Quiero
invitarte a conocer y compartir una bella pero, sin embargo, complicada y
misteriosa historia de caracteres y respuestas. Entre los personajes que en
ella interactúan, se articulan dudas y razones, luces y preguntas, destinos y
secretos. Todo ello en el seno de unas vidas que protagonizan las palabras,
expresadas en voz baja y, también, con esos silencios que afloran desde la
transparencia de sus miradas. Deva es una
chiquilla alegre y desenfadada, que alcanza ya los cinco años de edad. Vive en
una pequeña aldea situada, entre el valle y la montaña, allá por las tierras
verdes y escarpadas del norte peninsular. Atio
y Cadia, sus pacientes y generosos abuelos,
cuidan con mimo y responsabilidad el crecimiento de esta niña que, para ellos,
es el mejor tesoro que el destino ha querido depararles, ya en el atardecer
profundo de sus existencias.
Como
cada mañana, la pequeña acude al colegio de su “seño” donde aprender a
descubrir el sentido de las letras, los números y la suave bondad en los
comportamientos. Además de sus compañeros de aula, en esta humilde escuela
rural, que nuclea a los niños de las casitas dispersas por la zona, tiene otros
muchos amigos. Son los árboles y las
nubes, el sol y el viento, los pájaros y los animales de la granja, junto al
agua del torrente…. espacios y elementos de la naturaleza que enriquecen su
conocimiento, asombro e imaginación, en la plasticidad receptiva de su inquieto
carácter. Sabe esperar ilusionada la oportunidad de poder jugar con su primo Arquio, un año mayor que ella, cuando el tío Cosme acude a
visitar a los abuelos. Estos familiares viven allá, en el otro valle, tras la
montaña y, siempre que vienen, se acuerdan de traerle algún pequeño regalo que
ella recibe y cuida con la emoción y atención que la novedad le depara. Son
tardes traviesamente divertidas, en las que ambos primos corretean y disfrutan
por el inmenso parque de una verde y húmeda naturaleza.
Para
ella, en la normalidad de los días, Atio, junto a Cadia son los mejores padres,
aunque esa palabra quede sustituida por la de abuelo o abuela, en la proximidad
familiar del parentesco. A veces, la espontaneidad y naturalidad de sus
preguntas ponen en apuros la prudencia de estas personas que quieren responder
a su nieta en todo aquello que saben decir y explicar. Especialmente, cuando la
niña quiere saber quién es su mamá o su papá. En esa tensa oportunidad, Atio
habla del cielo y la distancia, mientras que Cadia entorna la mirada,
esforzándose por regalar, desde su corazón para con todos, una tierna sonrisa.
Y es que Deva apenas recuerda a su mami. Sólo
tiene la imagen muy difusa de una linda mujer, que la acunaba y cuidaba con
mucho cariño. No la reconoce en la única foto que le han mostrado, tras su
insistencia. Cuando apenas tenía un año, su mamá dejó de estar en casa. Le
dicen que su nombre era Amia y que tuvo que
emprender un largo viaje. ¿Hacia qué destino? ¿Hacia ese cielo azul celeste,
que cobija a las estrellas, o para otros lugares, aquí en la tierra, donde se
borran las señas y las luces para la identidad?
Le aconsejan que ahora es tiempo para el juego, de aprender y disfrutar,
pues la hora de las preguntas y respuestas seguro que a todos nos ha de llegar.
Cuando ella sea mayor sabrá comprender, perdonar y aceptar.
Una
tarde, mientras jugaba con su primo, el abuelo y el tío Cosme hablaban de sus
cosas. Los temas eran casi siempre los
referidos a la granja, al mercado de la capital, donde solían llevar sus
productos y comentarios acerca de la situación política que atravesaba el país,
allá en la década de los ochenta. A Deva le resultaban incomprensibles y
aburridos esos temas, por lo que dejaba a los mayores con sus cosas y ella se
disponía a organizar alguna nueva aventura, divertida y traviesa para el
entretenimiento. Ante la insistencia de Arquio, fue a su cuarto para traer su
álbum de estampas, de esas que solían venir en las tabletas de chocolate, y
enseñárselo una vez más a su primito. Pasó por delante del salón y escuchó unas
frases que le dejaron intrigada.
“¿Sabes algo de mi hermana? Son ya muchos años para que
todo siga igual…. Total, por un grave
error de juventud”.
“Cosme, para nosotros es como si hubiera desaparecido en
la vida. Cuatro años ya y sólo alguna llamada por Navidad. A veces creo que va
a sonar el teléfono y que mi hija va a estar al otro lado de la línea. Para
decirme que se encuentra bien pero, sobre todo, para conocer algo de este
regalo de persona que tuvo que dejarnos, en aquellos terribles momentos de
miedo y tensión. Pero las amenazas y el temor tal vez expliquen estas difíciles
actitudes y respuestas en las personas”.
Deva
apenas entendía nada sobre el sentido de todas estas expresiones. Sólo una
palabra le llevó a recordar el nombre de su madre. Y esto la entristeció
porque, una vez más, quiso preguntarse por el lugar donde ella estaría. Y por
qué tuvo que irse…. cuando tanto la necesitaba. Ya casi no se atrevía a
preguntar más al abuelo por su mami pues, además de no darle una razón, que
ella entendiera, lo veía como enfadado y nervioso. En modo alguno deseaba
disgustar a esta gran persona a quien tanto quería. No volvería a preguntar más
por esa cuestión, aunque pensaba que algún día el abuelo, quien a buen seguro
poseía toda la verdad, tomaría la decisión de compartir con ella la solución a
su angustia. Para su sosiego y necesaria
felicidad.
Y así pasaban los días y las páginas, en ese fluir
aritmético y vital del calendario. Pero, vayamos a otro lugar marcado en la
distancia.
Hoy
es noche de sábado, con un cielo nublado que no deja ver las estrellas. Amenaza
humedad, posiblemente llueva. Pero, aún así, la temperatura es soportable, para
estos primeros días de un junio que hace aproximarse al verano. Dos mujeres
están sentadas junto al gran ventanuco de la buhardilla donde residen. Observan
el trasiego circulatorio de luces, prisas y personas por Broad Street, en la
populosa city de Birmingham. Son compañeras de
trabajo en una residencia para la tercera edad, ubicada al noroeste de esta
importante urbe británica del Midlands. Comparten, desde hace año y medio, el
alquiler de este pequeño habitáculo, soportable en su coste, que se halla muy
bien situado con respecto a una línea de metro. Medio de transporte que las
traslada, cada una de las mañanas, para atender a esas personas mayores, necesitadas
de afecto y servicio. Evelyn escucha con
manifiesta atención las palabras en
confidencia de Amia.
“Nos conocemos
desde hace ya más de un año. Va para casi dos. Y siempre nos hemos llevado
bastante bien. Has aceptado con generosidad la privacidad de mi historia y, en
cambio, tu siempre has sido muy abierta para hablarme de aquellas cosas y
personas que forman parte de tu vida. Te aseguro que tengo motivos para haber
sido tan reservada. Tan escasamente comunicativa. Esta noche me siento con fuerzas
y animada para ofrecerte algunas claves, que te pueden ayudar a comprender
mejor tanto silencio acerca de mi pasado”
“Hace no muchos
años, yo era una joven con ganas de aventura y experiencias, algo alocada e
irreflexiva, que se trasladó desde un pequeño núcleo rural en el norte de mi
país, en España, hasta la capital madrileña. Necesitaba el cambio y la
aventura, alimento para casi una adolescente con la cabeza repleta de proyectos,
castillos y destinos. El ritmo de aquellos meses de adolescencia y juventud
fueron frenéticos y descontrolados. Hice muchas, muchas tonterías que, hoy día,
me asombran por la insensatez y riesgo que entonces no supe o pude calibrar.
Entre ellas, hubo una que ha marcado, de una forma cruel, la realidad de mi
vida. No te puedo dar datos, por supuesto, pero sí algunas claves para tu mejor
comprensión. Mi físico, mi carácter, eran muy atractivos en aquellos casi
veinte años que yo tan bien sabía lucir. La casualidad hicieron que me
relacionara y vinculara con una persona muy importante, en la significación del
país. Importantísima. Nuestra relación, duró unos cuantos meses, todo ello en
medio del secreto. Fui una más, en la novedad cotidiana de sus desahogos. Posiblemente,
una de las que más duró en ese armario anónimo para el juego de su utilidad.
Una insensatez, por mi parte, provocó lo que era más que previsible. Mantuve en
secreto el embarazo, hasta cuando pude. Una vez hecho evidente, las alarmas se
dispararon. Y llegó la locura desenfrenada de las ambiciones y la
seguridad de todos los que mandan y
pueden.
“Te hablo de
aquellos años finales de los setenta. La situación política era difícil e
inestable. Cualquier dato, acerca de mi realidad y circunstancias, podía
levantar truenos y tempestades. Lo más fácil para ellos era que yo
desapareciera. Y llegaron las amenazas y los miedos. Sentí mucho temor e
incluso pánico. Sólo me dejaron una salida. Abandonar el país y el sello
pactado de mi silencio. Por la mentalidad del personaje, ese nuevo ser que yo
gestaba se pudo salvar para la vida. Apenas un año, pude tener y criar a mi
hija. Me sentía sin fuerzas, para luchar en el extranjero (era la única salida
que me permitían y urgían) con una niña de tan corta edad. Cobardemente, hoy lo
puedo decir, pensé que era preferible que mis padres se
encargaran de la pequeña. Con ellos tendría una seguridad que yo no me veía
capacitada para ofrecerle, en aquellos mis convulsos momentos. Me pusieron un
billete de avión en la mano, advirtiéndome claramente que, por mi seguridad,
tenía que olvidarme de una historia que resultaba peligrosa para no pocos
intereses. Con mucho miedo, que aún no he perdido (las amenazas eran evidentes)
me vine a vivir y trabajar aquí.”
“Va ya para
cuatro años y no he vuelto a pisar el suelo de la tierra donde nací y viví
hasta la juventud. ¿Mis padres? Apenas les llamo, porque es algo que también me
prohibieron. Pero sé que algún día tendré el valor y la confianza de poder
recuperar a mi hija. Y vivir junto a ella. Para darle esa madre que le ha sido
arrebatada, por mi inconsciencia e inseguridad. A nadie, aparte de mi corta
familia, le he narrado ese espacio de mi vida. Lo hago contigo porque te
considero como una buena hermana. Tu equilibrio y cariño me han facilitado
estabilidad, equilibrio y, esa autoestima, que todos necesitamos para caminar
por esta selva donde el destino ha querido situarnos.”
Evelyn
ha permanecido atenta a toda la confianza que Amia ha querido transmitirle.
Ante las lágrimas de su amiga, toma sus manos entre las suyas y le regala una
sonrisa para la serenidad. Y, a muchos kilómetros de esta entrañable
buhardilla, una preciosa cría de cinco años, se entretiene junto a su abuela
Cadia. Ambas están haciendo un trajecito para su muñeca preferida, Beba. Se
acerca el verano y el calor hace necesario cambiar el vestuario.
“Abuela ¿los juguetes sienten como nosotros el calor o el
frío? ¿ Y les gustan las chuches?” “Yo no lo sé seguro, hijita. Como siempre
están tan callados……. De todas formas, vamos a seguir cosiendo este trajecito
que a Beba mucho le va a gustar. El verano está ahí, detrás de la puerta y ni
tu ni yo queremos que la pobrecita pase calor ¿verdad?”
Tras
una noche de templanza térmica, el día ha amanecido resplandeciente, con un
cielo limpio y pleno de sol. El bello paisaje de la montaña se engalana con
sencillez de aroma, luz y color. Valles y laderas están casi todas ellas
cubiertas con ese manto verde de naturaleza, que alegra y tonifica nuestros
mejores sentimientos y esperanzas. Pero, una madre y
su hija, entre las razones e intereses de un pasado inestable, sufren la
separación. Mañana, o tal vez esa otra fecha para la sorpresa, el destino puede
resolver el absurdo de tantos comportamientos en las respuestas. Hay que
buscar, tiene que haber, un espacio que acomode y cultive el placer de la sonrisa.-
José L. Casado Toro (viernes, 31 mayo, 2013)
Profesor