El título de este relato nos trae a la memoria aquella gran película italiana de grato recuerdo, rodada en 1960. Vittorio de Sica dirigió a Sophia Loren y a Eleonora Browm (Cesira y Rosetta) en una humana y trágica historia, ambientada durante la 2ª Guerra Mundial, cuando Italia estaba siendo liberada del fascismo por el avance de las tropas aliadas. Sin embargo, en este momento, quiero referirme a la historia de Sonia y Nora, dos seres que se atrevieron a cruzar sus sentimientos, sus anhelos y deseos. Veamos si nos dejan asomarnos, con respeto y atención, a la privacidad de sus vidas.
Se conocieron allá en las vacaciones de 2004, durante la celebración de un Curso de verano, en la romántica ciudad de Ronda. Ambas ejercen de Profesoras de Secundaria, en dos Institutos relativamente cercanos por la zona oeste de Málaga. Sonia, 47 años muy bien llevados, explica la materia de Física y Química, aunque en ocasiones ha tenido que atender a unas Matemáticas, en cursos iniciales de la ESO. Carácter fuerte, posesiva sobre su entorno, refleja físicamente una estructura asténica y practica con intensidad el senderismo y la natación. Nunca ha tenido pareja, aunque físicamente es atractiva y cultivada en lo intelectual. Aprobó las oposiciones hace ya once años después de haber recorrido numerosos destinos, en la Geografía andaluza, como Profesora contratada por la Junta. Tras intimar con Nora, viven juntas en su piso reformado, ubicado por el laberinto antiguo de la capital. Esta compañera es doce años más joven que Sonia. Alegre, desenvuelta, comunicativa, desordenada, cariñosa y algo “locuela” en la apreciación de su entorno, tuvo una relación de varios años con un compañero de la infancia, e incluso llegaron a convivir sin pasar por la vicaría o por el Registro Civil. Es profesora de Literatura, aunque también hace sus pinitos con el dibujo y los lienzos al óleo. En realidad, Nora es una joven sensible, generosa, influenciable por los demás y con fases en su vida de profunda e inestable inseguridad. Físicamente padece una tendencia a incrementar gramos en el cuerpo, aunque lucha con ejemplar disciplina a fin de equilibrar una anatomía cuya imagen, en su conjunto, es bastante atractiva.
Hace ya casi siete años, estos dos caracteres acercaron su intimidad, dando un largo paseo por la Alameda del Tajo, en un atardecer anaranjado y aromático a finales de julio. Fue una extensa conversación en la que a poco comenzaron a intercambiar recuerdos, anhelos y circunstancias. También soledades, necesidades, dudas y silencios. Fueron semanas, las que sucedieron, en que dos seres, huérfanos de afecto, no encontraron por qués para la distancia y sí razones para la unión de sus deseos. En Sonia, esa vinculación suponía una respuesta más que arraigada en su compleja naturaleza. Pero nunca había tenido oportunidad para llevarla a la práctica. ¿Miedo, recelo, ambiente, familia, disimulo….? Hubo en su vida no pocas noches en vela, sintiendo y componiendo escenas y actitudes, en las que ella y muchas otras ellas hablaban, compartían y sonreían sus soledades, angustias y necesidades. Pero nada material, nada real. Todo en la esfera de la imaginación y el deseo. Por el contrario, en la vida de Nora, ese impulso novedoso y atrayente hacia una persona con el mismo cuerpo pero con diferentes sentimientos, fue algo tan inesperado y apasionado que transformó profundamente su forma de reconocerse, en el ser y en el actuar. Su cuerpo le reclamaba otro lenguaje, otro alimento, otra necesidad para su estabilidad. Había conocido en la profundidad relacional a un hombre. Ahora, sin apenas suponerlo, era una mujer la que formaba pareja con su intimidad.
Esa vivencia compartida tuvo momentos espléndidos para la ilusión y el sosiego. Volver a casa y saber que alguien te espera. Recibir esas palabras de consuelo y afecto, cuando el devenir del día se había tornado plomizo y nublado para tu desconcierto. Conmemorar, con intensa alegría, fechas del calendario que significaban eventos agradables para el gozo y el recuerdo. Aquel apasionado viaje, en la segunda primavera de sus vidas compartidas, realizado entre Grecia y Egipto, quedaría grabado con sentimientos y palabras que significan y saben a felicidad. También es verdad que, de forma traviesa y sibilina, fueron llegando experiencias menos gratas y más dolorosas. Probablemente alguna mirada indiscreta pudo observar, en aquel domingo de septiembre, sus manos unidas y ese beso en los labios que no se recataron en privatizar. Pero ese gesto afectivo para la unión fue realizado en una terraza solariega que mira al mar. Alguien estuvo observando, te reconoció y lo comentó en la cena familiar. Llegas a clase de tercero y captas una atmósfera diferente a la usual. Palpas en el ambiente la expectación que se respira esperando, sin duda, la reacción de la Profe Sonia. Dejas tu bolso en la mesa, abres la carpeta de los apuntes y ejercicios y te vuelves para el encerado a fin de anotar un par de fórmulas de aerodinámica que ibas a trabajar. La pizarra estaba anormalmente limpia, pero sólo una palabra, rotulada con caligrafía capital, había quedo libre del borrador. Tu corazón se dispara en latidos para la velocidad cuando lees lo de “LESVICA”, escrito con uve y sin acento, para incultura, intolerancia y maldad de su joven autor. Fueron segundos muy difíciles, en el control de la tensión, que fácilmente podían desbordarte. Respiras aire de un ambiente viciado por la crueldad y con parsimonia tomas en tus manos el borrador. Eliminas la tiza que sustenta esas letras y, a continuación te vuelves y observas a tus 26 escolares. Sólo tres, aguantan tu mirada. Entre ellos, uno sonríe con indisimulado descaro. El resto de los alumnos y alumnas, tienen clavados sus ojos en las páginas de su manual de Física. Te vuelves a la pizarra y, sin perder la calma, escribes las formulas que toca explicar hoy en la materia. Tratas de no remover más lo indigno del comportamiento de ese ser que te acusa de algo malo, cuando tú no lo sientes así, y evitas dar parte a la Jefatura de Estudios. Aquella noche no pudiste reprimir el llanto, cuando siempre te has enorgullecido de ser muy fuerte ante la dificultad. Te ves abrazada a Nora que sólo acertaba a decirte, con voz baja y afectiva “ya todo ha pasado. No pienses más en ello. Lo importante es que yo estoy aquí, junto a ti”.
¿Y cual fue la actitud de vuestras respectivas familias, en esa unión o convivencia que decidisteis protagonizar? (Responde Nora) “En general, bastante bien. La comprensión de mis padres yo la he sentido de manera absoluta. Bien es verdad que al principio les sorprendió, y mucho, la decisión que adopté. Sobre todo, después de la unión que mantuve con Alberto durante esos años. Como nunca llegaron a verme totalmente feliz durante esa etapa, entendieron mejor la ruptura y la respuesta, un tanto inesperada, que posteriormente se generó en mi vida. También mi hermana Araceli, un cielo de persona, siempre ha estado conmigo en todo lo que he decidido. La admiro y quiero, con toda mi alma, por su continua bondad, a pesar de lo dura que está haciendo la vida con ella, soportando tantas decisiones médicas para un cuerpo tan castigado como el suyo sin un mal gesto por su parte. Del resto de mi familia, no puedo hablar con tanta benevolencia” “Pues, en mi caso, (habla Sonia) he de confesar que mi madre, prácticamente, no me habla. Es una mujer muy chapada a la antigua que siempre fue especialmente crítica ante mi independencia y vida en soledad. Al ser hija única, se lamentaba, de forma continua, de que no le ofreciera unos nietos para su madurez. Le crispaba y molestaba en demasía los comentarios de sus amigas de sacristía, acerca de mi soltería. Como nunca me conocieron con un novio que me acompañara, sé que más de algún comentario hiriente hicieron al fuerte orgullo de mi madre que, a tenor de su ego, tuvo que provocarle un profundo dolor. El día que le dije abiertamente que me disponía a vivir en compañía afectiva de Nora, su respuesta fue dramática. Prácticamente me dijo que no le volviera a visitar. En la pasada Navidad, cuando estuvo malilla, si fui a verla (vive con una hermana más pequeña) pero el rato que estuve en casa con ella fue de lo más gélido y frío que he vivido en mucho tiempo. En cuanto al resto de la familia….. pues abundan esas sonrisas y comentarios, con segundas, con los que se pretende herirte sin más. Sin embargo mi tío Pedro, que ha paseado por medio mundo (fue marino mercante, gran truhán pero mejor persona) ha sido el único que un día vino a casa y me dijo con mucho cariño que siempre estaría conmigo en esta mi decisión. Que me respetaba por lo valiente que había sido y que su mano estaría siempre abierta a mi necesidad. Realmente, es de lo mejor que he conocido”.
¿Y en el caso de vuestros compas de trabajo? (respuestas intercaladas, por parte de mis dos agradables y comunicativas interlocutoras) En mi Instituto suelo cuidar, con habilidad, mi privacidad, al margen de un par de compañeros con los que si he intimado algo más. Si conocieran algo, tampoco es tan grave la cosa, suelen tener la delicadeza educada de personas adultas. Pues, en mi caso, algo parecido. Un día, al entrar en la Sala de Profesores, noté que dos compas estaban hablando de mí. Cambiaron rápidamente de conversación y las vi un tanto incómodas por si yo había captado algo de sus comentarios. No le di más importancia aunque me dio que pensar, al tratarse de dos compañera muy jóvenes. Yo creo que nuestra relación es natural, es lo que deseamos, por lo que debemos actuar y comportarnos con esa normalidad que deseamos para nuestras vidas.
Fueron pasando las estaciones, los meses y los días. Se fue estabilizando el fulgor de la atracción, desde aquel noviciado impetuoso, tanto en lo espiritual como en lo orgánico. La letal patología de la rutina fue horadando sentimientos, afectos y lealtades. La aceptación de la convivencia se hizo, en ocasiones, difícil y conflictiva, pero siempre llegaba la terapia de la reconciliación, la cesión generosa y la primacía inevitable de la recíproca necesidad. Uno de los temas que más exigió del diálogo y la discusión fue la posibilidad de sustentar una descendencia. Descartada la opción de intentar luchar en el bosque inmisericorde de lo administrativo, con una adopción legal o paralegal, se puso sobre la mesa de sus sentimientos y realidades la vía médica de la inseminación artificial. En este plano, la actitud de Nora siempre fue más definida y valiente que la de Sonia que, en realidad, nunca integró la posibilidad de una maternidad para su proyecto vivencial. En sus consultas a un centro de planificación, Nora siempre tuvo el apoyo de su compañera y amante, estímulo más que necesario para una decisión de tan profunda y decisiva responsabilidad.
Algo debió ocurrir durante las visitas al centro de planificación. Sonia captó un progresivo distanciamiento en los gestos, las transparencias y en el cariño de Nora. Nunca tuvo motivos concretos para hacer explícita esos cambios que adoptan un lenguaje difícil de acomodar a las palabras. Están, se sienten, pero no tienen cuerpo físico que los sustente en lo material. Hubo algunas noches que, sin poder conciliar el sueño, el desconsuelo hizo brotar lágrimas acongojadas en el corazón de Sonia. En la noche de ayer sábado, iban a salir a cenar. Mientras se arreglaba, Nora entró en el dormitorio para acomodarle un pañuelo al cuello, pues hacía frío en el ambiente. Su compañera y amante no pudo más y estalló en un amargo y silencioso llanto. Nora no acertó a pronunciar palabra alguna, sólo se limitó a abrazarla durante unos críticos, líricos y silenciosos minutos.
Cenaron en un restaurante de luces intimistas y al poco se vieron paseando por un sendero ajardinado junto al mar. En esa noche, algo desapacible por la intensa humedad del oleaje, pero iluminada por una sacral bóveda de estrellas, una vez más se le hizo presente la figura esperanzada de Alex. Ese joven profesional de la medicina que había sabido despertar y potenciar en ella una atracción heterosexual, difícil de refrenar, sentimiento que pensaba había ya desaparecido en su vida. Desde un viejo chiringuito, con opacidad en sus ventanas por el tiempo y el descuido, llegaban las estrofas de Mujer contra mujer, recitadas por Ana Torroja la dulce y sensible voz de Mecano. Pudo ser una casualidad.-
José L. Casado Toro (viernes, 1 abril 2011).
Profesor.
http://www.jlcasadot.blogspot.com/
Buen trabajo, José Luis.
ResponderEliminarGracias por ese guiño a la Generación del pañuelo. Es una satisfacción descubrir que una propuesta de clase ha inspirado (o ayudado a inspirar) este texto.
Un saludo,
Ramón
Hola, José Luis:
ResponderEliminarMe ha impresionado la forma de estructurar el texto; se lee con mucha rapidez. Tienes un lenguaje muy rico que consigue evocar las escenas que acontecen en el relato. Me ha hecho mucha gracia el guiño al pañuelo del taller :-)