Uno de los muy numerosos usuarios que
acuden a estos recintos para la lectura es Ramiro Galiana, que ha ejercido responsablemente como
policía local durante más de tres décadas. Tiene 56 años en la actualidad y
hace uno accedió a la jubilación anticipada, debido a una insuficiencia
cardiaca que fue reconocida por un tribunal médico, dolencia que sin ser grave
para su vida le impedía poder seguir desempeñando esa función de seguridad ciudadana,
en la que el riesgo puede surgir en el momento más insospechado.
Su nueva situación como persona jubilada la asumió con la mejor
disponibilidad, a pesar de su profunda vocación policial puesta de manifiesto
durante su larga etapa en el servicio. Desde un principio se planteó qué hacer con el amplio tiempo libre que desde ese
momento iba a disponer. A nivel familiar, la convivencia en pareja que realizó
en dos etapas diferentes de su vida finalizó de forma poco afortunada. En el
primer caso, durante cuatro años, ambos cónyuges asumieron la incompatibilidad
de sus caracteres. El segundo vínculo, con ocho años de duración, tuvo asimismo
el punto final cuando su pareja decidió no seguir “soportando” lo que ella
consideraba como un profundo egocentrismo arraigado en el carácter de Ramiro. A
consecuencia de todo ello, desde hace años, vive solo. En ambas experiencias
convivenciales, no hubo descendencia genética. Reconoce, cuando se sincera con
amigos o familiares, que esa forma de vivir es la que mejor se adapta a las
características de su carácter, aunque bien es verdad que mantiene muy buena
relación con los cuatro sobrinos que tiene en su familia.
Arraigado en sus hábitos cotidianos está
la práctica de actividades deportivas. Realiza caminatas por las mañanas,
preferentemente al amanecer. También acude a una piscina pública a nadar,
durante algunos días de la semana y por las tardes suele tomar su bicicleta
para dar algunos paseos, haciendo esos saludables kilómetros. Como a tantos
ciudadanos, el cine es una de sus aficiones favoritas, práctica cultural que
mezcla con la lectura. Un par de veces a la semana acude a la biblioteca
pública del barrio en el que reside, a fin de consultar la prensa del día, eligiendo
a continuación alguna novela, sobre la que aplica una curiosa, rara y original costumbre. Una vez que tiene el volumen
sobre la mesa, repasa la sinopsis que suele venir en la contraportada del libro
y algunas opiniones o críticas sobre ese título. Entonces se concentra en la
lectura completa del primer capítulo de la obra. En caso de resultarle
interesante ese primer planteamiento de la historia, pasa directamente a la
lectura de capítulos sueltos, aleatorios, o el que pone punto final a la trama argumental.
Su fuerte o poderosa imaginación la aplica en recrear muchas acciones o
escenas, que no ha leído pero que han podido suceder en el transcurso de la narrativa.
De esta forma, muy peculiar y extraña, tal vez detectivesca, distrae y pasa las
horas de su prolongada permanencia en el recinto bibliográfico.
Uno de los días de visita al recinto
bibliotecario, eligió directamente una novela que descansaba en uno de los
estantes próximos al suelo. Su título le motivó para investigar su contenido,
como tenía por costumbre: TENGO ALGO QUE DECIRTE. Tras la lectura del primer capítulo, tomó
conciencia de que se trataba de un amor, complicado, muy difícil, en la línea
de lo imposible, entre dos personas. A continuación, se dispuso a realizar esa
curiosa práctica de ir “saltando” por los capítulos, para centrarse en el
último que pondría final a la trama.
Para su sorpresa, cuando iba avanzando en
las páginas del bien manoseado libro, se encontró con una novedad inesperada e incluso espectacular. Dos
personas habían estado escribiendo en los amplios márgenes de algunas páginas,
a modo de correspondencia en clave de privacidad. Por el tipo de letra y el
sentido de los resumidos contenidos, él
siempre utilizaba los márgenes de las páginas impares, mientras que ella, por el contrario, aportaba sus comentarios,
anécdotas y expresiones afectivas, en las páginas pares. Durante muchas páginas
y párrafos caligráficos, no utilizaban sus nombres respectivos, pero, con
paciencia y tesón, Ramiro encontró en hojas avanzadas que el hombre tenía por
nombre ANZIO, mientras que su
interlocutora epistolar era ALAIMA, expresiones
un tanto inusuales en los nombres de personas. También descubrió (dada su
afición detectivesca) que los escritos se hacían una vez por semana,
aproximadamente. El antiguo policía dedicó parte del amplio tiempo que ahora
disponía para ir tejiendo la racionalidad de una hermosa, también trágica, historia
de amor, entre dos seres que se amaban profundamente, pero que unas circunstancias
filiales y conyugales dificultaban o impedían el deseo de la unión y el
compromiso, pues esa ruptura con sus respectivas privacidades provocaría un
inmenso dolor a terceros, seres “inocentes y sin culpa”.
El curioso observador se preguntaba, una y varias veces, por qué estas
personas habían elegido esa peculiar forma de comunicación. Sin duda, eran dos
románticos empedernidos que buscaron y hallaron esa originalidad comunicativa a
fin de expresar sus sentimientos recíprocos, pues no habría mejor forma de
hacerlo en sus respectivas circunstancias. Y al llegar a la página 117 del
grueso y deteriorado volumen (por el uso frecuente del mismo) algo había
ocurrido para se interrumpieran los escritos, bien henchidos de afecto y
sensualidad. El libro había permanecido allí en la proximidad de la loseta
beige del suelo, hasta que a Ramiro se le había ocurrido el interés de su
consulta.
A pesar de la interrupción caligráfica, de forma periódica, el
interesado lector tomaba el volumen en sus manos y se deleitaba releyendo los
cálidos párrafos, escritos a lápiz o a bolígrafo, con una caligrafía ágil,
cuidada y soportando una cierta tensión nerviosa o emocional. Los textos de
cada día apenas superaban las 4 o 5 líneas, con frases que rezumaban mucho
amor, bastante necesidad y una patente alegría por contactar con la persona
amada, quien también gozaría del significado de las palabras y de ese texto
subliminal, oculto o secreto, que sólo la imaginación y el corazón puede
desentrañar o desbrozar.
Uno de los días, en que visitaba la biblioteca, el antiguo policía vio
que ese libro, que con frecuencia consultaba, aun que solo fuera por unos
minutos, no ocupaba su lugar habitual en la estantería. Ante la duda, se
respondió con la más certera lógica: “alguien lo ha debido sacar en préstamo”.
Echó una ojeada por las mesas y ningún lector tenía dicho volumen consigo. Por
un momento creyó que podría estar en manos de Anzio o Alaima, quienes habrían
decidido continuar con su largo y entrecortado dialogo epistolar. Pero el
libro, efectivamente, no estaba entre los lectores que permanecían en el
recinto. Y así pasaron unos días, en los que siempre volvía a la biblioteca
esperanzado en volver a encontrar el preciado volumen colocado en su puesto
organizativo habitual. Para su sorpresa y satisfacción, TENGO ALGO QUE DECIRTE,
apareció una mañana, pero no ubicado en la estantería, sino en una pequeña mesa
donde se disponían los libros que la biblioteca regalaba a los lectores
interesados. Ramiro no lo dudó ni un instante. Tomó el volumen, con el mayor
aprecio y delicadeza, entre sus manos, y lo introdujo en su mochila. Había
conseguido un valioso tesoro literario, pleno de amor y sentimientos,
expresados por dos personas que se necesitaban y que no habían encontrado mejor
forma para comunicarse que intercambiando mensajes escritos en los márgenes de
las páginas de esta novela.
Han transcurrido ya dos primaveras desde estos curiosos hechos, llenos
de intriga y sentimientos audaces. La vida ha continuado, con sus vaivenes
sembrados de acomodadas rutinas y agradecidas sorpresas, en el caminar
existencial de Ramiro. Para llenar de contenido la distracción de los días,
este inquieto jubilado ha integrado, entre las variadas actividades programadas
de su agenda, esa placentera actividad que supone viajar a destinos diversos, pero siempre acomodados a sus posibilidades
económicas. El incentivo de visitar los pueblos de la provincia en la que nació
y reside, además de conocer otras localidades de nuestra multicultural
geografía, motiva el interés ilusionado de una persona que goza de una gran
disponibilidad temporal para el ocio. Cercano ya el verano, contrató un viaje
turístico de cinco noches en la ciudad de Burgos y otras zonas del entorno, bajo el
común denominador de “rutas por el románico castellano”. La riqueza monumental
de la antigua ciudad burgalesa, así como algunos interesantes desplazamientos a
Soria y Ávila, justificaban y hacían apetecible este sugestivo viaje grupal
organizado por una afamada empresa turística.
El previsto autocar inicial de 55 plazas tuvo que cambiarse, sobre la
marcha, a un megabús de 75, ante la demanda de viajeros interesados en realizar
tan interesante recorrido. Además de la gran oferta cultural y gastronómica, viajar
al corazón de la Castilla más antigua, movió a muchos interesados a inscribirse
pues el coste (subvencionado por la Comunidad Autónoma) era muy atrayente para
las economías más ajustadas. La programación del desplazamiento quedó fijada
para los inicios del mes de junio, con lo que se eludían los incrementos
subsiguientes derivados de la temporada turística veraniega.
El colectivo grupal salió bien temprano de la estación de autobuses
malacitana, viajando con dirección a Madrid en donde pudieran realizar el
almuerzo. De allí partieron hacia la capital burgalesa, a la que llegaron poco
antes de las 20 horas, a causa de algunas paradas reglamentarias efectuadas, a
fin de respetar el horario del conductor. Cuando arribaron al hotel El Cid
Campeador, los viajeros se mostraban cansados, pero bien contentos, porque ya
se encontraban en el “corazón nuclear” de su apetecible destino. Y en la sala
de recepción del elegante establecimiento turístico, ocurrió un hecho verdaderamente
sorprendente para Ramiro, que sólo ese destino caprichoso, insólito, inesperado
y, tantas veces, hacedor de voluntades, es capaz de organizar.
En la entrega de llaves para las habitaciones, Acadia,
la guía encargada de grupo, fue nombrando a las distintas parejas o a los
viajeros que lo hacían a título individual. Por ese hábito familiar que suele
adoptarse, cuando el grupo apenas se conoce, la encargada de la agencia fue
diciendo los respectivos nombres, evitando los apellidos. Ramiro esperaba ser
citado cuando escuchó a la profesional nombrar a “Anzio y Alaima”. Nada más
escuchar esas palabras, le dio un vuelco el corazón. No era ajeno a que son
nombres muy poco usuales y aún más unidos en pareja. Desde hacia más de dos
años, la “doble” novela Tengo algo que decirte, con sus expresivos y
sentimentales textos epigráficos anotados entre sus páginas, reposaba en los
descuidadamente empolvados estantes de su mueble biblioteca, como una pequeña y
gran joya vivencial para el recuerdo. Esos nombres … no cabía la menos duda
¡Tenían que ser ellos! los dos personajes que se intercambiaban sus escritos,
sus palabras, sus dolores y alegrías, en unos escritos que probaban el amor y
la relación “imposible” que los vinculaba. Ahora estaban allí juntos, había
viajado con ellos en el mismo autobús turístico ¿Azar? ¿magia? ¿milagro?
¿capricho de un destino de racionalidad inescrutable?
Se fijó detenidamente en las dos personas que se acercaron a la guía, a
fin de recoger sus tarjetas de habitación. No quería perder ni un detalle de la
pareja. El hombre que tenía por nombre Anzio era perceptiblemente mayor de su
compañera. Probablemente superaba el medio siglo de vida, muy bien llevados en
el aspecto físico. Alaima bien podría tener treinta y tantos años. No se
separaba un instante de su afectiva pareja, con que seguía, incluso en aquel
instante de gestión, intercambiando “carantoñas”. Volvía a preguntarse ¿Serían
efectivamente los autores de los escritos caligráficos en la novela? Durante la
cena y al día siguiente, Ramiro continuó con su tarea observadora, pero
evitando molestar en la privacidad que los dos viajeros deseaban mantener.
El recorrido por la ilustrativa riqueza monumental castellana, bien
acompañada por la suculenta oferta gastronómica que el circuito deparaba a los
ilusionados y atentos viajeros, continuaba según el programa previsto. La
organización de los recorridos y visitas eran muy bien llevados
explicativamente por Acadia. Ya en la cena del tercer día, Ramiro sintió un comprensible
impulso que le motivó a no esperar más. Estaban en los postres de un copioso
buffet, cuando el antiguo policía decidió acercarse a la mesa de dos, que
siempre que podían escogían Anzio y Alaima y, con una sonrisa en la expresión,
les pidió si le podían conceder algunos minutos de su tiempo.
“Buenas noches, compañeros. Mi nombre es Ramiro. Ya lo conocéis del pase
de lista que suele hacer la guía para contarnos. Resido en Málaga, como
probablemente también lo hacéis vosotros. He sido policía local, ahora ya
jubilado y disfruto, como tantos, haciendo estos preciosos viajes que tanto nos
aportan. Cuando la primera noche, en la entrega de tarjetas de habitación,
escuché vuestros nombres, bellos, pero sin duda nada corrientes, recordé una
interesante y preciosa historia que me continúa impactando. La experiencia
tiene de singular en que dos seres, que se profesan un amor “imposible” se
comunican a través de las páginas de una novela, en cuyos márgenes escriben,
intercambiándose sus confidencias”.
La expresión de ambos comensales, a medida que escuchaban las palabras
del compañero de viaje, se iba transformando entre el asombro y la sorpresa,
afrontando la realidad en que habían sido reconocidos. Cuando Ramiro les dijo
que era usuario de la biblioteca pública, el rostro de Alaima se tornó en un
rosáceo nervioso, mientras que su compañero de mesa y de vida comenzó a esbozar
una amplia sonrisa. “Un día elegí para la lectura una novela titulada Tengo
algo que decirte …” pero ya Anzio no le dejó continuar.
“No es necesario que prosigas el relato, amigo Ramiro. Como miembro de
la policía que has sido, tienes una capacidad observadora verdaderamente
encomiable. Efectivamente somos nosotros, los autores de esos escritos. Es una
historia muy larga y compleja, también conmovedora, de alegría y dolor, de amor
y dificultad. Ha pasado el tiempo y, de manera felizmente afortunada, ya no
necesitamos de esos sofisticados y peculiares sistemas de comunicación, para
transmitir sentimientos, utilizando el correo de una bella novela. Hemos
perdido el rastro de ese añorado y querido libro, que tu has tenido la
oportunidad de conocer”.
“Ese libro ocupa un lugar preferente en la biblioteca de mi casa” “¡Qué
suerte, la nuestra! Entonces pídeme lo que quieras, a fin de poder recuperarlo.
Entenderás que posee una muy especial significación en nuestras vidas” “No
tenéis por qué preocuparos. Os lo cederé, sin condiciones, a poco que volvamos
a nuestra ciudad. En realidad, es vuestro libro, que narra parte de esa lucha ante
la dificultad y ese amor sin límites, que protagonizasteis en las hospitalarias
y cálidas páginas de una novela”.
Obviamente esta historia encierra otras muchas preguntas y respuestas,
que ampliarían los márgenes siempre ilimitados de la curiosidad. Pero ese
titulo bibliográfico, que preside otra historia paralela e interesante, sólo
puede responderse con una palabra de cuatro letras, que fundamenta la mejor y
ansiada relación entre dos seres, a los que el destino quiso unir a pesar de la
dificultad. Ese vocablo, leído al revés, nos habla de una gran ciudad que, en
las páginas de la Historia, siempre ha tenido el protagonismo contrastado de la
fuerza y la sensibilidad. -
TENGO ALGO QUE DECIRTE
José Luis Casado Toro
Antiguo Profesor del I.E.S. Ntra. Sra. de la Victoria.
Málaga
21 mayo
2021
Dirección
electrónica: jlcasadot@yahoo.es
Blog
personal: http://www.jlcasadot.blogspot.com/
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