· ¡Señoritas, me parece que no habéis reparado en que llevo ya un ratito de explicación! ¡Venga, prestad un poco de atención, que lo que os estoy diciendo tiene bastante interés! En todo caso, pensad que hay compañeros y compañeras que sí quieren atender. Hay que respetarlos. Y al Profe, también.
· No se enfade, Profe, que no estábamos haciendo nada.
· Deli, de verdad que no estoy enfadado. Lo que pasa es que son las nueve menos veinticinco, no habéis parado de hablar y me queda una mañana muy larga. Y tú también, Carmen, abre la libreta y has el favor de copiar lo que estoy escribiendo en la pizarra. De verdad que algo de este tema “cae” en el próximo control. Por cierto, ya conocéis (os lo digo a todos) la última norma que ha dado el Director con respecto a la forma de venir vestido al Instituto. Veo, echando una miradita a mi alrededor, que más de tres y más de seis…. estáis incumpliendo la norma.
· José L. ¿me vas a echar de clase por la ropa? Lo digo porque me estás mirando al decirlo.
· Mira, Cristina, tu sabes muy bien que yo nunca te voy a echar de clase por ese motivo. Pero lo que llevas puesto no un chándal, sino que más bien parece un pijama. De todas formas, mañana jueves, a segunda hora, tenemos tutoría. Vamos a tratar el tema. No nos vamos a enfadar, sino que vamos a razonar. Y ahora me vais a dejar que siga explicando el por qué llueve. ¿No os parece interesante que aprendáis el proceso acerca de cómo se produce la lluvia…. ahora que estamos en tiempos duros de sequía? El agua es muy necesaria para la vida.
· Profe, le prometo que mañana voy a venir vestida de otra forma, para que a Vd le guste.
· Nasira, yo sé que lo vas a hacer muy bien. Yo te voy a apreciar igual vengas vestida de una forma u otra. Bueno, sigo explicando mi masa de aire que está “llenita” de agua. En concreto, de vapor de agua….”
Esta escena, algo desordenada pero real, resume una de las numerosas vivencias cotidianas que se establecen en el aula de clase, por parte de los alumnos con su Profesor. Es evidente que los actores, desarrollo y conclusiones podrían haber sido otros, tanto en el contenido como en la forma. Básicamente refleja a unos alumnos que hablan entre ellos, mientras su Profesor explica. Tienen sueño y frío, al comenzar la jornada de clase. Se les llama “la atención” con una cierta cordialidad, ante la falta de atención que prestan al trabajo de clase. Su respuesta ante la observación de quien dirige la explicación es receptiva en lo positivo. En otros casos, por supuesto, no lo es tanto, llegando a generarse un conflicto que puede acabar con algún “parte disciplinario” e, incluso, con la “expulsión” al aula de convivencia de los implicado en el hecho. Obviamente no se debe abusar de los partes o “denuncias” disciplinarias pues, en caso de que así se proceda, sus efectos provocan a medio plazo una pérdida de eficacia en la medida y resultados que se persigue. La expulsión de clase debe adoptarse, excepcionalmente, sólo en circunstancias de una manifiesta gravedad. Este desplazamiento al Aula de Convivencia debe tener un sentido reeducador. Haciendo los alumnos correspondientes trabajos complementarios o/y dialogando con el Profesor encargado del Aula en ese momento. Pero vayamos, de nuevo, al tema central que vamos a comentar en este artículo: la forma de vestir de los alumnos, cuando acuden a sus centros escolares.
Según aparece, de forma cíclica, en los medios de comunicación, algunos directores de Institutos se quejan acerca de la forma de vestir que llevan sus alumnos a clase. En base a ello establecen, en los Reglamentos que rigen la vida de las Comunidades educativas, normas específicas que regulan los límites acerca de la libertad de aquéllos para elegir la ropa que cada día utilizarán durante las horas de estancia en los Centros escolares. Parece ser que, en la estación invernal, algunos suelen llevar a clase sus pijamas de estar en casa. Y ya en los meses cálidos, pantalones de deporte que se transmutan en bañadores y zapatería más apropiada para andar por la arena de las playas o por el borde de las piscinas. En realidad todo es cuestión de criterios, gustos y estilos en las costumbres y hábitos.
Tradicionalmente, en algunos Centros educativos públicos y en una gran mayoría de Colegios de titularidad privada, especialmente confesionales en lo religioso, el uniforme establecido distinguía a los alumnos y alumnas de un determinada Comunidad Escolar. Incluso llegué a conocer un Instituto de Secundaria cuyos estudiantes lucían un bonito uniforme combinado por los colores gris y verde. Hoy día, incluso en los colegios privados de larga tradición docente, se ha liberalizado bastante la aplicación del uniforme. Algunos no lo tienen establecido y otros lo han eliminado para sus alumnos en el ciclo de bachillerato.
Parece obvio que la forma de vestir que uniformiza a todos los alumnos de un determinado Centro tiene más ventajas que inconvenientes. Si el modelo está bien elegido, tanto en diseño como en colorido, identifica, de manera positiva a todos aquellos que se vinculan a una determinada Comunidad Escolar. Es un elemento más para ir conformando la imagen heterogénea y personal de los ámbitos colegiales, con su color, escudo o anagrama y otras señas de identificación. Es un gasto que se ha de realizar al inicio del Curso pero que después compensa a la hora de elegir la opción para la vestimenta diaria y, sobre todo, evita esas “competiciones” sociales en la utilización de las “ropas de marca” que se establecen, especialmente, en los atuendos deportivos y al llegar la estación primaveral. Cuando se tienen esas maravillosas edades que hablan de la adolescencia, se puede sufrir bastante al ver que tu compañero de mesa o fila lleva una ropa de moda y de elevado precio que tus circunstancias familiares no te permite adquirir.
He de matizar que, a título personal, nunca me he sentido molesto acerca de cómo iban vestidos mis alumnos a clase. Y bien conocen ellos que, en general, me he abstenido de corregirles ese aspecto de su indumentaria. He sido tolerante con plumíferos y guantes, cuando el frío apretaba y con pseudo-bañadores y chanclas, cuando esas aulas se transformaban en verdaderos hornos por su peculiar orientación ante el Sol, durante los meses finales de Curso. Tampoco le he dado mayor importancia a determinadas camisetas y pantalones que dejaban libre a la vista determinadas zonas corpóreas, a poco que la interesada o interesado se extendiera sobre la mesa para escribir su ejercicio. En alguna ocasión, sí me acercaba con respeto a la alumna y tras una sonrisa le indicaba con el gesto (y sin que nadie lo advirtiera, sólo la interesada) que cubriese mejor aquella parte de su espléndida anatomía que pertenecía a su íntima privacidad. Generalmente la respuesta del alumno era una reacción inmediata para corregir la postura y otra sonrisa hacia mi gesto como muestra de agradecimiento. Nunca he entrado en mis Centros de trabajo con pantalón corto, ni tampoco en época vacacional. Por el contrario, he tenido compañeros docentes que han estimado procedente actuar de otra forma, utilizando en algunos momentos del año las bermudas, las camisetas deportivas y los aditamentos o zarcillos en alguna de sus orejas. No me ha importado, en absoluto esta actitud. Por tanto, alumnos y compañeros han contado siempre con toda mi tolerancia. Pero ello no es óbice para que defienda, desde siempre, la implantación del uniforme, como una de las señas de identidad de la “marca” que identifica a una comunidad educativa concreta.
¿Pijamas de estar en casa, dentro del aula? Algún profesional de la prensa escrita ha bromeado acerca de “lo bien que duermen determinados alumnos en las horas de clase”. Como siempre ocurre en estos casos, hay mucha gente que habla de lo que ocurre en las aulas sin trabajar en ellas, por supuesto. Si el Profesor no quiere, el alumno no se va a dormir en sus clases. Y no me estoy refiriendo al recurso de gritar, regañar o “poner” partes rosas o verdes, como actas de diligencia “penal”. Hay unas horas de tutoría colectiva, hay unas horas de recreo, hay unos teléfonos y correos electrónicos, hay unas oportunidades y coyunturas a fin de poder reconducir determinadas actitudes. No para el beneficio del profesor (que también) sino, muy prioritariamente, para la propia persona del alumno, en su imagen personal y colectiva. Para que el alumno cambie el pijama por unos vaqueros y el jersey correspondiente no hay que dar pauta a conflicto alguno. Es cuestión de habilidad y tacto.
Aquí se ha hablado de pijamas, somnolencias y otras expresiones corpóreas. Justo será también referirse a la actitud organizativa de directivas y Administración. No es justo que nuestro alumnos y sus Profesores tengan que pasar frío, en su lugar de aprendizaje, en su ámbito de trabajo. No es justo. Y se pasa frío. Y se soporta mucho frío. Y se pasa calor. Y se sufre el agobio insufrible del calor. Y el que posea refrigeración o calefacción en su aula, que no se sienta aludido. Igual ocurre con no pocos docentes que han de rendir visita al otorrino, con más frecuencia que la deseada, a fin de afrontar sus padecimientos fónicos, por la desidia de directivas y Administración a la hora de facilitar un sistema idóneo de megafonía en cada una de las aulas escolares. No todo han de ser las pizarras digitales. Y el que posea una estructura de megafonía en su aula, que no se dé por aludido. El que estas líneas suscribe, sí utilizó una megafonía en el aula. Tras visitar a especialistas en garganta, decidió adquirir un micrófono portátil con cargo económico a su bolsillo. Fue un fiel compañero de ayuda a la docencia durante mis diez últimos años de profesión. Volviendo al frío o al calor, se debe atender a la modulación térmica que se soporta en las aulas. Y aquí, en el Sur peninsular, las calefacciones en la escuela no son tan frecuentes como ocurre más allá de Despeñaperros. Me temo que no existen.
Han pasado ya unos meses. Los fríos y las nubes cargadas de lluvia nos ha dejado, para nuestro goce, una espléndida Primavera, con una atmósfera que sabe acariciar el verde naturaleza y un Sol que tonifica y enaltece nuestro ánimo y corporeidad.
· Veo, Isa y Carmen, que os habéis cambiado de sitio, buscando el rayito de Sol. Seguís siendo buenas amigas. Esa actitud de amistad es muy positiva.
· Sí, Profe, se lo íbamos a decir. Es que con este solecito nos tenemos que ir bronceando para cuando vayamos a la playa. Estamos muy “blancuchas”. ¿Qué le parece a Vd. como venimos hoy vestidas?
· Yo siempre os he visto muy guapas a las dos.
- ¡Gracias, Profe!
· Por cierto ¿habéis desayunado esta mañana, tras levantaros de la cama, antes de venir a vuestra -segunda casa-?
José L. Casado Toro (viernes, 8 abril 2011).
Profesor.
http://www.jlcasadot.blogspot.com/
Estoy de acuerdo contigo. El uniforme es lo mejor. Hace que no se establezcan diferencias entre los alumnos por el tipo de ropa y a la larga es lo más económico. Tuve uniforme en secundaria.
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