jueves, 18 de noviembre de 2010

DIÁLOGOS, DE YERMOS Y PREVISIBLES CONTENIDOS.


¡Hola, buenas noches! ¡Cuánto tarda en bajar. Deben de tenerlo cogido! Silencios, con alguna que otra sonrisa de regalo. Ha refrescado la tarde ¿verdad? Ya va llegando de verdad el otoño. Pasa tú primero, que nosotros nos quedamos antes. Tu eres del….. séptimo ¿no? Es que nunca me acuerdo. Se inicia un breve viaje, paralelamente al movimiento de llaves o consulta del correo, recién cogido del buzón. Permanece ese crispado e incómodo silencio, de apenas unos segundos, entremezclado con las nerviosas opciones para focalizar miradas y gestos en el agobiante espacio de un metro cuadrado. Tal vez haya algunos centímetros más de superficie, pero habilitada para un máximo de cuatro personas. Sigue la rutinaria acústica metálica de esas llaves liberadoras que, a poco, te abrirán las puertas de tu habitáculo hogareño. Hoy tienes escasas ganas para conversar pues el día ha sido un tanto agotador, en lo laboral y grisáceo, en su opacidad, para la novedad. Haces un esfuerzo, encomendándote a la diosa de las habilidades sociales y, mirando con ternura a una personita de ojitos azules, coleta enlazada de rojo y deportivas talla 29, regalas a su mami esa frase que siempre gusta escuchar. ¡Cómo va creciendo! Está ya hecha una mujer. Llegados al tercero, se bajan madre e hijita, con esa frase de irrealidad temporal: ¡venga, hasta luego! Para lo que resta del viaje, compartes el pequeño volumen del ascensor con la señora del sexto B. Vive con una hermana, algo más joven, desde que hace unos años enviudó. No es muy comunicativa, pero sí indiscretamente observadora. Te das cuenta de que te va escudriñando, de arriba para abajo, fijándose de manera descarada en la forma como vistes. Percibes, de inmediato, que no le agrada algo o todo de tu vestuario. Pero sigue callada. Ojeas, con escaso interés, las dos cartas de Unicaja que no has guardado en la cartera. Apenas se le escucha decir adiós, cuando te deja solo para llegar a esa planta que aún queda por ascender y donde tienes el domicilio. Y así, un día tras otro. Al igual que ayer y mañana.

He querido escenificar este largo párrafo que refleja uno de los muchos momentos en que hablamos con otras personas, más o menos conocidas, de la vecindad. Son conversaciones en las que vocales y consonantes articulan palabras. Pero son vocablos huecos, vacíos. Rutinarios. Posiblemente, trasladan consigo normas básicas de corrección y comunicación social. Pero, en su esencia más íntima, son frases, en la mayoría de los casos, huérfanas de contenido. Prevalecen los mensajes sin esencia, aparenciales y prescindibles, al margen de formas y gestos exigibles para una buena y mejor sociabilidad.

Vamos a regalarnos otra imagen teatralizada, obtenida con nuestra poderosa cámara visual, en un contexto cotidiano de la realidad. Sábado, poco más de las 19 horas. El cambio horario otoñal hace que las nubes se vislumbren, con su silueta blanquecida, sobre ese fondo oscuro que anticipa la inminencia nocturna. Hoy no observamos estrellas relucientes en el firmamento que nos cobija, pero sí mucha gente poblando la cafetería de un bullicioso Centro Comercial. Enfrentados, lo digo por su ubicación en el espacio, ella y él. Ruido, luces, bolsas y paquetes, con dos personas en silencio ante un descafeinado y un té sólo. Tazas aún humeantes, acompañadas de una tostada con mantequilla y mermelada, para la mujer. Ambos se hallan en esa edad que se aproxima más al cuatro que al tres, en la decena. La niña se ha quedado esta tarde con la abuela María, ya que ellos han ido a comprar algunos juguetes para la Navidad y Reyes. Tras un buen rato de sinuoso recorrido, en el lúdico circuito que conforman los expositores de los regalos, han encontrado interesantes opciones para garantizar las necesidades de esas fechas, en niños que se van haciendo mayores y en adultos que continúan siendo niños. Ahora descansan del ajetreo comercial ante la mesa con la merienda. Atendida por una franquicia dibujada de palabras americanas. Pasan los minutos y las palabras permanecen ausentes entre sus miradas aburridas, solitarias y tediosas en su colorido. Bueno, no ha ido mal la tarde, dice él. Ella remueve la cucharilla de la taza de té. Al fin responde, un tanto desganada. Sí, ha estado bien. Añade, mirando las bolsas que descansan en una tercera silla, tras un espacio temporal en el que vuelve a reinar la incomunicación, algo así como “creo, que le gustarán”. A modo de ayuda inesperada, suena un doble pitido que oxigena la tensión del sopor. Un mensaje en el móvil, lo que permite a él o a ella (qué más da) centrase en la manipulación del teclado para conocer el contenido que ha alcanzado su destino comunicativo. Ella no le pregunta de quién es el mensaje. Él permanece ajeno a lo que su mujer lee para sí, en la pequeña pantalla de su teléfono. “Se han pasado un poco con la tostada. Me gusta menos hecha”. Sólo un movimiento afirmativo con la cabeza es lo que obtiene de su “interlocutor” que, obviamente tiene su mente en otro lugar, en otro paisaje más apetecible. Terminan las infusiones y él se levanta, con la factura de la consumisión en la mano, para dirigirse a la caja de cobro. Ese corto paseo, hasta la señorita que atiende los pagos, le supone una agradable liberación a fin de cambiar una monotonía vacía de complicidad y vínculos afectivos. Si ambos escribieran las palabras que han conformado ese diálogo famélico e insustancial, durante unos cuarenta y cinco minutos, de una tarde/noche en plena estación otoñal, llegarían al asombro acerca de cómo se puede comunicar tan poco en un tiempo amplio, cercano a la hora. Una señora que pasa ante ellos, cuando caminan hacia el vehículo estacionado en la planta dos del garaje, comenta a una amiga con la que se encuentra: “ha empezado a lloviznar. Manos mal que me he traído el paraguas”.

Hay otros diálogos, que adquieren más bien la categoría gramatical de monólogos. Traigo a la memoria la figura de un famoso periodista y presentador de televisión español, omnipresente durante las últimas décadas del siglo XX, y en estos momentos prácticamente retirado (alcanza los 73 años de edad). Cuando invitaba a un personaje famoso ante las cámara, a fin de entrevistarle, el protagonista de la pequeña pantalla era realmente el propio comunicador de televisión. Alcanzaba tal nivel su gesticulación, su mímica, su actuación ente el objetivo de la máquina mediática que me gustaba bromear diciendo “vamos a ver hoy a… y algún famoso que vendrá a escucharle”. Es cierto. Hay personas que cuando dicen “vamos a dialogar” lo entienden con el sentido más absorbente, absoluto y egoísta del término. Hablan y hablan, ellos. Y hablan, de ellos. Siempre suelen focalizar el centro de la conversación en su propio interés y protagonismo. Puedes esperar de su elevada autoestima la dádiva, falsamente generosa en su concepción egolátrica, en el sentido de “es que tu sabes escuchar”. Habría que responderles “es que tu apenas me dejas intervenir”. Ellos, ellos, más ellos. Y eso si, no seas muy discrepante con sus opiniones, cuando al fin puedas intervenir en la “conversación”. Porque si tus puntos de vista no son laudatorios hacia sus argumentos o comportamientos, la atmósfera de cordialidad que te deparan puede enturbiarse y degradarse hasta una previsible ruptura. Esa función de oyente, que de forma interesada te han adjudicado, entonces se torna en replicante y discrepante. Comenzaría un verdadero diálogo que, a la otra parte, ya no interesará. Ese “pues yo” “pues a mi” “yo” “yo”….. en el que se hace obsesiva la utilización de la primera persona en los pronombres personales, nos recuerda las conversaciones de los niños pequeños cuando hablan de sus cosas y sus gentes. “Mi mamá, mi papá” con ese yo absoluto monopolizado en las edades pequeñas. Siendo comprensible en la infancia, resulta más que discutible e inapropiada su aplicación cuando se alcanzan ya edades adultas.

Hay, y conoces, personas en tu círculo relacional que tienen la capacidad de concederte una buena y enriquecedora conversación. Tampoco es que eleven el nivel de la misma a demasiados grados en su contenido. Pero al menos “no hablan, por hablar”, sino para hacerte más agradable su compañía, compartir recuerdos y experiencias y estar prestos para recibir tus opiniones, en ese intercambio conceptual tan necesario en la mejor sociabilidad. Y no se enfadan o reaccionan con brusquedades, si mantienes puntos de vista diferentes a los suyos. Todo lo contrario. Aceptan tu discrepancia e incluso integran algo o mucho de lo que les comunicas. Esta tipología de interlocutores no suelen abundar. Y esta constatación hay que hacerla con un profundo pesar, pues gozar de su amistad y compañía es un valor inapreciable en esta época convulsa para el individualismo y la superficialidad. Bueno e inteligente es buscar a estas personas, y tener la suerte de hallarlas, en el contexto de la selva social. Pero siempre existiría otra prioridad a realizar. Consiste, sencillamente, en analizar nuestra propia imagen en este terreno de la interlocución. ¿Cómo actuamos? ¿cómo nos comportamos? ¿qué aportamos? ¿somos tolerantes con las discrepancias o diferencias? ¿sabemos escuchar? ¿nos esforzamos en compartir? ¿queremos ayudar a los demás, con nuestras ideas, experiencias, errores y aciertos? ¿integramos en nosotros el respeto hacia los demás? ¿priorizamos el egocentrismo o la generosidad solidaria en nuestras pautas de comportamiento?

Muchas de las respuestas, que sepamos encontrar en nuestra reflexión a este listado de preguntas, procederán de aquellos que se encuentren en el entorno próximo, mediato o más alejado de nuestra persona. Ellos nos van a decir si sabemos poner de nuestra parte aquello que en equidad nos corresponde. Nos lo van a transmitir con el objetivo de sus miradas y con la permanencia o no de su compañía. No exijamos a los demás aquello que no seamos capaces o generosos en aportar nosotros mismos. La COMUNICACIÓN es racional y sentimentalmente necesaria. Pero ha de estar presidida, hermanada de imaginación y prudencia, con un ornamento de hábitos para la mejor convivencia. Humildad, sencillez y solidaridad son imprescindibles en la jerarquía de valores que contempla nuestro discurrir por el complicado, pero apasionante, camino de la existencia.-

José L. Casado Toro (viernes 19 noviembre 2010)

Profesor

http://www.jlcasadot.blogspot.com/

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