La historia de este muy entrañable
relato tiene como localización el entorno estudiantil universitario, en las
tierras nazaríes de la bella ciudad de la Alhambra. Durante la séptima década
de la anterior centuria, Granada, al igual como
también sucede en la actualidad, mostraba ese hervidero variopinto de jóvenes
que poblaban las distintas facultades de su muy prestigiosa universidad,
procedentes tanto de la propia capital y provincia, como desplazados para el
estudio desde las otras provincias hermanas de Andalucía y de España. Muchos de
estos jóvenes en formación residían en pisos alquilados, aunque otros muchos
también tenían el gozoso privilegio de estar adscritos a alguno de los
numerosos Colegios Mayores universitarios repartidos por toda la romántica
ciudad.
Aunque normalmente estos
establecimientos para la residencia y formación de los estudiantes estaban
organizados por géneros, había colegios mayores que tenían una sección
masculina y otra femenina, ubicadas en distintos pabellones. A pesar de esta
organización independiente residencial, las dos secciones compartían
determinadas actividades comunes, de naturaleza lúdico-cultural. Además de
utilizar un comedor común, los chicos y las chicas asistían juntos a la impartición
de conferencias, seminarios, proyecciones cinematográficas, representaciones
teatrales, sesiones y cursillos de música y tecnología, excursiones a la
naturaleza, visitas monumentales o viajes programados para el estudio.
En el Colegio
Mayor Universitario Mixto, Virgen de las Nieves, al igual que ocurría en
otros centros de la misma naturaleza formativa, estudiaban jóvenes de muy
distinto origen, condición sociológica, carácter personal y, por supuesto,
vinculación con una determinada facultad o especialidad científica. Entre los
estudiantes, contrastaban aquellos que poseían dotes innatas para el liderazgo,
por su protagonismo, capacidad para la iniciativa y el dinamismo colectivo,
simpatía, extroversión y otras cualidades, que atraían y conformaban grupos
afines en función de su proverbial influencia, con otros escolares menos
espectaculares, más reservados o prudentes con sus intimidades y privacidades.
Era también natural que surgieran vínculos afectivos y de amistad entre los
propios estudiantes del colegio mayor o relaciones sentimentales con aquellos
compañeros de otros colegios e instituciones universitarias. En ocasiones
eclosionaban algunas rivalidades juveniles, por la amistad o atracción hacia
determinada chica o chico, no faltando incluso infidelidades que navegaban en
el mundo psicológico de los celos, las ilusiones frustradas o los anhelos
imposibles.
En ese curso del 69 -70, habían
llegado al Colegio Mayor dos residentes, ambos de la misma generación
cronológica, muy diferentes en carácter, pero al tiempo complementarios, como
después tendremos oportunidad de relatar. De una parte, LAURA, joven de naturaleza muy abierta, espontánea, algo impulsiva
e hiperactiva, gustándole mucho el protagonismo. Buena estudiante, pero también
aficionada a las fiestas, bailes, con el ruido ensordecedor y disfrute de todo
tipo de “saraos”. La locuacidad y fluida expresividad que sabía aplicar a todos
aquellos que le rodeaban, le abría puertas sociales a cada momento. También
“amaba” esa forma de vestir a la última moda. No rechazaba la asistencia al
cine o al teatro, aunque le agradaba más el espectáculo abierto, con las
posibilidades relacionales que estos entornos posibilitaban. Estudiaba Técnicas
Publicitarias y Sociología.
El otro gran protagonista de nuestra
historia era VALERIO,
colegial mucho más sosegado, tranquilo, introvertido, cerebral y prudente que
su compañera Laura. No era especialmente abierto a las fiestas masificadas,
pues prefería esa vida más apacible que tanto relaja Tenía hábitos más clásicos
en torno a la vestimenta diaria y desde pequeño era un gran aficionado a la
cinematografía, especialmente los estrenos de arte y ensayo que contaban
siempre con su fiel asistencia. Se había matriculado, bien ilusionado, en
Historia Antigua, pues era un gran estudioso de la cultura clásica.
¿Cómo fue posible que dos almas o
seres tan diferentes llegaran a congeniar de forma tan intensa y afectiva? Tal
vez porque se complementaban perfectamente, como dos piezas o engranajes
diferentes pero concordantes de un mecano, debidamente entroncadas. Lo que a
uno le faltaba, al otro le desbordaba y viceversa. Sus respectivos caracteres
agradecían esa virtualidad en el compartir los contrastes.
Se conocieron más íntimamente en una
celebración colegial con motivo del “cumple” de un compañero, en un lluvioso
octubre, cuando ambos cursaban 1º de Facultad. La fiestecilla se disfrutaba en
las instalaciones del Colegio Mayor mixto en el que ambos residían, institución
escolar ubicada en las sugestivas tierras nazaríes, con recuerdos a sultanes,
favoritas, estanques y arrayanes. En realidad, no se cayeron especialmente bien
durante esa primera gran ocasión para el conocimiento recíproco, pero al paso
de los días y las semanas fueron buscando los momentos y las oportunidades para
intercambiar las palabras, las miradas, los gestos y algunas meriendas, que tan
bien gratifican. Sobre todo, eran muy oportunos esos instantes o fases en que
el ánimo decaía, pues entonces siempre solía estar allí el “compa” o la “compa”
para echar un cable a ese espíritu debilitado o bajo de forma.
Durante este primer curso de facultad,
la relación entre ellos realmente no pasó de una simpática amistad, más intensa
que lo normal, para dos compañeros colegiales. El protagonismo espectacular de
Laura reunía en torno a su bien parecida figura a muchos “pretendientes”,
anhelos que naturalmente gratificaban su ego. Valerio, por el contrario, solía
permanecer más bien en un segundo plano, viendo y analizando los movimientos de
unos y otros compañeros, esperando tal vez esa oportunidad, sin duda difícil o muy
complicada, para poder acceder naturalmente a la “reina de la fiesta”. Pero
como antes se ha matizado, cuando uno de ellos entraba en “nublados” anímicos,
mágicamente aparecía el otro con la intensidad de la luz.
Hubo episodios generosos entre ellos
que de alguna forma iban vinculándolos para una mayor proximidad afectiva. Por
ejemplo, una incómoda gastroenteritis de Laura, pesada y molesta, que frenó
temporalmente los ímpetus festivos de la colegial. Pues allí estaba Valerio,
para prestarse a acompañarla al médico del seguro escolar y también para
recordarle y controlar la ingesta de los medicamentos, noble gesto que ella
valoraba y agradecía. En correspondencia, la chica supo estar junto a él para
acompañarle a Montilla, su localidad natal, en los momentos luctuosos del
fallecimiento de la abuela materna, óbito que lógicamente mucho afectó al
colegial, dada la unión filial que existía entre abuela y nieto.
Otra de las cualidades de Valerio era
esa actitud de disponibilidad para el multiservicio que algunas personas tienen
la suerte o habilidad de poseer. El ser un “manitas” para intentar y muchas
veces lograr arreglar problemas materiales de cualquier índole, también le
abrió “simpáticos y útiles” caminos de acceso para la consideración hacia la
joven por la que luchaba, en muy dura competencia con otros compañeros de mejor
“fachada” para la proximidad. En ocasiones era una maleta con la cerradura
encasquillada que no abría, un transistor cuya rueda de sintonización no corría
como debía o un bastón de senderismo cuyo eje no se podía ajustar debidamente para el gusto de quien lo
va a utilizar. Dificultades de esta naturaleza encontraban fácil solución en la
habilidad manual de este estudiante de Antigua, hijo único de un eficaz
artesano de la madera, carpintero de la ciudad cordobesa de Montilla. Cuando la
joven se sentía abrumada, con más o menos fundamento, allí estaba “el cobijo”
acogedor que ofrecía la sensatez y sosiego del compa Valerio, siempre dispuesto
para esa ayuda que tanto se valora, por modesta o pequeña que parezca.
A pesar de que el perfil de uno y otro
colegial era tan diferente, fue en el segundo año de estancia en el Colegio
Mayor cuando “formalizaron” su relación afectiva, ante la sorpresa de muchos
que no acababan de ver juntos a la muy contrastada pareja. Con gran
inteligencia, ambos supieron respetar los movimientos de privacidad del
compañero con el que habían formado pareja. Eran muchos los días en que ella
asistía a sus fiestas de toda naturaleza junto a sus amigas, mientras que él continuaba
enfrascado en sus estudios y lecturas del pasado. Permanecían vinculados, en la
fidelidad de la distancia.
Ello no era óbice para que cuando
llegaba el fin de semana o en otras oportunidades singulares, encontraran el
hueco y el dinero necesario para irse a tomas sus tapas y copas a un
ventorrillo con mucho encanto y escasa limpieza en el cuidado, llamado El Palangana, que tenía su sede en una callejuela
empedrada en pleno centro del barrio del Albayzin. Este misterioso y onírico
local era un conocido punto de encuentro para todos aquellos que gustaban del
ambiente bohemio y romántico de esas noches con cielo de estrellas y sones de
las horas “tocadas” en el relativamente próximo campanario de la iglesia de San
Nicolás. Allí, en tan romántico y contracultural tugurio podías firmar una
reconciliación, arreglar un “entuerto” o encontrar inspiración para esa obra
siempre inacabada en las rebeldes páginas de tu mesa de trabajo. También para
escuchar los sentimientos nocturnos generados en las cuerdas de una guitarra,
que “hablaban” de los embrujos y los amores imposibles, en algunas de las
torres bermejas de la vecina Alhambra. Y allí, cada ronda traía como compañera
suculenta e inseparable, una deliciosa tapa, cuya repetición permitía llenar
los estómagos y embriagar las mentes con la ingesta incontrolada y onírica de
los tintos y las cervezas. Sería innecesario añadir que la pareja había
formalizado sus relaciones en una cálida e inolvidable noche de otoño. En las
“institución” del Palangana, bajo la mirada benefactora y alcoholizada del tío
Fermín, que dormitaba su barroco despertar en una vieja silla de madera con
asiento de anea, emanando su cuerpo un rancio hedor, pero mezclado con mágica y
sencilla naturalidad.
El destino había querido unir a una
chica de Úbeda y a un joven de Montilla, en la singular y única Granada. En el
estudio, en la amistad, en el afecto, en la atracción y en la distracción
lúdica, que también es formación. Durante las vacaciones, los dos compañeros y
pretendientes intercambiaban cartas, contándose las pinceladas del verano, no
todas, pero sí algunas interesantes, en una época en que las conferencias
telefónicas eran costosas, el whatsapp aún no había nacido y los chats
informáticos eran figuraciones de iluminados y ensoñadores futuristas. Y la
llegada de un nuevo otoño, llevaba aparejado ese reencuentro para un nuevo
curso, siempre lleno de secretos y realidades dibujadas en el sutil y frágil
sentimiento de la proximidad.
Pero tuvo que llegar un octubre del
72, porque también el destino, siempre caprichoso, así lo quiso. Y durante esa
noche desabrida, con el viento “trastornado” que no augura buenas sensaciones,
Laura y Valerio fueron a tomar unas tapas ¡cómo no! en el Palangana, tras una tarde de estudio
que ambos habían respetado.
“¿Qué te pasa, compi? Te veo algo
raro. Te conozco bastante bien, Hay algo que quieres decirme, pero que no te
atreves. Sabes que esos misterios me gustan y atraen. Pero creo que ya te estás
pasando en el misterio. Tómate otro trago y abre, como bien sabes hacer, tu
mente y esa alma generosa que tanto aprecio y valoro”.
“Lauri, tengo que ser sincero contigo.
Debes buscarte una pareja estable y que te merezca. Te sobran cualidades. No
tendrás el menor problema para ello. No te niego que podemos seguir siendo
buenos amigos, pero lo nuestro no tiene futuro. Debes entender que no es el
pensamiento de una sola noche. Sino de otros muchos desvelos, a lo largo de un
muy largo verano que me ha enseñado a ser coherente conmigo mismo y por
supuesto con los demás. Y en esos demás, sólo estás tú. Créeme, no hay una
tercera persona. Sé también que puedo pedirte que no me preguntes los porqués o
las sinrazones. Es mejor ahora, que
después. No pienso sólo en mí. Antes, por supuesto, he pensado en ti. Siempre tendrás
un lugar en mi corazón. No lo dudes. Pero sería un craso error… el continuar”.
Ninguno de ambos veinteañeros quiso
rasgar los silencios. Las dos copas de tinto permanecieron allí inacabadas
sobre la grasosa mesa que apenas traslucía el barniz original. La tapa para
compartir de morcilla frita con patatas a lo pobre se fue enfriando, ante la
mirada turbia del tío Fermín, quien desde su rincón favorito observaba a esos
dos jóvenes estudiantes que esa noche no sonreían y apenas intercambiaban ya
sus miradas. Lo que más extrañó o asombró a Valerio, de aquella durísima noche
para la franqueza, fue la actitud dócilmente pasiva de Laura, comportamiento
bastante inusual en su temperamento. El dinamismo y la persuasión de la chica
aquella noche no quisieron aparecer o tener su habitual protagonismo. Laura
aceptó sin más.
Unas semanas después, Valerio mantuvo
una entrevista con el rector del Colegio Mayor, exponiéndole su deseo de
abandonar su plaza de residente, aduciendo motivos diversos y correctos, pero en
el fondo escasamente creíbles. Terminó el curso en un espacioso piso de
alquiler con unos amigos, ocupando una de las habitaciones que miraba al Paseo
de la Bomba y el río Genil, a su paso por la ciudad.
El tiempo siempre avanza con su ritmo
uniforme e innegociable, que los humanos convertimos falazmente en rápido o
lento, a medida de nuestras peculiares circunstancias o intereses. En la
actualidad Laura Soria está unida en
matrimonio con Roberto, ingeniero químico, al
que había conocido en su segundo curso de carrera en Granada. Ambos fijaron su
residencia en la zona de Pozuelo de Alarcón, zona oeste madrileña, pues
trabajan en una fábrica de confección y materiales textiles instalada a varios
kilómetros de su vivienda. Laura está integrada en el departamento de
publicidad y relaciones públicas y su marido ejerce una importante función en
el laboratorio como investigador de nuevos productos. Nunca ha olvidado su
etapa relacional con Valerio, aunque no mantiene comunicación con este antiguo
compañero sentimental de su primera juventud. Cuando contacta con amigos
comunes, con prudente habilidad suele preguntar acerca de cómo le va a Valerio
en su vida. Conserva, en los secretos de su conciencia, el origen de su
atracción con el que hoy es su pareja, vinculación que se gestó meses antes de
aquella decisiva noche en la “Palangana” del barrio del Albayzin.
El profesor Valerio Aliaga imparte actualmente clases en un instituto
publico de enseñanza secundaria, sito en la capital salmantina. En esta
emblemática y culta ciudad de la Comunidad de Castilla y León, convive
felizmente con su pareja Helenio, natural de
esta ciudad castellana, cualificado y reconocido profesional que diseña muebles y otros enseres para el hogar
para distintas marcas de fabricantes, nacionales y extranjeras.
Laura nunca recibió esa carta no
escrita, pero hoy podría fácilmente componer la realidad de su contenido. Sabe
que su antigua pareja, Valerio, es actualmente feliz en el caminar de su vida.
El destino quiso ser generoso en ayudarles, durante aquella decisiva noche de
octubre, en un bohemio ventorrillo para sus encuentros afectivos.–
AQUELLA CARTA QUE VALERIO
NUNCA ESCRIBIÓ
José
L. Casado Toro
Antiguo
Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
25 febrero
2022
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