todos tenemos en nuestras vidas. Si realmente Cristina no la tenía ya consigo, en los próximos días o semanas tendría que explicarme qué es lo que realmente había sucedido. Desde luego, ni ella ni yo habíamos sido unos modelos de recíproca confianza, durante ese ratito que compartimos.

Poco más de las once y media, en la noche. Me suena el móvil y compruebo que es Cristina quien está llamando. Un poco alterada, al otro lado de la línea, me dice que necesita explicarme algo importante y desagradable.

“Tenía que haber sido más sincera contigo, cuando estábamos sentados en la cafetería. Pero es que se trata de un tema algo incómodo y desagradable (lo estoy sufriendo desde hace ya una semana)  y me daba un cierto temor o pudor conocer la reacción que ibas a tener cuando lo supieras. Creo que te lo debo explicar con todos los detalles, pues ocultar estas cosas no conduce a buen puerto. Sabes que mi hermano pequeño, el que se tuvo que casar, lo despidieron de la empresa de mensajería donde trabajaba, hace ya casi siete meses. En realidad, sólo tenía un contrato eventual por lo que no le dieron prácticamente nada, cuando lo echaron a la calle. Ahora, con una niña pequeña, pagando un alquiler de cuatrocientos euros, sólo tienen las horas esporádicas que consigue su mujer, trabajando en una empresa de limpieza. Lo están pasando canutas. Vienen a comer a casa de mis padres todos los días.

Yo creo que ha sido él. Hace doce días, vi que la pulsera había desaparecido de un joyerito que tengo en mi dormitorio. En un principio pensé que la hubiera podido perder. Y que también me la hubieran quitado. Pero habría tenido que ser en mi propia casa. Y, claro, sospeché de él. Pero viéndole tan alterado, y con esos cambios tan drásticos en su ánimo, no me atreví a acusarle o preguntarle por su autoría en ese posible robo. Desde luego mañana, cuando venga a comer con su mujer y la niña, voy a hablar con él, privadamente, para preguntarle por este incómodo tema. Te explicaré toda la respuesta que obtenga. Y quiero que sepas perdonarme, por no haberte dicho la verdad cuando esta tarde me hiciste la pregunta. Te aseguro que lo estoy pasando bastante mal. El haber perdido tu precioso regalo. Y las dudas con respecto a mi hermano y sus problemas. Todo ello me tiene también alterada”.

Cuando finalizó su muy larga explicación, me correspondió a mi narrarle la experiencia, con todos los detalles necesarios, que había tenido esa mañana en la piscina pública. También tuve que disculparme por no haber sido sincero, cuando hablamos durante la merienda. Ahora lo que teníamos que hacer era no perder los nervios. Ella hablaría con su hermano y, a tenor de su respuesta, buscaríamos la mejor solución para este desagradable asunto.

Al día siguiente no pudimos vernos, a causa de mi trabajo. Volví tarde a casa y, tras la cena, le hice una llamada. Percibí la voz de Cristina un tanto deprimida o afectada por el desánimo. Me dijo que, efectivamente, había tenido una discusión muy desagradable, en palabras, con su hermano. Éste, en primer lugar había negado ser el autor del robo aunque, más tarde, reconoció su autoría. La había vendido en una tienda de compra-venta de oro y empeños, a fin de conseguir algún dinero con el que subsistir. Que se sentía desesperado, con la situación económica y anímica que estaba atravesando. Y que al final, su padre había intervenido en la terrible discusión que ambos mantenían. Este hombre había decidido pedir cita a un psicólogo amigo, a ver de qué forma este profesional podía ayudar a su hijo.

Con los datos oportunos, Cristina y yo fuimos a esa casa de empeños. Allí nos confirmaron que, tal como sospechábamos, habían tenido esa joya. Pero que había sido comprada, hacía ya unos cuatro días. Vivimos tiempos de crisis y radicalismos. También, de angustia y desesperación. De absurdos y mentiras. De presiones e inestabilidad. ¿Para cuándo, la esperanza en la racionalidad? Pero el destino, como tantas veces ocurre, nos habla y explica. El mera azar había provocado que la confusión de unas toallas y unas llaves me desvelaran el inicio de una historia que, más pronto o tarde, habría tenido lógicamente que conocerse.

Ahora, cuando vuelvo de realizar mis ejercicios de natación, tengo especial cuidado en no confundir la toalla que utilizo, ni las llaves de mi taquilla. Las sorpresas suelen aparecer en los momentos y lugares más insospechados para nuestros deseos. En nuestro segundo aniversario, Cristina iba a tener una pulsera igual o mejor que la protagonista material de esta historia. Aunque el mejor regalo debe ser siempre…. fomentar y enriquecer, en cada uno de los días, la confianza recíproca.-


José L. Casado Toro (viernes, 21 junio, 2013)
Profesor
jlcasadot@yahoo.es

viernes, 14 de junio de 2013

15 AÑOS. ADOLESCENCIA Y FAMILIA.


Es una edad preciosa y difícil al tiempo. A ratos, apasionante. En no pocos casos, descontrolada. Pero gozando la plenitud natural de la vitalidad. Incluso, en la expresión popular, se le suele dar al número quince el dulce apelativo de “la niña bonita”. Muchos jóvenes alcanzan esa edad nuclear, que pone fin a la infancia y abre el camino de la adolescencia, con un buen equilibrio en sus respuestas. Ante el entorno, que les vincula. Y, también, ante la identidad de sus propias conciencias. Pero en otros casos, ciertamente bastante repetitivos, esa frontera cronológica supone un mar tempestuoso para la complicación. Sufren ellos y padecen quienes les acompañan. Padres, profesores, familiares y amigos, pueden dar fe de estos contrastes que tanto afectan al carácter de los jóvenes adolescentes. Hablamos de una edad en la que se suele mezclar la rebeldía, ante lo establecido, la insatisfacción, ante la racionalidad de lo natural, la introversión o la huida, ante las formas o los comportamientos y el desprecio inconformista, ante un entorno que se considera falso y agresivo. Para algunos puede suponer la denominada “edad del pavo” pero, en otros muchos casos, puede considerarse la edad o etapa de la primera,  y especialmente emblemática, gran crisis existencial en las personas.

GRACIA QUEREJETA MARÍN (Madrid, 1962) nos traslada, en su sexta dirección cinematográfica, a ese mundo en el que jóvenes y familias tratan de negociar un punto común de equilibrio, en la inestable y recíproca ventisca de la incomprensión personal. 15 AÑOS Y UN DÍA, estrenada comercialmente el viernes 7 de junio (dos días más tarde, su padre Elías Querejeta Gárate (Hernani 1934 - Madrid 2013) un gran productor de cine, nos dijo adiós, en la búsqueda de nuevas producciones, por el cielo inmenso de las estrellas) fue premiada en el pasado Festival del Cine Español, en Málaga. Recibió la biznaga de oro a la mejor película, junto a la biznagas de plata al mejor guión (de la propia Gracia y Antonio Santos) y banda sonora original.  


SÍNTESIS ARGUMENTAL

JON (Arón Piper, Berlín 1997) es un chico de quince años, huérfano de padre, desde los diez. Atraviesa una fase difícil en su carácter: inconformismo, soluciones drásticas, profunda irresponsabilidad, agresividad como respuesta, desprecio al fin ante un entorno que le condiciona y limita en su percepción. No puede comprender que los demás sufran, soportando sus incómodas acciones que llevan el signo de lo desagradable, el riesgo e, incluso, la violencia. Vive junto a sus madre, Margarita. Pero así no es como llaman en familia a esta mujer.

MARGOT Aguirre (Maribel Verdú, Madrid 1970) es viuda de Nicolás, el cual puso fin a su vida tras conocer las infidelidades afectivas que mantenía su compañera, pero dejando a ella y a su hijo en una cómoda situación económica. Margot quiere e intenta ser actriz,  pero fracasa, una y otra vez, cuando se presenta a las pruebas de casting. Protege y disculpa todas las acciones de su hijo, hasta que las violencias del joven le mueven (tras su expulsión del colegio) a enviarlo, los meses del verano, para que viva junto a su abuelo Max, a fin de que éste intente enderezar al díscolo nieto. 

MAX (Tito Valverde, Ávila 1951) es un militar retirado que intervino en la Guerra de Bosnia  (Mostar, Bosnia y Herzegovina) conflicto que le ha dejado muy marcado en su carácter. Tras cuarenta años de matrimonio, hace tres que se ha separado de su mujer CATI (Susi Sánchez, Valencia 1955), yéndose a vivir, junto al mar, en Alicante. El sentimiento de rechazo y desprecio, entre ambos ex cónyuges, es manifiesto y constante. Max intenta enderezar el comportamiento desviado de su nieto, pero los choques, generacionales y de carácter, en dos seres con profundos problemas de identidad, se suceden en el día a día.

Jon hace pronto amigos, en esa bella ciudad mediterránea del levante peninsular. Son jóvenes desarraigados, que viven en una cierta marginalidad de las buenas costumbres. Así es el caso de NELSON, el grupo de los ecuatorianos y, también, ELSA, una dulce adolescente que trabaja en el cíber regentado por su padre y que por las tardes ejerce de peluquera. Es la novia de Nelson pero, paulatinamente, se siente atraída hacia Jon. También interviene, en la narración de la historia, un chico gay, TONI, que cultiva la música y que por su formación cultural es encargado por Max  para que ayude en el estudio a Jon, aunque éste rechaza ese oferta de aprendizaje.

La última parte de la película adquiere tintes sombríos en la inmensidad de lo dramático y lo criminal. Violencia, muerte y horas de hospital, en el mundo de esos chicos que malgastan las oportunidades para mejorar como personas. Y, en esta fase del metraje, adquiere protagonismo la no bien explicada figura de la inspectora ALEDO (Belén López, Sevilla 1970), separada y rechazada por su hijo, también de quince años, que vive con su padre. Mantiene un difícil acercamiento afectivo con Max.


ASPECTOS INTERESANTES PARA EL ANÁLISIS


a   a)  MAYORES Y JÓVENES.

Sería fácil, pero alejado de lo justo, plantear un discurso simplista acerca de la insensatez de esos adolescentes. Jóvenes que malgastan la oportunidad de su tiempo y se enfrentan, violenta e incluso criminalmente, a un mundo que rechazan, no entienden y desprecian.  Pero ¿y los adultos? ¿Qué ejemplo, que tipo de valores les están aportando? Si focalizamos este planteamiento en Jon ¿qué es lo que ha estado “libando” metafóricamente hablando, en sus quince años de vida? Una madre que le da la razón cuando, en la mayoría de ocasiones, no la tiene. Y eso es maleducar. Esa misma madre, acomodada en lo económico, engaña a su marido (persona obsesionada por los automóviles) quien sintiéndose frustrado y relegado, pone fin a su vida. Se aleja de la crueldad de su mundo, pero deja huérfano a un hijo, con diez años, que necesita del amor, la responsabilidad y autoridad, de un padre, para siempre ya, ausente. Jon tiene unos abuelos que, tras décadas de convivencia, caen en la cuenta que entre ellos ya no existe nada, sólo el rechazo recíproco e incluso el odio. Para el chico, el mundo de los mayores es falso y sin el sentido lógico que percibe su necesidad. ¡Cuántos dramas hay en muchos jóvenes cuyo origen se halla en la incapacidad, en el egoísmo y en la pobreza en valores de unos familiares escasamente ejemplares, para la óptica de unos pre - adolescentes, en plena fase de evolución orgánica y temperamental!

     b) ¿CREDIBILIDAD INTERPRETATIVA?

Para aquellos espectadores que sean especialmente observadores de esta cualidad o capacidad artística, el oficio de estos personajes no llega a convencer en plenitud. Ni a pesar de sus desplantes, travesuras y fechorías, el joven Jon da la imagen de un adolescente visceral, violento o pre-criminal. Sólo con mirarle a la cara nos damos cuenta que está lejos, muy lejos, del Antoine Doinel, en  Les 400 coups (Los 400 golpes) François Truffaut, 1959. Max hace footing, da órdenes a su nieto,  habla de la guerra de Bosnia, pero difícilmente da la talla de un soldado amargado, con el necesario carisma castrense. Cati, la abuela materna, intenta mostrar su rencor de mujer frustrada, en el ocaso de su vida pero, plano tras plano, no lo consigue. Si no hubiera aparecido en pantalla, no habría sido echada de menos. Ese amor de última oportunidad, entre Max y la inspectora Aledo, resulta falso, sin garra, falto de explicación, a pesar de la cita “para el aliño” del penúltimo plano fílmico. Posiblemente esos pies que corren por el agua de la playa, antes de los títulos de crédito, sean los de esta mujer que nos quiere convencer que ejerce de policía. Al chico gay, Tony, que practica el solfeo y hace de profesor para Jon, le hacen llevar a cabo una interpretación que resulta francamente ridícula. Un buen director debe modelar la expresión de los personajes, como primer objetivo escénico. Y esa expresión, en este chico, es sencillamente patética. Sin duda, él no tiene la culpa. Sólo Maribel Verdú, Margot, con su buen oficio, aporta algo de esa credibilidad que echamos en falta a lo largo de una gran parte de esos 96 minutos de vidas infelices.

c   c)  ¿RESULTA DE UTILIDAD, SU VISIONADO?

Sin duda. Una persona que ama el cine siempre encontrará, en la proyección de una historia, valores y aspectos interesantes para su inteligente y pragmática aplicación a la vida. Todo film, desvaído o valioso en su realización, genera un enriquecimiento didáctico para nuestra constante e insaciable necesidad de aprender. El problema con esta película consiste en que la crisis de la adolescencia es un tema recurrente, en el cine de todas las épocas. Y este loable esfuerzo, de la directora Querejeta, lo sentimos como muy light, sin la garra o intensidad suficiente a fin de que nos impacte su historia, la interpretación o el mensaje. No convence. Y ese es el problema. Sería innecesario visionar esta cinta para afirmar que la crisis de un adolescente es la crisis previa de una familia, de un entorno social y de un mundo donde los valores han dejado de sustentar a no pocas, sino muchas, de las respuestas.


¿Y QUÉ PUDO SUCEDER DESPUÉS?

A pesar del atractivo físico y social que posee Nerea, su novia o pareja madrileña, Jon no olvida la humildad, sencillez y cariño que irradia Elsa. Esos tres meses en Alicante han calado mucho en su vida por lo que, tras comenzar el nuevo curso, con nuevas crisis y fracasos escolares, pide a su madre que le permita volver a vivir con su abuelo. Aunque Margot rechaza, en principio esta posibilidad, su relación (fogosa y sexualmente descontrolada) con un productor de televisión, once años menor que ella, prioriza sus intereses sobre la racionalidad responsable. Jon se encontrará mejor con  esas nuevas señas afectivas que ha encontrado en el levante mediterráneo. La relación de Aledo con Max se va consolidando, pues son dos almas solitarias que buscan desesperadamente esa luz que les permita gozar de amaneceres y atardeceres que justifiquen la existencia.

La joven Elsa, la chica que no quiso estudiar “porque carecía de memoria”, está peinando a una señora obesa que ojea, somnolienta, una revista del “corazón”. Sigue castigando sus manos con ese shampoo de cada día cuando ve, con ilusionada sorpresa, a una querida persona, por el cristal empañado en la humedad del otoño. Hay luz, tras una ventana que conforta, susurra y habla. Ambos gozan de la sonrisa, mientras un diligente zoom nos va alejando, de manera progresiva y romántica, del interior y exterior de ese modesto, pero verdadero, espacio que sustenta cariño y necesidad. La sobreimpresión de los títulos de crédito se ve acompañada con una suave y dulce acústica para la esperanza.-

José L. Casado Toro (viernes, 14 junio, 2013)
Profesor
http://www.jlcasadot.blogspot.com/