Ayer
jueves, 21 de Junio, comenzó oficialmente el Verano,
según cálculos del Observatorio Astronómico Nacional, dependiente del
Ministerio de Fomento. Aquí, en Málaga, percibimos esta estación meteorológica
con el intenso sabor térmico que genera y embriaga el calor. El sol y la playa,
la recuperación del tiempo y las vacaciones, la fuerza económica, cosmopolita y
multicolor del turismo, junto a ese dulce y lúdico letargo que pone fin a un
curso de nueve meses, en el añorado argot escolar.
Fluyen
preguntas y miradas ilusionadas, ante la inmensidad onírica del deseo. ¿Qué
voy a hacer hoy? ¿Cómo prepararé o imaginaré el que va a ser un nuevo mañana?
¿Quedé satisfecho, con mi día de ayer? Si, a pesar del sopor que nos afecta,
cuando el tórrido terral puede contra el viento de levante, es un buen momento
para leer, para pensar, para conversar. Resulta enriquecedor saber observar. Tan
bueno y positivo es, para nuestra persona, practicar algo de deporte, entonando
el organigrama físico de lo corporal, como reflexionar y reprogramar en la
intimidad susurrante de lo nuestro. Sí, nos llega la anhelada luminosidad vital
que proporciona el verano. Pero mañana, con el ritual críptico de los símbolos,
disfrutemos la víspera de San Juan. Noche de luna
y fuego, de color y mar, de sonido y misterio, con brujas, conjuros y
aquelarres, para vibrar en nuestro ensueño, para dibujar aquel sentimiento de
lo imposible, para purificar los vanos pesares que incomodan estrofas
superfluas en los recuerdos.
Una
de las actividades más suculentas, tanto para lo físico, como en la dimensión
anímica de nuestro equilibrio, consiste en caminar a
través del laberinto o tejido urbano que conforma la ciudad. Andar,
andar despacio, despreocupado, ajeno a las prisas rítmicas que impone, sin
rubor, la regularidad mecánica del minutero. Recorriendo calles y plazas,
bullicios comerciales y el silencio mágico de los jardines, rincones olvidados
y traviesos juegos de sombras que pueblan ilusionados el atardecer. Es un
verdadero disfrute recorrer la malla entrelazada de una ciudad que te abre, con
afecto y dulzura, la mano de su franca y sutil hospitalidad.
Siento
y percibo una ciudad castigada por el incivismo de la
suciedad. Somos descuidados en el esmero de la limpieza. Culpa de nadie
y todos. Pero una epidermis urbana lastrada por la falta de cuidado, en su aseo
de cada día, dice mucho del carácter de aquéllos que la pueblan. Los servicios
operativos de limpieza hacen lo que pueden, con una modesta dedicación presupuestaria
que se les adjudica desde el Consistorio. ¿Se limpia en las calles del centro
turístico de la misma forma como se hace en los barrios periféricos? Me temo
que no. Y aquella interesante política de los contenedores de residuos
soterrados ha priorizado determinadas zonas (siempre las mismas) quedando el
resto de la planimetría olvidada de este higiénico y visual servicio municipal.
Pero, al margen de esta desidia o discriminación para el ciudadano que paga
“religiosamente” sus tributos, somos nosotros, tu y yo, quienes ensuciamos la
pureza estética de nuestro entorno inmediato. Y no culpemos siempre la
responsabilidad de la gente joven, pues estos chicos y chicas, tienen unos
padres encargados de su educación. ¿Y cómo funciona el mimetismo ejemplar de
tantos padres y madres? Una ciudad limpia brillaría y luciría más en los ojos
receptivos de aquellos que la visitan. También, permitiría una calidad de vida mejor a todos
aquellos que la gozan, pueblan y aman.
El
ciudadano se pregunta y sufre, una vez y otra, por la lenta realidad de unas obras públicas que se eternizan en su finalización.
Sea cual sea el color político de la Administración que las controla y financia
(con el dinero de todos los contribuyentes). Si una obra, de titularidad
privada suele realizarse con bastante agilidad, cómo es posible que aquéllas
que dependen de los ayuntamientos, las diputaciones, la Junta de Andalucía o
del Gobierno central, tarden tanto, superen en el despilfarro sus presupuestos
iniciales y permanezcan inacabadas, sin explicación o razonamiento suficiente a
todos aquellos que, de una forma directa o indirecta, sufrimos las
consecuencias de su ralentización o bloqueo.
¿Ejemplos en Málaga?
Todos los que la paciencia se avenga a soportar. Lamentablemente, hay
donde elegir Las reformas del puerto malacitano han durado más de una
década. La situación de las paralizadas
obras del metro, entre la Estación Vialia y la Avda. de Andalucía es, a todas
luces, injusta e inconcebible. ¿Cuánto se tardó en construir el parking subterráneo
en calle Salitre? La adaptación del edificio de la Aduana, para el Museo de
Bellas Artes de la ciudad, con un tiempo de ejecución de ¡tres años! Y sin
garantías que se cumpla o respete ese larguísimo período de re- construcción. Y
nos seguimos preguntando por la solución que se debe dar a los Baños del
Carmen, un maravilloso espacio abandonado por décadas. ¿Y el futuro Auditorio
de la ciudad? ¿Y ese desaprovechado cauce del río Guadalmedina? ¿Y ese
edificio, que costó 21 millones de euros, en la Plaza de la Merced, o aquél
otro que albergó la central de Correos, en la Avenida de Andalucía? Ambos
cerrados y en estado de ruina, con el dinero de todos los ciudadanos
malgastado, por la incompetencia impune de los dirigentes políticos.
En
mis lúdicos paseos por el tejido urbano, suelo sentir el halo testimonial de
las barriadas, con sus gentes, sus tiendas, sus parques, sus secretos y deseos,
su vida intergeneracional, en el discurrir de cada uno de los días. Sea el
Perchel o la “Triniá” (Trinidad): Capuchinos o Nueva Málaga; las Flores o
Ciudad Jardín; la Unión o la Malagueta; Martiricos o El Palo …….. Traigo a la
memoria, con afectiva añoranza, aquellas antiguas
ferias locales, en las numerosas barriadas de la ciudad. Eran disfrutadas,
hace cuatro o cinco décadas, por muchos vecinos que adornaban con flores y
farolillos de colores las placitas y espacios entre sus calles. Para convivir y
jugar en la fiesta. Con música, concursos, tómbolas, amores y piropos, bailes y
“carricoches” o calesitas para “niños” de todas las edades. Cuatro o cinco
días, más o menos una entrañable semana de fiesta, en que la calle era el
domicilio relacional y comunal de unos vecinos, humildes pero alegres, que
bebían, bailaban y cantaban, con la entrada de una Primavera o Verano pleno de
calor, luz y proximidad. ¿Recuerdan a ese niño o niña, con atuendo y alegría
veraniega, que juntaba sus escasos céntimos en aquella vieja y destartalada,
pero acogedora, caseta de feria, para disparar a las gruesas bolas de anís, con
un obsoleto fusil de cañones puntualmente desviados, utilizando como munición o
balística los pequeños perdigones o proyectiles de plomo? Por cierto, aquellas
bolas estaban “inundadas” de anís. Y del fuerte. Deliciosas.
“Good morning….. Excuse me ¿Where´s…. the Cathedral…..or
the Park … We want to go to…. Do you
speak English, please? ¿How do we get to the Cathedral?” Ante mi dos turistas
ingleses. Hombre de ojos saltones y
generoso “michelín”. Mujer, también sobrada en gramos. Matrimonio, compañeros o
amantes, ambos de la tercera edad. Un tanto despistados entre la telaraña
urbana que los atrae. Lucen gorrillas azules y gafas ahumadas colgadas de sus
cazadoras, shorts colores crema y rojo, respectivamente, chancletas de goma,
azules y blancas, y plano en mano, debidamente arrugado por el uso, para una
semana de vacaciones de bajo coste, conseguida o “atrapada” a través de
Internet. “Yes, you can go by this street, go straight ahead. At the next
square, you will see a high tower. Turn right at the corner. The Cathedral is
at the end of that Street. Saint Mary street”. Gestos de agradecimiento. Intercambio
de amables sentimientos en nuestras miradas. Thank you and thank you, too. Con
el lenguaje mímico y algunas palabrillas en su idioma, logramos entendernos.
Continué
mi cálido y apacible paseo, camino del Puerto. A poco de llegar al Palmeral, se
me pone delante un hombre de apariencia joven, muy próximo a la cuarentena,
quien sonriéndome sabe regalarme una frase ya muy conocida y escuchada con placer.
“¿No me reconoce? Porque Vd ha sido Profesor de Historia
¿verdad?. Coincidimos hace ya bastantes años. Yo entonces estudiaba el BUP y
aún mantenía aquella buena cabellera que hace años perdí.”
No
recuerdo prácticamente nada de esta agradable persona que, rápidamente, me
facilita su nombre y apellidos. Mi cabeza se mueve, con lentitud, dando muestra
a mi antiguo alumno de que comienzo a recordar. Mi interlocutor se encuentra
acompañado de dos pequeños, niño y niña, que me observan extrañados y
sonrientes, con sendos helados en sus manos. ¿Y como se llaman estos niños tan
guapos? Acierto a preguntar. Nando me explica que los fines de semana le
corresponden a él, según decisión negociada ante el juez. La pequeña le tira
del pantalón reclamándole que van a llegar tarde a la película. Aún tienen que
coger el vehículo del parking portuario. Van a ir al área de Plaza Mayor, pues además del cine, hay unos
juegos…… Nos intercambiamos el correo electrónico, a fin de seguir en contacto
y nos despedimos con el afecto del inesperado y grato reencuentro. El viento
del terral y el levante continúan su incruenta competición, sobre la azulada
mirada de unas aguas mediterráneas que nos hablan de historia, aventuras,
intimidad y sosiego. Verano, de calles y gentes, de luces
y sombras, de miradas y silencios, en nuestro placentero y caprichoso deambular.-
José
L. Casado Toro (viernes 22 de Junio, 2012)
Profesor
http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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