No son pocas
las ocasiones en las que comprobamos la calidad de una prenda de vestir,
repasando la textura del tejido aplicado a su confección. En ese momento de la
compra, o incluso una vez en que ya nos hemos puesto el jersey, la trenca o el
blue jeans, podemos detectar algún fallo, más o menos importante, cometido en
el proceso de su confección. Normalmente, suelen ser hilos sueltos o
deficientemente entrelazados. Incluso, repasando tonalidades cromáticas, pueden
observarse hilados erróneos o equivocados por zonas o puntos concretos. En la
mayoría de los casos no parecen fallos de gravedad significativa, como para
obligarnos a ir al comercio, donde hemos adquirido la prenda, para su
devolución o cambio. Pero la detección de estos “hilos perdidos o inadecuados”
mueve nuestros comentarios a esas consabidas frases de “¡vaya, aquí hay un hilo
suelto o saltado! Habrá que recogerlo, pues de lo contrario puede extenderse y
provocar algún agujero irremediable”.
El símil o
ejemplo del tejido mal hilado puede
aplicarse, con sentido metafórico, al desarreglo de
muchas parejas que, con más o menos tiempo de convivencia, llegan un día
a la difícil pero necesaria conclusión de que la unión que escenifican es lo
más parecido a un tejido en el que se han utilizado hilaturas inadecuadas, como
para seguir manteniendo ese vínculo que se agrieta por momentos, amenazando con
su drástica ruptura. Este es el contexto nuclear de nuestra historia. Vayamos a
su conocimiento.
Son dos
personas que llevan juntos cerca de ocho años, sin haber pasado por el altar de
las ceremonias, ni por la ventanilla del Registro Civil. Un buen día decidieron
unir sus vidas y en ello siguen. Alguna vez han sopesado la posibilidad de
“legalizar” su convivencia, siguiendo el ejemplo mimético de otras parejas
amigas. Y también, por qué no admitirlo, por esos comentarios machacones de
doña Ofelia, la madre de ELENA, o
esas insinuaciones dejadas al vuelo, expresadas por don Edelmiro, el padre de FRANK, en el mismo sentido de su consuegra.
Frank trabaja
básicamente en casa, pues es un experto traductor titulado, con una gran
destreza en el inglés, idioma que estudió y practicó con diversas estancias por
tierras irlandesas. Tiene una amplia agenda de encargos particulares, que le
reportan buenos ingresos. Incluso colabora con instituciones oficiales y
empresas comerciales y gestorías, para la traducción de determinados documentos
de especial interés. La dedicación de su
compañera Elena es hasta cierto punto similar, por trabajar también desde su
domicilio. Esta joven ejerce, con destreza y brillantez, la redacción escrita
de narrativas y cuentos infantiles, plasmadas en numerosas publicaciones,
editadas y comercializadas por la empresa PAILUSION, especializada en
materiales de lectura para el público infantil. Pasan muchas horas del día en
sus respectivos “cuartos de trabajo” a los que con simpatía denominan,
respectivamente: “el territorio de las palabras amigas” y “el laboratorio de
las sonrisas continuas”.
Tácitamente
(no es un tema que les preocupa) han ido dejando pasar la posible llegada de la
“cigüeña” para más adelante, ya que ambos priorizan el ego profesional y las
vivencias particulares, sobre el valor sublime de ejercitar la paternidad o
maternidad. Se reparten las tareas hogareñas en buena armonía y practican una
curiosa y peculiar costumbre, prácticamente desde la misma semana en que
iniciaron su convivencia en común. Este hábito, muy propio para ser estudiado
en los gabinetes de psicología, consiste en el siguiente extraño comportamiento:
un fin de semana de cada mes, negociado o acordado previamente entre ambos, “desaparecen”
del domicilio conyugal “perdiéndose” ambos imaginativamente por la intrincada,
complicada y sugerente selva social. Lo hacen, según manifiestan, para recuperar
las señas de identidad de sus instintos, para enriquecer privativamente nuevos
contactos, para experimentar lo diferente o, simplemente, para recargar las
pilas de la sugestión y la variedad, contra la aridez de los hábitos
repetitivos. Cuando al inicio de la siguiente semana vuelven al domicilio
común, lo hacen renovados y con más fuerza anímica, sin tener la cansina
obligación de dar explicación alguna a su respectiva pareja, acerca de lo que
han hecho o a quién han conocido, en esta escapadita para lo nuevo. Otra cosa
es que quieran ser más explícitos, acerca de sus aventuras, pero aun en este
plano tienen especial cuidado en evitar todo reproche o comentario que pueda
molestar o limitar la absoluta libertad respectiva para disponer de ese su
tiempo de la absoluta intimidad y apasionada privacidad.
Un lunes de
abril, cuando ambos volvían a su apartamento/hogar para reanudar la habitual
convivencia, compartieron, como siempre solían hacer, el desayuno recuperador para
el buen funcionamiento del día que tenían por delante. Tras ese “finde”
liberador y motivador de nuevas sensaciones, uno y otro y sin haberlo acordado
expresamente, se sintieron con fuerzas para intercambiar unos muy intensos
minutos de conversación, a fin de sincerarse y liberar esa carga expresiva que
les turbaba y que, por una vez, deseaban abandonar.
“Déjame que
sea yo, Frank, quien inicie el recuerdo de mis sensaciones, anhelos y
sinceridades. En los dos últimos fines de semana, que practicamos para nuestra
total libertad, he conocido a una persona, en mi opinión, maravillosa, quien,
después de mucho tiempo, me ha hecho reír de mis defectos y ha sabido enseñarme
a soñar con lo imposible. En estas dos oportunidades, la aventura ha sido
“terapéuticamente” saludable, pues me he sentido libre y protegida a la vez,
necesitada y solidaria al tiempo. He tenido esa suerte, inesperada en el
endiablado azar que marca el destino, de conocer a una persona que me ha hecho
vibrar, sentir, respirar, comunicar, ¿Qué más podría yo añadir? Y es que hay
sensaciones y vivencias que se muestran reacias a vestirse con el ropaje de
esas palabras, términos y conceptos que tanto utilizo para mis escritos y que
sin embargo ahora se me tornan rebeldes para expresar alegría, sentimiento, confianza
y necesidad.
Tengo que
confesarte mi firme propósito de evitar perder esta esperanzada oportunidad,
estación vital que pienso pueda ser la última que el destino quiera concederme
para encontrarme conmigo misma, para saber quien soy, qué necesito, a qué aspiro
y qué puedo ofrecer y, con extrema y convincente generosidad, dar. Quiero, con
firmeza, permanecer junto a esa persona que, a buen seguro, tengo la certeza
que es la única que va a saber dar sentido a todos esos días que avanzan por
mis páginas vitales, cada vez más sumidas en la rutina de mis adormecidos
sentidos, pasiones y objetivos. Ya te he comentado que observo con miedo e
incluso pavor, como mi capacidad creativa va entrando en un peligroso terreno
donde aturden los nublados y ansío esas luces cristalinas que se muestran
esquivas para la originalidad y la capacidad expresiva de mi cada vez más
aletargada imaginación. Lo nuestro, en modo alguno está en mi ánimo acusarte de
nada, es cada vez más rutina y opacidad. Y yo necesito y quiero recuperar la
transparencia.
En fin ¡Qué
buena suerte la mía! No quiero perderlo. Quiero y necesito hacerlo mío y que
para él yo sea suya. Se llama Zafir, es de
nacionalidad siria y me aventaja en dieciséis años la edad. Pero esa diferencia
cronológica me regala la necesaria madurez que estabiliza mi personalidad”.
Frank escuchó
de Elena esa sublime manifestación de amor hacia otra persona, casi sin
pestañear y con una profunda y difícilmente explicable sonrisa en su expresión.
Incluso podría decirse que, en su aparente comprensión, equilibrio y respeto,
subyacía una situación de alivio y autocontrol, ante ese discurso a la verdad
que había realizado quien había sido su íntima compañera en la vida durante
ocho años.
“Yo también
debo y tengo algo que explicarte, querida Elena. En absoluto intento superar la
sincera valentía que has aplicado a tus palabras, pero creo que ha llegado el
momento de que hagamos un ejercicio de sinceridad, ante la realidad y la
ficción en que se ha convertido nuestra convivencia. Y la dureza de este
análisis no es de hoy, ni de estos últimos fines de semana, que un tanto
infantilmente quisimos aplicar a nuestra monótona existencia.
No podemos
seguir engañándonos. Tu y yo somos muy diferentes, aunque hemos hecho
esfuerzos, meritorios, tratando de acomodarnos y acercarnos con unos caracteres
que no concordaban. Yo, profundamente refugiado en mis traducciones. Tu, en
esas narrativas infantiles, con el anacronismo de que nunca te han gustado los
niños. Y nos inventamos esas huidas hacia adelante, viviendo los “findes”
mensuales que, he de confesártelo, me parecen cada vez más cortos, ante la
perspectiva de volver a nuestra cotidiana escenificación de la normalidad,
cuando ésta no era tal. Ha sido duro para mi. Pero no me cabe duda de que para
ti también. Mantener nuestro caminar sin destino no nos ha resultado fácil,
sino todo lo contrario. Había hilos en nuestro traje de vida que estaban mal
dispuestos y algún día tenían que saltar y romperse.
Ha llegado
por fin la hora de las verdades en nuestras vidas. No debo ser cobarde, ante el
valor en contrario que encierra esa palabra. Y aquí está mi sinceridad. Desde
hace aproximadamente cuatro meses, mantengo relación con una persona que, por
su carácter, valentía, entusiasmo y temeridad, es el modo perfecto que ensambla
con esas carencias que forman parte de mi vida. Esa persona, gran persona, no es una mujer,
sino un hombre. Se llama Marcel. Está
vinculado al mundo de la producción cinematográfica y nuestro encuentro derivó,
te lo puedes imaginar, de un encargo de traducción al que me comprometí y que
tuve que realizar aplicando muchas noches de vigilia, por el poco tiempo que se
me concedió y al que me comprometí en contrato. Todo comenzó con una amistad,
generada por los frecuentes contactos que teníamos que mantener acerca del
libreto. Un trabajo de suma dificultad, pues estaba escrito en inglés gálico
antiguo. La amistad fue avanzando en un recíproco acercamiento a nuestras
respectivas intimidades. Y de ahí … a más, navegando por ese mar adictivo,
apasionado, tempestuoso y hasta el momento desconocido para mi vulgarizada
forma de vida. Nunca creí en eso de la ambivalencia en las personas, pero nunca
digas “de esta agua no beberé”.
La expresión
que mostraba el rostro de Elena era propia de la que podemos ofrecer cuando
visionamos una película del género thriller, adobada con suspense, paroxismo y
temor ante lo desconocido e imposible de asumir, comprender o controlar. Sin
embargo, trató de reaccionar con entereza y una muy difícil actitud
comprensiva. Se preguntaba, una y otra vez, en la profundidad de su mente ¿con
quién había estado viviendo y compartiendo todo en los últimos años? ¿Cómo
habían podido teatralizar tanto una relación que, según ambas confesiones,
mostraba una hilatura fallida, errónea, en
el tejido relacional que, como en este crítico momento, inevitablemente había
de romperse?
Con esa
cortesía afectiva, generada durante más de una década relacional, Frank
abandonó su estancia en ese apartamento que ambos habían compartido,
trasladándose a la capital de España. Allí Marcel le abrió hueco generoso en un
lujoso ático con vistas a la Sierra y con un fácil desplazamiento a la vorágine
madrileña, utilizando para ello la estación de un tren cercanías que tenía a
trescientos metros de su nueva y bien acomodada residencia. En cuanto a Zafir,
experto en operaciones financieras inmobiliarias, le resultó atrayente convivir
y motivar a su nuevo amor, trasladándose a un apartamento restaurado inserto en
un viejo caserón ubicado en la subida a las colinas de Gibralfaro, que gozaba
de espléndidas vistas sobre la bahía plateada de Málaga. Las vidas de Elena y
Frank emprendían nuevos, ilusionados e imprevisibles derroteros. La relación
física o comunicativa entre ambos desapareció por completo. El hilado aplicado
a su prolongado y estéril vinculo había sido objetivamente inadecuado, para continuar
su frágil e infructuosa resistencia.
Casi cinco años
después. Frank Lariana viaja a Málaga, su ciudad natal, a fin de resolver la
herencia inmobiliaria que le corresponde a partir del fallecimiento de sus
padres adoptivos. A pesar de ser su ahijado único y de haber disposiciones
notariales al efecto, los trámites son lentos y exigen de su presencia en una
ciudad a la que sólo había visitado en fechas navideñas o festivas de esos
padres que con sabía generosidad lo habían criado. En ese contexto, paseaba una
mañana por la Alameda y se detuvo unos minutos ante el escaparate de la Librería Luces, sin duda un bello nombre para uno
de los templos laicos de la cultura malagueña. Sonrió al ver un cartel que
anunciaba para esa misma tarde la celebración de una presentación
bibliográfica, ganadora del premio nacional de literatura infantil del año en
curso. La autora y ganadora del premio, Elena Iris. El título de la publicación,
que llenaba de ejemplares una parte del coqueto escaparate de la popular
librería, era Tim y la caja de los gusanos de seda.
La convocatoria fijaba las 19 horas, para el inicio y la celebración del
evento. Estuvo meditando a ratos, durante esa mañana de pesadas gestiones
administrativas, su posible asistencia al acto.
“Te veo
espléndida y, por supuesto, felicitarte por esta nueva publicación, sin duda,
justamente premiada. Tu creatividad, he de celebrarlo, sigue generando
preciosas historias para esos niños y mayores que necesitan creer en ese
entremezclado camino entre la realidad y la ficción. Y esta bella princesita
debe ser vuestra hija.”
Minutos después
los tres estaban sentados al aire libre, en una cercana cafetería de la Alameda.
La tarde noche dibujaba una temperatura gratamente primaveral. Pidieron dos
cafés y un helado de tutti fruti para Amia. Elena disfrutaba con el delicado
presente, que había recibido del inesperado asistente al acto cultural.
“Efectivamente,
Frank, todo marcha bien. A veces el
destino se muestra generoso y nos permite modelar nuestra propia hoja de ruta.
Aquellos traviesos hilos, a los que siempre culpábamos, parece que ahora están
bien dispuestos y el tejido relacional y humano es resistente y muestra una
agradable y sugestiva presencia. Amia es un encanto de cría. Es raro el día en
que no me da nuevas claves y respuestas para enriquecer mis escritos. Supongo
que mantendrás tu labor traductora. He visto tu nombre anotado en la
contraportada de afamadas novelas, escritas por autores extranjeros. Te aseguro
que me he sentido muy feliz al ver reconocido tu difícil y valioso trabajo.
¿Sigues con Marcel…?”
Cuando Frank
llegó aquella noche al domicilio en el que había pasado su infancia y
adolescencia, ahora ya de su propiedad como único heredero, se preparó una
frugal merienda - cena. En su transcurso, abrió el librito de Tim y la caja de
los gusanos de seda. Ansiaba leer la dedicatoria que Elena había redactado,
bajo la condición de que la conociera ya en casa.
UN TEJIDO
CON HILADOS ERRÓNEOS
José Luis Casado Toro
Antiguo
Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria. Málaga
18 junio
2021
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