En nuestra diaria vida relacional, ¿qué sabemos de esas otras personas que comparten nuestra convivencia en el transcurso de los meses y los días? ¿Cuál es el trato que deparamos a esos otros conciudadanos, con los que nos cruzamos a diario, en ellos portales de nuestros edificios, en las calles, plazas, jardines, centros de trabajo y establecimientos varios? Es posible que desconozcamos sus nombres y apellidos, además de otros datos básicos de sus vidas (estado civil, descendencia, profesión, etc.) e incluso las dificultades y problemas, de mayor o menos gravedad, que pueden estar pasando en el ámbito de su privacidad.
Este desconocimiento “social” se suele dar más en la vorágine acelerada y densificada de la gran ciudad, mientras que, en los núcleos rurales, más pequeños en espacio y población, suele haber una mayor convivencia e interacción entre los convecinos que habitan la localidad. En este contexto sociológico se inserta el contenido de nuestro relato de esta semana.
Durante muchos años, la familia Arenas Infantes, integrada por don ANSELMO y doña JACINTA, con dos hijos ya emancipados y casados, solía referirse a la operaria que cada mañana, entre lunes a viernes, acudía al domicilio comunitario, a fin de proceder a la limpieza del portal, el ascensor, las escaleras y los descansillos entre plantas, como “la señora de la limpieza” la limpiadora”, aunque ya con el paso del tiempo, se le fue poniendo nombre a esa trabajadora perteneciente a una empresa de multiservicios comunitarios SERVILIMP. Su nombre era LEOCADIA.
Se trataba de una mujer de mediana edad, podría estar entre los 40 y los 50. Su labor era bastante eficaz, pues desde las 11 horas (en la solía llegar al edificio) hasta las 13, 13:30, en que finalizaba su trabajo, dejaba realmente limpio y reluciente el suelo del portal, con losetas del mismo material en las paredes, además de ese único ascensor que utilizaban los vecinos del bloque y los numerosos visitantes a determinadas dependencias del edificio. Dos veces en semana subía las escaleras del inmueble para limpiar la solería e incluso las puertas exteriores de las viviendas, los rellanos de esas escaleras, así como los distintos tramos de barandillas. Era palpable su buena y esforzada labor que realizaba durante esos cinco días de la semana, entre lunes y viernes, para satisfacción de los generalmente descuidados vecinos en la limpieza comunitaria. Bien es verdad que, en este bloque, situado en la zona del centro antiguo malacitano, estaban instalados diversos servicios externos: una consulta médica de dermatología; un gran bufete de abogados (ocupaba el espacio de dos pisos) y una gran oficina en la entreplanta, dedicada al asesoramiento fiscal y contable, así como a fondos de inversión). Por todo ello, el trasiego diario de personas no residentes en el edificio era constante, durante esos cinco días laborales de la semana.
En este sentido, ese no muy espacioso y único ascensor del bloque, era un habitáculo que cada mañana, antes de la llegada de Leocadia, aparecía bastante carente de la necesaria limpieza (al igual que ocurría en el espacioso portal), por el descuido e incivismo de los residentes y visitantes al inmueble.
Al margen de los visitantes profesionales y pacientes para la clínica dermatológica, los vecinos residentes limitaban su relación con la señora Leocadia (llevaba 7 años trabajando en la limpieza del bloque) con ese frío y limitado “buenos días” “hola Leocadia”, como elementales saludos, aunque pronto llegaban las peticiones y las quejas formuladas, más o menos amables en el trato y en las palabras:
“Ayer alguno de los perros de los vecinos del bloque se hizo pi-pi y sus dueños como si nada. Déjelo limpio, Leo” “A las flores del parterre le falta bastante agua. Las hojas se ven bastante secas, así que no me las descuide, Leo” “Quiero comentarle que algunos vecinos se están quejando de que a los pasamanos de las barandillas no se les quita el polvo con la frecuencia necesaria. Tómelo como toque de atención”. “Parece que el cielo amenaza lluvia, Leo. Será necesario de que ponga la gran estera hasta los escalones de la escalera y el ascensor, porque después, con las pisadas mojadas y las gotas que escurren los paraguas se pone el portal hecho un verdadero asco” “Leo, algunos vecinos han debido bajar las bosas de basura no bien cerradas y además han estado goteando. El mal olor a pescado y comida rancia es insoportable. Y es que echan los líquidos dentro de las bolsas y éstas están agujereadas”. “Leo no se olvide de limpiar el parterre de las colillas de tabaco que muchos tiran entre las ramas” etc.
Al margen de estas naturales y simples conversaciones, no había otros temas de conversación o intercambio con la señora de la limpieza, salvo alguna alusión al estado del tiempo, con respecto al frio, el calor o la lluvia. ¿Pero quién era Leocadia? ¿Cuál era su pequeña o gran historia? ¿Y su familia? ¿Cómo era su situación económica? ¿Cuáles serían sus ilusiones y problemas? ¿En qué empleaba su tiempo libre por las tardes? ¿Estaba casada o soltera? ¿Tenía hijos? ¿Dónde residía? ¿Cuáles eran sus aficiones? ¿Soportaba algún padecimiento en su salud? Lo único cierto es que era la trabajadora que hacía la limpieza para el bloque y nada más. La vecindad iba con cierta prisa cuando salían o llegaban al ascensor. Apenas tenían tiempo para detenerse, siquiera fuera unos segundos e intercambiar con esta persona unas palabras de fraternal humanidad. Y ¿para qué…? Leo era, simplemente, la empleada que limpiaba lo que todos ensuciaban. A veces no se escuchaban ni los buenos días, ni las buenas tardes, de aquellos “señores” y “señoras” que pasaban por delante de la afanosa operaria.
Esta misma situación se repetía, de una forma paralela, con Tobías, el barrendero de la calle, con Mauricio, el vigilante de los aparcamientos SARE, con Fabián, el servicial camarero de la cafetería Zigurat, que estaba en los bajos del bloque, e incluso con la cartera del Servicio de Correos Ariana, que cada día traía la correspondencia a los afortunados vecinos que recibían comunicación escrita (aunque fuesen materiales publicitarios).
Pero el destino quiso que un día aciago D. Anselmo se quedara viudo, de una forma triste y prematuramente inesperada. La vida del oficial administrativo de la delegación de Hacienda en Málaga, ya jubilado, vecino del 5º A, se veía enturbiada con esas nubes que traen la muy ingrata soledad, para las vidas de quienes la sufren. Aunque en un principio sus hijos BERTA y JACOBO se prestaron en la ayuda de su padre e incluso le ofrecieron pasara temporadas en sus respectivas viviendas, Anselmo prefirió, desde un principio y con gran firmeza, mantener su autonomía vivencial y privacidad, permaneciendo en su domicilio de siempre. Férrea decisión, aunque para ello tuviera que soportar esas tardes y esas noches, más los largos fines de semana, sin tener a nadie con quien compartir las palabras. Sólo la compañía de esa máquina unidireccional televisiva o la cálida compañía de la radio, siempre generosa para la necesidad acústica y afectiva de los radioyentes. Y así pasaron las semanas y los días.
Una mañana, en los albores de la primavera, Anselmo bajó las escaleras desde su 5ª planta pues, como era molestamente previsible, doña Encarna estaba de “cháchara” con alguna vecina, manteniendo incívicamente la puerta del ascensor abierta. Se disponía a dar su largo paseo matutino, actividad que le vitalizaba en su rutina anímica. Al llegar al portal del inmueble, se topó por sorpresa con Leocadia, que había comenzado su tarea diaria de limpieza. Tras darle los buenos días, tuvo el acierto de detenerse unos minutos, a fin de echar un ratito con la operaria. Le preguntó por su familia, siempre con la necesaria delicadeza y prudencia. Esos minutos de cortesía se ampliaron, pues la limpiadora ya prácticamente había terminado de arreglar el portal y ese martes no tenía que limpiar las escaleras. Como era un día de rasgos e impulsos que suelen ser afortunados, Anselmo se mostró caballeroso, preguntándole se le agradaría compartir un café o refresco, pues la hora (sobre las 11:45) era bastante propicia para echar un tentempié, pues la señora había llegado ese día pocos minutos después de la 9:30.
Leo, un tanto extrañada, pero sumamente contenta, se preguntaba cómo después de varios años, en los que apenas había intercambiado palabra alguna con el vecino del 5ºA, ahora se mostraba tan agradable y caballeroso para el trato. Por supuesto que la asombrada limpiadora aceptó el café, que tomaron en la muy próxima cafetería Zigurat En esos 50 minutos, más o menos, en que estuvieron sentados el uno frente al otro, Anselmo pudo conocer algo de la vida que había detrás de la señora de la limpieza. Esa humilde persona, gran desconocida, que llevaba más de un lustro limpiando la incuria y la dejadez de las personas que habitaban y visitaban el bloque. La gran sorpresa que Leocadia no podía imaginarse era que don Anselmo, ese señor “tan encopetado” del quinto A le sorprendiera con una sorprendente propuesta:
“Leo, quiero plantearle una oferta de ayuda para mi domicilio. Ya conoce la situación reciente de viudedad que padezco. En este sentido le explico una interesante posibilidad de trabajo, a fin de que la estudie y me dé la correspondiente repuesta: ¿podría Vd. venir a mi casa, unos días a la semana, entiendo que por las tardes, para ordenar un poco el piso e incluso para dejarme preparado algunos platos calientes para la comida y la cena? En caso afirmativo, me indica los días y las horas en que podría prestarme este servicio y seguro que llegaríamos a un acuerdo con la compensación económica que yo le entregaría”.
Leocadia Alcira, 42 (aparentaba físicamente más edad) llevaba aproximadamente una década separada de un marido maltratador y dependiente de los estupefacientes. Una asistente social había atendido la petición de ayuda de esta noble mujer, que se veía crudamente explotada, ya que ese brutal compañero sólo pretendía “sacarle” el dinero que honradamente y con mucho esfuerzo ganaba. Un abogado de oficio llevó ágilmente los trámites, con lo que el vínculo matrimonial (en el que no había habido descendencia) quedó roto judicialmente. La vida de Leocadia, ya “liberada, de tan ingrata carga, evolucionó con el desempeño de su honrado trabajo, vinculado a la empresa de multiservicios Servilimp, durante las mañanas. Algunas tardes, esta laboriosa persona, acudía a limpiar, lavar y planchar en algunas casas “bien”, que había ido consiguiendo mediante ese “boca a boca” tan eficaz como medio publicitario. Leo reside en un barrio muy populoso de la zona oeste de Málaga, en un modesto pero ordenado piso, zona de la Carretera de Cádiz, que heredó de sus padres quienes con gran esfuerzo lo adquierieron en los años del desarrollismo, década de los sesenta.
El hogar de don Anselmo, muy desordenado tras el fallecimiento de Jacinta, ha recuperado hoy el orden y la limpieza. Su propietario tiene la comida bien preparada, la ropa limpia y bien planchada. Anselmo trata con respeto y cada vez con mayor afecto a esta mujer, a la que considera un ángel providencial que el destino ha puesto en su vida. Después de unos meses prestándole ayuda, como un gran servicio en casa, le ha sugerido que abandone su trabajo en Servilimp, con el siguiente razonamiento
“Leocadia, con mi buen sueldo de jubilado, nada te ha de faltar. Aquí tienes tu hogar. Deja ese alquiler, por el que cada año te cobran más y vente a esta casa, en donde te vas a sentir respetada y querida. Hay dormitorios de sobra. En realidad, lo que te quiero ofrecer es una muy sincera pregunta: ¿Te agradaría formar pareja conmigo? Te confieso que necesito tu compañía y me vitaliza tu buen corazón y tu admirable simpatía. Me siento muy bien contigo, pues eres muy buena persona, un verdadero ángel para mi vida. En modo alguno te estoy presionando. Piénsatelo bien y no tengas prisa por la respuesta. Me doy cuenta de que cada día que pasa te tengo más cariño y aprecio”.
Al paso de las semanas, Leocadia ya vive de manera permanente en el piso de Anselmo. Y lo que resulta más importante: el afecto y la proximidad cariñosa ha seguido creciendo entre estas dos almas solitarias. Pasean juntos, dialogan con esa franqueza que da la buena amistad y, lo que resulta más importante, es que se prestan ese calor humano que resulta tan beneficioso para el cariño que vitaliza los sentimientos.
Anselmo ha encontrado en la antigua limpiadora, en la que durante años apenas se había fijado, una buena mujer, sencilla, modesta, pero con ese buen ánimo que tanto le vitaliza. Afecto sincero, compañía permanente, cariño hasta en los pequeños detalles y una sincera y franca amistad. Todo ello supone un providencial equilibrio frente a la acritud tenebrosa de la soledad.
Por su parte, Leocadia tiene en Anselmo esa seguridad económica, protección personal, respeto y cariño que todos los humanos apetecen disfrutar. Ella que siempre había sido la señora “o mujer” de la limpieza, a la que muchos ni miraban ni saludaban, ahora goza de un acomodado hogar, como compañera y amante de una persona que la quiere y necesita. Así son los vientos cambiantes de la existencia. A uno ni al otro le afectan los comentarios que la vecindad pueda tener ante la nueva situación. Anselmo le dice con una sosegada sonrisa “ya se acostumbrarán”. Al igual que con sus hijos quienes, paulatinamente, van comprendiendo la necesidad de cariño y amor entre dos personas, con importante diferencia de edad, pero que ahora se necesitan en franca y leal reciprocidad.
El enigmático y travieso destino ha hecho posible que Anselmo haya encontrado, en una persona “desconocida y casi anónima”, esa ayuda y complemento fraternal para una etapa muy importante de su existencia. Unos años difíciles en que la compañía es la mejor terapéutica para transformar el pesimismo en franca alegría, el desánimo en un potente vitalismo y la rutina en una ilusión por compartir los atardeceres y amaneceres, con el descubrimiento inesperado y cromático de un día más en nuestras vidas. –
ESAS OTRAS PERSONAS
DE NUESTRO ENTORNO
José L. Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
Viernes 09 febrero 2024
Dirección electrónica: jlcasadot@yahoo.es
Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario