viernes, 2 de febrero de 2024

SOMBRAS ONÍRICAS

No resulta fácil vivir de las letras, sino todo lo contrario. Sólo unos pocos privilegiados, a causa de su calidad expresiva e imaginativa, la oportunidad que concede la suerte y el “capricho” lector, pueden lograr, siempre aplicando mucho esfuerzo y tenacidad, ese anhelado objetivo de ejercer la profesión de escritor. La maquinaria editorial es bastante severa, con los nuevos y “prometedores escritores. A los pocos “artesanos de las palabras” a quienes abre sus puertas, les impone unas normas y condiciones verdaderamente “leoninas”, que muchos aceptan porque carecen de los medios necesarios para poder pagarse la edición de sus obras y porque tienen la vana esperanza de que su segundo o tercer trabajo será compensado con una mayor generosidad económica. Así es la “ambiciosa y escasamente altruista” industria editorial.

La mayoría de estos ilusionados escritores “viven” de una segunda y a veces hasta tercera actividad, que es la que mantiene realmente su subsistencia económica, ubicando el oficio de escribir en un plano paralelo o esperando mejores tiempos. En todo caso, siempre existe el consuelo de poder ir desarrollando esa noble afición, que su capacidad y voluntad les posibilita en el día a día.

HIGINIO Santos Cervilla, 27 años, es un “prometedor” escritor, cuya actual destreza creativa ha ido desarrollando y consolidando desde los lejanos tiempos de su adolescencia y primera juventud, cuando estudiaba en un centro público de enseñanza secundaria, de la capital malacitana. Doña Elisa, su profesora de Historia de la Literatura valoró, desde los primeros ejercicios, la calidad expresiva de su joven alumno para la composición escrita y también oral. A la finalización de sus estudios secundarios, Higinio no tuvo duda alguna para matricularse en dos grados universitarios, tal era su justificada autoestima para el estudio: filología hispánica e inglesa, cuyas materias iba superando con brillantez, aplicando para ello un gran sacrificio en la renuncia a otras actividades propias de su edad.

Descartó en principio, a la finalización de sus licenciaturas, la opción de las oposiciones para la docencia, entregándose de lleno en el apasionado y difícil mundo u oficio de la creatividad literaria.  Todo voluntarioso y con el apoyo generoso de sus padres, con los que convivía, comenzó a redactar la composición de su primera novela, a la que pensaba titular SENDAS ONÍRICAS. Dedicó a este noble y culto empeño casi dos años de su vida, actividad que iba mezclando con algunas horas en las que acudía a la papelería y librería de barrio que poseía el tío Fulgencio, para ayudarle en las horas punta de clientela, ganándose así unos euros para sostener los gastos propios de su juventud. Así, trabajando y aprovechando esas horas nocturnas que tanto le inspiraban, la novela fue ganando en páginas y capítulos a lo largo de los meses y los días.

La novela al fin se completó, cuando Higinio ya alcanzaba los 26. Con el manuscrito fotocopiado bajo el brazo, fue contactando con diversas editoriales, tanto locales como nacionales. Los “portazos”, mezclados con las muy buenas palabras, era la habitual respuesta que iba recibiendo de las empresas dedicadas a la publicación de materiales creativos para la nueva literatura. “Ya le avisaremos…” pero después sólo le llegaba el silencio de sus “teatrales” gestores. Aun así, siempre trataba de evitar el “erróneo” e ineficaz desánimo. Sobre todo, porque tenía la convicción de que su primera obra, era de buena calidad y pensaba que algún día lograría tener un digno acomodo en el negocio de la venta editorial.

Había organizaciones editoriales cuya propuesta a los nuevos valores de la literatura era especialmente exagerada e injusta, ya que se comprometían en leer el manuscrito si el autor previamente renunciaba a todos los derechos, tanto de compensación económica como de las ventas realizadas durante la primera edición. Hasta ese punto llegaba la receptividad o acogida en el mundo de las publicaciones. Pero había que vivir, por lo que Higinio también buscó algunas colaboraciones puntuales en ámbitos tan especiales como una notaría o un bufete de abogados. Allí valoraban su perfecto conocimiento del inglés, por lo que le encargaban trabajos de traducción, tanto directa como indirecta. Esos euros eran siempre bienvenidos, aunque fuesen limitados o escasos. Su padre, Leonardo, trabajaba como auxiliar clínico en un establecimiento sanitario, de titularidad privada.

Continuaba escribiendo nuevas historias, vinculadas a lo que pensaba sería su segunda novela. La primera, a pesar de sus esfuerzos, seguía sin estar publicada. Cierto día, mientras “navegaba” por las autopistas de Internet, descubrió una curiosa y atractiva oferta. Básicamente el anuncio decía: “Se necesita escritor, cuya edad no sobrepase los 50, para colaborar en una determinada publicación”. Esa escueta nota añadía una dirección electrónica, en donde los interesados debían enviar su currículum, con los datos personales, añadiendo los méritos y el listado de las publicaciones realizadas. También se solicitaba una foto del solicitante.

La oferta era en sumo interesante. De inmediato, Higinio preparó su currículum, básicamente académico, añadiendo que tenía una novela escrita, pero no publicada. Adjuntaba el primer capítulo, como muestra ilustrativa del manuscrito. Tras el envío, a la dirección reseñada, esperó unos días, con la ilusión de que su opción tuviese respuesta. Semana y media después, recibió un correo electrónico en el que se le comunicaba su inclusión en un listado previo de candidatos para el puesto. También se le citaba para una entrevista on-line, en una determinada fecha y hora. Cinco días después tuvo lugar ese encuentro informático, por videoconferencia. con una persona llamada Aniceto Laviarca. Dialogaron acerca de temas muy diversos, en un clima de franca cordialidad. El entrevistador pidió que le mostrase el manuscrito de su primera novela, pues ese primer capítulo, que había enviado por Internet, les había agradado mucho, por su calidad gramatical y el interés de su contenido. El interlocutor /examinador se identificó como un abogado que representaba a una persona interesada, en conseguir la colaboración o ayuda de un escritor. “¿Puede enviarme el manuscrito completo? Necesitamos conocer el contenido completo de la obra. Le garantizamos el cuidado y la privacidad de la misma. No tiene por qué preocuparse de un mal uso que vayamos a hacer del manuscrito”.

Higino se mostraba muy ilusionado después de la entrevista, que consideraba había sido interesante y muy cordial, según la actitud del abogado que lo había atendido. Había aceptado enviarle el manuscrito completo de Sendas Oníricas, pues en su fuero interno pensaba que tal vez, la persona o institución con la que contactaba, estaría dispuesto a financiar el coste de la publicación que, en tantas puertas, le habían negado. Por mensajería urgente, envió una copia de la novela, que abarcaba 207 páginas, a una dirección de Madrid, en donde el abogado Aniceto tenía su despacho. Esperó unos días, hasta ver la evolución de los acontecimientos. Por fin, un viernes de ese mes de febrero, recibió una llamada telefónica del abogado, en el que le anunciaba que recibiría dos billetes del tren AVE (ida y vuelta), además de una estancia de una noche en un céntrico hotel de la capital, ubicado en el Paseo de la Castellana, en régimen de pensión completa. Quería mantener una nueva entrevista, pero ya de una forma personal y directa. La fecha del viaje a Madrid sería el próximo miércoles. Aniceto añadió que en esa entrevista se le explicaría el motivo y la función concreta del contrato, además de la retribución correspondiente. Añadía que les había gustado mucho la novela y que ya en Madrid se le devolvería el manuscrito.

Ese miércoles, muy de mañana, el joven y prometedor escritor tomó el AVE de las 7:30 en la estación Málaga María Zambrano con dirección a la estación de la Puerta de Atocha en Madrid. Viajaba pleno expectación e ilusión, haciendo cábalas acerca del trabajo que podrían encomendarle, en función de su profesión de escritor. La entrevista, en esta ocasión con la modalidad presencial, estaba concertada para las 13 h. Puntualmente accedió al bufete o despacho de abogados, dirigidos por ANICETO LAVIARCA, también en el Paseo de la Castellana. Tras los saludos pertinentes, su interlocutor le aclaró que representaba a una persona socialmente muy conocida y de una notable capacidad económica.

“Sr. Higinio Santos. Después de analizar a otros posibles candidatos, nos hemos decidido por su prometedora juventud y la contrastada calidad que sustenta su “moderna” literatura. Como le acabo de anunciar, hace unos minutos, represento a un importante profesional de las finanzas, persona muy conocida en el ámbito social, cuya imagen habrá visto repetidamente en lo que se denomina “la prensa del corazón”, además de en los restantes medios de comunicación, como la televisión y a través de las ondas radiofónicas. Su nombre, ya se lo concreto: es PELAYO SALVATIERRA (en ese momento a Higinio se le alteró la velocidad de su ritmo cardiaco. ¡Quien no conocía a este elegante y maduro personaje, figura señera del mundo financiero y casi siempre con alguna belleza femenina cerca de su persona! Se le consideraba, a nivel popular, como un play-boy del corazón). Una vez que ya conoce a la persona que represento, entenderá la importancia social que se ha ido labrando a lo largo de su vida. Hace años que cumplió el medio siglo de vida. A pesar de todo su poderío, en diversas ocasiones ha manifestado su frustración por no haber podido aún cumplir con una de sus ilusiones que mantiene desde su juventud. Dicha ilusión u objetivo es la de publicar una novela. Así que nuestra propuesta es la siguiente: Vd. se reunirá, en un par de ocasiones con don Pelayo. En cada una de esas citas (con una duración aproximada de una hora) hablarán de los temas que estimen oportunos y que especialmente Vd. propondrá, para estudiar mejor al personaje y las temáticas que él desearía incluir en lo que sería su primera novela.

Con toda la información que haya recabado, será Vd. quien redacte esa novela, que le aseguro llegará a ser “Best seller”, ya que podemos controlar al mundo editorial. Pero su nombre … no aparecerá en parte alguna de la novela, La obra estará firmada por Pelayo Salvatierra, como autor, aunque sea Vd. quien la haya escrito.  A cambio, recibirá una elevada compensación económica por su “abnegado“ servicio: 100. 000 euros, importante cantidad que este personaje se lo puede permitir, para conseguir esa ilusión o “capricho” literario en su biografía. Bajo firma notarial, Vd. se comprometerá a no reclamar autoría alguna del escrito en el futuro. La entrega de esa cantidad será realizada en mano, por personas para Vd. desconocidas y de manera secreta. Tiene 48 horas, sólo 48, para decidir si acepta o no este encargo. En caso negativo, nuestra oferta queda definitivamente anulada. Tenemos algunas opciones para “sustituirle”, decisión que nos entristecería.  También le aclaro que los billetes de tren y la reserva en el hotel han sido negociados con su nombre, ya que poseemos todos los datos necesarios. Nosotros “no hemos intervenido”. Sólo Vd. ha sido el autor de estas compras. Si su respuesta es afirmativa, contactaremos para indicarle el lugar y el día en que tendrá la primera entrevista con don Pelayo. Obviamente recibirá los tickets de tren correspondientes para su cómodo desplazamiento a Madrid”.

Profundamente abrumado y confuso, Higinio volvió a su ciudad de origen, dándole vueltas repetidamente a esa extraña propuesta de ejercer o actuar como un “negro escritor” al servicio de un potentado, adinerado y caprichoso profesional de las finanzas. Quería comprar la autoría de una novela, que no era capaz de escribir. Probablemente, para lucir ante sus “selectas” amistades. Esa noche apenas durmió. Asumía la necesidad de ese “suculento” dinero, que podría emplear en primer lugar para costear la publicación de su primera y posteriores novelas. Pero de inmediato venían a su mente una serie de conceptos de grueso calibre: dignidad, falsedad, corrupción, responsabilidad, vergüenza, honradez, necesidad … ¿Qué hacer? En “menudo” lío se estaba metiendo.

Tras pasar 24 horas verdaderamente controvertidas, en las que se mezclaban en su cabeza, de manera intermitente, todo tipo de razonamientos y criterios, con los ropajes de los valores y los delitos, decidió hablar con su padre, el buen Leonardo, contándoselo todo, sin ocultar detalle alguno.

“Hijo mío. Me he esforzado siempre en educarte, para que seas y te comportes como una persona honrada. Ese gran valor en la vida que nunca se debe perder. Aplica tu buena conciencia a esa decisión que habrás de tomar. Puedes perder el dinero, pero nunca pierdas la dignidad personal”.

En la mañana del segundo día que le habían dado para su decisión, Higinio llamó a un número de teléfono que le habían dado. Al otro lado de la línea reconoció la voz, algo atiplada, de Aniceto.

“Buenos días, Sr. Laviarca. Tras reflexionar serenamente la propuesta que antes de ayer me formuló y aunque me es muy necesaria esa compensación económica que me entregarían por mi colaboración, básicamente para sustentar mi vocación de escritor, con la publicación de mi primer trabajo literario, considero que no debo traicionar o manchar mi conciencia, escribiendo una novela para que otra persona, por muy importante que sea, la firme con su nombre. En consecuencia, declino mi participación en ese triste juego del “negro escritor”. Por supuesto que le aseguro, soy un hombre de palabra, que de mi boca no va a salir palabra alguna, sobre este complicado y difícil asunto. Esta es mi firme postura.”

Tras unos segundos de “crispado” silencio, desde la otra parte de la línea telefónica, Aniceto Laviarca planteó una contraoferta (el plan B que tenía preparado).

“Sr. Santos, vamos a plantear el asunto de otra forma, ya que lógicamente contábamos con la respuesta que acaba de hacernos. Por esa misma cantidad, le “compramos” la autoría de Sendas Oníricas, que de inmediato sería publicada, con la autoría de Pelayo Salvatierra. Incluso, si su respuesta es afirmativa en este preciso momento (no podemos dilatar más tiempo nuestra oferta) estaríamos dispuesto a incrementar la cantidad inicialmente acordada en 50.000 euros más. ¿Qué tiene que respondernos?”

“Esta vez, Sr, Laviarca, no me es necesario meditar muchas horas para atender a su pregunta que me hace. Con firmeza, no exenta de elegancia, le sugiero busque a otra persona que se adapte a sus “maquinaciones” que considero personalmente humillantes y plenas de indignidad. Es obvio que necesitaría ese dinero, o parte del mismo, a fin de poder publicar ese libro cuya autoría Vds. pretenden suplantar. Pero me sentiría muy mal si aceptara vender todo mi esfuerzo y creatividad por “un plato de lentejas”. No me sentiría feliz, ni mi conciencia me dejaría descansar durante la noche o el día. Sentiría en cambio vergüenza y no podría mirarme al espejo, con esos ojos manchados de indignidad. Entiendo que la figura del Sr. Pelayo Salvatierra, con sus finanzas, sus acomodadas amistades y su proyección pública, necesite ese capricho de lucir un valor que no le pertenece y quiere comprar con su “rebosante” cartera. Continúe haciendo el Sr. Salvatierra eso para lo que es un maestro: parasitar en ese especial contexto social en el que se siente tan a gusto. Esa capacidad literaria, de la que carece, se tiene o no se tiene, pero en mundo alguno de puede o debe comprar. Adiós Sr. Pelayo. Adiós Sr. Aniceto. Deben llamar a otra puerta”.

Ocho meses más tarde, Higinio caminaba una mañana hacia la parada del bus municipal. Esa línea 11 que lo iba a trasladar a un prestigioso colegio de titularidad privada, en donde dos días a la semana impartía un cursillo de técnicas para la composición literaria, a los alumnos de 2º de bachillerato. Antes de llegar a la parada correspondiente, en la Alameda principal malacitana, pasó por delante de un puesto de prensa. En los expositores lucían las revistas semanales de la popularmente denominada “prensa del corazón”. En todas ellas se mostraba en portada la foto de Pelayo Salvatierra, con un libro en sus manos. Esa su primera novela llevaba el sorprendente título de CAMINO DE LA VERDAD. El rostro del afamado financiero rebosaba felicidad, no exenta de esas “gotas” de picardía, que traslucían sus, ya algo envejecidos, ojos. Higinio sonrió y a pocos pasos esperó la llegada del bus que le llevaría al colegio de los jesuitas de El Palo.  Cuando viaja en ese trayecto hacia el Este de la ciudad malacitana, pensaba en ese modesto y necesitado “negro” que habría escrito el libro al afamado financiero e irresistible playboy.

El Sr. Salvatierra ya había podido conseguir el capricho anhelado de su “acomodada” vida, tesoro comprado con su abundante capital. Pero Higinio Santos, con su dignidad impoluta, también ha podido, al fin, publicar Sombras Oniricas, con la ayuda del Instituto Municipal de la Cultura. También el virtuoso joven escritor ha logrado volver al mundo universitario. Imparte, en la actualidad, la materia de Historia de la Literatura y técnicas Literarias, en la Facultad de Filosofía y letras, en donde ejerce como profesor ayudante, mientras elabora su tesis doctoral, sobre la vuelta al neorrealismo social en la literatura del siglo XXI.- 

 

 

 

SOMBRAS ONÍRICAS

 

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 02 febrero 2024

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