viernes, 16 de febrero de 2024

ARCO IRIS, CAMINO DE LA ESPERANZA

La tarde se había cubierto por un cielo densamente plomizo, que hacía adelantarse la noche cuando las manecillas de los relojes apenas marcaban las 17 horas. A lo largo de la jornada fuertes aguaceros intermitentes habían dejado la pequeña carretera, además de amplias zonas de la comarca, fuertemente enfangada, con amplios y profundos charcos que dificultaban o hacían peligrar la muy escasa circulación de vehículos, por ese espacio regional de la Mancha castellana.

Desde hacía bastantes años, un muy útil y vetusto ventorrillo, ubicado en la carretera que comunicaba con la capital conquense, en una amplia zona de páramos “abandonados” en medio de  “la nada”  (la localidad más próxima se encontraba a unos 50 km) atendía principalmente a los rudos camioneros que necesitaban reposar unos buenos ratos, en su trasiego continuo de mercancías, tiempo que aprovechaban para echar al cuerpo ese café caliente que confortaba, esa copa de aguardiente o ese sabroso plato de estofado que hacía recuperar las energías a los esforzados transportistas de la vida.

Ese no muy espacioso ventorrillo de comidas y bebidas para la restauración tenía el sugerente nombre de ARCO IRIS, nombre que hacía alusión a la enseña o cartel indicativo colocado en la zona angular más elevada de una antigua construcción, distribuida en planta baja, donde se ubicaba el comedor y la barra del bar, con un trasero para la cocina y una gran chimenea de piedra, bastante ennegrecida en donde solían arder, casi de continuo, destartalados y viejos troncos de pino y alcornoque, para calentar el espacio en donde predominaba el adobe la piedra y la endurecida madera. Una oscura y empinada escalera permitía acceder a las habitaciones privadas, cubiertas con ese tejado de losetas de pizarra, enmohecida s por el paso del tiempo, la lluvia y por los excrementos de las aves que por ese territorio sobrevolaban (garzas, halcones peregrinos, búhos, cigüeñas, cernícalos, avutardas, azores y buitres leonados).

En la zona dedicada a los comensales había colgado un televisor de los antiguos, cuya imagen aparecía frecuentemente distorsionada por la débil señal que llegaba a esa zona en medio de páramos encadenados. La puerta que había debajo del vetusto aparato daba paso al cuarto de aseo “unisex”, generalmente con escasa limpieza y maloliente, por el descuido incívico de los usuarios y el olvido casi permanente de usar las papeleras.

Aquella fría, húmeda y entristecida tarde, tras el mostrador se encontraba (como todos los días) una señora que aparentaba más edad de la que realmente tenía (43) llamada MAZURKA Alerca, persona de origen rumano, quien durante gran parte de su vida había estado trabajando para el modesto negocio, primero con su padre DIMITROS, el fundador del establecimiento, a finales de los 80. Tras el fallecimiento de este inmigrante, por una cruel pulmonía, su hija había continuado, prácticamente sola, con el servicio de restauración, esperando siempre a ese hombre que se fijara en ella, para la cálida compañía, el disfrute del sexo y tal vez para algo de amor.

Sobre las 19 horas, que marcaba un anticuado reloj de pesas, ya había anochecido. Entonces las gruesas y plúmbeas nubes comenzaron con una estruendosa descarga de chorros impetuosos de agua, más una atronadora percusión de acústicos timbales y centelleantes relámpagos, con intenso aparato eléctrico, incluso de rayos, que cegaba y deslumbraba la visión.  En realidad, durante toda la tarde ningún vehículo había pasado por esa carreterita, completamente enfangada, prácticamente delante del Arco Iris, cuyas luces se tornaban aún más mortecinas, por la acuosa neblina y las obsoletas lámparas utilizadas para la señalización luminosa del local. La soledad del ambiente hacía aún más tenebroso el paisaje, salvajemente natural.

Mazurka dormitaba, reposando su mal peinada cabeza entre sus brazos cruzados sobre la barra del mesón. La única acústica que llegaba procedía de la meteorología celeste, junto al pitido aleatorio de la máquina del café, que continuaba enchufada y presta para el servicio clientelar. A la propietaria y camarera del restaurante le despertó el sobresalto de un brusco y prolongado frenazo, que se escuchó al lado del local, pues la intensidad de la lluvia que caía sin cesar y el suelo enfangado haría bien difícil la maniobra del frenado. Miró a distancia los cristales del ventanal del salón, cubiertos de vaho y añeja suciedad. No se habían limpiado desde hacía tiempo. De inmediato se apagaron las luces de los faros del vehículo que había parado delante de la puerta. A continuación, el típico portazo originado por el cierre del vehículo.

Pensaba la adormilada propietaria del ventorrillo: ¡A qué loco se le ocurriría estar conduciendo en una noche tan desapacible, con esta tormenta de agua y aparato eléctrico, atravesando estos parajes perdidos de la mano de dios! En pocos minutos se abrió la puerta del local, que chirriaba debido al escaso engrase aplicado a los goznes del marco. Atravesó la puerta un hombre con sombrero clásico y enfundado en una gabardina gris, todo empapado de agua que a poco que se movía chorreaba y salpicaba muchas gotas por donde pasaba.

“Buenas noches ¡es un decir! Señora. Por fortuna he podido divisar las luces de su establecimiento, por lo que he decidido parar, ya que es una temeridad seguir conduciendo con el “tormentazo” que tenemos encima, Dada la hora que es (pasan algunos minutos de las 20 h.) ¿podría servirme algo de cena. Mientras me prepara algo, intentaré calentarme un poco y secar algo la vestimenta, acercándome a los troncos incandescentes del fuego en el hogar, que todavía están en ignición”.

¿Y qué le apetecería tomar? Le respondió la ya más despierta e intrigada camarera.

“Me agradaría algo caliente, como un cuenco de sopa. Si tiene, un filete a la plancha con verdura o “papas” fritas, pues ideal. De bebida prefiero agua y después un café bien cargado, por si se me ocurriera seguir el camino, siempre que descampe”.

“Pues lo que tiene más cerca para llegar es Cuenca, la capital, a unos 50 km. Ahora Vd. está en un municipio de poca población llamado Abia de la Obispalía. No se preocupe. Enseguida le preparo el cuenco con sopa de cocido, las patatas fritas con el filete de cordero. Mientras tanto, acérquese al hogar, aunque espere, pues voy a “avivarle el fuego”

 Minutos después, el suculento servicio estaba encima de la mesa. GENEROSO Boeta agradeció en mucho que la “aburrida” camarera se sentara junto a él en la mesa que ocupaba, cubierta con mantel de papel, por cierto, con algunas manchas de grasa. La camarera, pensando en cubrir su aburrimiento de casi todo un día sin personal a quien servir y pensando que aquel único comensal deseaba hablar, pues se le veía taciturno (aparte de bien húmedo) se prestó a darle algo de conversación. Y sobre todo, le interesaba a escuchar aquello que le quisiera contar. Antes de comenzar a comer, el cliente se levantó y llevó la cartera de piel que portaba al entrar y que estaba bien mojada, para dejarla junto al fuego. ¿Qué llevaría en aquella voluminosa cartera de viajante, de color beige y bien “gastada por el uso”? Todo eran preguntas para la “aburrida” ventera.

Efectivamente Generoso necesitaba hablar, en unas circunstancias tan incómodas y difíciles que en su privacidad sufría, con el fin de compartir, expresarse y sobre todo desahogarse. El extraño viajero se veía inconfundiblemente apesadumbrado. Incluso tomaba los apetitosos alimentos como “por necesidad”, pues se alimentaba bien despacio, como por obligación. Sin embargo, elogió con educación el cuenco caliente con la sopa de cocido. En cuanto al filete de cordero y las patatas, apenas consumió medio plato. Trataba de calentarse las manos asiendo entre ella el gran tazón de café caliente, que humeaba cuando se lo trajo. Ambos se acercaron al fuego y entonces fue cuando la expresividad del viajante se hizo más explícita, para compartir algo de su azarosa vida.

“Señora Mazurka, mi nombre es Generoso. Me gano modestamente la vida llevando la representación de una fábrica de navajas y tijeras, con sede en Albacete, la ciudad en la que nací y resido. Con confianza tengo que confesarle que mi vida es un tanto infortunada. La suerte o el destino no ha estado muy de cara para mi persona. Esta representación comercial me da apenas para comer, pues el fijo que tengo es muy reducido. Sólo con los contratos puedo sostener un poco mis necesidades, pero he de viajar mucho, para tratar de firmar contratos de un producto que normalmente compran los restaurantes de carretera y algunas tiendas especializadas para este peculiar pero necesario utensilio.

El tener que pasar tantas horas fuera de casa creo que me está arruinando la vida. En concreto, mi postrero matrimonio. Se lo explico. Siempre he vivido con mi madre viuda, una santa mujer, hasta que el cielo se la llevó, hará unos siete años. Entonces comprendí el valor de una mujer vinculada a tu vida. Por supuesto una mujer que te depare un poco de cariño. Mi madre me lo daba a raudales. Tras la dura perdida que sufrí, mi amigo Fabio, también representante, me indujo a visitar peñas de amigos, algunos fines de semana, allí en Albacete. Se afanó en presentarme señoras de mediana edad (ahora sumo los 52). La cosa es que me “encariñé” con una guapa y morena ecuatoriana, muy simpática y zalamera, llamada MARINMA. Esta chica, mucho más joven que yo, parecía que se divertía bien conmigo. Como estaba en situación irregular aquí en España, hizo todo lo posible por estar siempre muy cerca de mi. Yo la consideraba un angelical alivio contra esa dura enfermedad que es la soledad. Se vino a vivir a casa (antes tenía alquilada una habitación, conviviendo con gente muy diversa y “dudosa”) y me ayudó bastante poniendo un poco de orden en un piso que desde la muerte de “mamá” se había convertido en un incómodo desbarajuste. Marinma también sacaba unos euros trabajando como limpiadora en casas de señores o familias acomodadas. Así que vamos tirando, con lo poco que necesitamos.

Al fin me convenció para que pasáramos por el Registro Civil, a fin de regularizar nuestra convivencia y su irregular situación en España. Pero desde este momento, su actitud hacia mi persona comenzó a cambiar y no de una manera favorable. El gran problema de Marinma y mi persona es la notable diferencia de edad. En este momento alcanzo los 52 mientras que ella solo tiene 33. Su enorme y natural vitalidad, con esas ganas permanentes de pasárselo bien, choca con la realidad de un esposo que para ganarse la vida tiene que estar muchas horas ausente del hogar. Tengo la firme convicción de que mi mujer me está engañando con otra persona. Esta percepción la sostengo a través de pequeños o significativos detalles que sustentan esta tan ingrata sospecha. Lo más grave del caso, Mazurka, es que no me atrevo a “descorrer las cortinas”. ¡Qué sería de mí si tuviera que volver al trago amargo de la soledad, que tanto daño me hace! Y aquí me tiene, harto de trabajar, jugándome la vida por esas carreteras de dios y con una mujer que necesito, pero ella aspira, necesita mucho más que mis modestas perspectivas”.

El ”sufrido” viajante se aferraba a la cálida taza de café, tras narrarle sus desventuras a la ahora muy atenta Mazurka, que lo miraba con una mezcla de  “compasión” y “comprensión”.

“Dada la hora que es y las duras condiciones del tiempo, es una locura que sigas conduciendo, jugándote peligrosamente la vida. Perdona que te tutee, pero con todo lo que me has contado me siento ya un tanto cercana a tu persona y a tus problemas. Te explico que el Arco Iris no alquila habitaciones, porque se trata de un restaurante de carretera y el piso de arriba lo utilizo como dormitorio, cuarto de baño y almacén de mercancías. Pero … teniendo en cuenta la hora (faltaban escasos minutos para las diez de la noche) y el tormentón que tenemos encima, te puedo acomodar unas mantas y convertimos ese buen sofá en un aceptable camastro. Lo acercamos al fuego y así puedes pasar aquí la noche. Pienso que eres un hombre de bien, castigado por un destino que no te es propicio. En la vida son muchas las ocasiones en las que necesitamos esas manos amigas, que nos ayuden para sobrellevar nuestros infortunios. Descansa, hombre de bien. Y mañana, tras el desayuno, si el tiempo lo permite, reinicia ese viaje profesional a la capital provincial, Cuenca, para seguir vendiendo tus navajas y buenas tijeras”.

De esta fraternal manera, Generoso, pleno de agradecimiento hacia la hospitalaria “ventera” una mano amiga en tan críticos momentos, quedó dormido con presteza, descansando su cuerpo y su mente, al calor sereno de un hogar con unos leños incandescentes, que ofrecían una bella plástica térmica. Mazurka, tras cerrar bien la puerta del ventorrillo, dio las buenas noches y se “encerró” de igual forma en su dormitorio, bien templado por la chimenea que pasaba por el muro frontal de su cama. A pesar del acústico tronar de la atmósfera, esa noche dos personas que se acababan de conocer, pudieron descansar con la necesaria placidez física y de conciencia.

A lo largo de la noche, la tempestuosa meteorología fue decayendo en su intensidad, Y al amanecer, aunque la temperatura ambiente marcaba apenas un grado, el cielo aparecía limpio de nubes. Generoso tenía concertada algunas entrevistas a lo largo de esa mañana, en la capital conquense. Se levantó temprano y procedió a realizar un básico aseo, afeitándose para estar bien presentable ante los futuros clientes de su representación. Observó, con satisfacción, que la dueña del Arco Iris le había dejado, encima de la mesa más próxima a su improvisado camastro, un termo con café y leche caliente. Junto al termo, un botellín de agua y un par de apetitosas magdalenas mantecadas, además de una rosácea y aromática manzana. El satisfecho y sorprendido representante dio buena cuenta del tan “cariñoso” desayuno. Lo que más le sorprendió y agradó es que junto al suculento tentempié, había una breve nota que decía:

“Apreciado viajero Generoso. Ten especial cuidado al conducir por los caminos de estas tierras. Pueden estar embarrados, por lo que toda prudencia es poca. Siempre que pases por esta carretera, me agradaría que compartiéramos unos gratos minutos de conversación. Y un pequeño, pero sincero, consejo: no te aferres a esa relación que te hace infeliz. Tienes que pensar también en ti. Que tengas buen viaje y mucha suerte en los negocios y en tus sentimientos. En esta ocasión, invita la casa. Mazurka.”

Esa fraternal, humana y cariñosa nota, fue guardada con esmero por el viajante en su cartera de documentos. Tenía el firme propósito de conservarla durante el resto de su vida. Sentía que debía responder, al afecto hospitalario que había recibido.

“Querida Mazurka. Después de mi madre, te lo aseguro, no ha habido nadie en el mundo que me haya tratado con tanta bondad, como tu generosa persona. No dudes que nunca olvidaré esta vivencia en el Arco Iris y, de manera especial, a la buena persona que lo rige. Seguro que nos volveremos a encontrar. Gracias de corazón. Un beso. Generoso”.

Estos hechos habían tenido lugar un 15 de noviembre. Para sorpresa y alegría de Mazurka, exactamente un mes después, al igual que ocurrió el 15 de enero y de febrero, un mensajero de SEUR llegaba, a eso de las 9 de la mañana, al ventorrillo del Arco iris, con un bello ramo de flores y algún pequeño detalle (bombones, prenda de vestir o alguna bisutería). Y siempre, con la misma dedicatoria: “Con todo el cariño y afecto. Gene”. La receptora de tan elegantes detalles se sentía razonablemente halagada, manteniendo la esperanza de poder reanudad la amistad con el singular viajero de una noche de lluvia y tormenta.

El 15 de marzo, para sorpresa de Mazurka, no llegó el mensajero de Seur con el precioso y tradicional presente floral, que su amigo solía enviar. Pero sobre las 11:30 de esa mañana, cuando en el interior del local había dos camioneros y un matrimonio mayor, todos ellos tomando sus tapas y cafés, se abrió la puerta del Arco Iris apareciendo la figura tan esperada y deseada de Generoso. Traía un sobre en la mano derecha y una amplia sonrisa en el rostro. A Mazurka le dio como un vuelco el corazón. Fue tal su nerviosismo que los dos cafés que llevaba en la bandeja se le cayeron al suelo. Era mucha la emoción que le embargaba. No sabía lo que decir, mientras lo miraba con una gran sonrisa, que mimetizaba la que ofrecía la cara de su interlocutor y amigo.

“Amiga y querida Mazurka. Hace apenas unas 24 horas que el juez de familia me ha concedido la separación de Marinma, petición que había solicitado hacia un par de meses. En esta especial situación, te declaro mi amor. Te necesito y creo que eres la mujer de mi vida., Te pido que unamos nuestras vidas para ser felices y descubrir lo mejor de esas experiencias que, por diversas circunstancias, nos han estados vedadas”.

Al escuchar tan hermosas palabras, Mazurka rompió a llorar “de alegría”. En ese momento, el representante de navajas albaceteño puso en las manos de esta buena mujer una bella sortija de oro, fundiéndose ambos en un cariñoso, fuerte y prolongado abrazo, con los sentimientos vibrantes por la emoción. Los escasos clientes del local, un tanto asombrados, comenzaron a percutir unos aplausos y vítores, dedicados a los dos enamorados.

Al paso de los meses, el ventorrillo de El Arco Iris ha sufrido y “gozado” de unas necesarias reformas. Se ha ampliado y renovado el dormitorio y el cuarto de baño, sacándose una habitación más, en el piso del edificio, para despacho de Generoso. Han contratado a un joven camarero muy servicial, TRINEO, pues Mazurka gusta acompañar a su marido en muchos de los viajes que el representante ha de realizar para cumplir con su tarea de las navajas y las tijeras. Ambas veteranas personas forman un matrimonio modesto, que se siente feliz y realizado. Su origen estuvo en aquella noche tormentosa de otoño que, tal vez, los “dioses” provocaron para encauzar, inesperadamente, la vida de dos solitarias personas que necesitaban la compañía y el amor. Son los designios del destino. Pensemos si el viajante hubiera tomado otra carretera esa noche tormentosa y no hubiera conocido la existencia del ventorrillo de carretera. Por fortuna no ocurrió así y las luces adormiladas y mojadas del Arco Iris señalaron esa lúcida posibilidad, ese “tren” que, en nuestras vidas, siempre azarosa y caprichosa, nunca debemos dejar pasar. -

 

 

ARCO IRIS,

CAMINO DE LA ESPERANZA

 

 

 

 

José L. Casado Toro

Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga

Viernes 16 febrero 2024

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