La
vida es un continuo y desigualmente aprovechado aprendizaje. Desde la aparición
del alba matinal, hasta el ocaso solar con el reino de las estrellas, vamos
observando, conociendo y ampliando nuestros horizontes para el conocimiento.
¿Qué nos sugiere la presencia de una persona, que acumula muchos calendarios en
su existencia, sentado en un banco del parque local o bajo el quicio de su
modesta vivienda? Se le ve ajeno a los movimientos y a las palabras,
aparentemente oteando la lejanía y tal vez apoyado en un bastón de recia madera
o en esos carritos metálicos para agregar seguridad en sus inciertas pisadas. Acerca
del mismo nos sobrevienen numerosas preguntas, más o menos curiosas, ante esa imagen cansada por el
tiempo de una prolongada vivencia.
Surgen numerosos interrogantes en nuestra mente. ¿Qué pensamientos estarán “viajando”en este momento por su mente? ¿Habrán cambiado mucho aquéllas de sus ilusiones en el ayer? ¿Cómo acepta y negocia con ese su cuerpo curtido, ajado y predispuesto a los fallos cada vez más frecuentes en el funcionamiento? ¿Qué le hubiera gustado llegar a ser en las páginas de su biografía? ¿Tiene muchas imágenes indeseadas que le apetecería borrar de su memoria? ¿De qué se siente más orgulloso, a estas alturas de su andadura? ¿Mantiene en su memoria alguna página o comportamiento “desafortunado” que, en este periplo de su viaje, anhelaría poder borrar para nunca más recordar? ¿Cómo percibe a esos jóvenes que pasan a su lado, rebosantes de optimismo y vitalidad? ¿Cuál es su nivel de incredulidad al escuchar las “retocadas” e increíbles palabras de los políticos en el poder? ¿Tras su difusa mirada, mantendrá algunos importantes secretos, celosamente ocultos para la necesaria prudencia de su privacidad? ¿Cómo será el trato que recibe desde sus más directos familiares y allegados? ¿Le apetecerá que me acerque e intercambie algunas palabras con él o con ella, favoreciendo su lógica necesidad de comunicación? ¿En qué habrá trabajado durante su etapa activa profesional? ¿Cómo interpreta cada uno de esos amaneceres, que cada una de las mañanas el destino y la vida aún le conceden? ¿Cuántas anécdotas interesantes podría contar y también callar?
Era
domingo en una nueva primavera, con un cielo algo nublado y templanza plomiza,
aunque finalmente sin riesgo para esa siempre benefactora lluvia que calma la
sequedad terrenal. No tenía la posibilidad de ese concierto matinal,
interpretado por la banda municipal de música, que alegra el sosiego dominical
de la ciudadanía. Tampoco correspondía, en su variada programación anual, aquel
otro concierto de cámara que nos regalan las manos expertas de unos buenos
músicos, piezas generalmente clásicas interpretadas en el marco emblemático de
los salones o en el gran patio central del monumental Museo de Málaga.
Descartada también la opción senderista a través de la naturaleza, inicié un
largo paseo que, tras recorrer el remozado recinto portuario, desembocó en la
zona de la Farola y la longitudinal perspectiva del pétreo morro de levante, en
la sosegada bahía marítima malacitana. Tras gozar con la visión cromática de
las serenas aguas mediterráneas, entremezclado con los colores celestiales de
una bóveda en donde “luchaban” abundantes nubes con los pequeños resquicios
dejados a los rayos del sol, pude observar a un hombre mayor, que estaba
sentado en un banco de madera a las espaldas de la Comandancia Militar de
Marina. Se le veía muy afanado en el ejercicio de alguna curiosa
actividad.
Este
señor vestía un muy usado, pero confortable, jersey de tricotar casero, que
dejaba ver el cuello y las mangas de una camisa de franela a cuadros marrones,
un pantalón de pana beige oscura y calzaba unas playeras deportivas azules,
también muy “ajadas” y pulidas en sus bordes de goma, por su muy frecuente
utilización. La limpieza, corporal y de abrigo, no era la cualificación más
destacada en el habilidoso personaje, quien portaba en su mano diestra unas
tijeras, de esas que usan los alumnos en los centros escolares para realizar
sus trabajos manuales. Con ese simple instrumental, se entretenía recortando
las páginas de unos periódicos y revistas que llevaba en una bolsa troquelada
con el logotipo de una popular cadena de supermercados. Me había sentado en el
extremo del alargado banco de láminas de madera, que el veterano personaje
ocupaba, pues me sentía algo cansado tras una larga caminata por los aledaños
portuarios, sin realizar parada compensatoria para el descanso. Necesitaba
recuperar algo de las fuerzas perdidas.
Mi
compañero de asiento realizaba la habilidosa labor de ir recortando fotos,
labor que realizaba con gran esmero y paciencia. Con el pequeño instrumental
que utilizaba, iba marcando pacientemente el contorno de las figuras que elegía
para su “divertida” labor. En principio pensé que este señor mayor, sin duda en
su período de jubilación, tenía que estar muy aburrido para llevar a cabo un
entretenimiento que lo devolvía a quehaceres propios de la infancia. Recordé
como me distraía en la niñez, en la que también me agradaba ese divertido
pasatiempo de jugar con los recortables, ya fueran con dibujos de animales,
soldados, edificios o personas. Por unas escasas monedas (céntimos de peseta)
podías comprar, en los puestos de periódicos y tebeos, también en las
papelerías, hojas de recortables con los más diversos motivos impresos. Las más
demandadas eran aquellas figuras a las que podías aplicar diversas
vestimentas,’ que previamente habías recortado en otras hojas con el vestuario
correspondiente.
El
señor de los “recortes, lo hacía expresamente sobre figuras, no sobre el
cuadrante de las fotos, siluetas que posteriormente iba guardando en un gran
sobre blanco que tenía sobre esos periódicos y revistas semanales que, por su
apariencia manoseada, habría recogido en algunas papeleras o en los
contenedores de papel usado. En un momento concreto me sentí animado a
intercambiar algunas palabras con el laborioso compañero de asiento, quien
seguía recortando y recortando.
“Buenos días. Si me permite le diré que de pequeño yo también
disfrutaba con ese paciente juego de los recortables. Lo hacía con láminas de
coches, barcos, juguetes y dibujos de personas mayores y niños. Recuerdo que
con las figuras que obtenía, inventaba juegos y diversas historias en las que
intervenían dichos personajes y otros objetos de muy diferente naturaleza. A
veces incluso me permitía, con esa habilidad infantil que todos hemos aplicado
alguna vez, dibujar mis propios recortables. Desde luego que no eran tan
perfectos como las hojas bien ilustradas que se compraban por aquellas “perras
gordas” que difícilmente conseguíamos, siempre aplicando nuestro esfuerzo e
imaginación”.
Eladio, nombre que conocí en el contexto de
la conversación, me miró con expresión divertida. Unos segundos más tarde, ya
con una mayor seriedad en su rostro, me fue aclarando el sentido de aquello que
realizaba con tan paciente laboriosidad.
“Agradezco su atención y le explico básicamente la razón de lo
que estoy haciendo. Como puede ver, por el contenido de los recortes que guardo
en el sobre, se trata de personajes importantes, protagonistas en diversos
ámbitos de la sociedad, aunque predominan notoriamente aquellos profesionales
de la actividad política. Me invento con estos recortes diversas situaciones
que afectan lógicamente a los cargos u oficios que desempeñan. Voy pegando
estas figuras de papel en un bloc, añadiéndoles en la parte superior unas
nubecillas, en cuyo interior escribo lo que yo entiendo están pensando en ese
momento de actividad pública o lo que están transmitiendo a la persona con la
que hablan o al auditorio que tienen ante sí. En ocasiones pongo en sus bocas
aquello que yo pienso deberían expresar, aplicando un sentido de racionalidad,
honradez y buena voluntad a sus palabras. Le aclaro que tengo ya completados
varios cuadernos de “estampas” pegadas, bien “rellenos” de personajes de toda
índole y en distintas situaciones de sus respectivas profesiones en la
sociedad. No sólo de la cronología actual, sino también de otras épocas, pues
también recorto fotos de revistas y libros antiguos que recojo en los sitios
más insospechados: contenedores de papel, libros y revistas regaladas en las
bibliotecas, restos de las librerías de ocasión, papeleras en los jardines
públicos, etc.”
Tras
escucharle con la mayor atención y sin interrumpirle en la exposición o
aclaración que amablemente me ofrecía, hice un comentario acerca de que su
quehacer era una forma interesante y curiosa para llenar el amplio tiempo
disponible para la distracción. En ese momento cambió la expresión de su
rostro, tornándose mucho más austera, camino de la seriedad y la solemnidad.
“Es que he vivido mucho. Si le dijera la exactitud de mi edad
igual no me creería. Aunque no los aparento, porque a Dios gracias me conservo
relativamente bien, ya he superado mis ocho décadas de existencia. Amigo, trato
de poner en boca de estas personas famosas e importantes, lo que yo hubiera
dicho o hecho si me encontrara en esa situación que ellos están protagonizando.
Sobre todo, a fin de evitar los numerosos errores que yo creo o considero están
cometiendo, equivocándose lamentablemente, para el perjuicio, no sólo de sí
mismos, sino para lo que es mucho más grave, el dolor y los problemas que
provocan en los demás.
Y le digo esto, porque yo he errado mucho en la vida. Sé y he
soportado muchas de las consecuencias de dichas equivocaciones. Le contaré,
siempre que tenga algo de tiempo para escucharme, algunas de esas páginas de
las que en absoluto estoy satisfecho, sino todo lo contrario. Para empezar, fui
un chico díscolo, malcriado, que di no pocos disgustos a mis padres. Llegó un
momento que ya no sabían qué hacer conmigo. En la también mi alocada juventud,
quise experimentar la vida muy rápido, conseguir objetivos absurdos, sin
reparar en los medios que aplicaba para ello, reprobables en muchos de los
casos. Ello me hizo tener que responder ante la justicia, asumiendo años de
privación de libertad. ¿No te importa que te tutee? Te aseguro que la prisión,
en la mayoría de los casos, sólo enseña a ser peor, pues te ves rodeado de
personas que enseñan cómo delinquir y disimular esa delincuencia, para que “la
bofia” no te atrape en tus pillerías.
Sobre todo, ahora que ya ha pasado mucho tiempo, destaco dos o
más grandes defectos en mi persona. Uno de ellos es el uso de la mentira
“compulsiva” como se dice ahora. Y, sobre todo, el no respetar a los demás. Ese
pensar sólo en ti acaba por enloquecerte y en convertirte en un ser soberbio,
engreído, egoísta, altanero, camorrista, indeseable y temido, ante los ojos de
los demás. Llegas a creerte que eres capaz de todo y por tanto “pruebas de
todo”. Creo que me entiendes bien lo que quiero decir ¿verdad? Ya te explicarás
de que quise ganar dinero por la “vía rápida”, caminando en desvarío por ese
tortuoso camino alejado de la necesaria y justa honradez.
Muchos son los “palos” que he soportado sobre mi cuerpo, todo
por culpa de esa desordenada existencia que, de forma equivocada, tracé para mi
vida. He de confesarte que traté con muchas mujeres. pero una tras otra me
fueron dejando, alejándose en cuanto podían de mi persona, pues sólo las quería
para satisfacer las necesidades del sexo, aplicando el más reprobable machismo.
Sí, procreé a varios hijos, muchos tal vez, de los que he llegado a perder la
cuenta. Cuando iban creciendo, también han puesto tierra de por medio, pues no
querían saber nada de un padre cuyo comportamiento no respondía a la
responsabilidad que asumes cuando traes un crio al mundo.
Pero también es verdad de que la vida te va enseñando el modelo
de lo que debe ser una buena persona, ese buen ser que desde luego yo no he
sido. Hoy, ya en la ancianidad, estoy recluido en una residencia asistencial,
llevada por monjas de la Caridad que son extremadamente generosas y admirables
en su proceder. Y ya ves, cubro muchas horas del día entreteniéndome con estos
recortables, a los que les pongo voz, para “cambiar” el comportamiento de muy
importantes personajes de la vida pública”.
Me
impresionaba la franqueza de este pobre hombre, llamado Eladio Lloret Niño que, con sus 83 primaveras relativamente bien
llevadas en lo físico, me había confiado la verdad de una azarosa y desordenada
existencia, con muchos “nubarrones” en su conciencia. En la fase postrera de
esa andadura, reconocía sus abundantes errores perpetrados contra los demás y
también contra sí mismo. Viviendo actualmente, según manifestaba, de la caridad
institucional o evangélica, llenaba su tiempo con una infantil terapia,
ciertamente sugerente y, por qué no decirlo, teñida de sensata inteligencia:
poner en boca de los demás esa cada vez más ausente racionalidad, sinceridad y
bondad, precisamente valores que habían estado ausentes de su confusa e
inestable biografía. Le rogué que me permitiera comprarle algunos de sus
cuadernos ilustrados y “razonados”. Era una elegante forma de mostrarle mi
admiración por su capacidad de rectificación hacia la sensatez y aplaudir el
curioso trabajo que realizaba en el ámbito de la manualidad. Con este gesto
también le facilitaba algún apoyo económico que bien le vendría pues, según
percibía, su limitación económica era más que manifiesta. A este fin le
entregué un pequeño adelanto económico que le vendría muy bien a cuenta de este
cuaderno ilustrado que Eladio se comprometió a cederme. Quedamos en vernos, en
ese mismo lugar portuario, la semana próxima, fijando el viernes para el nuevo
reencuentro. Nos despedimos cordialmente, intercambiando las gracias, cada uno
de nosotros por diferentes motivaciones. Me interesaba conocer el contenido de
los “bocadillos” que Eladio ponía en boca de notables celebridades
pertenecientes al ámbito de la política, la economía, la sociedad, el deporte,
la cultura etc. láminas recortadas de las fotos impresas en la publicaciones
mediáticas y pegadas con ánimo constructivo en la modestia de un sencillo bloc.
En el viernes siguiente, a la hora
fijada, Eladio no apareció. Le esperé en vano durante muchos minutos. Me sentía
un tanto extrañado y preocupado, pues temía que algo imprevisto en su salud
pudiera estarle afectando. Aunque durante nuestra larga conversación de la
semana anterior no había sido muy explícito acerca de sus datos de residencia,
tenía dos opciones para tratar de localizarle. Investigar por Internet los
centros asistenciales para personas mayores en la ciudad, a fin de realizar
algunas llamadas telefónicas para interesarme por mi nuevo amigo “el señor de
los recortables”. La otra opción que se me ocurrió era preguntar al manisero y
vendedor de “chuches” de un pequeño tingladillo, instalado a pocos metros del
lugar donde estuvimos sentados durante nuestra conversación. Fue lo que hice,
dándole a este vendedor información física de Eladio, por si lo recordaba de
haberlo visto otros días por allí. Sonriendo y con amabilidad me aclaró en algo
los interrogantes que le planteaba.
“Creo que se refiere Vd. a
un hombre mayor que se hace llamar Eladio. En realidad su verdadero nombre es
Sinforoso (conocido popularmente por Sinfo). Mire, se trata de una persona muy
imaginativa, con una capacidad para la invención verdaderamente asombrosa. Este
hombre ha trabajado en el muelle, durante largo tiempo, como mozo de carga. Un
día, cuando descargaba las mercancías de un barco, uno de los fardos le cayó
encima , golpeándole en la cabeza. Salió de ese accidente con vida, aunque
desde entonces tiene sus facultades mentales un tanto “averiadas”, no de manera
continua pero si en distintas fases de los días. Suele venir, de vez en cuando,
por esta zona portuaria, haciendo cosas más o menos extrañas. Últimamente
recorta páginas de los periódicos y revistas, como si fuera un niño pequeño.
Alguien me dijo que tiene una sobrina que lo cuida y que recibe una paga
mensual por invalidez. En realidad hacer años que entró en la edad de su
jubilación, pues debe andar por los setenta y tantos años de vida. No se fíe de
todo lo que le haya contado, pues desde el golpe que sufrió atraviesa fases de
una portentosa capacidad para la fabulación”.
Abandoné aquella zona marítima de la
ciudad algo desilusionado, por la información que me había ofrecido el manisero
(igual de parlanchín que mi ausente “amigo”). Desde luego no percibí a Eladio o
Sinfo como una persona con sus facultades mentales enfermas o deterioradas.
Todo lo contrario, me pareció un hombre admirablemente lúcido, racional e
imaginativo. De todas formas el planteamiento de su vida que me había ofrecido
respondía, en su globalidad, a una dura pero sin embargo instructiva, curiosa y
hermosa historia, por su capacidad humana para la sensata y correcta
rectificación.
EL
LABORIOSO HOMBRE DE
LOS
RECORTABLES
José L. Casado Toro
Antiguo
Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
10
septiembre 2021
Dirección
electrónica: jlcasadot@yahoo.es
Blog personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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