Son muchas
las ocasiones en las que se nos dice, con rutinaria incredulidad, que
determinadas historias sólo pueden ocurrir en las páginas escritas de los
libros o en las pantallas compartidas de la proyección cinematográfica. Sin
embargo y paralelamente a estas creencias, todos sabemos que en el género
humano anidan y florecen respuestas y acciones que, a pesar de lo insólitas o
sorprendentes que nos parezcan, resultan admirables por el voluntarismo
imaginativo que conllevan en su curiosa e infrecuente realización. Parecen en
principio increíbles, pero el comportamiento de las personas es decididamente
imprevisible, tanto en lo más grandioso y digno de alabanza, como en aquellas
infortunadas acciones que ensombrecen la expresión de las sonrisas. Acerquémonos,
con cautela y discreción, no exento de interés, a una bella historia que va a sustentar
lúcidas reflexiones en la intimidad de nuestro pensamiento.
La
protagonista de este relato, de nombre MARÍA,
es una mujer joven (apenas ha comenzado su cuarta década vital) que vive ahora sola,
en el antiguo piso que siempre ha compartido con su madre, una señora viuda
recientemente fallecida. Tiene una única hermana menor, Clara, a la que ve de
tarde en tarde, pues ésta se unió afectivamente a un ciudadano francés y a ese hermano
país se fueron a vivir, formando una familia con dos niños de corta edad. María
estudió en la Escuela Oficial de Magisterio, pero nunca se decidió a ejercer
directamente la docencia reglada, pues al finalizar su carrera tuvo la grata oportunidad
de encontrar un trabajo, no lejos de su domicilio, en el que continúa
desempeñando una responsable función como cuidadora/educadora de niños pequeños,
en una muy bien organizada guardería. Se siente feliz con el trabajo que
desempeña con esos críos, que siempre muestran tan exuberante y alegre vitalidad.
Sin ser hijos propios, aplica con ellos toda la paciencia, sabiduría y cariño
que su gran corazón sabe generar. En sus relaciones sociales, conserva una
amiga íntima de sus años de estudio, Raquel,
con la que se reúne en no muy frecuentes ocasiones, pues esta compañera está
casada y tiene dos niños de corta edad, con las obligaciones propias de una
familia a la que atender.
María no ha
tenido suerte con el amor hasta la fecha. Dos aventuras, mantenidas con chicos
de su edad en diferentes etapas de su vida, no tuvieron un buen final, pues uno
y otro (un dependiente de ferretería y un electricista autónomo) acabaron
uniéndose afectivamente a otras personas en las que hallaron más incentivos o
fundamentos para la vinculación sentimental. Esta situación le hace sufrir los ingratos
condicionantes de la soledad, especialmente durante los fines de la semana y en
aquellas horas en que no tiene que acudir a su centro de trabajo. Esos duros
momentos, para la “incomunicación” los suele combatir desarrollando algunas de
sus aficiones favoritas, siendo una fiel asistente a la magia lúdica de las
salas cinematográficas. Le agrada también practicar la lectura y, de manera
especial, realizar esas labores de punto y ganchillo, habilidad que ha de
agradecer al ejemplo y enseñanza que recibió de su añorada abuela paterna. Sin embargo,
un ejemplo o argumento reciente que visionó en una película decidió modificarlo
y adaptarlo a su propia vida, a fin de intentar superar esos momentos amargos
en que se siente un tanto huérfana de afecto y falta de comunicación con los
demás. Descubramos este curioso, sutil y sorprendente proceder.
Se trata de
una curiosa, “traviesa” y simpática distracción, que lleva practicando durante
las últimas semanas. Cada “finde”, especialmente en los sábados, se sienta ante
su ordenador personal, dedicando un generoso tiempo a redactar una larga carta dirigida
a una persona imaginaria a quien, obviamente, no conoce. En su largo y confiado
contenido, va narrando cómo le ha ido durante su periplo semanal. Comenta las
mejores anécdotas derivadas de su trabajo o experiencias recibidas, ya sea en
la guardería con los pequeños, en el súper o en otras vivencias diarias. La
mayoría de los contenidos aportados suelen ser reales, aunque también hay otros
que lindan con la artificiosa ficción imaginativa. Tras su corrección, con un
par de nuevas lecturas, imprime el texto y lo introduce en un sobre franqueado,
en cuyo anverso sólo escribe un nombre masculino y una dirección viaria y
provincial, supuesta o inventada. En el reverso del sobre, anota el
correspondiente remite: María, a la que añade
dos palabras, “del Amor” (ese amor personal, que
tanto echa en falta) y su concreta dirección postal.
La divertida,
muy entretenida, sentimental y atrevida práctica, le ocupa un buen tiempo, en
esos sábados que se le hacen tan largos para sobrellevar la acre soledad en la
que siente sumida. Durante la mañana del domingo suele dar un largo paseo,
caminando pausadamente por la ciudad, recorrido que aprovecha para introducir
la carta en un buzón de la central de correos. Aunque hay momentos en los que
duda si este peculiar hábito debería consultarlo con un especialista en
psicología, una semana tras otra vuelve a ponerlo en práctica pues siente que
es una oportuna “terapia” para compensar las carencias afectivas que soporta en
su suerte. Y es que cuando va redactando los párrafos de su “amistoso” y
confiado escrito, dibuja al tiempo en su imaginación como será física y
humanamente ese hombre “anónimo” que recibe esos contenidos que transmite y
comparte.
La triste realidad
es que las cartas semanales, enviadas a ese receptor generado en su
imaginación, al paso de los días les son devueltas, con el sello impreso por la
central de correos, en el que se lee una breve anotación, carente de cualquier
afecto o familiaridad: DESTINATARIO DESCONOCIDO.
DEVOLUCIÓN AL REMITE. Precisamente, cuando cada tarde abre el buzón de
su domicilio y se encuentra algunas de sus misivas, que han realizado el viaje
de vuelta, esboza una mueca desilusionada que pronto se transforma en una nueva
ilusionada esperanza para volverlo a intentar. Con admirable espíritu infantil
se repite esas palabras para el consuelo de “alguna carta ha de saber llegar
a la puerta adecuada para mi deseo”.
Podría
ocurrir y ocurrió, en ese misterioso azar o decisión impuesta por el caprichoso
y críptico destino. El hecho tuvo lugar en un frío lunes de enero, cuando
comprobó pensativa que no le devolvían la carta enviada en un domingo anterior,
como veía sucediendo de manera regular. Para su sorpresa, unos días después
extrajo de su buzón un sobre dirigido a su nombre. Procedía de la ciudad
castellana de León. El nombre del remitente era
el mismo que ella había escrito unos diez días antes: TEO. El nombre de la vía provincial también
era el mismo, C/ Arlanza, aunque el número de la vivienda cambiaba con respecto
al que ella había anotado. La casualidad comenzaba a tomar cuerpo en la vida de
dos personas. Nerviosamente emocionada por la situación, subió con avidez los
escalones hasta su vivienda. Sin quitarse la ropa de calle, se sentó en su
sillón favorito ubicado junto a la mesa camilla, encendiendo el brasero
eléctrico, a fin de tonificar el cuerpo que se le había quedado algo gélido por
la intensa frialdad de la tarde. Miraba, una y otra vez, la “ruda” caligrafía
del remitente, también desarrollada en las cuartillas manuscritas de su
contenido. ¿Cuántas veces leyó y disfrutó ese muy extenso contenido,
ciertamente inesperado y sorprendente, redactado por una persona que ella había
“creado” unos días antes, en el mágico taller escultórico de su poderosa imaginación?
Es fácil y comprensible deducirlo.
“Buenas
noches, apreciada María. Tienes un nombre precioso, María del Amor. Creo de
verdad que he sido privilegiado por el inexplicable azar, para recibir ese tesoro
de carta, tan hermosa y sentimental, que cada semana redactas, en busca de un
afortunado lector, cuyos rasgos y carácter sólo tu conoces en el misterio pasional
de tan noble corazón. Te confieso que me parece una feliz, ingeniosa y
maravillosa idea, lo que haces cada siete día, como ingenua y maravillosamente
explicas en su contenido. Tu sublime gesto es parecido a echar en las aguas del
mar o de un río un sincero y ansiado escrito, guardado en esa “botella” que las
olas o las aguas del rio trasladarán, hacia la afortunada persona que el
destino haya bien decidido.
En esta
ocasión has tenido una gran suerte. Te explico. Colás, el veterano y querido
cartero del barrio en el que resido, ha tenido la inteligente decisión de
traerme este sobre maravilloso. Entendía que era yo, Teodoro, el destinatario
adecuado, aunque el número de mi domicilio no es exactamente el que señalas en
el anverso del sobre. Con una paternal sonrisa me aclaraba, este buen
funcionario público, que “María, la remitente, se ha debido equivocar en la
numeración”.
Me narras
diversas y divertidas anécdotas protagonizadas por los niños de la guardería
donde trabajas. No creo equivocarme al pensar que esos críos pequeños te verán
como una segunda mamá para sus tiernas vidas infantiles. Deben estar plenamente
felices, al ser atendido por una persona de tan buen corazón, sensible,
cariñosa y plena de admirable vitalidad. Una bella (aunque no sepa nada de tu
físico) persona, que es injusto sufra ese mal trauma de la soledad sentimental.
Ya que
demuestras ser tan expresiva y comunicativa, me siento en la obligación (te
aseguro que lo hago con gusto) de contarte algo de mi. Es de justicia
corresponder a tu franca sinceridad. Soy agricultor. Desde que era apenas un
chaval … Trabajo, en la sucesión de los días, haga frío o calor, la fértil
tierra de unas parcelas agrícolas, recibidas en herencia cuando mi padre se fue
a ese cielo al que muchos nombran. También he de confiarte que a mi madre,
Valeria, apenas la conocí. También emprendió ese último viaje, cuando apenas yo
tenía cinco años de vida. Pero mi padre, Saúl, supo hacerme crecer, cuidar y
educar. Nunca quiso tener otra mujer, sólo aquélla que eligió para formar una modesta
pero unida familia.
Trabajo la
generosidad y dureza al tiempo de la tierra, viviendo sencillamente el paso de
los días y las horas. Labrando, sembrando, regando, podando, recolectando… con
la ayuda siempre necesaria de algunos animales a los que también hay que
cuidar. No me concretas tu edad, pero a buen seguro que yo te adelanto algunos
años en la existencia. Sumo 52 y he de confiarte que, como expresas en tus
lindos párrafos, tampoco tuve suerte con el amor. La verdad es que siempre me
dije que la mujer que deseara compartir conmigo su vida, el destino misterioso
la tendría bien reservada y sólo me permitiría conocerla cuando él así lo
decidiera. ¿Y por qué no has de ser tú, querida María? Pienso y quiero que seas
tú la elegida, por ese azar indescifrable, para darte toda esa amistad, compañía,
cariño y cuidado que, sin duda, mereces. Mucho amor, no lo dudes.
Te pido
disculpas, si encuentras en estas cuartillas palabras inapropiadas o esas
faltas de ortografía que las personas con estudios tanto señalan. Mi padre Saúl
me puso a trabajar con él desde muy temprano, casi en la infancia, enseñándome
la forma de ganarme honradamente la vida. Apenas había cumplido los doce años,
por lo que no eché demasiadas raíces en la escuela. Mi vida se resume es el
esforzado trabajo, desde al alba en el amanecer, hasta ese ocaso del sol,
cuando el atardecer abre el paso a las estrellas de la noche. Ya te lo he
dicho. Arar y preparar la tierra. Abonarla y sembrarla, en las épocas adecuadas.
Regala y cuidarla, para que sea generosa, dando fruto y simiente. Eliminar las
ramas sobrantes de los árboles. Quitar del suelo las hierbas innecesarias que
desvitalizan aquellas otras que han de dar el alimento necesario para la vida. Recolectar
el premio que esa tierra nos concede, aliada con el tiempo y nuestro esfuerzo
diario. Y para el descanso, tengo esa vieja radio que tanto me acompaña. O esa
televisión que no pocas veces me aturde y aburre. En ocasiones acudo al cine o
a compartir alguna cerveza con amigos en el bar. A pesar de que la naturaleza,
con su grandeza infinita, siempre ha estado cerca de mi, reconozco que día tras
día he echado en falta esa buena compañera, mujer a quien amar, respetar y
cuidar.
Tengo la
firma ilusión de que respondas a este muy largo escrito y que de ahora en
adelante todas las cartas que eches en el buzón tengan esta única dirección,
con los datos del destino ya sin equívocos. Querida María del Amor, tu noble y
gran corazón me ha hecho inmensamente feliz. Espero ansioso tu limpia y
esperanzadora respuesta. Teo Alaba”.
Tras
repetidas lecturas y profundamente nerviosa y emocionada, María guardó esta
carta como un tesoro primoroso que el destino, la suerte o el simple azar había
tenido a bien concederle. Llamó esa tarde a Raquel, su amiga de siempre,
pidiéndole si tenía algún hueco ese fin de semana para ir a merendar juntas.
Necesitaba ponerle al corriente de toda esta “dulce” trama que la embargaba y
al paso pedirle consejo, ya que una persona ajena al asunto siempre posee ese
punto de mayor objetividad y prudencia, acerca del más sensato camino a seguir.
Eligieron una
popular cafetería situada en el atractivo y remodelado puerto malacitano, en donde
quedaron citadas ese mismo viernes para las cinco de la tarde. Ese
establecimiento tiene el acierto de dedicar un reducido, pero bien organizado,
espacio a zona infantil, a fin de que los adultos puedan consumir y dialogar
con un mayor sosiego, mientras los críos se distraen con algunos juegos y
lecturas apropiadas a su edad. Llegado el encuentro, también Raquel se emocionó
al conocer la curiosa y “cinematográfica” aventura emprendida por su amiga y,
en concreto, esa larga respuesta que había recibido desde las nobles y recias
tierras castellanas.
“Estoy verdaderamente hecha un ´flan´ mi querida Mari. Lo
que me estás narrando es como un precioso cuento de hadas, parecido al que sale
en las páginas de los libros o en las pantallas del cine. Pero, en este caso,
tan real como la vida misma. No desaproveches esta maravillosa oportunidad que
la vida te ha concedido. Parece un buen hombre. Debes darle, darte a ti misma,
esa sutil y rica experiencia que os puede hacer mucho bien, para compensar los
ingratos momentos de soledad que tanto desaniman y entristecen. De todas formas,
hay que actuar con valentía, no exenta de la necesaria prudencia. Ahora toca el
feliz tiempo de conoceros mejor, poco a poco, pero sin pausa. Teo apenas sabe
de ti, ni tu de él. Tendréis que intercambiar alguna fotografía y continuar con
las comunicaciones del correo. Pregúntale si sabe trabajar la informática. En
caso contrario, siempre os quedará el correo ordinario, para la tan necesaria
comunicación. Y por supuesto, el teléfono. Más adelante, cuando llegue el
verano, le puedes proponer que se dé un paseo vacacional por esta ciudad,
aunque también tú puedes hacer un romántico viaje turístico a tierras leonesas.
Y no dudes que pase lo que pase, yo estaré siempre aquí para ayudarte.
Vigilaré, y lo digo con cariño, que no te ocurra nada malo. Soy tu amiga de
siempre. En realidad, eres como esa valiosa y querida hermana que siempre deseé
tener”.
María dedicó
parte del domingo a escribir una hermosa y agradecida respuesta, dirigida a una
persona real y no ya conformada con los retazos imaginativos de su huérfano
corazón. En ella ampliaba la realidad vivencial de la semana, sugiriendo a Teo
la rica experiencia de seguir comunicando, a fin de conocerse ambos mejor y
pensando en una recíproca y esperanzada amistad, a la que evitaba poner
límites. Firmaba el bien cuidado escrito manteniendo ese nombre que ella había
elegido y que representaba la necesidad básica de su existencia: María del
Amor. Después del almuerzo y gracias al tiempo soleado que reinaba sobre la ciudad,
decidió darse un buen paseo hasta ese buzón
amigo que ya no sería el de los sentimientos
ausentes, sino el solícito transmisor viajero para dos personas que
habían puesto luz y color en la soledad de sus vidas. Tanto el azar del destino
que esta vez sonríe, como la firme voluntad de un imaginativo corazón, habían
obrado un sorprendente y emocionante milagro para dos seres necesitados en la
distancia. –
EL BUZÓN DE LOS
SENTIMIENTOS AUSENTES
José
L. Casado Toro
Antiguo
Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
28 enero 2022
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