jueves, 11 de julio de 2024

DISFRUTANDO EN EL JARDÍN DE LA ALEGRÍA

 

Resulta lógica la imagen que los jardines nos ofrecen durante el horario diurno/matinal, cuando los niños se encuentran en los centros escolares. Los visitantes que más aparecen por esos gratos espacios vegetales, de titularidad pública, en donde se respira el aroma de las plantas y las flores, además del sosiego que nos regala el silencio de la tranquilidad, son las personas mayores, la inmensa mayoría ya en la gozosa edad de su jubilación. A esta veterana presencia en los parques y jardines se une, la llegada, con acústica alborozada, de niños de todas las edades, preferentemente en el horario de tarde, fines de semana y periodos vacacionales. Simplificando la expresión, en estos jardines predomina la presencia de aquellos que están llegando a la vida y los que se están despidiendo de su recorrido existencial.

La historia de este viernes se escenifica en uno de esos agradables  espacios para el esparcimiento, el descanso, los juegos, que necesariamente y por fortuna adornan, oxigenan y socializan nuestras ciudades, lastradas por el dominio omnipresente del cemento y el asfalto.

Uno de estos fieles usuarios de los jardines públicos tiene por nombre ISAÍAS Cabaña. Ya en su década septuagenaria, gusta aparecer, casi a diario, por este gran parque público municipal de precioso nombre: EL JARDIN DE LA ALEGRÍA, enclavado a la salida de Málaga, en las zonas de las barriadas de Ciudad Jardín, Las Flores, y la Palma Palmilla, en la zona del antiguo camino hacia Casabermeja. Se halla situado muy cerca del cauce del rio Guadalmedina (el rio de la ciudad), el embalse y el Parque Limonero y ese tesoro vegetal del Jardín Botánico de la Concepción.

Cada mañana y muchas de las tardes, este antiguo conserje de las bibliotecas públicas municipales (comenta que ha pasado por varias) acude a ese sosegado y precioso espacio, en el que recorre algunos km en sus largos paseos, por todo el perímetro que encierra el recinto. Con intervalos para aliviar el cansancio de sus muchos años, toma asiento en algunos de los numerosos bancos de madera que jalonan el gran jardín, preferentemente aquellos asientos que según el caminar del sol y la ubicación del arbolado bien situado sombrea lo necesario para proteger a los usuarios de la potente insolación reinante. Isaías suele llevar un pequeño zurrón de piel de camello, en el que guarda ese botellín de agua tan necesario, aunque en este parque hay algunas fuentes/surtidores en los que se puede beber.  También, porta esos caramelos que alivian el picor de la garganta y, por insistencia de su única hija ALICIA, un móvil telefónico, para tener siempre contacto con su padre que, para su desgracia, se encuentra en estado de viudez.

Isaias, tras la pérdida de su mujer AUREA tomó la firme decisión de no abandonar el hogar de siempre, a pesar de tener que vivir solo. Mantiene un buen nivel físico y, lo que es muy importante, mental. En las semanas, siempre hay uno o dos días en que acude al domicilio de Alicia, para jugar con los nietos y quedarse a compartir la mesa. Pero lo que a él le gusta sobre manera es venir bien temprano a este “su jardín”, en donde se siente tranquilo, rodeado de flores y árboles y esa fuentecilla que alivia el sol de media mañana. También, y esto es una grata novedad en los jardines públicos, puede disponer de unos “servicios” WC que resultan de suma utilidad para la limpieza general de todo el amplio recinto. Además de ver a los pequeños en sus imaginativos juegos, lo que más le motiva o satisface es poder entablar ese “ratito” de conversación con el vecino de banco o el paseante que se preste a ello. Incluso va haciendo sus buenas amistades con aquéllos que ve diariamente, compartiendo la recíproca realidad de soledades. Esos ratitos de charla le reconfortan y distraen en su estado anímico, porque se considera un gran hablador y comunicador.

Pero un día sucedió un hecho inusual que a sus compañeros de jardín les extrañó. Esa mañana, por alguna razón, Isaías no acudió al parque, como era su rutinaria costumbre. Residía en una pequeña casa “mata”, con patio y jardincito, bien cerca del gran parque, en la calle dedicada a Josefa Flores Gonzáles (Málaga, 1948), la inolvidable actriz y cantante Marisol. Alguno de sus compañeros en la amistad, muy veteranos también en sus calendarios vitales, lo echaron profundamente en falta. Entre estos compañeros de charla se comentaba “habrá tenido que visitar al médico”. “Igual ha ido a casa de Alicia, su hija”. “No es normal que falte a nuestra cita diaria”.

Entonces, uno de esos compañeros, llamado MARIO hizo un comentario “este antiguo pintor de fachadas colgado desde arriba, tiene mucha labia. Como le des cuerda, no para de contarte mil y una aventuras de su vida”. CAMILO, otro de los presentes, intervino con palabra pausada, pues tenía una cierta tartamudez. “No te referirás a Isaac, porque él a mí me ha contado que se dedicaba a otra cosa. Con pelos y señales me comentó que él siempre había trabajado en la electrónica, arreglando televisores aparatos del hogar”. Mario Y Camilo se miraron extrañados, como si no estuviesen hablando de la misma persona.

Dio el caso que se les acercó un tercer y habitual usuario del parque, llamado CELIO quien al escuchar la discusión que mantenían los dos amigos intervino, complicando aún más la situación. Expresó unos datos físicos de la persona sobre la que hablaban y, para sorpresa de sus dos interlocutores, les cuenta que el tal Isaac se dedicaba en realidad a otra profesión: “A mí me ha asegurado que había sido, en su época laboral, proyeccionista de cine, profesión que también le llaman “maquinista”, ¡el que echa las películas desde las cabinas, en los cines!”

Los tres jubilados, llegados a este punto, se miraban las caras, con muescas de extrañeza. “Entonces nos ha contado a cada uno una historia diferente y se “ha quedado” con todos nosotros. Vaya “pillín” nos ha tocado tener como amigo. Cuando lo vea, me va a tener que aclarar todo este embrollo”. Los ancianos jubilados movían sus cabezas, de un lado al otro, comentando, no sin cierta sorna y gracia “el bueno de Isaac se ha quedado con todos nosotros y no descarto que a otro paseante le haya dicho otra de sus “múltiples” ocupaciones”.

Precisamente en aquel instante, paso junto a ellos el jardinero encargado del parque, llamado FABIO, que todas las mañanas hacía sus arreglos florales, dándole a las llaves del riego para mantener a la vegetación bien hidratada y lustrosa. Viendo lo animado que estaba el corrillo de paseantes por el parque se acercó, con sus grandes tijeras de podar en una mano y la barredora de pita o ramaje en la otra. Este obrero tenía un amplio bigote, tipo Rasputín, con el que trataba de compensar la calvicie avanzada de su cabeza, con sólo dos “mollitas” capilares en las zonas parietales. Rápidamente se puso al día del motivo de la charla. “Si, por supuesto, sé de quien habláis. Ayer tampoco lo vi. Os refería sin duda al cantante de arte flamenco y también representante de artistas, según me confió un día.  Me aseguró que en su juventud le daba a los “palos” del cante y que ganó un buen dinero, participando en festivales de la canción española, especialmente al flamenco”.

Cuando Mario, Camilo y Celio escucharon la explicación del fornido jardinero Fabio, soltaron sendas carcajadas, que tuvieron que explicar de inmediato al probo trabajador de la azada y la manguera el motivo de su jovial cachondeo.

Precisamente al día siguiente, siendo poco más de las diez, Isaías apareció por la puerta del del jardín, caminando a paso lento, pero con expresión sosegada e incluso feliz, hacia ese “u banco preferido” que gozaba de una saludable sombra, en esa semana de junio, a horas tempraneras. Vio venir a Mario y a Celio, quienes saludaron los buenos días. Al poco también se incorporó al pequeño grupo Camilo. Los tres amigos regalaron una sonrisa burlona a Isaías y sin más dilación le plantearon, con una fraternal educación, el por qué le había comentado a cada uno de ellos un historial de vida diferente. Evitaron parecer demasiado bruscos o irónicos, tampoco excesivamente punzantes, ya que entendían que todos ellos eran menores en edad con respecto al discutido visitante diario del parque (tenía en ese momento, 76 años). Como amigos, necesitaban una convincente explicación acerca de esa “multiprofesionalidad que parecía haber en su vida.

Isaías captó de inmediato que entre esos compañeros del parque había habido contacto y que su persona había sido el centro de esos comentarios. Inevitablemente era el momento de la verdad, de la sinceridad, con una convincente explicación.

“Efectivamente, amigos míos, tenéis toda la razón. No he sido sincero, ni con vosotros ni con otras personas. La verdad es que desde mi viudez sufro reacciones un tanto raras. La soledad no es buena compañera y al menos aquí comparto vuestra muy generosa compañía y amistad. Lamento, de verdad, haberos defraudado. Os explico. La verdad es que he desempeñado, durante largos años, la profesión de ordenanza o conserje de bibliotecas públicas. Era un trabajo ciertamente cómodo, pero bastante aburrido y de una gran incomunicación. Los usuarios de la biblioteca deben mantener el silencio para no molestar y alterar la concentración de los que leen, estudian o elaboran algún trabajo. A mí, os lo confieso, me hubiera gustado ser otra cosa en la vida, Por eso decidí un día, simular aquello que me hubiera gustado ser, pero que por los azares de la vida no lo pude llegar a desempeñar.

Admiro a todas esas personas que escalan las montañas, o se cuelgan de los edificios, para repararlos y pintarlos. Su valor, su pericia, su equilibrio, me genera admiración y ese deseo imposible de poder haber sido también como ellos. También me hubiera agradado ser un cualificado técnico electrónico, ya que soy un “manazas” y no sé ni arreglar un enchufe. El mundo de la electricidad y de los aparatos electrónicos que funcionan con ella es una magia que siempre he admirado. Pero tampoco el destino me llevó por esos vericuetos profesionales. Lo de proyeccionista de cine es fácil de explicar y entender. Poder distraer a tantas personas, desde esa cabina “misteriosas” desde donde se echan películas, provocando la ilusión, el miedo, las risas, el romanticismo, las batallas, los vaqueros, la nostalgia, etc. es un arte que anhelaría haber podido protagonizar. Además, con lo que me gusta el cine, la de películas que hubiera podido haber visto gratis en mi vida. Y como no haber podido llegar a ser una estrella del cante flamenco, llenando los teatros y las salas de fiesta y recibiendo los aplausos del público. Siempre me ha gustado estas canciones que proceden de lo más hondo de nuestras almas. Recibir el cariño del “respetable”, a través de sus aplausos y vítores, hubiera sido otra de las “gozadas” que un pobre hombre como yo hubiera pagado cualquier cosa para poder disfrutar. Tengo también que confesaros, que, a veces, he cantado mientras me duchaba, pero Aurea, que en gloria esté, se reía y me mandaba callar, diciendo “cállate ya, que están viniendo unas nubes y se puede levantar una tormenta de miedo”.

En definitiva, todo era un juego, una travesura un tanto infantil, pueril, pero llena con una gran carga de nostalgia, por lo que pudo ser y no llegó a mi vida. Era una forma de “rebelarme” contra el “color” con el que el destino ha querido dibujar mi vida. Siempre paseando entre los que estudiaban, leían o trabajaban, vigilando y manteniendo el estricto silencio de una biblioteca, un día tras otro. Mi vida profesional ha sido bien aburrida y monótona”.  

“Venga, amigo Isaías, no se hable más del asunto. Es un buen momento para compartir un café con los amigos. Y hoy invito yo. Camilo Vilafranca. Y no olvides que cualquier profesión, si se desempeña con honradez y profesionalidad, es digna. Veo mesas libres en el “chiringuito” de Tobías. Nos tomamos un café bien cargadito, que nos vendrá bien para recuperar esas fuerzas que ya nos van faltando y le pedimos al “Tobi” que nos preste un dominó. Así echamos un buen trozo de la mañana.  Después le damos dos vueltas al parque y hacemos ganas para el almuerzo”.

Son cuatro veteranas personas que disfrutan, durante cada uno de los días, e ese “júbilo” para el descanso, bien ganado a lo largos de sus sencillas existencias. Comparten sus ilusiones, sus nostalgias, sus cafés y esos chascarrillos que amenizan la rutina, en la sucesión de los días. En silencio dibujan en sus mentes esas vanas esperanzas que sólo se consumarán en la intimidad de su imaginación y que una y otra vez resurgen en el ocaso y atardecer de sus muy cansadas memorias.  

Esa misma noche, cuando Isaías volvió a su domicilio, tras el paseo por la tarde y la cena en casa de su siempre atenta hija Alicia, antes de irse a la cama sacó del armario un álbum de fotografías familiar. Detuvo su visión en dos fotos. El único protagonista de ambas tomas era él, Isaías Cabaña. Se veía vestido con su uniforma oficial de trabajo: Jersey y pantalón azul y zapatos negros. En su pecho el logotipo oficial correspondiente a los trabajadores de PARCEMASA, Parque cementerio municipal de San Gabriel en la capital malagueña. Su trabajo en esta necesaria empresa del Ayuntamiento se había desarrollado durante tres décadas y media, hasta llegar a la edad reglamentaria de la jubilación. El fondo ambiental de ambas fotografías es fácil deducirlo, para la capacidad racional del lector. 




 

DISFRUTANDO EN

EL JARDIN DE LA ALEGRÍA

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 12 julio 2024

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