La historia de este viernes nos habla acerca de esas vidas ocultas, inesperadas y sorprendentes, que podemos encontrar en la intercomunicación social cotidiana, tras las apariencias de la mayor sencillez y normalidad. Obviamente, las personas distamos mucho de ser transparentes, a pesar de que algunos se ufanan de conocer perfectamente a la persona que tienen ante sí, nada más que con echarle una mirada o intercambiar algunas palabras, en el ámbito de la oportunidad relacional. Vayamos pues, a la intriga de nuestro relato.
La acción nos traslada a una urbanización de la costa malacitana, integrada por 65 viviendas “adosadas” ubicadas muy cerca del mar. En este complejo residencial residen, en porcentaje mayoritario, familias españolas de sociología media. Un apreciable número de esas viviendas también están habitadas por ciudadanos extranjeros, en su gran mayoría ya jubilados. No todos los propietarios tienen residencia permanente en la urbanización, pues muchos de ellos utilizan estos inmuebles como segunda vivienda, para disfrutar las vacaciones o los fines de semana. Tanto esa urbanización, denominada EL EMBARCADERO, como otras del entorno, gozan de la proximidad costera mediterránea, con el incentivo del clima soleado y ese mar en calma que tanto gratifica y sosiega. El esquema constructivo de estas urbanizaciones se repite con la lógica del descanso y la calidad de vida que sus propietarios desean. Las “manzanas de casas” articulan unos grandes espacios comunes, con zonas profusamente ajardinadas, todo ello en torno a la zona de piscinas al aire libre y a esos viales para la circulación de vehículos y los paseos o tránsito de los respectivos residentes.
El jardinero que la comunidad de propietarios contrató, una vez que la urbanización comenzó a ser habitada, tenía por nombre TOMÁS, un antiguo albañil que hozaba de gran habilidad para el cuidado de los jardines y las dos piscinas del complejo. Durante dieciocho años, este buen profesional, estuvo cuidando con esmero, esfuerzo y pericia, de su hermosa función laboral, para satisfacción de la generalidad propietaria. Pero este admirado trabajador, al cumplir los 75 años, decidió, con el mejor y humano criterio, que había llegado la hora de disfrutar de un bien merecido descanso. Tales eran sus méritos, contraídos durante esos más de tres lustros, que la comunidad organizó una entrañable, muy simpática y suculenta fiesta de despedida, con placa para el recuerdo, barbacoa y gran merienda incluida.
Previamente a estos eventos, para el agradecimiento de un buen servidor de la urbanización, el presidente de la comunidad, ABOLAFIO Cómitre, auxiliar administrativo en los juzgados de la localidad, puso un anuncio en Internet, también en algunas zonas de intenso paso para los transeúntes, en el que se ofertaba este “interesante” puesto laboral, con el resumen de las funciones básicas que tendría que desempeñar la persona elegida. Básicamente, dichas obligaciones consistían en el cuidado de las zonas ajardinadas y limpieza de los viales de paso, mantenimiento y regado del césped y de los macizos florales, controlando también el sistema automático de la depuración del agua de las dos piscinas (mayores y niños). El trabajo lo desempeñaría entre lunes y viernes, de 9 a 13 horas, siempre en días laborables.
En el plazo fijado para ofertas (una semana) se recibieron 14 solicitudes, que se fueron estudiando por la junta directiva. Hablaron con tres posibles candidatos al puesto de trabajo, siendo elegido finalmente un hombre de mediana edad (48) que justificaba haber trabajado eventualmente (un mes y medio) en otra urbanización de la provincia gaditana, Se llamaba CIPRIANO CANDIL MAZA, residente en el municipio, divorciado y sin hijos, de fuerte complexión física, serio, educado y que aceptaba estar “a prueba “durante un mes en la urbanización para la que deseaba ser contratado.
Desde el primer día de trabajo, el nuevo jardinero demostró su capacidad y voluntad para tener satisfechos a los propietarios de las viviendas. Incluso tenía la deferencia de prolongar en minutos su jornada laboral, cuando, a pesar de ser las 13 horas, consideraba que no había finalizado la tarea que se había propuesto para ese día. “Es que a mí me gusta completar lo que empiezo”. Diligente, limpio en su porte, trabajaba igual con la escoba que con la azada. Regaba cíclicamente las zonas ajardinadas, cortaba el césped, eliminaba las “malas hierbas” y controlaba la salinidad y limpieza del agua de las piscinas, midiendo el PH correspondiente y la dosificación de las sustancias depuradoras que se le añadían. También se preocupaba de que el sistema de iluminación de los viales y jardines funcionaran correctamente y por supuesto no descuidaba el barrido de las aceras y calzadas. Su capacidad de trabajo era asombrosa. Tal era su rendimiento, que el contrato temporal que tenía en principio se modificó a uno de carácter indefinido. La complacencia vecinal era manifiesta acerca del “buen fichaje” que Abolafio, el presidente, había realizado.
Como en todas las personas, había un “pero”, aunque muchos propietarios lo consideraban, sin embargo, una cualidad. Cipriano era profundamente “reservado”. Siempre educado en sus respuestas, no perdía el tiempo dialogando con nadie. A las preguntas o sugerencias que se le hacían, respondía de la forma más breve posible. Sólo pretendía desarrollar la mayor eficacia en lo que hacía. Y de su vida privada ni una sola palabra. Especialmente, algunas señoras de la urbanización se “esforzaban” por conocer datos de este eficiente trabajador de la jardinería, pero éste no les facilitaba, en absoluto ese interés de “cotilleo” que aquellas desarrollaban. Sus monosílabos resultaban un poco “secos”. Evitaba cualquier chascarrillo acerca de su persona. Ello generaba los comentarios por parte del vecindario, pero las “conjeturas” que se hacían carecían de fundamento Mientras que cumpliese con eficacia su función, nada había que discutirle.
Una mañana, cerca de las 13 horas, el presidente Abolafio que se encontraba de vacaciones, se acercó a los jardines, llevando en una bolsa un par de botellines de cerveza fresca. El calor de la proximidad al verano (fuerte viento de terral) era intenso. Deseaba compartir unos minutos con Cipriano, que ya estaba finalizando su labor del día. Con la mejor cordialidad se acercó al jardinero, que estaba todo sudoroso recortando y embelleciendo una zona de rosales. Le ofreció un botellín, preguntándole como le iba el día. El receptor del detalle agradeció con una media sonrisa el “buen gesto” que mostraba su patrón. Para sorpresa de Abolafio, el recio trabajador se bebió de un solo y largo sorbo el tercio de San Miguel especial. Entonces trató de iniciar un “banal” pero amistoso diálogo, pero a pesar de su generosa voluntad se estrellaba contra el “muro” impenetrable del fornido jardinero, quien después de darle las gracias continuó desbrozando el macizo floral. Sin embargo, el presidente tuvo tiempo de hacerle alguna pregunta ¿Has estado muchos años casado, Cipriano? ¿Siempre te has dedicado a esta actividad? Con un cierto esfuerzo, su interlocutor sonrió y musitó unas palabras: “los años suficientes para darme cuenta de que no éramos el uno para el otro. Así que lo mejor era “cortar”. Por supuesto que me agrada este trabajo u procuro esmerarme en el mismo”. Y de ahí no añadió más “información”. El mantenimiento de su privacidad era verdaderamente admirable.
Un par de semanas después, una mañana de jueves Cipriano no apareció por su puesto de trabajo. Causó extrañeza porque el jardinero era extremadamente estricto con su puntualidad. Algunos vecinos comentaban que tal vez podría estar enfermo u otra circunstancia. Entonces el presidente creyó conveniente y educado interesarse por su salud llamando a su número de móvil, sin obtener respuesta a su llamada. Lo intentó también al día siguiente, que era viernes, pero se repitió el silencio como respuesta. La preocupación era general. Entonces Abolafio, con Adela Ternero, vicepresidenta, decidieron desplazarse a la dirección de Cipriano. Vivía en una casa “mata” antigua, entre dos moles edificatorias. Tocaron en el llamador de la puerta, sin obtener respuesta. Preguntaron a los vecinos, pero nadie lo había vista desde la tarde del miércoles. Unos y otros se preguntaban “¿dónde se habrá metido este hombre? ¿Qué le habrá pasado? Con lo formal que es, no es normal esta forma de comportarse con su trabajo”.
Causó un gran impacto, tanto en la urbanización como en la localidad, cuando el martes siguiente los medios de comunicación publicaron y dieron en sus programas informativos la siguiente e inesperada noticia:
“El miércoles de la semana pasada, hubo un intento de asesinato contra un vecino de la localidad, conocido como Cipriano Candil, cuyo oficio actual es la jardinería. Dos encapuchados le dispararon desde una moto en marcha, cuando el vecino se dirigía por la noche hacia su domicilio, tras cenar en un bar cercano a la playa. Los presuntos delincuentes efectuaron hasta seis disparos, dándose rápidamente a la fuga. Rápidamente los vecinos de la zona llamaron a la policía y al 061de la central de emergencias, cuyas unidades acudieron al lugar de los hechos con la mayor premura. El vecino malherido fue trasladado al hospital de la Costa del Sol, en donde pasó directamente al quirófano, tras las primeras acciones médicas de reanimación. De los seis disparos efectuados (por los casquillos de bala que quedaron en el lugar de los hechos) sólo cuatro impactaron en el cuerpo del vecino, siendo el más grave en que llegó a su pecho, muy cerca del corazón. La situación clínica del herido sigue siendo extremadamente grave. Se estima que este atentado puede estar inmerso en el mundo de la droga, estimándose como un “ajuste de cuentas” entre bandas mafiosas que operan en la zona”.
La consternación en toda la urbanización El Embarcadero fue de alto nivel en ese y en los siguientes días. No se hablaba de otro tema. La repetida pregunta que los convecinos se planteaban era la propia que los hechos ponían sobre la mesa: ¿A quién hemos tenido contratado, como un modesto cuidador de la zona ajardinada y las piscinas? El sentir general era de intensa preocupación, miedo e incierta inseguridad. En los próximos días se fueron añadiendo nuevos datos acerca de este “personaje” tiroteado.
Obviamente la policía estuvo recabando información, tanto en el domicilio del jardinero, como en los lugares en donde había estado trabajando durante los últimos años. El nombre que utilizaba era supuesto. Se llamaba realmente CLAUDIO Cabral. Había nacido en Portugal. Con los años se había convertido en una importante figura del mundo de la delincuencia, que usaba un alias: el Mudo, por ser persona muy poco comunicativa. Su “especialidad” era el tráfico de drogas y también de piezas de elevado valor en joyería. Se había realizado ciertos arreglos estéticos en el rostro y la documentación que utilizaba era la de una persona fallecida, llamada Cipriano Candil. Parece ser que este peligroso delincuente se había quedado y negociado por su cuenta con un alijo de sustancias estupefacientes, refugiándose, con nombre y rostro modificado en la localidad costera malacitana.
Logró salir con vida tras el atentado perpetrado por unos sicarios con no mucha experiencia en este tipo de actos violentos. Fue repatriado a su país, en donde le esperaba en los tribunales de justicia un largo historial delictivo.
La espectacular experiencia vivida con el buen jardinero Cipriano nunca sería olvidada en esta plácida urbanización ubicada muy cerca de la playa, en la costa occidental de la provincia de Málaga. Los propietarios y residentes de las 65 viviendas que constituían el complejo residencial habían “convivido” con un peligroso miembro de la mafia internacional, que había interpretado muy bien su rol “escénico” cumpliendo fielmente las obligaciones laborales que sustentaban el contrato que había firmado con la comunidad. La verdad es que la mayoría de los residentes de esas viviendas no podían siquiera imaginar como delincuente a ese buen operario que, con su barredora, la manguera de regar y sus grandes tijeras de podar, tenía los jardines hermosa y bellamente cuidados, bien hidratados y limpios, para el disfrute de esa plácida comunidad de españoles y extranjeros. La gran lección de esta dura experiencia era que detrás de cualquier sencilla apariencia puede esconderse una vida inmersa en las más ocres actividades delictivas. La prevención siempre es necesaria, aunque resultaba difícil imaginar al buen y “reservado” Cipriano empuñando armas y traficando con joyas y sustancias prohibidas. Pero así es la vida aparencial, que tantas veces protagonizamos en la teatralidad de nuestras “modestas” existencias. –
UN JARDINERO
EJEMPLAR
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
Viernes 05 julio 2024
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Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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