Pero como en
todas o casi todas funcionalidades del género humano, los puntos extremos
suelen ser negativos o desaconsejables, porque los radicalismos, en uno u otro
sentido, van generalmente teñidos de fanatismo, exageración, errores,
violencias y sectarismos. Las posiciones centrales, las respuestas
equilibradas, la sensatez y el buen juicio son actitudes que generan más
frutos, más sonrisas y beneficios, más sosiego y esperanzas. Y también en la
imaginación, a veces, “nos podemos pasar”. En definitiva, es maravilloso saber
y querer imaginar. Para generar un mundo mejor, primero hay que creer en él,
imaginarlo con convicción, para al fin poder contribuir a su creación.
Salvio Almensino, es un trabajador de mensajería,
vinculado a una conocida empresa privada de envíos urgentes. A pesar de que ya
ha cumplido treinta y cuatro años, utiliza su propia bicicleta para recorrer al
día decenas de kilómetros, trasladando en el maletín acoplado a la misma
aquellos productos encomendados por la empresa. Lo hace como empleado autónomo
asociado, recibiendo una determinada cantidad porcentual, que oscila entre el
10 y el 20 %, del coste pagado por el destinatario o el remitente. Es un
trabajo que exige una buena forma física, como la que ostenta este responsable “transportista”,
pero cuyo esfuerzo exige ir pedaleando de aquí para allá durante muchas y
agotadoras horas. No puede llevar objetos pesados en exceso o voluminosos por
su gran masa. Transporta por consiguiente abundante comida italiana o asiática,
también desplaza en su pequeña gran caja de transporte medicamentos, objetos de
regalo, libros e incluso zapatos.
Los continuados
viajes que realiza al gran almacén son imprescindibles, a fin de recoger los
nuevos materiales que habrá de entregar con urgencia. Pero todos esos
desplazamientos, por las arterias que conforman el complicado trazado de la
ciudad, los realiza de buen talante, porque así van llegando esos euros tan
necesarios a su domicilio que, como la mayoría del vecindario de su barrio conforma
una familia modesta. Otra de las ventajas de esta profesión es permitirle
practicar su afición favorita: el ciclismo. Ese buen pedalear, sin importar la
estación meteorológica, va estimulando las piernas, los pulmones, las
articulaciones y todos los “mágicos émbolos cardiacos”.
Se ayuda en
su trabajo de un GPS que tiene en su móvil, descargado de Internet, aunque su
conocimiento de la malla urbana es bastante bueno por los años de profesión
acumulados. La empresa también le facilita un pequeño incentivo económico por
kilometraje recorrido, ya que no sería igual llevar un envío a una barriada
distante (como El Palo o Ciudad Jardín) que a una calle del centro histórico de
la ciudad. Por supuesto que las anécdotas que tiene en su memoria son numerosas
y algunas especialmente simpáticas, en función del tipo de envíos, actitud de
los destinatarios cuando llama al portero electrónico, algunas propinas que
recibe, tanto en moneda como en “especie”, objetos que resulta imposible
entregar y que después nadie recoge, etc.
Este esforzado
repartidor ha mantenido desde su adolescencia la afición
a las películas, relatos y publicaciones basados argumentalmente en el misterio, la intriga y el suspense. Incluso
acude a la biblioteca pública de su populoso barrio (la antigua carretera de
Cádiz, hoy denominada Avda. de Velázquez) a fin de sacar en préstamo novelas
policíacas y relatos fantásticos que, poco a poco, gusta leer, especialmente
durante los fines de semana. Esta divertida e interesante afición ha facilitado
la potenciación de su imaginación, valor o
capacidad que su mujer resume en una muy usada e ilustrativa frase: “Tiene la
cabeza llena de pájaros y tonterías. Más valiera que te ocuparas de necesidades
útiles, como ayudar más en las tareas de la casa”.
Salvio está
casado con Alfonsa, que también trabaja
fuera del hogar. Lo hace en una cadena de supermercados, prestando servicio
como cajera, aunque también ha de estar dispuesta a echar una mano para las
necesarias tareas de reposición y organización de productos en las diversas
estanterías del amplio local. Del matrimonio ha nacido una hija, Lilith, que en la actualidad cursa estudios de
primero de la ESO en un instituto público no lejos de su domicilio.
Aquel fue un
lunes de junio muy laborioso para Salvio porque, tras el descanso del fin de
semana, se había acumulado en el almacén un volumen de encargos muy notable,
para transportar y entregar. A la finalización de la agotadora jornada, llegó a
casa muy cansado y arrastrando ese típico resfriado/catarro producido por las
alternancias térmicas primaverales, que resulta especialmente molesto para
sobrellevar y superar.
Tras cenar un
plato de sopa de salmorejo, croquetas de conejo y un cuenco de arroz con leche,
se fue pronto a la cama, cuando aún faltaban minutos para las once. Sospechaba
tener unas decimillas de fiebre, por lo que su mujer le dio un paracetamol,
acompañado con una cariñosa frase: “Anda, que eres más quejica que una burra
preñá”.
El reloj
marcaría las tres y media de la madrugada cuando Salvio se despertó, todo
sudoroso, levantándose del lecho para dirigirse a la cocina a fin de tomar un
vaso de agua. Tenía que recuperar fuerzas y estar a punto para el día
siguiente, pues el martes el trabajo le esperaba. Si no repartía, no cobraba y
los cuartos eran muy necesarios para los gastos de la casa (alquiler,
electricidad, agua, butano, la cesta de la compra, el pago de autónomo, el
“tonteo” juvenil de la niña y esos imprevistos que sobrevuelan en casi todas
las familias).
Antes de
salir del dormitorio y bastante somnoliento, descorrió los visillos que
cerraban la ventana de la habitación. Miró a través de los cristales, para ver
cómo estaba la noche. Le gustaba observar la calle nocturna, toda desierta de gente,
pero repleta de vehículos adormecidos, mirando desde su séptimo C, última
planta del vetusto o longevo edificio. De
pronto llamó su atención una luz azul celeste,
de forma circular, que se movía zigzagueando entre la alargada fila de coches
estacionados en batería y que ocupaban la calle adyacente al frontal de su
bloque. Se preguntaba a qué debía deberse dicho punto de luz, que se desplazaba
de un lugar a otro entre las moles metálicas de los vehículos. Es función de su
forma de ser, exageradamente imaginativa, su cerebro inició un proceso continuo
de ficción creativa, que le despertó de
manera definitiva.
Fijándose
mejor, distinguió a un hombre vestido con
camiseta roja, pantalón corto azul y calzando zapatillas de goma, que se estaba
moviendo entre los coches, ayudándose con la luz mortecina de las farolas y de
ese intenso foco azulado (como la que usan los vehículos policiales) que
procedía de un artilugio que portaba en la mano, a modo de gran linterna
Pensó de
inmediato que tal vez podría tratarse de las fuerzas de seguridad. Pero los
policías llevan uniforme, salvo que vayan camuflados, a fin de pasar
desapercibidos. También podían ser “rateros” nocturnos, que observaban las
piezas de los diversos coches para proceder a su delictivo desmontaje. En
cuanto a la intermitencia que mostraba el azulado foco de luz, podía ser
originada por la detección de algún elemento metálico: el temblor luminoso
estaría avisando de la proximidad de un determinado metal u otro material. Se
dijo a sí mismo “¿Y si llamo a la comisaría? Así enviarían a un coche patrulla,
con lo que se evitaría un gran delito o lo que sea”.
Pero el
obsesivo repartidor, metido a detective, no llamó de momento a los miembros
policiales, sino a su mujer Alfonsa, que se levantó refunfuñando de la cama,
con los ojos legañosos y protestando se quejaba “ya está de nuevo el detective
con sus tonterías; el caso es no dejarme dormir. Así como voy a estar mañana en
el súper. Tú te montas en la bici y como si nada, pero yo tengo que estar cobrando
a un cliente tras otro, y si no moviendo las cajas de yogures, botellas y
bolsas de patatas fritas, Y si me descuido, ya está el Rafi, ejerciendo de
gendarme encargado y mirándome con esos ojos de lechuza, avisándome de una
nueva bronca”. Entre tanto, Lilita se había también incorporado al dormitorio
de sus padres y todo divertida trataba de grabar con su móvil la escena que se
estaba produciendo en la calle. El protagonista escénico continuaba, entre las
tinieblas de la noche, moviéndose y agachándose entre coche y coche, moviendo
la azulada luz de su linternón o lo que fuera.
Desde su
“torre vigía” en la ventana del séptimo, Salvio observaba con fijación
detectivesca, sin quitar ojos a todos los movimientos que hacía aquel personaje
en la calzada, mirando, una y otra vez, debajo de los coches aparcados, con una
luz azulada que potenciaba la sensación al paroxismo. Tal vez, en muchos
momentos, recordaba a sus personajes favoritos de las películas del cine negro,
que tanto le motivaban, como Bogart, Mitchum, Douglas, Welles, Cotten o el
mismo Nicholson, quienes en sus roles interpretativos habían dejado bien alto
el pabellón cinematográfico del thriller, el suspense y la eficacia policial. Entretanto
Alfonsa, con su patente enfado, se fue a la cocina y se preparó una infusión de
valeriana, para tranquilizar los nervios, cada vez más alterados.
En un
arranque de conciencia cívica, el insomne transportista se fue al teléfono y marcó el 092, correspondiente a la policía. Al
otro lado de la línea le respondió un adormilado miembro de la seguridad
pública, que a duras penas disimulaba el humano “cabreo” por haberle despertado
del duermevela en el que estaba sumido. “¿Quién es Vd. y Qué desea?” “Agente, mi
nombre es Salvio quiero denunciar una situación profundamente sospechosa, que
está ocurriendo en estos momentos en la calle Matorral, a la altura del asador
de pollos Venancio. Un probable delincuente está merodeando entre los coches
aparcados, ayudándose de un potente foco de luz azul, como los que usa la
policía en sus vehículos con sirenas” “Pero hombre, ¿qué hace Vd. levantado a
estas horas, que son para descansar y dormir? ““Sr. Agente, Es que me dio de
vientre y me levanté para ir al excusado para evacuar de mayores, porque anoche
la Alfonsa me puso unas croquetas de conejo y salmorejo, que no me han debido
sentar nada bien.
El agente Eleazar Chinchilla, para “quitárselo de en medio”,
se prestó a explicarle, ya con la mayor parsimonia: “No se preocupe buen
hombre. Váyase a la cama y tómese antes un vaso de manzanilla caliente, que le
arreglará la digestión. Cuando algún compañero esté en línea, le comunicaré por
radio que se dé una vuelta por calle Matorral”.
Sobre las
cuatro y cuarto, de aquella azarosa madrugada, no estando convencido con la
respuesta del hábil policía, bajó las escaleras hasta el 2º C, llamando en el
timbre del domicilio de Armenio, un antiguo guarda forestal, ya
jubilado, que dormía plácidamente hasta que se despertó sobresaltado al
escuchar el sonido agudo y desestabilizador desde su puerta. “Pero Salvio, ¡cómo
se te ocurre despertarme a estas horas, cuando anoche me acosté tarde viendo la
serie del Netflix! Pero ¿qué es eso tan importante que dices está ocurriendo en
la calle? Cada día estás más obsesionado con tanta película de policías y
delincuentes, que no paras de bajarte de Internet. Vas a acabar bastante
chalado”. A pesar de lo incómodo de la
situación, se prestó a coger su escopeta de caza y bajar a la calle, junto a su
obsesivo amigo del 7º C para ver si con su experiencia podía arreglar algo de
lo que estuviese pasando. Y si se estaba perpetrando un delito, pues mejor, ya que
podría evitarlo.
No habían pisado el adoquinado de la
calle, cuando llegaba un coche de la policía local, otro de la nacional y
además un tercer vehículo (también con las luces de emergencia) de protección
civil. Con el ajetreo callejero, muchos otros vecinos se habían incorporado de
la cama y se habían asomado a las terrazas y ventanas, para comprobar in situ
la gravedad de lo que estaba ocurriendo. La policía se puso de inmediato en
contacto con el autor de la denuncia. La cara de gozo y satisfacción mostrada
por Salvio, sintiéndose protagonista denunciante de la perpetración de un grave
delito, era como para enmarcarla. ¡Cuantos logros y aventuras dispondría en su
momento para narrar a sus herederos, gracias a su admirable y valiente
capacidad para la acción detectivesca!
Cuando policías y vecinos se acercaron
al sospechoso de la luz azulada, para su sorpresa comprobaron que se trataba “del
Roberto”, un humilde y nada conflictivo convecino que residía en
el extremo de la calle, el cual había perdido una de sus muy necesarias
lentillas, cuando volvía de su trabajo a avanzadas horas de la madrugada.
Desempeñaba su labor en una sala de fiestas y bar de copas y alterne, llamado La
Mar Rizada y al bajarse de su vetusto Renault parece que una de sus lentillas
se le cayó al suelo. Ya en casa se había quitado su uniforme de aguarda de
seguridad y bajó a la zona donde había estacionado su vehículo, a fin de encontrar
esa pieza de corrección ocular que tanto necesitaba para la mejor visión. Se
había puesto fresco, porque la noche era harto calurosa, se ahí su liviana
vestimenta. Como resultaba que ese ángulo de la calzada no estaba bien
iluminado por las farolas. Ya que dos de estas farolas habían fundido sus
bombillas, se ayudaba usado un gran farol linterna que tenía en el maletero y
que se había traído de su trabajo para sustituir una de sus lámparas. En la Mar
Rizada estos faroles linternas se usaban para iluminar los rincones del
tugurio. La luz que proyectaban era de color azul, para dar mayor intensidad a
las vivencias que allí tenían lugar, entre consumo y consumo de muchas botellas
de alcohol.
El rostro del inspector Chinchilla era
todo un poema, al igual que el resto de los miembros de la seguridad que le
acompañaban. Armenio miraba a su amigo con indisimulable enfado. El asombrado
Roberto, al verse rodeado de tantos uniformes y vecinos en sus ventanas y
terrazas, se mostraba sofocado de ser el protagonista central de todo aquel
alboroto, mientras que Salvio no sabía como escabullirse de la vergüenza que le
embargaba.
Cuando Salvio volvió a su casa,
Alfonsa dormía plácidamente, envuelta en sus usuales y muy acústicos ronquidos,
mientras que Lilith también descansaba, habiéndose quedado dormida con los
cascos de su iPhone puestos sobre sus orejas. Aunque Salvio se decía “Mi
intención ha sido buena y cívica. Mañana todo se habrá olvidado” él sabía que
también en ese día próximo, nuevas e interesantes aventuras rondarían por su prodigiosa
y exagerada capacidad para la imaginación y la fabulación. -
EL MISTERIOSO HOMBRE DE
LA LINTERNA AZUL
José Luis Casado Toro
25 junio 2021
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