viernes, 31 de mayo de 2024

EL COFRE DE LOS 300 CUENTOS

Como es natural en nuestras vidas, mantenemos posturas contrastadas antes realidades cotidianas, ya sean éstas importantes o simplemente nimias. Entre los hechos o posicionamientos de especial trascendencia, se escuchan a jóvenes que manifiestan su criterio o deseo de no procrear hijos. La postura opuesta o contraria a este criterio es lógica e intencionalmente mayoritaria. Este contraste de pareceres puede tener, sin duda, importantes derivaciones en el futuro de esos niños que vienen al mundo. Es una triste realidad, hay que reconocerlo y lamentarlo, que el nacimiento de muchos niños se produce cuando aquellos que los han gestado, por mil y una circunstancias, no querían que esos hijos irrumpieran en sus vidas. Son los “hijos no deseados” muchos de los cuales han de sufrir esa penosa desafección por parte de sus padres. En este duro contexto se inserta nuestro relato de esta semana.

SUSANA (Susi) nació a comienzos de los años 70, en la España tardo franquista, cuando ADELA, una chica de servicio en casa de una “familia bien” los Sres. de CAMPO ALTO, muy religiosos en su mentalidad, se tuvo que casar con BERNARDO, que trabajaba como jardinero en los jardines de la mansión señorial, además de cuidar de la piscina y ejercer algunas otras funciones. La joven había embarazada de este compañero en el servicio familiar. El “desliz” de estos criados provocó que los Señores “obligaran” a estos dos miembros de su servicio a contraer el santo matrimonio, si querían continuar trabajando para ellos. En modo alguno iban a consentir “manchar” la honradez de esta muy acomodada familia. La boda se celebró casi en secreto y a los meses necesarios nació esta pequeña criatura “no deseada” por sus padres. Adela, una chica de pueblo venida a la ciudad y Bernardo un humildes y tenaz trabajador, se ubicaron en un pequeño cobertizo de la propiedad, reconvertido en modesta vivienda, pero digna para su habitabilidad. El trabajo de Adela se centraba en la compra, cocina, lavado y planchado de ropa, mientras que su ahora marido atendía todo lo relacionado con el gran jardín y como un gran “manitas” sabía aportar su esfuerzo a cuestiones como la electricidad, la carpintería y también la albañilería. La joven pareja tenía el alimento resuelto, no tenían que pagar casa, consumo eléctrico ni otro tipo de impuestos.

Don SIMEON y doña CLARA vivían muy bien, económicamente hablando, del negocio del aceite, con extensas tierras de olivares por tierras de Jaén. Tenían en su matrimonio tres hijos, dos de ellos ya emancipados, ayudados muy generosamente con el dinero de los papás. En casa permanecía JIMENA, la hija menor, una joven “malcriada y que sólo se distraía con las obligaciones de la vida social y las modas para vestir, sin apenas estudios, pero con disponibilidad económica para casi todo lo que quisiese.

Al paso del tiempo la pequeña Susi comenzó a ir al colegio y cuando volvía del centro escolar a VILLA CLARASOL jugaba “sin molestar a los Señores” en ese gran jardín, en el que sus mejores amigos eran los pájaros, con sus vuelos y trinos para la alegría. La pequeña también amaba mucho las flores, que abundaban en ese inmenso jardín que bien cuidaba su padre. Adela y Bernardo, siempre de “cara a la galería” mantenían las formas conyugales, aunque su relación se caracterizaba por su consolidada frialdad afectiva, con discusiones frecuentes por temáticas nimias o banales. Y todo ello sin levantar en demasía la voz, no fuera que don Simeón o doña Clara se pudiesen molestar. Susi se entretenía con su muñeca Titi y su peluche Mimo, un regordete osito blanco, ya que carecía de hermanos para el juego. Esos muñecos eran sus grandes amiguitos, en ese mundo onírico e incluso mágico que su tierna y poderosa imaginación conformaba.

Lógicamente, lo que más dolía a esta niña era la falta de amor y cariño que sus padres le aportaban, muy al contrario del que ella, con infantil generosidad, ofrecía sus dos peluches. A pesar de estas duras carencias, sobrellevaba bien esta “fría” situación familiar. Se había habituado a la misma desde el momento en que vino a la vida. Pero, por las noches, recostada en su pequeña cama, le costaba conciliar ese sueño que se vuelve “travieso” con muchos niños, cuando llega la temida oscuridad. Sentía tal miedo que se tapaba su cabecita con la sábana y la colcha. Le apenaba mucho que ni su padre o su mamá vinieran a “acurrucarla” y le contaran algún cuento que le ayudara a sosegarse, para combatir ese miedo ante la oscuridad nocturna y el silbar del viento en los cristales de su dormitorio. Susi, con los ojitos cerrados, inventaba entonces alguna historia, en la que intervenían los más audaces personajes que la ficción hiciera posible. Esos cuentos o “aventuras” casi siempre solían acabar bien, para el gusto ilusionado de la niña, ya más tranquila, gracias a su infantil pero limpia imaginación. Para no olvidar estas aventuras, cuando se levantaba por la mañana o en las tardes después del colegio las escribía, resumiéndolas “a su manera”, en una libreta que iba rellenando y que guardaba con gran esmero, como si fuera su gran tesoro de los cuentos. Susi también se asustaba cuando escuchaba las sirenas de los buques cargueros, a modo de aullidos de lobos, navíos que entraban o salían del puerto, con ese tráfico de mercancías que daban de comer a decenas de familias. Por supuesto que Titi y Mimo dormían junto a ella, compartiendo el descanso, los miedos y la creatividad de los cuentos que su ama con ternura imaginaba.

Algunas tardes, Jimena, la hija “mimada” y caprichosa del matrimonio Campo Alto, comentaba a Adela, entre los saltos de alborozo dados por Susi, que iba a dedicar la tarde para hacer unas compras y que la niña podría acompañarla. Con la “prima” de los señores, Susi disfrutaba mucho cuando iba con ella a los grandes almacenes e importantes tiendas de modas, pues podía subir por esas escaleras mecánicas que parecían carricoches de feria y sin tener que pagar por subir y bajar por los repetidos “viajes” que disfrutaba. En estas ocasiones, Adela preparaba bien a su hija, para que estuviera “presentable” ya que iba a acompañar a la Srta. Jimena, a quien no le gustaba ir de compras sola. Llevándola de la mano, como si fuera su hermana menor, Susi siempre “conseguía” un buen helado o una apetitosa taza de chocolate caliente, con algún pastel para la merienda, Esas experiencias con la Srta. hacía pasar una tarde deliciosa a la hija de Adela y Bernardo. En esos paseos para las compras, Jimena también solía comprarle algún cuaderno para dibujar o colorear. En ocasiones el regalo era algún tebeo o cuento que Susi guardaba como un gran tesoro, junto a las libretas donde escribía sus historias. Para una niña solitaria, esas tardes de compras eran siempre novedosas, con las cuales iba descubriendo ese mundo de los mayores, gran enseñanza para una niña que se estaba asomando a la vorágine acústica, comercial y social, fuera de su microentorno habitual en la gran mansión de Villa Clarasol.  

Cuando Susi completaba alguna de sus libretas, con los cuentos que su mente infantil imaginaba, ayudándose de dibujos y pegatinas de colores, las iba guardando en un antiguo y destartalado joyero de madera, muy usado, que la Sra. Clara le había regalado a su madre y que ésta no le gustaba porque estaba viejo, ennegrecido, rayado y gastado por las esquinas y con el barniz prácticamente ausente. Además, tenía el broche de la cerradura estropeado, por lo que no cerraba bien. Pero ese viejo joyero, que su madre lo tenía sin uso, ella lo iba a convertir en el COFRE DE LOS TESOROS. La pequeña comenzó a guardar en su interior sus libretas con los cuentos, piedrecitas de colores que iba recogiendo en el gran jardín de la mansión señorial, y algún vestido de juguete que Jimena le había hecho para Mimo y Titi. Tampoco faltaban las muy apreciadas estampas que algunas chocolatinas traían en su interior, tras la cubierta de papel. Ese cofre, con sus apreciados y valiosos tesoros, Susi lo guardaba debajo de su cama, como lo mejor y más querido que poseía, además de sus peluches.  

LAS ESTACIONES DEL CALENDARIO FUERON PASANDO, para todos los protagonistas de esta historia. Bernardo y Adela fueron ya peinando las sienes plateadas de sus cabellos. Pero seguían trabajando, de manera fiel y respetuosa para sus señores, cuyas avanzadas edades iba limitando sus potencialidades físicas y también anímicas. Jimena, ya en la avanzada cuarentena, encontró un buen y “lucrativo” partido matrimonial. El “afortunado” de la elección era un tradicional y conocido “cabeza loca” primogénito de una “noble” familia: los Apalategui, industriales de vinos, licores y vinagres y que, en su decadencia social, ahora eran propietarios de una cadena de quitapenas, buen negocio para la proliferación de turistas, nacionales y extranjeros, en la bahía malacitana.

La evolución de Susana, aquella niña “no deseada, fue del todo ejemplar. Tras acabar con brillantez sus estudios de bachillerato, en el Instituto Mayorazgo, optó por matricularse en la Facultad de Ciencias de la Educación, pues deseaba cumplir su ilusión de estudiar para maestra de niños pequeños. Voluntariosa y responsable ante su futuro, a sus 19 años también buscó trabajo, para poder pagarse los estudios de licenciada en educación primaria.

Un día, también afortunado, encontró la proximidad afectiva de un buen compañero laboral, en el hipermercado donde ejercía en una de las cajas de pago. Se llamaba SAUL y ocupaba en el mismo hipermercado el puesto de reponedor de mercancías y productos. Se enamoraron y tras meses de noviazgo decidieron unir sus vidas, siendo ambos muy jóvenes. Ella sólo tenía 21 y él 23. De este matrimonio vino al mundo una preciosa niña, vivo espejo de su madre, con bellos ojos celestes, a la que pusieron el nombre de ESTRELLA, pues sus padres consideraban que era como una bella luz que alegraba e iluminaba el alegre y cariñoso caminar de sus días.

Susi en modo alguno iba a permitir que su hija pasara ese miedo antes de quedarse dormida, en la oscuridad de las noches, que ella tuvo que sufrir en su infancia. Así que una tarde tomó su antiguo Cofre de los Tesoros, de los que no había querido separarse. Dentro del vetusto joyero, encontró la gruesa carpeta, en cuyo interior estaban guardadas hasta 5 libretas de cuentos que ella había redactado “a su manera” y que adornaban su memoria de bellos recuerdos y limpia nostalgia.

Cada noche, antes de que Estrella cerrase sus ojitos para el sueño, su mamá le leía o narraba uno de los cuentos que ella había elaborado en sus noches de “miedo”, ante la mirada feliz y tranquila de una niña querida. Quería devolverle al destino, aquellas noches en las que se acurrucaba debajo de la almohada y la colcha de su cama, ante los silbidos agudos del viento golpeando o percutiendo en los cristales de su ventana, adustos sonidos mezclados con la desazón que le producía las discusiones mantenidas entre sus padres y esos “juegos” de sombras que tanto miedo y temor le producían. Con firmeza Susi manifestaba que la infancia de su niña sería muy diferente a la que ella había tenido que sufrir.

En la evolución de los años, ejerciendo Susi como maestra de maternales en un centro público, esos cuentos, producto de su despierta imaginación para la creatividad, fueron publicados por una editorial local, denominada La Casita de Papel, empresa dedicada fundamentalmente a publicaciones para la infancia. El título de ese su primer libro de cuentos, que tuvo un notable éxito de ventas en la aceptación popular, fue EL COFRE DE LOS 300 CUENTOS. Estaba dedicado a su hija Estrella. Resultaban emocionantes algunas de las palabras que su laboriosa autora había escrito en la introducción de esta muy adecuada literatura para niños: “estos cuentos, a modo de luceros que adornan e iluminan la oscuridad de la noche, van dedicados a todos esos niños que necesitan iniciar el descanso nocturno con una sonrisa en sus lindas expresiones. Sin interesantes y divertidas aventuras, con las que estos niños ya no tendrán que pasar miedos, inseguridades y temores, para conciliar ese sueño tan necesario para su feliz desarrollo. Con su poderosa y “valiente” imaginación, ellos también serán protagonistas de interesantes historias que, con atención y asombro, dibujarán en sus mentes y limpios corazones”. -  

 

EL COFRE DE

LOS 300 CUENTOS

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 31 mayo 2024

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viernes, 24 de mayo de 2024

LA ERRÓNEA DESUBICACIÓN PROFESIONAL.

Sería una muy interesante y significativa encuesta, si los centros sociológicos y estadísticos se animaran a realizarla, para su posterior estudio y análisis de los resultados. El objetivo de esta investigación sociológica consistiría en conocer, porcentualmente, el nivel de aceptación que cada ciudadano tiene acerca del trabajo que en la actualidad realiza. Lógicamente, si tiene la suerte de poder desarrollar un trabajo remunerado. La pregunta que se platearía sería, más o menos, como “Indique de 1 a 10 su grado de satisfacción con respecto a la tarea laboral que desempeña”. Obviamente, si la respuesta fuese 10, la satisfacción sería plena o máxima. Por el contrario, a medida que la cifra elegida decreciese, la insatisfacción anímica iría aumentando. Los profesionales de la sociología estructurarían sus estudios por grupos de edad, sexo, actividades profesionales e incluso por áreas rurales, urbanas, provinciales o de comunidades autónomas.

La percepción o suposición que muchos podemos tener, en base a nuestra observación y experiencia, es que muchos o una cifra substancial de ciudadanos, actualmente en activo y trabajando, están regular o “poco felices” con la profesión que han elegido, para la que se han preparado y continúan desempeñando.  Pero cada persona es “un mundo”, con circunstancias o determinantes, para sentirse más o menos feliz en su puesto de trabajo. De hecho, muchos de estos ciudadanos son valientes o tienen la suerte de poder cambiar de oficio, en función de variables sumamente diversas. Otros también lo quisieran, pero no tienen el valor, la capacidad, la fortaleza de poder hacerlo, a pesar de desearlo en su más profunda intimidad. En este curioso contexto, se inserta nuestra historia de esta semana.

FELICIANO Aranda Capitán, hijo de Leopoldo, ordenanza de la Diputación Provincial de Málaga, y de Hortensia, sus labores del hogar, cuando finalizó, con no brillantes resultados, su bachillerato elemental, a esa edad nuclear en la adolescencia de los 14 años, no tenía muy claro qué ruta seguir, a qué se iba a dedicar profesionalmente en el futuro. En 1964, Málaga carecía de universidad, pero la ciudad disponía de institutos de Enseñanza Media y otros muchos centros privados, en donde poder cursar el bachillerato superior u optar por un instituto de formación profesional. En esos años del tardofranquismo, la ciudad también ofrecía la posibilidad de matricularse en los estudios de Magisterio o en la Escuela Oficial de Peritos Industriales.  

“Feli” que no era buen estudiante, pero que tampoco quería seguir o continuar la senda laboral de su padre, como auxiliar de centro oficial, hizo lo que algunos de sus amigos del barrio y del instituto. Siempre a regañadientes, porque la vocación para el oficio en que se matriculó, la Escuela Normal de Magisterio, era básicamente nula. A “trancas y barrancas” fue sacando los tres cursos de estos estudios de grado medio. Ciertamente, en aquellos años 60, el nivel de exigencia en los estudios para maestro no era elevado. Para diligenciar la matrícula, tuvo que presentar un certificado de buena conducta y firmar su aceptación de los principios fundamentales del Movimiento Nacional. El franquismo gobernante así lo exigía. Eran los últimos años en los que se podía iniciar estos estudios para la enseñanza con una edad de 14 o 15. Sólo se exigía tener aprobado el bachillerato elemental, con la reválida correspondiente.

Con 18 años, Feliciano ya era Maestro Nacional, para el gran y legítimo orgullo de sus padres. Había que iniciar la “carrera” como maestro interino o contratado. De esta manera, fue recorriendo diversos colegios públicos de la provincia, con la esperanza de irse acercando a destinos cada vez más cerca de Málaga capital, su localidad natal y familiar. Al tener un nivel vocacional tan bajo o escaso, sus clases adolecían de la rutina, el aburrimiento o de falta absoluta de motivación para unos escolares con exceso de vitalidad y ganas de diversión lejos de los libros, las libretas y los pupitres. Iba “sobrellevando” el oficio, con más o menos pericia, paciencia y resignación.

Por la inercia que veía en los compañeros y por la “machaconería” de don Leopoldo, se presentaba a oposiciones, en las que nunca pasaba del primer ejercicio. Tal era su precaria preparación para estas pruebas anuales. Ya en la quinta oportunidad, pudo al fin obtener plaza, con un número muy avanzado en el escalafón a la hora de solicitar destino definitivo. Después de un largo noviazgo, también contrajo matrimonio con 35 años. La “afortunada” cónyuge era también maestra nacional, llamada FINA Esparza. Del matrimonio vinieron al mundo dos hijos varones. Y así fueron pasando los años.

Como, año tras año, se iba convirtiendo en un maestro veterano, el director de su Colegio Nacional en el que estaba asignado casi siempre le iba adjudicando los cursos más avanzados de la Educación Primaria (con la aparición de la LOGSE, lo ubicaba en cursos de 5º y 6º de Primaria).

Aunque en Málaga ya funcionaba la Universidad, Feliciano nunca se sintió animado para estudiar alguna licenciatura, opción que podía cursar (en determinadas facultades) presentando simplemente su título de magisterio. Ello le podría haber abierto las puertas para ejercer como profesor de la ESO y Bachillerato, en los institutos correspondientes, con alumnos mayores de los 12 años. El gran problema o drama de este maestro era su falta o carencia profunda de motivación vocacional para la docencia. Este condicionante actitudinal le hacía estar, casi de manera permanente, bastante desanimado, cada vez que entraba en el aula de su grupo tutorial. El momento más ansiado y esperado, entre lunes y viernes, era el sonido del timbre que indicaba que las clases de ese día ya habían ¡por fin! finalizado. Abandonaba el colegio público (situado en una zona malagueña, sociológicamente muy deprimida y conflictiva) a la mayor velocidad posible.

Lo que verdaderamente a Feliciano le gustaba era seguir los partidos de fútbol (deporte que había practicado bastante en sus años de adolescencia, por las calles peatonales, en la gran parcela arbolada del Paseo de Martiricos o incluso en el mítico campo de tierra del barrio de Segalerva). También el paso de los años había incrementado el aumento de gramos en su anatomía, por lo que el futbol ya no lo practicaba, sino que lo veía asistiendo al estadio de la Rosaleda y siguiendo los partidos de la liga de fútbol por la radio y la televisión, además de adquirir casi a diario algunos de los periódicos deportivos, como el AS y el MARCA. A este poco vocacional maestro, también le gustaba sobremanera el coleccionismo de llaves, de toda naturaleza, forma, tamaño y material. Se ufanaba de tener un gran baúl con más de mil modelos, muchas de las cuales las obtenía a través de sus familiares, amigo o a través de las visitas que hacía periódicamente por los anticuarios de la ciudad y provincia, quienes se las vendían a muy buen precio. Una de sus mayores satisfacciones fue la organización de una gran exposición de llaves antiguas, en el salón de actos de su colegio.

En la privacidad de su vida, Feliciano era de comportamiento un tanto austero. Aunque muy golosos de los dulces, especialmente los de nata (con el perjuicio subsiguiente para el diámetro de su cintura) nunca se “aficionó” al tabaco ni a beber nada de alcohol. Sólo en algunas celebraciones, especialmente en fechas navideñas, aceptaba algún vasito de sidra El Gaitero o de cerveza, a ser posible 00, pero nada más. Era lo que se dice, un perfecto abstemio para la bebida.

En el curso 2004-2005, con más de 35 años dedicado a la docencia, con un nivel vocacional muy bajo, el director de su grupo escolar, don ABILIO Fonseca le había asignado un grupo tutorial de 6º curso, el colectivo escolar más avanzado en la educación primaria. Hay que matizar o añadir que su colegio estaba ubicado, como antes de ha comentado, en una zona urbana, especialmente “conflictiva” (paro, venta de estupefacientes, clanes familiares enfrentados, etc.) y con un nivel de renta per cápita de las más bajas a nivel provincial. Los alumnos de este colegio no eran “malos” de naturaleza, aunque se veían condicionados por la situación familiar y el entorno social en el que convivían. Eran chicos excesivamente traviesos y bromistas, actitud muy propia también de su edad. Cualquier oportunidad que se les presentaba la aprovechaban para desahogar sus afanes infantiles de divertimento y “cachondeo” en el argot popular. Su profesor tutor “capeaba” como bien podía, las más que frecuentes salidas de tono de estos chavales, que ya soportaban en su entorno familiar esas imágenes y realidades extremadamente carenciales, no solo en lo material, sino también en los valores de comportamiento y respuesta. También, lo que era más grave, de la ilegalidad. Feliciano no se ocultaba o privaba de comentar con sus compañeros de claustro, la precaria base vocacional que poseía, para encauzar a estos díscolos escolares.

“Os confieso que, si llevo tantos años metido en “esto” de la enseñanza, es porque de algo tengo que vivir y llevar un sueldo a casa. Pero yo no soy vocacional para la entrega diaria al oficio, Tenía que haber buscado, como muchos de mis compañeros de promoción, un banco o una caja de ahorros, para trabajar como administrativo o incluso dependiente de tienda. Estas horas, en las que tengo que estar “encerrado” con estos chicos tan traviesos, se me antojan insufribles y no paro de mirar el reloj para ver cuando finaliza ese “suplicio” diario”. Y un día, acaeció, en todo este contexto, una divertida y significativa anécdota.

NEMESIO Cebrián era un compañero de claustro, que había sido padre por primera vez, a pesar de que ya sumaba los 42 años. Se había casado a una edad avanzada y este primer descendiente había sido “procreado” gracias a la ayuda de una clínica especializada. Deseaba celebrar su paternidad y feliz natalicio con sus compañeros. No encontró o arbitró mejor oportunidad, que llevar unas botellas de vino dulce de Cómpeta (municipio natal de su mujer Mariblanca), para montar un pequeño refrigerio en el recreo del último día de la semana. Añadió, ese viernes, unas tapas de jamón de pata negra con daditos de queso manchego añejo en curación, con los “piquitos “correspondientes, para hacer un buen desayuno o aperitivo de media mañana.

En ese infausto viernes de mayo, el abstemio maestro Aranda se sintió “obligado” socialmente a compartir ese refrigerio con su compañero Nemesio. Se armó de fuerza y arrojo y tras coger un trocito de queso, los compañeros, en plan alboroto y simpatía (conociendo su especial relación con el alcohol) le animaron y casi “obligaron” para que tomara una copa de vino de Cómpeta, que llenaron casi hasta el borde. El buen dulzor de este vino hizo más agradable el trance que para Feliciano suponía beber alcohol. Hacía décadas que el vino no entraba en su boca. El celebrante era hijo de un tabernero de Málaga que regentaba un “quitapenas” en el centro antiguo y turístico de la bella ciudad. El generoso néctar de la uva pasa había sido traído por Nemesio con la garantía de su padre de que era el mejor vino dulce que tenía en la bodega.

Feliciano (55) se sentía cada vez más “alegre”, en ese viernes celebrante “para olvidar”. La generosa copa de vino dulce de Cómpeta que había tomado se le subió rápidamente a la cabeza. Ya fuera del necesario autocontrol, aceptó repetir con otra copa hasta el borde, contenido que rápidamente sus compañeros le sirvieron entre risas y cómplices miradas. El dulce néctar del dios Baco lo había traicionado. Un tanto medio sonámbulo, escuchó el sonido del timbre, tocado por el conserje Cleofás, anunciando el final del recreo. Con pasos inseguros emprendió la marcha hacia el aula nº 7 que ocupaban sus alumnos de 6º A quienes, al verlo llegar, en un estado de manifiesto desequilibrio orgánico, comenzaron a realizar sus cábalas acerca de lo que le pasaba al maestro. Pudo llegar a su estrado, aunque en alguno momento su balanceo corporal amenazaba con una caída. Sacando fuerzas de su gran “flaqueza”, comenzó a explicar nociones acerca del Siglo de Oro en la literatura española. Pero las ideas y contenidos no fluían en su mente, totalmente abigarrada por el efecto etílico. La vocalización se le trababa y los ojos, algo “saltones” se le medio cerraban. Semejante y deprimente espectáculo provocó el divertimento de la joven muchachada, cuyos comentarios y risas corrían de boca en boca. Esas dos copas, bien llenas de vino moscatel, habían desarbolado y descompuesto el tradicional equilibrio del maestro Aranda. Feliciano, siendo consciente de la situación tan embarazosa y ridícula que estaba protagonizando, hizo una señal al delegado de grupo, Toño Heredia, para que guardara el orden de la clase, mientras él, con paso cada vez más inseguro abandoba el aula, camino del despacho del director Fonseca, a fin de pedirle ayuda.

Sus festivos y traviesos alumnos hicieron poco caso, como en ellos era habitual, del compañero Toño. Los comentarios, risas y “chascarrillos” corrían de boca en boca, magnificando y exagerando los hechos. “Habrá ido al servicio, porque se le ha descompuesto el vientre. Se está haciendo “caca”. No podrá aguantar el pi-pi. Se estará “meando”. Lo que tiene es una “cogorza de campeonato”. A estas imaginativas conclusiones, siguieron algunas canciones jocosas alusivas al estado del pobre maestro. “Aranda, temblón, le has dado mucho al porrón”. Don Feliciano, el pi-pi te ha traicionado. Aranda, copero, trabaja de sereno Y otros por el estilo que, por respeto al lector, todas de muy mal gusto, no se explicitan.

Al pobre, desarbolado y mareado, maestro Feliciano Aranda, lo tuvieron que llevar a su domicilio. Nada más verlo llegar, su mujer, FINA Esparza le soltó una “espectacular bronca” por el espectáculo que esta dando. El profesor de guardia y compañero de Feliciano, Santos Laguardia, sentía vergüenza ajena al ver como la esposa de su compañero le gritaba y zarandeaba, de manera zafia e indecorosa, no cesando de repetirle “Señora, sosiéguese, contrólese, tranquilícese, que ha sido un accidente lamentable y totalmente imprevisto, pero ahora no es el momento de tratar así a su marido”. “¡Qué habrán dicho los vecinos, cuando te hayan visto llegar en este estado, viejo vicioso! Buenos palos te mereces, truhan”.

Estas situaciones insólitas y enojosas pueden suceder ¡qué duda cabe! Incluso el abrumado Nemesio Cebrián se culpaba, por haber provocado sin querer ese sofocón humillante en un apreciado compañero, quien “rezaba” cada noche porque llegase pronto esa jubilación que lo librara de una vocación no arraigada en su persona.

Su amigo, compañero y director del C.P. Maria Auxiliadora, mantuvo con Feliciano una larga conversación en su domicilio, proponiéndole que continuara de baja por depresión, ya que el final de curso estaba a un par de semanas. Lo más conveniente para Feliciano, le aconsejó, era el cambio de centro, hasta cubrir esos cuatro o cinco años que le quedaba, para poder acceder a la jubilación con el sueldo máximo legal establecido. Habló con el inspector de zona, explicándole detenidamente los hechos y la buena conducta que este maestro había mantenido en todo su expediente académico, verdaderamente impoluto de cualquier falta o comportamiento inadecuado. Andrés Palanca, el inspector le buscó una comisión de servicio en un colegio “más tranquilo” sociológicamente hablando.

Así que el curso siguiente 2005-2006, Feliciano lo inició en el Colegio Cártama, a unos 17 km. de la capital malacitana. Acordó con otro compañero que tenía vehículo (tras no superar por tres veces el examen de conducir, había desistido la opción de tomar un volante para el resto de su vida) desplazarse con él, pagando la gasolina a medias. Cada mañana recorrían la carretera del parque Tecnológico camino de la bella localidad cartameña, famosa por su espléndida riqueza cítrica. Feliciano sólo estuvo curso y medio en este destino rural, pues pudo conseguir la jubilación anticipada por sus frecuentes depresiones, certificadas por los facultativos correspondientes.

HAN CAÍDO NUMEROSAS HOJAS DEL CALENDARIO. Feliciano Aranda, profesor jubilado, dedica, en la actualidad, dos tardes a la semana para dar clase a personas mayores analfabetas, precisamente en el barrio marginal donde tuvo ese infortunado episodio de comportamiento ebrio no voluntario ante sus alumnos de sexto curso de educación primaria. Es persona apreciada y respetada, no sólo en la concejalía de acción social del distrito, sino entre el común de los vecinos, que valoran su buen hacer, su sencillez y su proverbial verdad. Este maestro nacional, sin vocación para la docencia, eligió una profesión inadecuada. Fue un lamentable error, pero así ocurre no pocas veces  en la vida. Esta serena etapa de su “tercera vida” la desarrolla alejado de una compañera con la que ya carece de vínculos afectivos o pasionales. El hijo de Nemesio Cebrián, su amigo y compañero, que ejerce la abogacía, le ayudó judicialmente en este proceso de ruptura (aunque él manifiesta “proceso hacía la libertad y la paz espiritual”. -

 

 

 LA ERRÓNEA DESUBICACIÓN PROFESIONAL

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 24 mayo 2024

                                                                        Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es           

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jueves, 16 de mayo de 2024

SUCEDIÓ EN UNA ESTACIÓN DE AUTOBUSES.

En la evolución de los días, gozamos a veces la suerte de conocer e incluso vivir experiencias o anécdotas curiosas, enriquecedoras en valores o insólitas en su inesperado protagonismo. Hay veces que estas realidades adquieren incluso una mayor relevancia, tanto en su contenido, como en el magisterio significativo para nuestras vidas. Veamos una de estas historias, que puede facilitar la eficaz terapéutica de la lúcida y racional reflexión.

ARSENIO Perales trabaja como expendedor de billetes o tickets, en una de las ventanillas de la estación central de autobuses de la capital malagueña. Este gestor o vendedor de viajes, básicamente suburbanos, se halla en una cronología de plena madurez, para su sosegada y tranquila existencia. 46 años bien llevados, doce de los cuales vinculado a la importante empresa de transporte de viajeros ALSA. Casado con HERMINIA Henares, “mujer de su casa”, no han tenido descendencia en su matrimonio, carencia que han sabido suplir con la entrega generosa a cinco sobrinos, vinculados a sus tres hermanos. En su horario de trabajo, desde las 8 de la mañana hasta las tres de la tarde (con esos minutos restauradores para el desayuno o aperitivo) este responsable empleado trata o “conoce” breve y diariamente a decenas de viajeros, tratando de atender, con amabilidad y diligencia las consultas o peticiones que recibe desde el otro lado de la ventanilla. La compra de billetes, las consultas horarias, o incluso esas aclaraciones acerca del punto de venta más adecuado para ese destino que pretende la clientela, son las gestiones más usuales que el eficaz y paciente Arsenio realiza. Se siente especialmente feliz cuando puede ayudar a los abrumados o nerviosos viajeros, que llegan tarde y temen perder el bus que tanto necesitan. Sus consejos, basados en la experiencia, solventan muchos problemas, para todos aquellos que viajan por necesidad o placer.

En su memoria reposan decenas y decenas de anécdotas, de la más variada naturaleza. Algunos ejemplos: la pérdida u olvido, de los más variados objetos en la aglomeración de las colas de espera, son episodios más que frecuentes: monederos, billeteras. Llaves de la casa y del automóvil, billetes ya abonados, mochilas o bolsas … también, esos pequeños que en el fragor de las horas punta, han perdido el control de su papá o de su mamá. Cada día, cuando llega a su domicilio en la zona del antiguo Perchel, relativamente cerca de su puesto de trabajo, durante el almuerzo o la cena gusta narrar a su mujer las anécdotas o chascarrillos novedosos del día, bajando el sonido del televisor, para ser mejor escuchado.

Por las tardes, después de descansar un ratito de siesta, suele reunirse con su amigo de la infancia PAULINO, que trabaja como auxiliar de enfermería en el Hospital Clínico Universitario, Ntra. Sra. de la Victoria en Málaga. Se distraen “echando” esas partiditas de dominó, mezcladas con algún aperitivo o merienda. Cuando el tiempo meteorológico acompaña, disfrutan dando largos paseos, casi siempre cerca de las aguas del mar. Arsenio también suele sacar tiempo libre para la lectura, una de sus tradicionales aficiones, utilizando el préstamo de libros de la biblioteca pública Municipal Jorge Guillén.

Pero entre todas las anécdotas que atesora en su memoria, una muy especial acaeció de manera sorprendente, pero con especial trascendencia por su significación social y sobre todo humana. Una mañana de dulce tiempo primaveral, en abril, sobre las 9:30 (era viernes) la taquilla expendedora estaba inusualmente tranquila. Vio acercarse a un hombre delgado, modestamente vestido, quien portaba, cosa natural, una mochila moruna en uno de sus hombros. Lo atendió de inmediato, tras percibirlo como un tanto nervioso y desorientado. Hay que matizar que la ventanilla que controlaba Arsenio ese día era “polivalente” es decir, a través de la programación informática, podía “vender” tickets para un número variado de destinos. Esta versatilidad ahorraba costes a las distintas compañías de viajes, que operaban en el centro nuclear del transporte andaluz por carretera.  Para sorpresa de Arsenio, el cliente, llamado BONIFACIO Aranda (al paso del tiempo llegaría a conocer muchos datos de este “extraño” personaje) le hace la siguiente e insólita petición:

“Por favor, deme un billete de ida y vuelta, para el destino que mejor le parezca. El que Vd. quiera”. El asombrado expendedor le respondió, un tanto molesto, pensando en principio que su interlocutor estaba de broma. Ante la insistencia que esta persona (superaba obviamente los sesenta años) Arsenio se vio obligado a explicarle, con la mayor serenidad y tratando de ser lo más didáctico posible.

“Le explico, con la mayor claridad, que mi función es venderle el viaje para el destino que mejor prefiera. Comprenda que su postura o petición es un tanto inusual o insólita. Yo no puedo saber a dónde Vd. desea dirigirse”.

El extraño cliente, sin inmutarse por la respuesta que había recibido, reiteró su primera y ya conocida petición. Entonces la atmósfera entre ambos hombres se tornó un tanto “cargada o crispada”. Arsenio, ante la tozudez que tenía por delante, se mostraba dispuesto a requerir la presencia del servicio de seguridad de la gran estación. Realmente pensaba que el cliente que tenía ante la ventanilla no estaba muy cuerdo. Sin embargo, la reacción de Bonifacio fue más explicativa y “rogativa”.

No se me enfade, por favor. Mi nombre es Bonifacio. Quiero explicarle que hace un mes y medio que accedí a la jubilación. La verdad es que ahora me aburro “como una ostra”. Me siento solo, entristecido ante la soledad que tanto me abruma. Añoro mi trabajo, que realizaba en una tienda de telas al corte, que también estaba habilitada como mercería, en Puerta Nueva. Allí he permanecido largas décadas de mi vida. Mi trabajo detrás del mostrador me hacía sentirme feliz. Me sentía útil y distraído. Pero ahora, al levantarme por las mañanas, me pregunto ¿qué voy a hacer hoy? Y los días son muy largos para mí. Una vecina, Catalina (ahora yo vivo solo, pues mi mujer ESMERALDA se me fue a los cielos, para mi desesperación) me aconsejó que viajara, al menos una vez a la semana y que fuera conociendo los bonitos pueblos de que goza esta preciosa provincia. Incluso también otros municipios andaluces, afamados por su riqueza monumental. Por eso hoy viernes he querido seguir su consejo, iniciando alguno de esos viajes que tanto bien pienso me harán. Es lo que me he dispuesto a hacer también las próximas semanas. Simplemente Vd. que entiende bien de los viajes, me da un destino y yo le pago el importe del autobús.”

El atento expendedor de billetes para los viajes sintió, tras escuchar las sinceras palabras de su interlocutor, verdadera lástima de este cliente que, obviamente, le estaba pidiendo ayuda. Pensó, de inmediato, lo difícil que resulta para muchas personas afrontar ese cambio importante en la vida, cual es la jubilación y la viudez. En coherencia con esta percepción, cambió rápidamente su postura, buscando el lado positivo en sus respuestas.

“Bien, Sr. Bonifacio. Dentro de pocos minutos, a las 10, parte un autobús, con un destino precioso, para disfrutar bien el día. Es la bella localidad de RONDA. Puede volver esta misma tarde, pues el bus de vuelta lo hará a las 20 h. Aunque haya estado en este precioso y romántico lugar, no es una idea desacertada volver. Visite la zona impresionante del Tajo, recorra y comparta la alegría de sus calles, hable con sus gentes y disfrute de un buen almuerzo o un suculento tapeo. Le aseguro que pasará un día muy agradable en esta sin par localidad”.

Boni, más convencido que nunca, pagó el 50 % del importe viajero, por ser poseedor de la tarje de la Junta Andaluza, para mayores de 65 años. El ida y vuelta le resultó muy económico. Con las gracias subsiguientes y un fuerte estrechón de manos, finalizó ese insólito diálogo, mantenido ante la ventanilla de una estación de buses. Arsenio pensaba no olvidar esta anécdota que hablaba de humanidad, soledad y necesidad. También, por supuesto, de ayuda hacia los demás.

Y llegó el viernes siguiente. De nuevo el Sr. Bonifacio se presentó delante de la taquilla de Arsenio. Se lo veía bien sonriente. Tras el saludo subsiguiente, entregó al vendedor de los tickets un paquetito confitero: eran las “afamadas” y sabrosas Yemas rondeñas del Tajo, como muestra de agradecimiento al comprensivo y bondadoso expendedor, quien agradeció complacido el buen gesto de este proverbial cliente. Boni comentó brevemente lo bien que lo había pasado la semana anterior, pues Ronda era ciudad con innumerables atractivos. “Seguro que, para este viernes, me vas a recomendar otro destino que me hará disfrutar de sus atractivos, pasando un buen día para el inicio del fin de semana.

Arsenio, con el regalo de las yemas en su mano, sonrió con benevolencia, recomendándole un billete para visitar el atractivo municipio de FRIGILIANA, en la Axarquía.

“Te aseguro, amigo Bonifacio, que es uno de los pueblos más bonitos del este malacitano. Sus atrevidas calles empinadas, sus viviendas adornadas con centenares de macetas con flores, sus espléndidas vistas, la gratitud fraternal que comparten sus vecinos… Es una excelente opción.  Son las 8;45. Hay un autobús, para ese precioso destino, que parte a las 9 en punto. No pierdas el bus y disfruta del viaje. Lo recordarás con agrado después de muchos años”.

Se estrecharon de nuevo las manos, con un indisimulable y recíproco afecto. “Gracias, buen amigo. Seguro que me envías a un estupendo paraje de la Axarquía, precisamente un pueblo o localidad que no conozco. Me acordaré de ti cuando pasee y disfrute las delicias de ese lugar”.

Al terminar su jornada de trabajo, Arsenio iba ilusionado a casa, para narrar a su mujer el nuevo encuentro con el extraño cliente, quien de nuevo le había pedido consejo para buscar un destino atrayente a donde dirigirse. Le entregó a Herminia las yemas rondeñas que Boni le había regalado: “deben estar buenísimas”

“Pienso que me estoy convirtiendo en “hermano espiritual” de esta persona que se siente profundamente solo, sufriendo esa frecuente inadaptación de muchas personas a la jubilación. Desde luego, debe ser bastante duro no tener a personas, amigos o familiares cercanos, en los que apoyarse.”

Cuando esa misma tarde de viernes se reunió con su amigo Paulino, éste le sugirió una idea que parecía a todas luces llena de sensatez. “¿Y por qué no lo invitamos a que nos acompañe por las tardes, cuando damos nuestros paseos y tomamos alguna cosa? Parece, según me cuentas, que se trata de una buena persona y que se ve necesitada del imprescindible calor humano. Probablemente es viudo y carezca de hijos o familia cercana en la que apoyarse”. Arsenio acogió bien la idea que le transmitía su buen amigo. “Veremos si el próximo viernes, lo tengo de nuevo delante de la taquilla”.

No se equivocaba el diligente taquillero de la estación central de buses malacitana. Ese tercer viernes resultó decisivo para fomentar esa solidaridad de la que tan necesitados estamos muchos de los humanos. No más tarde de las 8:30 a.m. vio acercarse a Bonifacio, siempre madrugador y con su mochila colgada en uno de sus hombros. Portaba en su mano una pequeña bolsa. ¿Podría ser un nuevo presente para el diligente taquillero?

“Buenos día, amigo del alma. Son unas uvas pasas que te he traído de mi encantador paseo ese bello pueblo que tan acertadamente me recomendaste visitar: Frigiliana. Me agradó mucho el encanto de sus casitas todas pintadas de blanco, la profusión de flores por todos los rincones y esas calles empinadas tan gratas de bajar pero que te exigen notable esfuerzo para subirlas. Desde luego es uno de los lugares más asombrosos que he conocido. La franqueza y sencillez de sus habitantes me ayudó mucho a olvidar esa ingrata soledad”.

Agradeciéndole el buen gesto, Arsenio le encareció que no se viera obligado a gastar su dinero, pues él lo hacía de corazón, además que profesionalmente pensaba que era parte de su obligación. “Y a donde me recomiendas que me desplace hoy viernes?” 

“A las 9:15, Boni, sale un autobús de línea camino de ANTEQUERA. Seguro que habrás pasado más de una vez por esta buena tierra de iglesias, conventos, palacios, con una proyección industrial y comercial floreciente. Pues nada, a pasear por sus calles, sus monumentos religiosos y civiles. Y eliges un buen restaurante, para gozar del buen día que tenemos, ahora en la primavera.

De todas formas, quiero explicarte y proponerte algo que te puede interesar, para algunos días de la semana.  Bonifacio, tengo un buen amigo de la infancia, que se llama Paulino. Muchas tardes, los dos vamos a dar largos paseos por la ciudad. Recorreros el Parque, el puerto, la zona turística de la Plaza de la Merced y Alcazabilla …Cuando estamos un poco cansados, nos sentamos en alguna cafetería o chiringuito del paseo marítimo, para tomar un café o cuando aprieta el calor pues bien cae una cerveza. Pregunto ¿te gustaría unirte a nosotros y compartir unos ratitos de charla, que siempre vienen bien para la amistad y la distracción”.

La respuesta de Boni fue positivamente contundente. Un SÍ rotundo y emocionado. A duras penas podía disimulas unas traviesas lágrimas que comenzaban a recorrer parte de su ya gastado rostro. De inmediato se intercambiaron los números telefónicos, quedando citados para el día siguiente, sábado por la tarde, en la entrada principal del Puerto.

Ese luminoso sábado primaveral, tres amigos caminaban por los rincones jardineros y portuarios de la sin par bahía malacitana. Pronto, el nuevo amigo incorporado al dúo fue tomando la necesaria confianza, para contar muchos retazos nostálgicos de su vida. Tomaron asiento, tras muchos minutos de caminar urbano, en una cafetería de Alcazabilla, con la monumentalidad propia de la zona como fondo. Ese té con canela que pidieron les supo “a gloria”, momento en que Boni sacó de su mochila una cajita con dulces conventuales, presente que había adquirido en el torno de unas monjas clarisas de clausura, en su visita antequerana del día anterior.

Resultaba obvio que esa primera tarde de amistad, Boni resultara el protagonista de la grata tertulia o reunión, pues al fin se decidió a contar parte de su vida, junto a una compañera que ya no estaba a su lado, ESMERALDA, una cariñosa y fiel esposa que llenaba la vida de un servicial y responsable dependiente de una tienda de telas al corte. Al igual que el caso de Arsenio, tampoco Bonifacio había tenidos hijos, que podrían hoy, más que nunca, endulzar la vida de este solitario ciudadano jubilado. Perder a “mi mujercita”, como él la llamaba había sido un durísimo golpe que, casualidades y contratiempos de la vida, se unió prácticamente a su acceso al estado de jubilación.

Este pequeño trío de la amistad se ven 2/3 veces en la semana, llenando las horas de palabras, chascarrillos, recuerdos y esas añoranzas de juventud que siempre oportunamente afloran. Boni también se ha unido a las sencillas `pero distraídas partidas de dominó, juego en el que demuestra una hábil destreza (aprendió a realizar buenos movimientos con las fichas del seis doble y demás, cuando era pequeño u jugaba con su abuelo Julián. Otra lúcida y divertida decisión que han adoptado es que un par de sábados al mes, los tres van a recorrer rincones, con encanto y belleza, de nuestra contrastada geografía andaluza.

Y aquí finaliza esta reconfortante historia de un cliente, muy desorientado de bus, que pidió a un amable taquillero consejo de a dónde ir para poder disfrutar y ocultar, en lo posible, ese acre o árido estado de soledad. Estas sencillas y mágicas realidades acaecen en nuestras vidas y enaltecen el preciado valor y calor de la bondad y la amistad. -

  

SUCEDIÓ EN

UNA ESTACIÓN DE AUTOBUSES

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 17 mayo 2024

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sábado, 11 de mayo de 2024

EN EL ILUSIONADO JARDÍN DE JULIETA.


La magia narrativa nos conduce a un matrimonio gris y aburrido, como tantos otros en tiempos avanzados de la madurez. El cansancio convivencial y las rutinas sin brillo, en el quehacer de cada día, hacía cansinas la sucesión de todas esas fechas marcadas por el rígido calendario. Tal vez lo más preocupante de esta situación no era sólo la “pereza” relacional entre ambos cónyuges, sino también las ocres expectativas que se cernían sobre el futuro de un matrimonio “modélico”, estable y ejemplar y de acendrado catolicismo, siempre de cara a la galería. Habían tenido tres hijos, ya independizados, Elisa, Nando y Marcelo, que sumaban 5 nietos, hasta el momento, todos de corta edad, a los que atendía en distintos momentos y oportunidades la abuela Clementina.

OLEGARIO Pascual Vicente, (54) diplomado en Ciencias empresariales, trabajaba como cajero en una prestigiosa entidad bancaria, del grupo Santander, desde hacía ya 26 años. Era una persona de extremada rectitud y seriedad, que cubría sus ratos de ocio como un aburrido coleccionista de sellos de franqueo ordinario. Aficionado a presencial los partidos de fútbol, asistía al estadio de la Rosaleda los domingos, cuando jugaba el Málaga F.C. Los días de fiesta de guardar nunca faltaba a misa de doce en la Catedral malacitana, acompañado de su mujer, oficio religioso que presidía en ese día y hora el Rvdo. Sr. Prelado de la diócesis, acompañado del cuerpo de diáconos. Aunque este ejemplar padre de familia no acostumbraba a beber, ni tenía dependencia del tabaco, a la salida del magno templo catedralicio, compraba el diario deportivo Marca e iba caminando ju8nto a su señora esposa hasta el establecimiento de La Cueva, en calle Martínez, a dos pasos de Larios, con el objeto de tomar el aperitivo dominguero: refrescos y alguna tapa de butifarra, chorizo o queso.

Por su parte, CLEMENTINA Navas Portal, (52) sus labores en el hogar, era una mujer apasionada de las rebajas y de la ropa de “buen poner”. Un par de veces en la semana asistía, con sus amigas Cloti, experta en informática y Bibita, restauradora de muebles antiguos, a la Peña La Palangana, sociedad recreativa ubicada en la zona del antiguo Perchel norte, en donde gustaban tomar chocolate caliente con churros, hablar de sus cosas y hacer proyectos que, en la mayoría de los casos, nunca eran llevados a efecto. Clemen (como se la llamaba familiarmente, manifestaba un notable sobrepeso en el trasero que hacía difícil disimular su más que generoso volumen. Esta mujer “dominaba” o controlaba su vivo y muy aletargado fulgor sexual, con los frecuentes minutos de confesionario, previa a la frecuente y fraternal comunión. Pero Olegario, que se veía ya “muy mayor” no estaba “por la labor” y siempre aducía su cansancio o esa desalentadora frase de “mujer, que ya no somos unos tórtolos”. Ciertamente, la comunicación entre los dos esposos era harto silenciosa. Cada vez hablaban menos, con la fortuna de ser ayudados por esa pantalla parlante de las múltiples cadenas televisivas. El aburrimiento relacional era patente entre estos “modélicos esposos, para la acomodada vecindad del bloque que habitaban, en el núcleo intermodal de la Explanada de la estación.

Así andaban las cosas, como ocurre en tantos matrimonios desvitalizados, con los hijos ya integrados en sus respectivas familias, que mantenían ese fervor filial, un tanto interesado, por el servicio que recibían al tener a sus hijos bien cuidados por sus abuelos, en el respiro de sus frecuentes ratos de asueto y esparcimiento para el divertimento. Olegario y Clementina tenían plena confianza en la fidelidad recíproca ¡a su edad, no podía ser de otra forma! 

Ella veía a su marido entregado a su trabajo bancario o en ese mirar “embelesado” a la colección de los sellos, esforzadamente organizada, tras largos años de búsqueda y compra en filatelias. O también, con ese divertimento del fútbol del fin de semana, que le distraía de su estrés cotidiano ante la ventanilla del banco, tal vez desplazándose a la Rosaleda o estando pegado a la radio, saboreando los goles de su equipo favorito, el “colchonero” Atlético de Madrid.

Olegario “pasaba” ampliamente de Clemen, conociendo que ella estaría ocupada en sus asuntos: la cocina, las compras de ropa, con esas rebajas que francamente la enloquecían, tendiendo además el desahogo salvador de esas amigas colegiales, con las que pasaba sus ratos de ocio en la ruidosa Palangana (peña que él se excusaba, una y otra vez, de visitar) merendando el habitual descafeinado con leche o chocolate caliente y ese pastel de hojaldre con cabello de ángel (pastelería Aparicio) que tanto le deleitaba.

Pero los deseos sexuales estaban ahí, latentes, adormecidos, controlados, pero no desaparecidos. Pero en ocasiones ocurren hechos curiosos, inesperados, incluso inexplicables, pero que revitalizan y despiertan del sopor agreste del aburrimiento,

Era fin de semana, un sábado tarde. Olegario se distraía trasteando y remirando su colección de sellos, primorosamente pegados y rotulados en esas páginas acartonadas y amarillentas, por el paso del tiempo. En un momento de sopor, cerró los dos grandes álbumes, y se dispuso a “navegar” con su portátil MAC. El día seguía nublado y ventoso. La tarde prometía ser “larga” en la monótona rutina. Fue recorriendo diversas páginas web, dando sorbos intermitentes a esa taza de té moruno que se había preparado. Una cardiaca motivación le sobrevino, cuando se topó con una página de CITA A CIEGAS PARA EL AMOR. Se animó a entrar en ese juego de aquellos solitarios que buscan una pareja con la que compartir sus realidades vitales. Se le pedía que, con un seudónimo, hiciera una breve descripción personal, aportando datos básicos sobre su edad, actividad, aficiones y datos físicos y de carácter de la pareja con la que agradaría “congeniar”. Pensaba en esa compañera “ideal” con la que le gustaría hacer amistad y generar esa ilusión que tanto faltaba en su vida. Una vez completados los datos y después de pensarlo durante unos segundos, se atrevió a pulsar el botón de “enviar”.

Ahora “tocaba” esperar a ver si llegaba alguna respuesta a medio plazo. La realidad es que, como tantos otros, “incautos o listos” había falseado algunos de sus datos (edad, caracteres físicos y ocupación laboral básica). Había enviado la opción de una persona que, obviamente, sólo existía en su imaginación. Lo cierto era que sólo pensaba en distraerse o divertirse, tratando de pasar ese sábado tristón otoñal que tan escasos incentivos le reportaba. El programa garantizaba una respuesta en menos de una hora, dada la amplia oferta de que disponía en su copiosa base de datos. No se equivocaba el aburrido cajero de banco, pues transcurridos unos 30 minutos, OCTAVIO (nombre supuesto) recibió una comunicación de una tal IRINA, mensaje henchido de amor, cariño y sensuales palabras. Durante el resto del sábado recibió no menos que cinco “incitaciones” para proseguir ese proceso de acercamiento para el amor. Olegario se sentía abrumado y nervioso emocionalmente.

Al fin se decidió a enviar respuesta, en la que “matizaba” algunos de los datos que previamente había escrito, en la línea de acercarse a su verdadera personalidad. Lejos de encontrar una respuesta desabrida, Irina, también recondujo los suyos, en un intento de acercamiento y de recíproca confianza.

Se despertó en varias ocasiones durante la noche, pensando, una y otra vez en Irina. Gran parte del domingo la pasó sumido en la inquietud, cerca del ordenador, por si encontraba algún correo o mensaje de ese “amor” que iba tomando cuerpo en la estructura de su solitario corazón. Le dio un nuevo “vuelco” la pulsación cardiaca, cuando el domingo atardecía, al sonar un pitido indicándole que un correo o e-mail había llegado a su buzón. Para su inmensa suerte era Irina. Se disculpaba de la tardanza en la comunicación. Pero ahora, lisa y llanamente, le comentaba que había llegado la hora de intercambiar algunas imágenes de sus respectivas personas. Era previsible: ambos “tortolitos” intercambiaron fotos que no eran reales o actuales. Olegario envió una foto suya, de cuando tenía unos quince años menos.

Y así fueron pasando los días. Un hombre más animado y vitalizado en su existencia que prácticamente a diario enviaba palabras cálidas, henchidas de carriño y necesidad hacia esa Irina que el destino le había regalado para “endulzar” esa complicada media vida a los cincuenta avanzados. Su trastorno era más que evidente. Había perdido el apetito (lo cual bien le venía, para “limar” algunas de esas grasas sobrantes que se repartían alocadas por su epidermis corporal. El despertarse, durante esas madrugadas para el descanso, era un hábito que se repetía cada vez con más frecuencia. Entonces pensaba en ella, nada más que ella.

Prácticamente, desde los primeros momentos, Clementina se había dado cuenta de que a su marido le pasaba algo. Observaba divertida la situación, y de inmediato tuvo una larga charla con su amiga Cloti, para que la asesorada en el terreno informático. Aducía que quería conocer toda la información  posible de las “andanzas” de Olegario con el portátil y con su móvil telefónico. “Es que está como un chiquillo adolescente que ha descubierto el amor a los 12 años”. Cloti la asesoró convenientemente y ella se dispuso a actuar.

Y como ocurre en todas estas páginas del juego del amor, llegó el día ansiadamente esperado por ambos (según sus comunicaciones, cada vez más cálidas uy sensuales) del encuentro: LA CITA A “CIEGAS” que se hacía realidad al estar presentes el uno frente al otro. Fijaron de mutuo acuerdo un lugar y una hora del fin de semana, para darse a conocer. La emoción era inenarrable, para este veterano personaje que hacía años, décadas, que había perdido el fulgor del amor, el ritmo cardiaco de la atracción y materialización sexual. “Mi amorcito Irina, Iré vestido de una manera juvenil, pues percibo que eres un tanto menor que yo. Tu juventud es como una fresca fuente vitalizante que mana alegría, actividad, ilusión y encantos de continuo (habían dado datos “pulidos” de su cronología vital). Suéter de cuello alto azul. Chaqueta vaquera celeste. Blue jeans. Con deportivas blancas Nike” En sus conversaciones con la enigmática y “melosa” jovencita le había comentado su quehacer deportivo, siempre que podía, tras sus obligaciones laborales en la entidad bancaria.

También Irina le había descrito su vestimenta para ese trascendental encuentro. Camisa tonalidad rosada, con una rebeca beige. Pantalones vaqueros y deportivas treking, marca Quechua. El punto de encuentro había también quedado fijado en la romántica cafetería LA BELLA JULIETA, en la zona céntrica de Puerta del Mar, a dos pasos de la Alameda Principal. La hora puntual sería las 7 de la tarde, del sábado.

Olegario tenía un cierto miedo a la actitud de Irina cuando lo viese, muy diferente de esa fotografía que le había enviado y en la que aparecía con treinta y tantos años. En la noche del viernes le había enviado un nuevo e-mal, tratando de prepararla y minimizar el impacto visual que iba a ofrecerle.

“Mi lucecita querida, me tendrás que perdonar porque algunos datos no son del todo exactos- Lo hice por temor a perder ese milagro que el destino y la divinidad ha puesto en mi vida, en nuestra vida. Te vas a encontrar a un buen hombre, con esa madurez que con fortuna va a equilibrar esa juventud que rebosas a través de tus sensuales palabras. Mi corazón “arde de ilusión y esperanza, y los segundos se me hacen horas, hasta que pueda estar junto a ti, un mágico santuario que me hará renacer. Entonces los latidos del alma resonarán como campanas al viento que llaman a la ilusión celestial desbordante. Eres mi Paraíso, mi razón de ser y existir”.

La respuesta de Irina también fue sincera. Reconoció que la foto que le había enviado no era la de ella, sino la de una amiga con un cierto parecido físico a su persona. Pero que ella era también una mujer buena y cariñosa, dispuesta a darle todo ese amor que carencialmente tanto le abrumaba y desalentaba. “El mejor valor que poseo es el cariño que transmito a las personas queridas. Y te aseguro que tu potencialidad sexual la vas a recuperar, con lo que te vas a sentir el hombre más feliz y satisfecho del mundo. Vamos, en lo posible, a compartir ese mundo que anhelas y que ahora lo sufres vacío, con esa aridez que genera la carencia de amor y sexualidad”.

Al llegar la hora del tan esperado encuentro, a esa hora mágica de las siete, cuando el sol comenzaba ya su retirada, dejando el paso a las estrellas y luceros, Octavio / Olegario se presentó con proverbial puntualidad en el Julieta Coffy o El Jardín de Julieta. A los pocos minutos llegó la tal Irina, que venía vestida tal y como le había descrito en el último mensaje identificador. Previamente Olegario había comprado un bello ramo de flores, en uno de los puestos jardineros de la Alameda principal. Ese ramo de flores cayó de bruces al suelo, cuando el cajero bancario, vio a la persona que vestía esas prendas bien señaladas. Estuvo a punto de darle “un flato”, como antiguamente se decía. ¡Maldición!

TENÍA DELANTE A IRINA ¡EN LA PERSONA DE CLEMENTINA!

El sorprendente impacto psicológico fue tan fuerte que incluso sufrió un desvanecimiento, teniendo que ser auxiliado por el solícito camarero Rodolfo, que de inmediato ordenó a la barra que preparase una tila. Clementina sonreía y gozaba de haberle dado una buena lección al “pavilucio” (expresión muy malagueña) de su marido.  

¿Pero qué había ocurrido?

Clementina había seguido toda la trama desde la primera noche, cuando vio que su marido se había dejado encendido el portátil. Con la ayuda técnica de su amiga Cloti, fue suplantando a la tal Irina, enviándoles los mensajes que tanto ilusionaban a su “necesitado” marido. Quería darle una buena lección y en el mundo de la cibernética, los buenos especialistas, como su amiga, pueden conseguir unas simulaciones, que dejarían asombrado al más crédulo de los internautas. Obviamente la “pobre” relación de estos rutinarios cónyuges acabó de romperse sin posible solución.

Han pasado unos meses desde este impactante episodio. Ambos veteranos esposos hacen vida separada, aunque siguen compartiendo el mismo piso, por dos fundamentales motivos: tratan de evitar el disgusto que podrían provocar a sus hijos y nietos y, sobre todo, por “el qué dirán” sus amistades de ese elitista microcosmos social en el que se hallan inmersos.

En el árido caminar de muchos hombres, siempre hay una ilusión con el nombre de Irina, a modo de sirena providencial, en la que centran todas esas sus esperanzas perdidas o degradadas por la prolongada convivencia conyugal. Es la ocre realidad, tensionada por la sucesión innegociable de las hojas del almanaque, que degrada las epidermis, nubla los sentimientos y el sentido o necesidad de las propias palabras. Lógicamente esta situación se repite, como no podía ser de otra forma, en el caso de las mujeres, quienes a modo de Penélopes pacientes, esperan la llegada a sus vidas de Ulises, Aquiles o Apolo, en esa huida paralela o insatisfacción continua con la edad. Es la eterna paradoja. Los niños quieren, anhelan, llegar a ser mayores. Los mayores añoran los frutos e incentivos de la juventud. La serena vivencia de cada día, la lúcida integración imaginativa del ser, no es entendida, no es aceptada por muchos, como sencilla solución, inteligente y eficaz. -

 

 

EN EL ILUSIONADO

JARDÍN DE JULIETA

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 10 mayo 202

 

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