viernes, 22 de junio de 2012

CAMINAR E IMAGINAR, EL VERANO.



Ayer jueves, 21 de Junio, comenzó oficialmente el Verano, según cálculos del Observatorio Astronómico Nacional, dependiente del Ministerio de Fomento. Aquí, en Málaga, percibimos esta estación meteorológica con el intenso sabor térmico que genera y embriaga el calor. El sol y la playa, la recuperación del tiempo y las vacaciones, la fuerza económica, cosmopolita y multicolor del turismo, junto a ese dulce y lúdico letargo que pone fin a un curso de nueve meses, en el añorado argot escolar.

Fluyen preguntas y miradas ilusionadas, ante la inmensidad onírica del deseo. ¿Qué voy a hacer hoy? ¿Cómo prepararé o imaginaré el que va a ser un nuevo mañana? ¿Quedé satisfecho, con mi día de ayer? Si, a pesar del sopor que nos afecta, cuando el tórrido terral puede contra el viento de levante, es un buen momento para leer, para pensar, para conversar. Resulta enriquecedor saber observar. Tan bueno y positivo es, para nuestra persona, practicar algo de deporte, entonando el organigrama físico de lo corporal, como reflexionar y reprogramar en la intimidad susurrante de lo nuestro. Sí, nos llega la anhelada luminosidad vital que proporciona el verano. Pero mañana, con el ritual críptico de los símbolos, disfrutemos la víspera de San Juan. Noche de luna y fuego, de color y mar, de sonido y misterio, con brujas, conjuros y aquelarres, para vibrar en nuestro ensueño, para dibujar aquel sentimiento de lo imposible, para purificar los vanos pesares que incomodan estrofas superfluas en los recuerdos.

Una de las actividades más suculentas, tanto para lo físico, como en la dimensión anímica de nuestro equilibrio, consiste en caminar a través del laberinto o tejido urbano que conforma la ciudad. Andar, andar despacio, despreocupado, ajeno a las prisas rítmicas que impone, sin rubor, la regularidad mecánica del minutero. Recorriendo calles y plazas, bullicios comerciales y el silencio mágico de los jardines, rincones olvidados y traviesos juegos de sombras que pueblan ilusionados el atardecer. Es un verdadero disfrute recorrer la malla entrelazada de una ciudad que te abre, con afecto y dulzura, la mano de su franca y sutil hospitalidad.

Siento y percibo una ciudad castigada por el incivismo de la suciedad. Somos descuidados en el esmero de la limpieza. Culpa de nadie y todos. Pero una epidermis urbana lastrada por la falta de cuidado, en su aseo de cada día, dice mucho del carácter de aquéllos que la pueblan. Los servicios operativos de limpieza hacen lo que pueden, con una modesta dedicación presupuestaria que se les adjudica desde el Consistorio. ¿Se limpia en las calles del centro turístico de la misma forma como se hace en los barrios periféricos? Me temo que no. Y aquella interesante política de los contenedores de residuos soterrados ha priorizado determinadas zonas (siempre las mismas) quedando el resto de la planimetría olvidada de este higiénico y visual servicio municipal. Pero, al margen de esta desidia o discriminación para el ciudadano que paga “religiosamente” sus tributos, somos nosotros, tu y yo, quienes ensuciamos la pureza estética de nuestro entorno inmediato. Y no culpemos siempre la responsabilidad de la gente joven, pues estos chicos y chicas, tienen unos padres encargados de su educación. ¿Y cómo funciona el mimetismo ejemplar de tantos padres y madres? Una ciudad limpia brillaría y luciría más en los ojos receptivos de aquellos que la visitan. También,  permitiría una calidad de vida mejor a todos aquellos que la gozan, pueblan y aman.

El ciudadano se pregunta y sufre, una vez y otra, por la lenta realidad de unas obras públicas que se eternizan en su finalización. Sea cual sea el color político de la Administración que las controla y financia (con el dinero de todos los contribuyentes). Si una obra, de titularidad privada suele realizarse con bastante agilidad, cómo es posible que aquéllas que dependen de los ayuntamientos, las diputaciones, la Junta de Andalucía o del Gobierno central, tarden tanto, superen en el despilfarro sus presupuestos iniciales y permanezcan inacabadas, sin explicación o razonamiento suficiente a todos aquellos que, de una forma directa o indirecta, sufrimos las consecuencias de su ralentización o bloqueo.

¿Ejemplos en Málaga?  Todos los que la paciencia se avenga a soportar. Lamentablemente, hay donde elegir Las reformas del puerto malacitano han durado más de una década.  La situación de las paralizadas obras del metro, entre la Estación Vialia y la Avda. de Andalucía es, a todas luces, injusta e inconcebible. ¿Cuánto se tardó en construir el parking subterráneo en calle Salitre? La adaptación del edificio de la Aduana, para el Museo de Bellas Artes de la ciudad, con un tiempo de ejecución de ¡tres años! Y sin garantías que se cumpla o respete ese larguísimo período de re- construcción. Y nos seguimos preguntando por la solución que se debe dar a los Baños del Carmen, un maravilloso espacio abandonado por décadas. ¿Y el futuro Auditorio de la ciudad? ¿Y ese desaprovechado cauce del río Guadalmedina? ¿Y ese edificio, que costó 21 millones de euros, en la Plaza de la Merced, o aquél otro que albergó la central de Correos, en la Avenida de Andalucía? Ambos cerrados y en estado de ruina, con el dinero de todos los ciudadanos malgastado, por la incompetencia impune de los dirigentes políticos.

En mis lúdicos paseos por el tejido urbano, suelo sentir el halo testimonial de las barriadas, con sus gentes, sus tiendas, sus parques, sus secretos y deseos, su vida intergeneracional, en el discurrir de cada uno de los días. Sea el Perchel o la “Triniá” (Trinidad): Capuchinos o Nueva Málaga; las Flores o Ciudad Jardín; la Unión o la Malagueta; Martiricos o El Palo …….. Traigo a la memoria, con afectiva añoranza, aquellas antiguas ferias locales, en las numerosas barriadas de la ciudad. Eran disfrutadas, hace cuatro o cinco décadas, por muchos vecinos que adornaban con flores y farolillos de colores las placitas y espacios entre sus calles. Para convivir y jugar en la fiesta. Con música, concursos, tómbolas, amores y piropos, bailes y “carricoches” o calesitas para “niños” de todas las edades. Cuatro o cinco días, más o menos una entrañable semana de fiesta, en que la calle era el domicilio relacional y comunal de unos vecinos, humildes pero alegres, que bebían, bailaban y cantaban, con la entrada de una Primavera o Verano pleno de calor, luz y proximidad. ¿Recuerdan a ese niño o niña, con atuendo y alegría veraniega, que juntaba sus escasos céntimos en aquella vieja y destartalada, pero acogedora, caseta de feria, para disparar a las gruesas bolas de anís, con un obsoleto fusil de cañones puntualmente desviados, utilizando como munición o balística los pequeños perdigones o proyectiles de plomo? Por cierto, aquellas bolas estaban “inundadas” de anís. Y del fuerte. Deliciosas.

“Good morning….. Excuse me ¿Where´s…. the Cathedral…..or the Park … We  want to go to…. Do you speak English, please? ¿How do we get to the Cathedral?” Ante mi dos turistas ingleses. Hombre de ojos saltones  y generoso “michelín”. Mujer, también sobrada en gramos. Matrimonio, compañeros o amantes, ambos de la tercera edad. Un tanto despistados entre la telaraña urbana que los atrae. Lucen gorrillas azules y gafas ahumadas colgadas de sus cazadoras, shorts colores crema y rojo, respectivamente, chancletas de goma, azules y blancas, y plano en mano, debidamente arrugado por el uso, para una semana de vacaciones de bajo coste, conseguida o “atrapada” a través de Internet. “Yes, you can go by this street, go straight ahead. At the next square, you will see a high tower. Turn right at the corner. The Cathedral is at the end of that Street. Saint Mary street”. Gestos de agradecimiento. Intercambio de amables sentimientos en nuestras miradas. Thank you and thank you, too. Con el lenguaje mímico y algunas palabrillas en su idioma, logramos entendernos.

Continué mi cálido y apacible paseo, camino del Puerto. A poco de llegar al Palmeral, se me pone delante un hombre de apariencia joven, muy próximo a la cuarentena, quien sonriéndome sabe regalarme una frase ya muy conocida y escuchada con placer. “¿No me reconoce?  Porque Vd ha sido Profesor de Historia ¿verdad?. Coincidimos hace ya bastantes años. Yo entonces estudiaba el BUP y aún mantenía aquella buena cabellera que hace años perdí.”

No recuerdo prácticamente nada de esta agradable persona que, rápidamente, me facilita su nombre y apellidos. Mi cabeza se mueve, con lentitud, dando muestra a mi antiguo alumno de que comienzo a recordar. Mi interlocutor se encuentra acompañado de dos pequeños, niño y niña, que me observan extrañados y sonrientes, con sendos helados en sus manos. ¿Y como se llaman estos niños tan guapos? Acierto a preguntar. Nando me explica que los fines de semana le corresponden a él, según decisión negociada ante el juez. La pequeña le tira del pantalón reclamándole que van a llegar tarde a la película. Aún tienen que coger el vehículo del parking portuario. Van a ir al área de  Plaza Mayor, pues además del cine, hay unos juegos…… Nos intercambiamos el correo electrónico, a fin de seguir en contacto y nos despedimos con el afecto del inesperado y grato reencuentro. El viento del terral y el levante continúan su incruenta competición, sobre la azulada mirada de unas aguas mediterráneas que nos hablan de historia, aventuras, intimidad y sosiego. Verano, de calles y gentes, de luces y sombras, de miradas y silencios, en nuestro placentero y caprichoso deambular.-

José L. Casado Toro (viernes 22 de Junio, 2012)
Profesor
http://www.jlcasadot.blogspot.com/

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