Hubo
un tiempo, allá en las décadas finales de la anterior centuria (suena muy lejos
¿verdad?) en que se discutió el valor prioritario de la memoria. Fue en el ámbito
escolar. Años ochenta y noventa, en plena vorágine de cambios para el sistema
educativo en España. En la aplicación de las sucesivas normativas, que los
Ejecutivos programaban, y el Parlamento legislaba, para los colegios e
institutos, se ponían en tela de juicio determinados criterios y estrategias.
Eran valores que, hasta ese momento, estaban considerados o marcados con la
categoría del indiscutible reconocimiento y la aceptación subsiguiente. Sí,
fueron muchos los cambios, a tenor de los vaivenes electorales, que tuvieron
como punto de focalización las comunidades educativas. Siglas, conformadas
generalmente con tres letras, que hablaban de modificaciones sustanciales en el
“qué enseñar” “cómo enseñar” “cómo aprender” y “cómo
educar”.
Con todas sus variables, se mantiene hoy el espíritu y la letra
de la LOGSE, como guía o libro de ruta en el periplo educativo
intergeneracional. Efectivamente, la capacidad de la memoria fue muy discutida
y vilipendiada entre la “clase avanzada” de las reformas. Aquellas vanguardias
para el cambio, santificaron otros preceptos, habilidades o categorías, en
lugar del esfuerzo, el sacrificio, la responsabilidad, la autoridad, la
competitividad, el respeto y el reconocimiento al docente. También, la memoria.
Si analizamos hoy, cómo acceden a los estudios de Secundaria, no pocos alumnos
procedentes de la Educación Primaria; si consideramos el bagaje de
conocimientos y destrezas con el que muchos alumnos de Bachillerato acceden a
la Universidad,; si contrastamos estadísticas y baremos internacionales, para
nuestros escolares, podremos reflexionar, con serenidad, acerca de los aciertos
que trajeron aquellas reformas pero, al tiempo, lamentarnos de los profundos
errores que alocadamente se perpetraron
en la formación de las sucesivas generaciones. Sí, por supuesto, la
capacidad de la memoria es importantísima e insustituible entre los recursos
mentales de toda persona. Y hubo un tiempo desacertado, en el que necia y
torpemente fue denostada, arrinconada e incluso despreciada. Nadie duda que son
insustituibles las capacidades de comprensión, argumentación y análisis
interpretativo. La racionalidad, como guía, eje y pilar de nuestra
inteligencia. Pero “demonizar” a la memoria fue una
penosa imagen de irracionalidad.
Pero
no es de la memoria humana de lo que se va a hablar en
este relato. Va a ser de otro tipo o clase de memoria. La informática. Y
en concreto, de los periféricos que soportan y conservan millones y millones de
datos, generados a través de las redes a las que accedemos, en el día a día,
desde nuestro ordenador. Esta pequeña historia se va a nuclear en la persona de
Tony. 42 años, casado con Lourdes, cinco años menor. Tienen dos hijas, Estrella y Luz María,
ambas estudiantes en un centro de titularidad religiosa, que cursan el primero
de la ESO y él último de la Educación Primaria, respectivamente. El matrimonio
trabaja en un bufete de abogados, cuya sede se halla ubicada en el área
universitaria de Málaga, zona oeste de Teatinos. Se conocieron en la Facultad
de Derecho y, en la actualidad su matrimonio navega por las aguas de la
acomodación rutinaria, sin especiales incentivos afectivos.
En
cualquier centro de trabajo es usual hoy día que,
entre los compañeros, se intercambien materiales informáticos. Entre éstos,
destacan aquéllos que por su peso en megas no pueden ser enviados, con
facilidad, por correo electrónico. Los servidores de Internet más generosos
establecen un tope al “grosor” o volumen de estos archivos. Aunque hay algunos
procedimientos para superarlos, son 25 megas el límite máximo que puede ser
enviado vía e-mail. Reitero, en los servidores más generosos del mercado. A
causa de esta limitación, los compañeros y amigos se pasan estos materiales más
voluminosos mediante los discos (procedimiento y soporte en vías de extinción)
y, de forma hoy día mayoritaria, utilizando los “lápices electrónicos”
denominados en el argot informático “pen-drives”.
Estos pequeños soportes, de muy fácil manipulación, tienen un precio realmente
asequible. Los que pueden albergar archivos para cuatro u ocho gigas, son
especialmente baratos. Ya, para los de 16 o 32 gigas, resulta más gravosa su
compra. Para hacernos una idea, en uno de 8 gigas pueden caber entre cinco y
siete películas de aquellas que se descargan (con un tamaño estándar) en la red
multimedia. En este despacho de abogados, como en tantas y tantas empresas, es
más que frecuente que cada mañana, el compañero o amigo de trabajo te deje un
pen electrónico con unas películas o archivos musicales, gesto que tu vas a
compensar con otros materiales interesantes para compartir.
Aquella
mañana del lunes, fue muy densa para el
trabajo. Ese primer día de la semana hacíamos una jornada intensiva, hasta las
cinco de la tarde, con un descanso, cercano a la hora, para tomar algo suculento
en un restaurante cercano. Estuve almorzando con mi compañero Juan (fuimos
juntos al Instituto y compartimos también la vida universitaria) y con Selena, joven bien parecida y muy agradable, que
llevaba poco más de un año colaborando en nuestro bufete. Era una muy hábil
especialista en lo penal. Cercana a la treintena, creo que había tenido una
larga relación con un médico pero que el vínculo no llegó a sustentarse.
Conocía de mi afición por el cine y, al ser gustos comunes, solíamos
intercambiar películas descargadas en los portales o redes cinematográficas.
Ese día me dejó, en un pen drive de cuatro gigas, dos películas proyectadas aún
en cartelera. “Tienen muy buena imagen y el sonido es bastante aceptable para
ser grabaciones screener. Te van a gustar”. Ya en casa, aquella noche me
dispuse a descargar, del pen, los dos films en mi ordenador, a fin de
devolverle su lápiz electrónico, con algún material propio de películas
románticas, género que le apasionaba. Efectivamente, ahí se encontraban los dos
jugosos archivos cinematográficos, junto a un archivo de texto Word, cuyo
título era un tanto enigmático: “Es mejor, decírtelo
así”. Pensé que sería una nueva broma de Selene, dada a ocurrencias
graciosas que a todos nos hacían reír, en los momentos de tensión profesional.
Tras
la copia de las películas, sentí curiosidad por conocer el contenido de ese
archivo que las acompañaba. No era excesivamente largo de texto, pero muy denso
en su significado. La verdad es que quedé asombrado pues, en sus palabras había
sinceridad, sentimiento, sufrimiento y mucho amor. Era, ni más ni menos, una
franca y confidencial declaración de afectos hacia una persona que no era
nombrada. El pronombre tu, junto al yo, poblaban amplios espacios de unas confidencias profundas, íntimas, anhelantes, que me dejaron
bastante sorprendido. Pronto cambié mi primera apreciación. No era una
broma, ni mucho menos. Era un texto que vinculaba a dos personas, una de las
cuales era mi compañera de trabajo. Parecía lógico que Selene le había enviado
ese archivo a alguien, con el que estaría manteniendo una relación afectiva muy
intensa y, por algunas palabras, explícitas o subliminares, bastante tórrida. Aún
asombrado, pensé cuál sería la decisión más afortunada con respecto al archivo
amoroso, tiernamente sentimental. Pensé en dejarlo allí, como si no lo hubiera
leído. También consideré en decírselo a mi joven compañera. Igual ella no se
había dado cuenta de que algo muy íntimo, con su firma y sus palabras, estaba
circulando, acurrucado en una esquina de su pen-drive. Desde luego, el
destinatario de la declaración afectiva, tenía que ser una persona muy afortunada. El
cariño, el sentimiento de esta mujer era más que manifiesto. En algunos
de los párrafos, desgarrador.
No
le comenté este hecho a Lourdes. Estaba acostando a las niñas y, además, las
vías comunicativas entre ambos, sin estar bloqueadas o interrumpidas, eran más
que aburridas e insustanciales. Nuestra relación se veía afectada por el
letargo de la monotonía y el vacío. Por otra parte, entre Selene y mi mujer,
nunca hubo esa proximidad o connivencia que anida en dos personas cercanas,
amigas o íntimas. Más bien todo lo contrario. Un rechazo de carácter recíproco
llevado, eso si, con la más exquisita y cordial educación.
Así
que a la mañana siguiente, cuando Selene se levantó de su mesa para ir a
desayunar, aproveché la oportunidad para intercambiar unos minutos con ella,
café y tostada de por medio. Hacía tiempo que Lourdes y yo desayunábamos con
diferentes compañeros. “Te devuelvo tu memoria,
tras haber copiado las dos películas. Deben ser interesantes, especialmente la
española. Me gusta mucho como actúa Belén Rueda. Está en un punto de madurez
interpretativa verdaderamente óptimo.” Mi interlocutora se mostraba, en
esta oportunidad de la mañana, inusualmente silenciosa, eso sí, regalándome su
sonrisa, un tanto angelical y picarona. Jugueteaba con una pequeña servilleta de
papel, parcialmente arrugada. “Selene, he leído……
un tercer archivo, que venía en tu pen-drive. Posiblemente no te has dado
cuenta de que iba junto a las dos películas. Es muy íntimo y te lo quería decir
para que extremes la prudencia, cuando ofrezcas tu memoria electrónica a otra
persona. Por supuesto, no dudes que voy a ser muy discreto. Además, creo que de
manera afortunada, no venía en el texto el nombre del destinatario. Así todo es
más íntimo entre vosotros…. aunque yo haya conocido el contenido de esa vía
comunicativa.”
Siguió
jugueteando con esa, ya muy arrugada y manoseada, servilleta de papel. Y, al
fin, rompió su nervioso, pero sonriente mutismo. “Querrás
decir….. entre nosotros o, al menos, en mi persona. Desde hace meses, es
algo que siento. Muy difícil de evitar. Lo vas guardando hasta que…. Ayer me
decidí a confiártelo. Los sentimientos no se pueden controlar tan fácilmente. Y
en ese texto se refleja gran parte de lo que siento hacia ti”. “Pero, tu no comprendes, Selene, lo que me estás diciendo….
Lourdes……” “Pobre, pobre Tony. Eres como un niño y eso te hace aún más
atractivo y sensual ante mí. Aún no te has dado cuenta de lo que está pasando en tu
vida. Como suele decirnos la experiencia, el marido es siempre el último
en enterarse”.-
José
L. Casado Toro (viernes 15 de Junio, 2012)
Profesor
http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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